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DE OTROS MUNDOS
Joan Didion
TRAYECTORIA
Didion comenzó a escribir textos a la temprana edad de cinco años, pese a que ella afirma que nunca se vio como escritora hasta que se editaron sus obras. Voraz lectora, necesitó un permiso especial de su madre para poder pedir prestados libros de adultos en la biblioteca.
Joan Didion Golden Gate Park, San Francisco,1967 |
VIDA PERSONAL
Joan Didion |
Su último libro, ‘Lo que quiero decir’, recoge textos escritos por la autora estadounidense entre mediados de los 60 y el año 2000
Hace veinte años,Joan Didion (Sacramento, California, 1934) era una completa desconocida en España. Su prodigiosa escritura no había cruzado todavía el charco, y la crítica, a veces miope de más y otras de menos, no había reparado aún en una de las más dotadas cronistas de la segunda mitad del siglo XX estadounidense. Lo suyo no era, no es, ‘nuevo periodismo’, aunque, en realidad, de poco sirven las etiquetas cuando es la vida lo que se narra, la propia y la ajena. En su caso se trataba, se trata, de contar como una necesidad fisiológica, de elegir las palabras adecuadas para poder seguir respirando, un verbo, un adjetivo, en cada nuevo aliento.Y es, precisamente, el año 2000
el último en el que están fechados los ensayos, textos que son un ejercicio de prosa desbordante, abrumadora, sin adornos ni barroquismos, reunidos en el libro ‘ Lo que quiero decir’. No son textos nuevos. Didion lleva sin escribir con la presión de una fecha de entrega desde que publicó ‘Noches azules’, el conmovedor libro que siguió a ‘El año del pensamiento mágico’, con el que logró un unánime reconocimiento y, de paso, se convirtió en un icono, en uno de esos mitos vivientes, tan inalcanzable como su talento.
En el lugar de los otros
En la traducción, siempre ajena a los matices, se pierde la esencia de un título que en inglés se dirige al lector: ‘Let Me Tell You What I Mean’. Didion pide que la dejemos que nos diga lo que quiere decir, y se lanza a hacerlo, sin ambages, con la milimétrica precisión del que sabe que las palabras son para el escritor como el bisturí para el cirujano: un milímetro equivocado puede causar la muerte, que en la literatura es el engolamiento, la verborrea innecesaria. Lo que Didion quiere decir varía tanto en este conjunto de textos como la propia vida. Ordenados de forma cronológica, arrancan en 1968, año en el que firma un artículo sobre la incapacidad de la prensa estadounidense de la época para hablar al lector de forma directa. «Admiro muchísimo la objetividad, pero no comprendo cómo se puede alcanzar si el lector no entiende el sesgo particular de quien escribe», afirma, y se muestra partidaria de los periódicos alternativos -que no lo son-.
Después se deja caer por una reunión de Jugadores Anónimos en Gardena (California) y consigue que nos pongamos en el lugar de los otros, que aquí son las cuarenta personas que asisten al encuentro ansiosas de acción, desesperadas y, sin embargo, supervivientes. «Salí a toda prisa, antes de que nadie pudiera volver a decir ‘serenidad’, que es una palabra que asocio con la muerte, y después de la fiesta me pasé varios días en los que sólo quise estar en sitios con luces potentes y donde nadie contara los días», termina confesando. En las páginas siguientes se fija en una de las vacas sagradas de la cultura estadounidense, William Randolph Hearst. Lo hace en una visita a San Simeón con una sobrina tan poco inocente como su escritura. «Pon un lugar al alcance de las miradas, y en ciertos sentidos ya no estará al alcance de la imaginación». En otro ensayo narra un episodio tan aparentemente banal como el rechazo de la universidad a la que aspiraba a ir y saca una dolorosa conclusión, tan actual que parece escrita ayer: «A los diecisiete años, ya es bastante difícil averiguar cuál es tu papel en la vida para que encima te den un guión ajeno».
Objetividad
Esboza un certero retrato de Nancy Reagan, que entonces todavía no era primera dama, en su casa de Sacramento. Viaja hasta Las Vegas para reflejar los futuros perdidos de tantas generaciones por la guerra de Vietnam, en unos días «cargados de preguntas sin formular y de ambigüedades percibidas sólo a medias». Se detiene en los sujetos que Mapplethorpe elige fotografiar. Describe, desde la difícil objetividad que siempre plantea el cariño, la personalidad de su amigo Tony Richardson. Ironiza sobre la ausencia de normalidad en Martha Stewart, la mujer normal por excelencia. Y confiesa su admiración por Ernest Hemingway, cuestionando la pertinencia de la publicación póstuma de su correspondencia y de la obra que dejó inacabada. «Era tal la fuerza didáctica de su biografía que a veces nos olvidamos de que hablamos de un escritor que en su momento renovó el idioma inglés, cambió la forma en que tanto su generación como las siguientes hablarían, escribirían y pensarían», asegura del autor de ‘Adiós a las armas’.
