91 años no son poca cosa. Ahora mezcla la realidad con su literatura, ¿o ese habrá sido el secreto para escribir sus libros? No importa, él ha vivido con una pasión de la que la historia no tendrá memoria.
Tiene una sonrisa sincera, de esas que miran al otro. Ese, afirma, es su más grande legado.
¿Cómo se define?
Elmo Valencia es un poeta iconoclasta que abrazó el nadaísmo en el año 58 cuando lo fundamos tanto en Cali como en Medellín.
¿Qué formación académica tiene?
Yo comienzo a estudiar Derecho, porque la familia estaba jodiendo mucho, en la Universidad del Valle. Pero no pude con el Derecho, pues confundí la Constitución de la República con ‘La Náusea’ de Sartre. Después todo se dañó y, por ese lado, salimos de esa carajada.
¿Por qué El Monje Loco?
Elmo, Elmo-nje y loco porque soy un tipo bastante cuerdo.
¿Cómo fundaron el Nadaísmo?
Acá en Cali fundamos el Nadaísmo enviándole una carta al Alcalde en la que le dijimos que quitara el monumento a Efraín y María y pusiera en su lugar una estatua de cualquiera de las viejas de esa época.
Entonces, al burgomaestre no le gustó la idea y ni siquiera nos respondió. En Medellín quemamos todos los libros que más nos habían torturado el cerebro, como Historia de Heródoto, pues toda historia es mentirosa. También la ‘María’ que era un libro que yo venía guardando y que me lo había cuidado una novia que tuve y murió de un beso que le di en esos tobillos de Carbono-14. Después de eso nos orinamos sobre las cenizas para ver ascender el humo. A continuación, decidimos emborracharnos en el Café Metrogolder con una botella de Ron Medellín Añejo.
Fue cuando Gonzalo Arango, alzando la copa, dijo “brindo por esa máscara con que han tratado de ocultar a Cristo de su rostro revolucionario que no tiene Renault 4, ni acciones en el Manhattan Bank”. Jotamario no brindó por nada sino que pasó al baño a vomitar y le salió una perla. Darío prendió un cigarrillo, lo absorbió, levitó, le pasó la chicharra a Eduardo, Eduardo a Darío, Darío al negro Billys y como era negro cambió de color. Yo, agarrando mi copa, dije “brindo por los dientes que tenía Eva en ese tiempo para comerse la manzana y otros frutos prohibidos como la Naranja Mecánica”.
¿Cómo se conecta usted con el Nadaísmo?
Yo estaba estudiando física en Estados Unidos, en donde conozco a los ‘beatniks’, unos poetas bohemios, ese es mi primer contacto con la poesía. Sin embargo, me aburrí y regresé a Cali. Tras mi retorno, Jotamario me habló del Nadaísmo y del ‘profeta’. De esa manera, decido establecerme en la ciudad. Allí nos contactamos con Gonzalo. Él vio en nosotros unos jóvenes con la capacidad de decir cosas, con berraquera para fundar algo nuevo. Nos invita a Medellín y agarramos un bus de la flota Magdalena porque “si flota Magdalena, flota el Nadaísmo” y llegamos allá que es en donde comienza lo fuerte.
¿Y qué vino después?
Faltaba lo más importante, papá: regar el Nadaísmo por toda Colombia. Así que apareció en El Colombiano de Medellín la noticia de que se iba a efectuar un Congreso de Escribanos Católicos. Entonces, dijimos acá está el momento oportuno para escribir en su contra.
Gonzalo hizo el prólogo y los demás compusieron una mezcla que olía asqueroso, capaz de levantar un muerto, y la tiraron sobre la audiencia que estaba en el paraninfo de la Universidad de Antioquia. Estaba hablando el gobernador y salieron corriendo. La Policía los agarró y los metieron en la celda más peligrosa, en donde estuvieron ocho días. Al final, vino un abogado amigo de Gonzalo y los sacó de ese enredo.
Después de eso, tuvimos mayor audiencia, pero la sensación fue ‘Pablus Gallinazus’, el ‘comandante’, un poeta con una guitarra maravillosa. Era el tipo que necesitábamos, pues traía la ‘mula revolucionaria’ y las ‘cinco balas’ de las que precisaba el Nadaísmo. Su llegada al movimiento nos dio una difusión mayor, dado que los lugares se llenaban para escucharlo.
¿Cómo más difundían sus textos?
