jueves, 31 de enero de 2019

Eugenio Montejo

Eugenio Montejo
Kiss



Eugenio Montejo

(1938 - 2008)


Eugenio Montejo (Caracas, 19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008) fue un poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y cofundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas, y colaborador de una gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
Eugenio Montejo fue profesor universitario, gerente literario de la editorial Monte Ávila de Venezuela. Como diplomático trabajó en la embajada de Venezuela en Portugal en varias ocasiones.
El valor de su estimable obra poética y ensayística no ha parado de crecer en los últimos años, siendo una de las más importantes y originales de la última mitad del siglo XX.
En 2009, al año de su muerte, la revista de creación Palimpsesto (Carmona-Sevilla) dedicó íntegramente su número 24, como sentido homenaje, a la vida y la obra de Eugenio Montejo.

LA POESÍA DE EDUARDO POLO

Publicó poesía infantil con el seudónimo de Eduardo Polo. Entre estas obras destaca Chamario, de 2003, del que se habían adelantado algunos poemas en otros libros (como la antología Poemas con sol y son, de 2001), pero que en su forma definitiva es un libro inseparable de las ilustraciones de Arnal Ballester. Su poesía para niños ("chamos", de ahí el título del libro) se caracteriza por la ruptura con las convenciones literarias, como por ejemplo la rima, que respeta y destruye al mismo tiempo: "Un niño tonto y retonto / sobre un gran árbol se monto. / Con su pelo largo y rubio / hasta la copa se subio"; la experimentación lingüística con afán lúdico: "La bici sigue la cleta / por una ave siempre nida / y una trom suena su peta... / ¡Qué canción tan perseguida!"; y en general, la presencia del absurdo cuando menos lo espera el lector. De su obra se ha escrito, por ejemplo: "Son poemas musicales, inteligentemente humorísticos, de los que parecen sencillos pero cuya composición revela talento poético y un gran dominio del lenguaje".


WIKIPEDIA



Eugenio Montejo

Eugenio Montejo
El tiempo no me habla de la muerte 
(Fragmento)

Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio 
Revista Común Presencia No. 12

Nació en Caracas, Venezuela, el 19 de octubre de 1938 y falleció en su mismo país en la ciudad de Valencia el 5 de junio de 2008. En 1998 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía. Como parte de su carrera diplomática fue agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Portugal. Entre sus libros sobresalen: Elegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Adiós al siglo XX (1997), Partitura de la cigarra (1999), Papiros amorosos (2002) y Fábula del escriba (2006). De su obra ensayística evocamos La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983), así como un volumen publicado en 1981 con el heterónimo de El cuaderno de Blas Coll.
La levedad del viaje, el renaciente deseo y la inmovilidad de la muerte, son nortes ineludibles por este extraordinario poeta venezolano.

Una mañana soleada nos citamos en la cafetería del Centro Rómulo Gallegos de Caracas, durante la semana de la Feria del Libro de 1998, después de haber compartido una copiosa y fértil correspondencia durante varios años. Fuimos al encuentro caminando por las calles retorcidas de la capital venezolana, observando los árboles centenarios y atormentados de las avenidas, esos que reparten las nubes y los pájaros. Al entrar buscamos a un hombre solitario de espesas cejas y de grandes lentes, que en virtud del amor —según lo revelara en uno de sus poemas más reconocidos— ya no tenía una muerte sino media, que le daba de beber a la estatua de Pessoa en las sedientas noches de Lisboa y que estuviera siempre obsesionado por esa herida luminosa que es el canto de los gallos. 
El whisky se convirtió desde aquella ocasión en nuestro «pastor de pensamientos» y nos guiaría durante tres horas por los territorios irrepetibles consignados en la entrevista abisal aquí impresa. Posteriormente durante una década se sucedieron nuevos y fecundos encuentros en tres países, cargados de extrañas confidencias sobre sus viajes, hasta que el 30 de noviembre de 2007 la fugitiva presencia nos tendiera su última emboscada en un hotel de Bogotá, cuando decidió invitarnos a beber unos tragos y a legarnos antes de partir sus más recientes publicaciones. 
Después de lo ocurrido, hoy por motivos evidentes es de significativa importancia revelar la dedicatoria que escribiera aquella noche Montejo para dos libros ofrendados: «A los amigos de Común Presencia, por el próximo encuentro». Esa simple frase no tendría una fuerza singular, de no ser porque el poeta falleció seis meses después víctima de la voracidad de un cáncer, que las dos obras contienen la misma dedicatoria y que además poseen sus personalísimos subrayados producto de las últimas lecturas y conversaciones efectuadas en Colombia, y además, lo cual provoca un misterioso estremecimiento, que uno de ellos publicado en nuestro país y titulado Los ausentes, aparece con las siguientes estrofas resaltadas:
«Viajan conmigo mis amigos muertos.
A donde llego van por todas partes,
apresurados me siguen, me preceden...