Aunque los mejores textos de la colección, en el fondo y en la forma, tienen que ver con la propia escritura de Didion: ‘Por qué escribo’ (1976) y ‘Contar historias’ (1978). Los dos son una lección de humildad, sin rastro de condescendencia hacia el lector ni hacia el autor que busca emularla sabiendo que nunca lo conseguirá. «Lo único que sabía por entonces era lo que no podía hacer. Lo único que sabía por entonces era lo que yo no era, y tardaría años en descubrir lo que sí era. Era una escritora Y con esto no quiero decir una ‘buena’ escritora ni una ‘mala’ escritora, sino simplemente una escritora, una persona que pasaba sus horas de mayor pasión y concentración disponiendo palabras sobre pedazos de papel». Eso es Didion, y por eso la leemos.
Muere Joan Didion, la gran cronista de su propia realidad
La escritora estadounidense ha fallecido a los 87 años en su casa de Nueva York a causa de la enfermedad de Parkinson
En la última escena del documental ‘El centro cederá’ (2017), Joan Didion desaparece al final del largo pasillo de su apartamento neoyorquino tras pronunciar una frase que define sus últimos años de vagar por una vida que narró mientras pudo, hasta que la muerte se interpuso en su camino: «Lo malo es que a mí nadie me sobrevivirá». Cargaba, desde hacía años, con el duelo, siempre inconsolable, de haber perdido a su hija, Quintana Roo, sólo ocho meses después del fallecimiento de su marido, el también escritor John Gregory Dunne.
A ambos los despidió en dos libros, ‘El año del pensamiento mágico’ (2005) y ‘Noches azules’ (2011), que le ayudaron a transitar por la inmensa aflicción sin recrearse ni renunciar a ella.
Y el jueves, a punto de comenzar la misma Navidad en la que tuvo que presenciar, un 30 de diciembre, cómo su compañero, en la escritura y en la vida, caía fulminado víctima de un ataque al corazón, Didion falleció en esa misma casa, repleta de fantasmas literarios que un día fueron de carne y hueso, con los que por fin se reencontró.
Padecía, desde hacía años, la enfermedad de Parkinson, dolencia que la mostró tan débil en el documental dirigido por su sobrino, el cineasta Griffin Dunne, que su brazos, que movía entre aspavientos, parecían de un cristal fino, a punto de quebrarse. Nadie la sobrevivirá, no, y esa certeza la devastó en vida. Pero deja tras de sí una de las obras más importantes de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.
Fue la cronista más personal del llamado ‘new journalism’, aunque categorizarla sería acabar con la magia de su prosa, perfecta simbiosis entre el periodismo y la literatura, a medio camino entre la ficción y la realidad. Su voz, tan personal como incisiva, certera, inapelable, retrató a una sociedad, la norteamericana, con sus guerras infames, sus jipis lisérgicos, sus políticos acartonados y su sueño convertido en pesadilla.
Didion nació en Sacramento (Estados Unidos) en 1934 y se graduó en la Universidad de Berkeley (California). Influida por los efluvios narrativos de Hemingway, al que admiraba sobre todas las cosas, y Joseph Conrad, comenzó a escribir y, tras ganar un concurso de la revista ‘Vogue’, cruzó al otro lado del espejo, el del periodismo, y del país. Se instaló en el Nueva York de comienzos de la década de los 60, donde malvivía en un tugurio en el que cada noche, al volver de la redacción, tecleaba sin parar, en la oscuridad de una ciudad que amenazaba con engullirla. En 1963 publicó su primera novela, ‘Río revuelto’, y un año después se casó con John Gregory Dunne, que ya tenía un nombre, con sus apellidos, en la revista ‘Time’.
Al poco tiempo, movidos por la insatisfacción de Didion, la pareja se trasladó a California, donde encontraron una casa en Malibú en la que llegaron a tener trabajando como carpintero a un jovencísimo Harrison Ford. Allí formaron una familia idílica en apariencia junto con su hija, Quintana Roo, a la que adoptaron tras recibir una llamada que les cambió la vida. El genio de Didion empezó a despuntar entonces. Se levantaba a media mañana, bajaba las escaleras sin mediar palabra con nadie, cogía una Coca-Cola y se ponía a escribir.