A través de distintas conferencias en La Tertulia, en las universidades de nuestro país y en cualquier lugar al que nos invitaban. Ni siquiera cobrábamos, sino que nos pagaban con jabones, platos de lentejas y cosas de ese estilo. Vivíamos de la vida, aunque sin un peso.
Yo sé que siempre se lo preguntan, ¿pero qué es el Nadaísmo?
Dar definiciones es muy jodido porque el Nadaísmo es nada, es un concepto, es un estado de conciencia de los acontecimientos que suceden, de uno ver cómo están las cosas, qué debe hacerse, pero no es una cosa que tenga esencia, como llamaría Sartre en su libro ‘El ser y la nada’. Algo que uno no ve, pero está allí, para observar el mundo de una manera diferente.
¿Cuál fue el mayor aporte del Nadaísmo a la literatura colombiana?
Bogotá siempre ha sido la capital de Colombia. Si usted era poeta, tenía que ir para allá, pues acá nunca lo iban a conocer ni a agradecer su poesía. Esto acá es medio folclórico. Así era 50 años atrás. Acá no había llegado la vanguardia. Primero, llegó a México. Pero ese modernismo, ese modo de usar un lenguaje diferente, de ver las cosas de otra manera, lo iniciamos nosotros.
En ese tiempo, había lo que se llamaba el piedracielismo, es decir, los poetas de piedra y cielo como Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez y Carranza, que era la belleza de la palabra traída de España. Un lenguaje todo bello, pero nada más. En cambio, a nosotros no nos importaba la belleza de la palabra, sino que íbamos por el contenido, el veneno, la pólvora que traía el poema. Y esa era la vanguardia. Tanto que cuando nosotros llegamos a Bogotá y fuimos al Café Automático en donde ellos se reunían, nos saludaban pero no nos invitaban a nada. Nosotros fuimos la vanguardia en Colombia, no solo por nuestros poemas sino por los actos locos que cometíamos en torno.
Usted menciona constantemente a Gonzalo como el padre del Nadaísmo...
Sí, es que él fue quien gestó todo esto. Gonzalo decía “nací en Andes, Antioquia, un pueblo del sureste antioqueño, pueblo sin ninguna trascendencia pero que se va a hacer famoso porque yo nací en él”, imagínate el egoísmo tan berraco.
¿Por qué lo echaron del movimiento?
Salió en el periódico algo que nos pareció muy humanista, no nos gustó. Entonces, decidimos quemarlo en figura, hicimos un mamotreto con aserrín y pantalones viejos y nos fuimos para el Puente Ortiz y le prendimos candela.
También hubo otro problema y fue cuando el ‘chiquito’ Lleras invita a Gonzalo a estar presente en la voladura de un buque de guerra que había comprado Colombia en Suecia, el Buque Gloria. Entonces, allí habló el almirante, el alcalde de Cartagena y Gonzalo afirmó que Carlos Lleras era el poeta de la acción, cosa que no nos gustó para nada. Lo sacamos del movimiento, él se sintió mucho.
¿Cómo fue la muerte de Gonzalo?
El alcalde echó su discurso,/ dijo lo que tenía que decir./El cura dijo que gonzaloarango había sido una blanca paloma./Jotamario dijo que había que canonizar a gonzaloarango./Yo no dije nada.
Nos llevamos los restos a una montaña/ y allá se quedaron unos medio borrachos esperando que al tercer día resucitara,/pero esto no sucedió, /afortunadamente.
Dicen en el pueblo que Gonzalo le hace el milagro a la persona que toca su tumba./Yo la toqué./Me hizo el milagro.../Cuando regresé a Bogotá me habían robado el apartamento/ Pero no se robaron la pared/ porque gonzaloarango es muy grande.
¿Cómo ve usted la poesía colombiana actual?
Hay mucha ternura en los muchachos y están interesados. Vemos que hay como un deseo de estudio, de leer poetas extranjeros, especialmente españoles y franceses. Seguimos en contacto con la poesía internacional, aunque aún no he visto a alguien que sobresalga.
¿Pero hay algún apoyo desde las administraciones?
No. Yo creo que en buena medida esa es la causa por la cual la cultura en Colombia se está muriendo. La mayoría de estos recursos van a las manos equivocadas y terminan perdiéndose. Además, pareciera que las artes no ocupan el lugar prioritario que precisan, todo el dinero se va en rumba. Sin embargo, es un problema de orden mundial que termina acabando con los valores de la sociedad: bastaría con fijarse en la cantidad de guerras que hay en el planeta. Eso pasa cuando las personas no tienen un contacto real con la vida.