Un instante de nuevo me reúno con ellos,
conversando otra vez esta tarde, tan tarde,
en un café de ruidos urbanos, suburbanos...
Cada cual con un whisky sin hielo o con hielo..» 

¿Y qué podemos agregar ahora, Eugenio, a tu poema, que no sea, con hielo, como tú lo hacías y lo hiciste aquella noche, con el hielo de la muerte?

***
—No quiero volver a ser jurado, tantas veces se termina siendo injusto... Piensen en lo que hicieron los suecos: todos los años tratando de no darle el Nobel a Borges. Y al parecer en ese complot participaron también los españoles: al único escritor sin par en trescientos años le pusieron un par en el Cervantes... —confesó categóricamente Montejo, como preámbulo a la siguiente entrevista, ese día canicular que nos encontramos en Caracas, avergonzado por su recurrente labor como jurado en diversos concursos hispanoamericanos.  
Evocó después a Ramos Rosa quien fumaba con angustia en su Lisboa, la bella ciudad a la que hay que llegar siempre en barco, y a Álvaro Mutis —quien le comentó—: «En la cárcel se aprende que una mentira no sirve para nada». 
El tiempo redondo, la lámpara de la memoria, la imagen del río como un relámpago horizontal, la muerte como una cazadora inmóvil, el poema como la necesaria cantidad de dios que deben tener todos hombres, son horizontes transitados por este reconocido escritor siempre próximo a la palabra de las revelaciones.

—¿La afirmación de Dylan Thomas: «Vi al tiempo asesinarme», es lo dilucidado en gran parte de su obra?
—El sentimiento del tiempo tiene ciertamente mucho que ver con lo que he tratado de hacer en poesía. La expresión de Dylan Thomas que ustedes citan me parece bastante eficaz pero, aunque pienso que mana de la misma angustiosa fuente, no corresponde con mi temperamento. No creo que veamos al tiempo asesinarnos porque, como dice mi heterónimo Tomás Linden, poeta discípulo de Blas Coll, el tiempo parece valerse de un hacha de seda, algo que en verdad sin cesar nos hiere, pero siempre lo hace inadvertidamente. Vemos, sí, o creemos ver, su huida presurosa, su fugitividad, que es tema por demás antiguo. El Conde de Villamediana llama al tiempo el padre volador, una expresión afín a esta idea. Por lo demás, en uno mismo se manifiesta de manera distinta el sentimiento del tiempo con el paso de los años. En mis primeros versos, por ejemplo, escribí una vez: El tiempo es redondo y atormenta. En un poema de hace pocos años, en cambio, he anotado: El tiempo no me habla de la muerte / en esa ciudad ya no vivimos. Y allí mismo añado más adelante: he aprendido mucho del gorrión que en la mañana me despierta. En fin, creo que la edad nos enseña a ser un tanto más cordiales con nosotros mismos y a mirar el presente con mayor atención, a detenernos en el hoy de nuestra cotidiana posibilidad. Hoy es siempre todavía, / ayer es nunca jamás, escribió Antonio Machado.

—¿Cree que la memoria —como en Proust— es todo el cúmulo de lo perdido que tratamos en vano de recuperar con el poema?
—Creo que la memoria se encuentra ligada a la materia, me atrevería a decir que a toda en general, no sólo a la materia viviente. Diría que la acompaña como otra sombra, tan inseparable como definitiva. Ahora bien, el poema trata de recuperar quizá no todo el cúmulo de lo perdido, sino algo concreto, algo que nos define una necesidad afectiva tan determinante como para no consolarnos con su ausencia. No digo que puede conseguirlo a todo trance, sino solamente que trata de recuperarlo, porque no siempre resulta fácil. Los años se nos van en aprender a pasar de la orilla de la palabra a la orilla de la memoria, es decir, aprendiendo a llevar a buen término este viaje sentimental. No siempre se logra, como ya he dicho, tampoco depende del intelecto ni de la voluntad; cuando es auténtico, no tiene nada de predecible.
Los modos de relacionarse con el uso de la memoria en el poema, por lo demás, no son iguales, sino que varían de un autor a otro. En Cavafys, por ejemplo, la memoria es como una lámpara siempre encendida que propaga una luz aterciopelada y melancólica. Es otra la luz del recuerdo en Ungaretti, en Saba, en cuyas obras la implicación del yo aparece más velada. En Pessoa son varias las maneras, según el heterónimo: no es igual la evocación del whitmaniano Álvaro de Campos que la del maestro Caeiro, quien parece detenerse más en el presente. (...)

COMÚN PRESENCIA



Eugenio Montejo


Eugenio Montejo, el poeta de la vida terrenal

El cine popularizó la obra del autor venezolano que fue crítico con Chávez


JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
8 JUN 2008
Eugenio Montejo murió el pasado viernes día 6 en Caracas víctima de un cáncer. La noticia la dio ese mismo día su compatriota Gustavo Guerrero, que presentaba en la Feria del Libro de Madrid Conversación a la intemperie (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), una antología de seis poetas venezolanos que se cierra, justamente, con la obra de Montejo, uno de los autores latinoamericanos más influyentes de las últimas décadas. "Dura menos un hombre que una vela / pero la tierra prefiere su lumbre / para seguir el paso de los astros", dicen unos versos suyos recogidos en Muerte y memoria (1972), un título que resume bien una obra en la que una inquebrantable fe en la vida ilumina siempre el sentimiento de pérdida.
Nacido en la capital venezolana en 1938, Eugenio Montejo era hijo de un panadero cuyo obrador se convirtió en su primera escuela de literatura. No en vano, su ensayo más celebrado se titula El taller blanco. Criado en la Venezuela que cambió la agricultura por el petróleo, literariamente Montejo pertenece a la generación del medio siglo, la primera que abrió su mirada al mundo tras la caída, en 1958, del dictador Marcos Pérez Jiménez, el mismo, por cierto, que encargó a Camilo José Cela que escribiera su novela La catira. El poeta, que fue más tarde director literario de la editorial Monte Ávila y consejero cultural en la Embajada de su país en Lisboa, defendió siempre que los escritores pertenecen más a una época que a una geografía.
Jubilado y liberado de sus obligaciones diplomáticas, en los últimos años fue muy crítico con Hugo Chávez, al que acusaba de "violar todas las normas", empezando por el significado de las palabras. La cuestión no era baladí para un poeta que siempre consideró un enigma la mera existencia del abecedario. Alfabeto del mundo se llamó, de hecho, el volumen que en 1988 reunió sus seis primeros libros de poemas, tanto el que abrió su carrera en 1967 como el que marcó la primera mitad de su vida poética, Terredad (1978). Aquel poemario de título inequívoco fue la piedra de toque de un universo enigmático pero no hermético, hecho a la vez de claridad y de hondura. Así, en la obra de Montejo conviven las imágenes fulgurantes y el lenguaje cotidiano, la elegía y el erotismo. Los suyos son los versos de alguien que confía en la poesía (el canto) pero desconfía de los poemas (la escritura): "Alguna vez escribiré con piedras / midiendo cada una de mis frases / por su peso, volumen, movimiento. / Estoy cansado de palabras".
En 1997, Eugenio Montejo desembarcó en España con Adiós al siglo XX(Renacimiento). Dos años más tarde se consagró con otro de sus libros mayores, Partitura de la cigarra (Pre-Textos). Pero fue en 2003 cuando su popularidad se disparó en todo el mundo. Ese año se estrenó 21 gramos, la película de los mexicanos Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga. En una secuencia de aquel filme, que también hablaba de la muerte, Sean Penn recitaba a Naomi Watts estos versos de Montejo: "La tierra giró para acercarnos, / giró sobre sí misma y en nosotros, / hasta juntarnos por fin en este sueño".
Eugenio Montejo vivió pegado al mundo. En su obra las palabras adquieren la misma materialidad que los glóbulos de la sangre. Una forma terrenal de celebrar la vida. "Dura menos un pájaro / que un pez fuera del agua", seguía aquel poema de Muerte y memoria. Y terminaba: "Casi no tiene tiempo de nacer, / da unas vueltas al sol y se borra / entre las sombras de las horas / hasta que sus huesos en el polvo / se mezclan con el viento, / y sin embargo, cuando parte / siempre deja la tierra más clara".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de junio de 2008

BIBLIOGRAFÍA 

Poesía:

Elegos (1967)

Muerte y memoria (1972)

Algunas palabras (1976)
Terredad (1978)
Trópico absoluto (1982)
Alfabeto del mundo (1986)
Guitarra del Horizonte (1991)
Adiós al siglo XX (1992)
El Hacha de Seda (1995)
Partitura de la cigarra (1999)
Papiros Amorosos (2002)
Chamario (2003)
Fábula del escriba (2006)
Terredad (2008)
Guitarra del horizonte de Sergio Sandoval (2009)

Ensayo:
La ventana oblicua (1974)
El cuaderno de Blas Coll (1981)
El taller blanco (1983)
El taller blanco y otros ensayos ( 2012)


PREMIOS

Premio Nacional de Literatura de Venezuela 1998 

Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo 2004