Cientos de páginas, miles. Para todas las publicaciones en las que se contaba la realidad, tan difícil de apresar entonces: ‘Life’, ‘Esquire’, ‘The Saturday Evening Post’, ‘The New York Times’, ‘The New York Review of Books’... Cómplice y amiga del Hollywood de la época –escribió numerosos guiones junto con su marido–, narró el crimen de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski, y vio a una niña ‘puesta’ de LSD porque su madre se lo había dado. Un momento que, según le confesó a su sobrino en el documental, «fue oro. Cuando estás escribiendo un artículo, vives por momentos como ese. Para bien y para mal». Vida. Periodismo. Literatura. El genio indisoluble.
Nunca renunció a la ficción. Cada vez que terminaba una novela, metía el manuscrito en el congelador (lo hizo hasta el final, pues la diosa de la narrativa era humana), y con tan singular método salieron obras como ‘Según venga el juego’ (fue llevada al cine por Frank Perry, con guión de Didion y su marido, y protagonizada por Anthony Perkins), ‘Una liturgia común’, ‘Democracy’ o ‘The Last Thing He Wanted’.
Pero el paraíso de la soleada California, escenario de la furia desatada del verano del amor y sus excesos, se agotó. Didion y su familia dejaron atrás a Janis Joplin, a Jim Morrison, a Charles Manson... y regresaron a un Nueva York que les recibió con todos los honores, sobre todo a ella. Su marido aceptó el papel de escritor secundario de la pareja, y pasó a ocupar un segundo plano que Didion nunca quiso eclipsar del todo.
En Manhattan, en el lujoso barrio del Upper East Side, la autora se acomodó a una rutina plácida de escritura sin reparar en que su hija se alejaba de la vida que un día soñó para ella. «Era adoptada. Me la dieron para que la cuidara y fallé». Palabras de culpa. «Me di cuenta de que ya no me daba miedo morirme, me daba miedo sufrir una lesión en el cerebro y seguir viva». Palabras de duelo. Sin tiempo para asumir la muerte de su marido, tuvo que enfrentarse a la de su hija, con sólo 39 años. Y lo hizo, de nuevo, escribiendo. Hubo momentos en los que Didion llegó a preguntarse qué sucedería si algún día no podía «encontrar las palabras que funcionen».
Hoy, todos sus lectores nos quedamos huérfanos de ella, de su vida y de su obra.
Joan Didion, su marido y su hija Los Angeles,1968 Foto de JULIAN WASSE |
En El año del pensamiento mágico, Joan Didion aplica sus dotes de observación literaria y periodística al proceso de la muerte y el luto por su marido, el también escritor y guionista John Gregory Dunne. El texto fue transformado hace años en un monólogo teatral que interpretó originalmente Vanessa Redgrave. En uno de los momentos más memorables, la narradora repara en los zapatos del marido fallecido y cuidadosamente los coloca junto al armario y piensa: “Para cuando regrese”.
Joan Didion, sin duda, es una chica cool. Siempre lo ha sido (¿conocen la sesión de fotos de Julian Wasser frente a un deportivo?) y por ello no debería sorprendernos que la casa de modas Céline la haya escogido como modelo para el lanzamiento de su última temporada. La verdad es que se le ve hermosa con esos lentes, las canas y el vestido negro. Desde luego, hay aguafiestas, como la de Hadley Freeman en un blog de The Guardian
FICCION
- Run, River (1963)
- Play It as It Lays (1970), trad. Según venga el juego, 1971, Buenos Aires, Emecé
- A Book of Common Prayer (1977), trad. Una liturgia común, 2007, Barcelona, Global Rhythm
- Democracy (1984)
- The Last Thing He Wanted (1996)
NO FICCION
- Slouching Towards Bethlehem (1968)
- The White Album (1979)
- Salvador (1983)
- Miami (1987)
- After Henry (1992)
- Political Fictions (2001)
- Where I Was From (2003)
- Fixed Ideas: America Since 9.11 (2003, prólogo de Frank Rich)
- Vintage Didion (2004, selección de obras previas)
- The Year of Magical Thinking (2005), trad. El año del pensamiento mágico, 2006, Barcelona, Global Rhythm
- We Tell Ourselves Stories in Order to Live: Collected Nonfiction (2006), incluye sus primeros siete volúmenes de no ficción
- Blue Nights (2011)
OBRAS DE TEATRO
- The Year of Magical Thinking (2006)
GUIONES
- The Panic in Needle Park (1971)
- Play It as It Lays (1972), (basado en su novela)
- A Star Is Born (1976)
- True Confessions (1981)
- Up Close & Personal (1996)
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS