sábado, 29 de octubre de 2016

John Banville / El escritor más inteligente de la lengua inglesa

John Banville

FICCIONES
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Casa de citas / John Banville / Mi esposa dice que vivir con un escritor es como vivir con un asesino

DE OTROS MUNDOS

PESSOA

DRAGON



John Banville 
(1945)

PREMIO BOOKER 2005
PREMIO PRINCIPE DE ASTURIAS 2014

John Banville (Wexford, 8 de diciembre de 1945) es un novelista irlandés, "uno de los grandes talentos de la lengua inglesa", Premio Booker 2005. Escribe también novela negra bajo el seudónimo de Benjamin Black.

Desde muy joven —12 años— supo que quería ser escritor. Estudió en una escuela de los Hermanos Cristianos y en el colegio católico de San Pedro de Wexford.2 En lugar de ingresar en la universidad, prefirió comenzar a trabajar y lo hizo en la compañía aérea Aer Lingus, que le permitía viajar por el mundo.

Más tarde diría irónicamente de esta decisión: "Un gran error. Debería haber ido [a la universidad]. Lamento no haber tomado esos cuatro años de emborracharse y enamorarse. Pero quería irme de mi familia. Quería ser libre".

Cuando regresó a Irlanda después de haber vivido en Estados Unidos en 1968 y 1969, se convirtió en periodista y entró a trabajar en el diario The Irish Press, donde llegó a ser subeditor jefe. Cuando este periódico desapareció en 1995, pasó al The Irish Times. Es colaborador habitual de The New York Review of Books.

Publicó su primer libro en 1970, una recopilación de relatos titulada Long Lankin, a la que seguiría una serie de novelas, la primera de ellas Nightspawn que salió al año siguiente. Después vinieron Birchwood (1973), la llamada Trilogía de las revoluciones —compuesta por Copérnico (1976), Kepler (1981) y La carta de Newton (1982)— y cerca de una docena de novelas más, entre las que destacan El libro de las pruebas (1989), finalista del Premio Booker) y El mar (2005), que ganó el preciado galardón.

Banville es conocido por el estilo preciso de su prosa. Su ingenio y su humor negro muestran la influencia de Nabokov.

En 2006 aparece el primer libro de Benjamin Black: El secreto de Christine, a la que le han seguido otras cuatro novelas negras.

Sobre su desdoblamiento como escritor, ha dicho: "El arte es una cosa extraña. Bajo el sombrero de Banville puedo escribir 200 palabras al día. Un día decidí que podía convertirme en otro y bajo ese segundo sombrero, en esa segunda piel, puedo irme a comer tras haber escrito un millar de palabras, tal vez 2.000, y disfrutar con ello. Es increíble descubrir cómo otro tipo puede vivir tu vida y usar tus manos y deleitarse con eso. Escribir es un trabajo peculiar... Escribir es como respirar. Lo hago por necesidad. Por mi propia boca, y ahora también por la de Black".

Para Banville, que también ha escrito piezas de teatro, su oficio tiene mucho de samurai: "Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura".



"John Banville es el escritor en lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante”
George Steiner



John Banville

En la selva oscura de la existencia


Claudio Magris
8 de marzo de 2003



Con toda probabilidad", dice, en la espléndida novela El libro de las pruebas (Anagrama) de John Banville, el asesino narrador, "ella será la última mujer con la que he hecho el amor. ¿Amor? ¿Puedo llamarlo así? Cómo iba a llamarlo de otra forma. Tuvo fe en mí. Olió la sangre y el horror pero no retrocedió, sino que se abrió como una flor y dejó que descansara en ella durante un instante, con el corazón que me temblaba, mientras intercambiábamos, sin palabras, nuestros secretos. Sí, la recuerdo. Me caía, y ella me agarró".



Para muchos personajes de John Banville -considerado por el gran e intransigente George Steiner el mayor novelista vivo en lengua inglesa-, vivir quiere decir caer, esconderse, huir, perderse. Así les ocurre, de diversas formas, al protagonista de El libro de las pruebas (1989), su obra maestra, al ambiguo y siniestro crítico de arte de Athena (1995), absorbido por los remolinos de un amor insostenible y abusivo como la vida misma, o al espía desenmascarado de El intocable (1997, Anagrama), que reelabora y reinventa la historia de los famosos "espías de Cambridge" y Anthony Blunt; así les ocurre a los misteriosos fugitivos en su incierta isla de Ghosts (1993) y al actor que, en Eclipse (2000, Anagrama), se retira y desaparece inútilmente en una casa tan espectral como los fantasmas que le acosan y como la pena que le atormenta por la locura de la muerte de su hija.









Banville captura con intensidad devastadora los mecanismos fundamentales del hombre y el mundo

Banville es grande porque desciende a los confines más oscuros de la existencia, se enfrenta con la Medusa sin nombre de la abyección y la tragedia, pero conserva un sentido profundo e indestructible de lo humano, sus afectos y sus valores, la fraternidad existencial. A menudo, sus personajes sucumben al mal y a sí mismos, pero en su caída reluce, como un relámpago gris y abrasador, un significado extremo e irreductible de la vida. En este escritor irlandés, que dirige desde hace muchos años las páginas literarias de The Irish Times y se reveló como un crítico muy agudo, que vive en la punta norte de la bahía de Dublín, junto a los míticos lugares joycianos, y que se sitúa "entre Joyce y Beckett", aunque destaca la influencia de Nabokov, hay algo que recuerda -pese a la drástica diferencia de temas y estilos- a Joseph Conrad, su capacidad de hacer comprender qué son cosas como el valor, la fidelidad, el amor, mediante el relato de historias de vileza, traición e infamia.
Banville -observa Licia Governatori, la original estudiosa solitaria que desapareció hace un año- escribe en "angloirlandés", es decir, en una lengua subterráneamente influida por formas y modos del gaélico, metabolizados en un inglés onexorable y sanguíneo. Sus primeras novelas -Long Lankin (1970), Nightspawn (1971) y Birchwood (1973)- son de ambiente irlandés, un ambiente muy lejano a la Irlanda tradicional y seductora de los prados verdes y las jóvenes de cabellos rojos que tanto molestaba a Bobi Bazlen, una Irlanda rural y obsesionada por sus propias raíces y que desde hace años, por suerte, ha dejado prácticamente de existir. Ya en estas obras que todavía están lejos de sus posteriores obras maestras, Banville se sumerge en el mundo, lo capta con un realismo físico y preciso en su concreción corporal y, al mismo tiempo, lo trastoca con una luz visionaria.

En estas primeras novelas aparecen sus personajes apasionados, vulnerables y siniestros, sus historias de sombra y duplicidad; muchas veces, los sucesos los cuenta -como se verá más tarde, con enorme fuerza poética- un yo narrador, una voz oscura en la que parece hablar con más libertad la propia vida, primitiva, violenta e indefensa, y que el escritor escucha y anota con meticulosidad y asombro, identificado y, a la vez, extrañado. La obsesión por lo falso está presente en Birchwood, en la que el protagonista-narrador busca su identidad y su alteridad en el gemelo desaparecido, un tema que, en Italia, está muy presente en la narrativa de Giorgio Pressburger.

En la obra de Banville hay un giro constituido por la tetralogía sobre la ciencia, dedicada a cuatro científicos y cosmólogos: Copérnico (1976, Edhasa), Kepler(1981, Edhasa), La carta de Newton (1982, Edhasa) y Mefisto (1986, El Aleph); esta última se basa en un personaje vagamente inspirado en Einstein. El escritor combina de forma magistral realidad y fantasía para narrar grandes aventuras cognoscitivas que han transformado el mundo y su imagen, pero las inserta en la realidad polvorienta y atormentada de lo vivido, donde el rigor de la ciencia y el desafío de la investigación se entremezclan con la ambigüedad de la vida y las pasiones. Así, las novelas sobre Kepler o Newton se convierten en relatos del descubrimiento de unos nuevos órdenes del mundo y unos desórdenes del corazón, mientras que la estructura narrativa se va hace cada vez más compleja, un juego de variaciones musicales que funde la música de las esferas celestes y los humildes sonidos de la vida cotidiana, que entrelaza tiempos y épocas diversas y se mueve en la frontera entre lo expresable y lo inexpresable, siempre con una pietas amorosa y partícipe hacia el anhelo de vivir.
Ahora bien, su verdadera categoría de gran escritor la ha adquirido Banville con sus últimas novelas, como El libro de las pruebas El intocable, Athena o Eclipse. Son libros que registran la intensidad, la seca poesía y la violencia con la que se adentran en los meandros más oscuros de la existencia y la pasión, enfrentándose a la nada y el mal "inerte, neutro, autosuficiente" -que envuelve a los hombres y se insinúa, impalpable como el polvo, en sus corazones y sus mentes-, pero que resalta el encanto misterioso de la vida y la humanidad fraternal de la que son capaces, pese al mal y el dolor, los hombres.
Fascinado por el arte figurativo -que aparece con insistencia en sus páginas, como una revelación y, al mismo tiempo, un ocultamiento de la verdad de la vida-, Banville está lleno de fuerza en la trama general y, sobre todo, en los detalles, que capturan con una intensidad sobria y devastadora varios mecanismos fundamentales del hombre y el mundo. Sus personajes, como se dice en El libro de las pruebas se encuentran con frecuencia en la proa de una nave que se hunde pero, mientras se sumergen, entrevén una nueva tierra que aparece. He encontrado muchas veces a ese hombre fraterno y de una autenticidad radical y sobria: en Dublín, Londres, Trieste, Turín, donde buscaba las calles por las que había vagabundeado y se había precipitado a la locura Nietzsche, destrozado por una enorme tensión y una compasión acuciante hacia el sufrimiento, en vano apagada por la exaltación de la fuerza y la potencia. La mirada de sus personajes, como dice una página de Eclipse, es como la que "se puede recibir a través del casco de un buzo si se le quita el tubo que le permite respirar". Pero este escritor, capaz de descender a las tinieblas, es uno de los pocos capaces de contar qué pueden ser el amor, la amistad y la ternura en el corazón del ser humano


"Soy un poeta 

que escribe en prosa"



El autor de El mar es considerado por la crítica como uno de los mejores estilistas en lengua inglesa. Su nuevo libro, El otro nombre de Laura (Alfaguara), un policial que firma con el seudónimo de Benjamín Black, llega el mes que viene a la Argentina. Además de un anticipo, ofrecemos una entrevista en la que el escritor habla del género noir, de la novela latinoamericana, de Borges y de Irlanda, su país natal, que analiza con sombría mirada

Por Juan José Delaney 
LA NACION, SÁBADO 19 DE JULIO DE 2008
Cuando en 2005 John Banville recibió el prestigioso Man Booker Prize por su novela El mar , hacía ya treinta y cinco años que había iniciado una lenta y prolija producción literaria. Inaugurada con un volumen de cuentos ( Long Lankin ) al que siguió una serie de novelas -entre ellas Kepler (1981), Mefisto (1986), El libro de las pruebas (1989), El intocable (1997), Eclipse (2000) y en 2006, bajo el seudónimo de Benjamin Black, el policial El secreto de Christine -, su obra mereció numerosos premios y la bendición del crítico George Steiner, quien lo juzga uno de los mayores estilistas en lengua inglesa. Sin embargo, ratificando aquella observación de Jorge Luis Borges según la cual los mejores escritores ingleses son irlandeses, Banville nació en Wexford, en 1945, y desde hace años escribe en la hoy ecuménica Dublín. Allí completó su última novela, El otro nombre de Laura (Alfaguara), un policial que firma su álter ego Black y que a principios del mes que viene llega a la Argentina.
Pese al premio Booker, no se trata de un escritor popular ni aspira a serlo; en la tradición de Joyce y de Beckett, su compromiso, más allá del mercado, es con la palabra y sus posibilidades expresivas. Su compatriota Colm Tóibín escribió que Banville "representa un punto de inflexión dentro de la escritura irlandesa contemporánea", y que "una sensación de perplejidad ante la naturaleza del universo llena sus páginas". Por sobre su condición de irlandés -identidad que le provee temas y constituye la columna vertebral de su narrativa-, la crítica ha destacado "el barniz de un cerebral experimentalismo europeo" y lo ha juzgado un novelista filosófico preocupado por la naturaleza de las percepciones, el conflicto entre lo imaginario y lo real y la soledad existencial del individuo.

Llegué a John Banville por un amigo común de University College Cork, Dermot Keogh, con quien el escritor se inició en el periodismo, allá por la década del 70, en The Irish Press . Después, entre 1988 y 1999, Banville fue editor literario del Irish Times . Nos encontramos en la capital irlandesa, donde el autor de El mar vive con su mujer y dos hijos. La cita fue en Dunne & Crescenzi, un restorán italiano situado a un paso del efervescente Trinity College, cuyos nombres simbolizan la conjunción de gentes en que, de a poco, se está convirtiendo la sociedad irlandesa, en otros tiempos importante foco de emigración hacia latitudes varias, la Argentina incluida. Durante la conversación, Banville, que se definió como "un poeta que escribe en prosa", trazó una lúcida mirada sobre el género policial y ofreció algunas claves de su nueva novela. Conservador, criticó el estado de cosas en Irlanda y afirmó que "el IRA [Ejército Republicano Irlandés] destruyó en gran medida la trama moral de este país".
-Usted fue educado por los Christian Brothers. Esa formación debe de haber pesado en su escritura.
-Sí, fui educado por los Christian Brothers y también por curas diocesanos en St. Peter s College. La educación religiosa es importante para un escritor porque lo llena a uno de mucha culpa y el sentido de culpa es bueno para un narrador de ficciones. Me dieron una educación, un sentido del deber, un mandato categórico sobre el trabajo bien hecho: insistir hasta lograrlo. Fue una buena influencia. Y por supuesto que también nos pegaban y maltrataban, pero como no conocíamos otra cosa eso no nos importaba, estaba aceptado, era lo normal, ni siquiera les contábamos a nuestros padres porque la respuesta hubiera sido: "¿Por qué te quejas? Seguramente hiciste algo malo". Todo eso dio lugar a abusos. Para los irlandeses católicos la religión es muy maniquea: las cosas son blancas o negras. Si te castigaron fue por algo. Si te maltrataban, seguramente lo merecías. Era lo lógico.
-¿Hasta qué punto se siente usted un escritor irlandés?
-Bueno, ésta es una cuestión muy sutil. Los escritores nacen en ciertos lugares y escriben de acuerdo a la lengua de esos lugares. Lo que resulta particular en mi caso, y en el de otros escritores irlandeses, es que escribimos en inglés de un modo singular, escribimos en hiberno-inglés, que es enormemente rico y distinto del inglés-inglés o del inglés-norteamericano.
-Pero usted no adapta su inglés para una audiencia británica o norteamericana
-Cuando escribo, no. Pero es gracioso: cuando voy a Inglaterra o a Estados Unidos hablo un inglés básico que no es el que escribo. El asunto no tiene que ver con el vocabulario sino con la actitud ante el lenguaje. La lengua irlandesa es oblicua: uno no se expresa de un modo directo. Creo que la lengua irlandesa es más una forma de evasión que de comunicación. Y si bien hemos perdido nuestra lengua, se puede afirmar que hay una gramática profunda en nuestro cerebro: hablamos y escribimos inglés sobre la base del hablante gaélico.

-¿Han traducido sus libros al irlandés?

-¡No! Nadie lo haría. Yo estoy sindicado aquí como un west brit , expresión peyorativa que alude a un irlandés cuya sensibilidad es, en realidad, inglesa. Y ciertamente creo que lo soy.
-Long Lankin, su primer libro, es una colección de cuentos. ¿Abandonó el género?
-En aquellos días, empezábamos escribiendo relatos breves con la ambición de que fueran publicados en pequeñas revistas literarias. Era una manera de empezar, aunque los escritores jóvenes sabíamos que los editores no querían cuentos porque, según decían, no podrían venderlos. Nosotros igualmente escribíamos relatos, y por supuesto que el gran modelo era Dublineses , de James Joyce. Todos habíamos leído esa obra. Finalmente abandoné el cuento porque lo que me atraía era la novela. Aunque en realidad tampoco me interesan las novelas, no me gustan y, de hecho, no me considero un novelista. Me doy cuenta de que, a medida que envejezco, soy un poeta que escribe en prosa. Esto, por supuesto, aleja a muchos lectores porque la poesía, según se dijo, es la única obra de arte que uno toma o deja, a diferencia de lo que puede ocurrir al observar un cuadro o escuchar una sinfonía pasivamente al tiempo que se piensa en otra cosa. Yo trato de escribir prosa en ese sentido; los lectores no pueden relajarse mientras la leen, y a muchos eso no les gusta, no quieren esa literatura.
-Sin embargo, su obra es conocida y El mar llegó a ser una especie de best seller
-Eso se debió al premio otorgado a ese libro relativamente simple. El anterior, Imposturas , es un texto oscuro y difícil, y en la práctica nadie lo leyó Probablemente sea mi mejor obra.
-¿Qué lo llevó a ocuparse de Copérnico, Kepler y Newton en algunos de sus libros? ¿Qué relaciones encuentra entre la ciencia y la literatura?
-Cuando a principios de 1970 escribí mi segunda novela, Birchwood , que trata sobre Irlanda desde la época de la Gran Hambruna hasta el presente, me dije: "Bueno, éste es mi libro irlandés. ¿Qué voy a escribir ahora?" Pensé que tenía que alejarme de Irlanda y también recordé haber leído a Arthur Koestler durante mi adolescencia. Volví a él y a los argumentos que creó a partir de Copérnico y Kepler. Y eso fue una inspiración. Aunque yo también quería escribir sobre la creación, sobre el proceso creativo, que me fascinaba. También estaba interesado en la ciencia y en las ideas. Copérnico y Kepler creían en un orden secreto que rige el mundo y eso es lo que los artistas buscan constantemente.
-¿Es posible afirmar que la trilogía integrada por El libro de las pruebas, Ghosts y Athena lo acercó al género policial?
-No las concebí como novelas policiales aunque, en un sentido, todas las novelas son detectivescas por cuanto buscan descubrir algo, resolver una cuestión, y rondan un enigma: el de la condición humana, el del comportamiento humano Si pensamos en Samuel Beckett Beckett era un gran lector de literatura noir

-¿Chandler, Hammett?

-No, no. Me refiero a las novelas policiales baratas que se adquirían en las estaciones ferroviarias francesas, los pulps . El caso es que si uno analiza las novelas de Beckett, advierte que tienen la forma de un thriller ; por ejemplo Molloy , cuyo protagonista de alguna manera es un detective que finalmente no encuentra lo que busca. Y hay también una sorpresa final en la última página de la novela cuando leemos que Moran volvió a la casa y escribió: "Es medianoche. La lluvia golpea las ventanas. Pero no era medianoche ni estaba lloviendo". Todo se derrumba como un castillo de naipes. Al término de Compañía , tras largas peripecias, el narrador termina diciendo: "Y tú, como siempre, solo". Siempre hay un remate inesperado, como en los relatos policiales. Por eso es que Beckett me entusiasma tanto: al leerlo uno no sabe hacia dónde va.

-¿Y en cuanto a su propia producción?

-Y sí, El libro de las pruebas trata de un crimen, pero este aspecto es el que menos importa. Hace algunos años necesité tomar otra dirección y pensé en probarme como autor de novelas policiales. Ocurría, además, que había empezado a leer a Georges Simenon. No tanto las historias protagonizadas por Maigret, que casi nunca pude terminar porque me resultaban previsibles, sino el tipo de narración que él denominaba roman dur , las novelas hard .

-¿El gato, por ejemplo?

-Sí, y una media docena de narraciones que está entre lo mejor que se escribió en el siglo XX, dentro del existencialismo, como el que Camus y Sartre practicaron: El hombre que miraba pasar los trenes La nieve estaba sucia El efecto de la luna La huida Hay en Simenon estilo, vocabulario y una economía que pensé que yo nunca podría lograr y que le permitía a él concebir escenas de gran efecto mediante recursos mínimos. Otro narrador de temas criminales que me interesó fue James M. Cain con El cartero siempre llama dos veces , que es magnífica y que escribió durante un fin de semana: una historia carente de sentimentalismo, oblicua, veraz y sombría. Tiene otra novela titulada Serenade que trata de un norteamericano, cantante de ópera, que es asaltado en México y que se involucra con una prostituta con quien se dirige en auto a Acapulco. En el camino, cerca de una iglesia, los sorprende una tormenta y el personaje atraviesa con su automóvil la entrada del templo, estaciona en medio de la nave, cierra las puertas y junto con la mujer vive dentro del automóvil por tres días. ¡Es increíble! Imaginemos lo que puede hacer el cine con eso ¡ Serenade es un libro maravilloso! Y Richard Stark, que escribió una serie con un personaje llamado Parker, criminal sobre el que se hicieron varios films; la gente aún recuerda Point Blank A quemarropa ], dirigida por John Boorman en 1967, sobre la novela The Hunter . Es una película asombrosa, sombría y económica en sus recursos. Los argumentos de los libros de Stark son como partidas de ajedrez... También leí mucho a Cornell Woolrich.
-Volviendo a su propio trabajo, ¿por qué El secreto de Christine, policial ambientado en el Dublín de los años cincuenta, aparece firmado con el seudónimo de Benjamin Black?
-Mediante ese recurso procuro que mis lectores sepan que se trata de otra clase de literatura y que no es, por ejemplo, una posmoderna broma literaria. Por supuesto que no pretendo esconder que soy el autor de la obra (de hecho, en la contratapa se me identifica): sólo busco indicar que se trata de algo diferente. Lo mismo hice con la segunda novela de la serie, El otro nombre de Laura , que es una historia situada también en el Dublín de los años cincuenta. La del título es una mujer decente corrompida y traicionada por los hombres que están en su vida: su padre, su esposo, su amante... El misterio de la destrucción de Laura es investigado por Quirke, un patólogo dublinés que también tiene un pasado problemático. Los secretos que descubre son oscuros, desagradables y complejos.
-Por sus intereses y por su preocupación estilística alguna vez se ha vinculado su obra con la de Paul Auster. ¿Está de acuerdo con eso?
-¡No!
La contundencia de esta respuesta se repite cuando aborda el tema de la literatura contemporánea, sobre la que, en general, y por lo menos al principio, prefiere no opinar, exceptuando las menciones a Beckett, Nabokov y Borges. Aun así no se priva de evocar la cita de Nabokov sobre el argentino: "Cuando leí a Borges por primera vez pensé que había descubierto una catedral, pero en realidad era sólo un zaguán".
-En el momento en que sus historias comenzaron a ser traducidas, Labyrinths Fictions, quedamos tan sorprendidos -sigue Banville-. Y no sé, ahora me parecen carentes de sangre, de sensibilidad porque la ficción necesita, creo yo, la confusión y el caos de lo cotidiano, y no encuentro eso en Borges. Su escritura es hermosa y placentera, pero ya no leo a Borges. Quizá deba volver a hacerlo.

-¿Y los otros escritores latinoamericanos?

-Últimamente me ha interesado la obra de Roberto Bolaño. Leí tres o cuatro de sus libros y es auténtico. Desprecia la moda del realismo mágico; él es realista aunque con una mirada distinta, su obra tiene un giro extraño. García Márquez fue la causa de que la literatura latinoamericana de algún modo se estancara. T. S. Eliot dijo sobre Finnegans Wake que un solo libro como ése era suficiente. Lo mismo puede decirse, creo, sobre Cien años de soledad el realismo mágico, que por otra parte es una receta muy fácil, ha sido incesantemente repetido. Además, la gente cree que García Márquez fue el primero y se olvida de Alejo Carpentier, que treinta años antes impulsó la novelística latinoamericana.

-¿Qué está ocurriendo en la literatura irlandesa actual?

-En los últimos años he leído poco. No estoy muy al tanto. Y en cuanto a ficción, escribo mucho más de lo que leo. La poesía irlandesa siempre fue muy fuerte y veo que lo sigue siendo. Tenemos excelentes poetas: Seamus Heaney, Derek Mahon, Paul Muldoon Ellos y muchos otros siguen trabajando. Los narradores de algún modo han dejado de lado la voluntad estilística, la cuestión del lenguaje. Es como si dijeran: "Tuvimos ya a los estilistas, tuvimos a los wildes, a los joyces, a los becketts, a los mcgaherns, a los banvilles vamos a comprometernos con el presente, con la vida real". La actual generación está mucho más interesada en cuestiones sociales, políticas y religiosas que lo que estábamos nosotros. Y eso es bueno si logran hacer una literatura permanente, cosa que se sabrá en veinticinco, treinta años, porque a la literatura de ficción le lleva mucho tiempo establecerse.
-Detrás de su trabajo con las palabras debe de haber, ciertamente, una filosofía del lenguaje
-En la década del 60 el debate sobre las palabras, sobre sus posibilidades, estaba muy de moda. Estuve junto a ciertos filósofos clásicos pero ahora soy como un estadounidense pragmático y acuerdo con Emerson, Thoreau, esa gente. En este momento estoy leyendo a William James. Y me siento identificado con la idea según la cual pensar no es negocio para un artista, y trato de no pensar demasiado. Tengo, por cierto, mis recelos en cuanto al lenguaje, aunque no lo desprecio. Cualquiera que se sienta a escribir una carta, a su asesor financiero o a su novia, por ejemplo, sabe exactamente lo que siempre ocurre: al finalizar, la lee y piensa: "Yo no quise decir esto". Es que imaginamos que este instrumento de uso diario, el lenguaje, es simple y directo y que no tiene voluntad propia. Pero la tiene. No soy tan escéptico como para afirmar que las palabras son meros símbolos detrás de las cuales nada hay. Creo, sí, que el lenguaje expresa su significado y encuentra su expresión tanto mediante el vocabulario como a través del ritmo y de las inflexiones.

-Esto se relaciona con su propia escritura.

-Sí, porque me interesa muy poco lo que estoy diciendo. Lo que me importa es cómo lo digo. Curiosamente, me doy cuenta de que si me concentro lo suficiente en mi manera de escribir encontraré la expresión, que no será necesariamente lo que yo buscaba transmitir. Quiero decir que el acontecimiento expresivo ocurrirá. Este fenómeno tiene que ver con la concentración: la cosa, lo que terminará siendo expresión, empieza a resplandecer, empieza a florecer. Esto es lo que la visión artística hace: producir objetos conscientes que revelan su significado.
-¿Cómo se siente en la Irlanda de hoy, inmersa en el despertar del Tigre Celta?
-Eso ha terminado y volveremos a ser pobres y será maravilloso (ríe).

-¿Es muy conservador?

-¡Soy en extremo conservador! Por supuesto que bromeaba cuando hablé de volver a la pobreza No es que yo quiera ver al país empobrecido ni a las nuevas generaciones pasando por lo que yo pasé cuando joven, sin dinero suficiente, con el Estado y la Iglesia unidos para mandarnos de la misma manera que el Estado y el Partido Comunista hicieron en Europa del Este. Nos creíamos libres hasta que conocíamos los Estados que verdaderamente lo eran y entonces comprendíamos cuán privados de libertad habíamos vivido siempre. Cuando antes de 1989 visité los países situados detrás de la Cortina de Hierro pensé: "¡Pero si esto es Irlanda!" De manera que yo no quiero volver a eso. Pero ahora tenemos problemas con la droga, con la violencia Y no culpo totalmente por esto al control de la Iglesia y a su posterior falta de control y colapso, yo hago responsable al IRA, que destruyó en gran medida la trama moral de este país al predicar que por la causa de la libertad se podía hacer cualquier cosa. La de Irlanda del Norte fue una guerra tribal, y los miembros del IRA estaban luchando por sus exclusivos intereses. De hecho, ahora, en la nueva etapa, vemos que muchos de sus integrantes se pasan al mundo del crimen. Entonces, yo culpo al IRA de ser en gran parte responsable de la actual desazón moral del país. No los culpo de todo: la Iglesia tiene una terrible responsabilidad, y los políticos que no hicieron su trabajo, que tomaron dineros públicos y fueron perezosos, también la tienen. Esa guerra destruyó en Irlanda algo que nunca recuperaremos. ¡No los perdono y aún hoy me enfurezco! Y cuando ahora miro hacia Irlanda del Norte y veo que el segundo hombre del gobierno es un terrorista, me digo: "¡Dios mío! ¿Esto fue lo que conseguimos?"
-¿Sufrió la presión de la Iglesia o de la censura cuando empezó a publicar en 1970?
-Oh, no. Llegué tarde para eso, lo cual fue desalentador para mí porque de haber sido censurado me hubiera hecho famoso enseguida. En realidad perdimos, porque el peor obsequio que nos pueden dar es la libertad. Si hay algo que no queremos es libertad. Marchamos y nos matamos por ella y cuando la obtenemos no sabemos qué hacer. La libertad es algo que aterroriza. ¿Qué voy a hacer ahora que soy libre? ¿Quién me va a decir qué debo hacer? Los seres humanos no han nacido para ser libres. Por eso, muchas veces pienso: "¡Traigan de vuelta la Iglesia, traigan de vuelta a los obispos, devuélvanles el poder! ¡Dejen que nos vuelvan a atemorizar!". Por supuesto que ocurrieron cosas graves, pero había respeto, había decencia. Hasta hace diez, quince años, la gente aquí se comportaba de un modo cortés, pero ahora los irlandeses se están convirtiendo en salvajes. Hasta las jóvenes escupen en la calle. Es verdad que se trata de una ofensa menor, pero ¿eso es libertad?
Pese a la fría noche, y acaso porque es viernes, la ventana muestra el creciente ajetreo en las calles que James Joyce retrató para siempre. John Banville alza su copa de vino tinto italiano y, a punto de brindar, exhumo una de las pocas palabras gaélicas en mi haber: " Sláinte! " (¡Salud!). La reacción del novelista es inmediata: "¡Ni siquiera esa expresión ha quedado de la Vieja Irlanda!".

LA NACIÓN



John Banville habla de su 'alter ego' Benjamin Black y de su nueva novela

El extraño caso de Benjamin Black

John Banville habla de su 'alter ego' Benjamin Black y de su nueva novela




CLAUDI PÉREZ

Madrid 23 OCT 2011


A la literatura nunca se llega por casualidad. Jamás. John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) supo que quería ser escritor a los 12 años y no necesitó ir a la universidad para confirmar esa intuición. Prefirió un empleo en la aerolínea Air Lingus y viajar por el mundo durante un tiempo antes de convertirse en periodista y después en samurái. Decía Roberto Bolaño -uno de los autores contemporáneos cuya obra aprecia Banville, y no son muchos-, que la literatura se parece mucho a una pelea de samuráis. Un samurái no lucha contra otro samurái: pelea contra un monstruo; generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. "Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura", sostenía Bolaño.




"El artista es una especie de caníbal: consume realidad, se la come"
"Es mejor que no le pregunte usted a un escritor sobre sus colegas"

Ese hombre reúne en una sola cabeza a los dos samuráis de la pelea: John Banville es el autor de la fascinante El Mar, de Los Infinitos, de un buen puñado de libros magistrales que le han convertido en uno de los grandes talentos de la lengua inglesa. Pero Banville es también Benjamin Black, el pseudónimo con el que se ha adentrado en la novela negra con media docena de títulos que recuerdan al mejor Simenon, a Richard Stark, a James M. Cain. "El arte es una cosa extraña. Bajo el sombrero de Banville puedo escribir 200 palabras al día. Un día decidí que podía convertirme en otro y bajo ese segundo sombrero, en esa segunda piel, puedo irme a comer tras haber escrito un millar de palabras, tal vez 2.000, y disfrutar con ello. Es increíble descubrir cómo otro tipo puede vivir tu vida y usar tus manos y deleitarse con eso. Escribir es un trabajo peculiar... Escribir es como respirar. Lo hago por necesidad. Por mi propia boca, y ahora también por la de Black".
Banville acaba de sentarse en una cafetería de un hotel madrileño. Ha venido a España a participar en el certamen Getafe Negro, y de paso a defender la nueva novela de Black, En busca de April (Alfaguara, traducción del fallecido Miguel Martínez-Lage; en catalán, Bromera), que, francamente, se defiende sola. Banville lo sabe. Es perfectamente consciente de su arte. Por ello a menudo le tildan de arrogante. "Soy arrogante, y a veces desmedido: soy irlandés", confirma. Pide una copa de vino blanco y habla de la literatura y de la vida con naturalidad: "Los hechos y la verdad no son lo mismo", dice preguntado por la frontera entre realidad y ficción en su obra. "La literatura es extraña: yo he escrito varias novelas basadas en vidas de científicos, Kepler, Newton... Esos personajes son reales, pero una vez pasados por la pluma se convierten en ficción. Los novelistas vivimos en un extraño mundo de ensueño, en una realidad borrosa, envuelta en una capa de polvo, mitad real, mitad inventada; yo mismo empecé a pensar en mí mismo como novelista a los 12 años. En esas condiciones, tantos años después, la frontera entre realidad y ficción se difumina. Gente cercana a mí suele decirme, tirándome las palabras a la cara: 'Yo no soy un personaje de tu libro; soy una persona real'. ¿Una persona real? Deberíamos decir esas palabras en voz muy baja. El artista es una especie de caníbal: consume realidad, se la come, la usa, moldea material que saca de otros. Como de alguna manera hace también un actor. Todo eso supone un riesgo. Y hay que asumirlo y disfrutar de la aventura".
Banville ha ganado el premio Booker. Es editor del suplemento literario del Irish Times (además de un crítico feroz). Suele publicar en The New York Times. Ha escrito teatro, guiones y ahora está involucrado también en una serie que emitirá la BBC sobre los libros de Black. Y, no hay que pasarlo por alto, es irlandés. "No resulta sencillo ser un novelista irlandés. Irlanda es una isla pequeña con un número desmesurado de novelistas de gran talla, con gentes fascinadas por sus escritores, por contar historias, por el proceso de escribir, por las propias palabras. Es duro ser escritor en el país de un Joyce, que lo metió todo en los libros, y de Beckett, que lo sacó todo".
Esa desmesura irlandesa no va solo con la literatura. Irlanda está sumida en una crisis oceánica. Para Banville, Dublín es uno de los puntos negros de una metástasis muy extendida. "El capitalismo es como la literatura: extraño", dice llevando el agua a su molino. Tan extraño como para que hasta los miembros del kibutz más antiguo de Israel, esa última esperanza del socialismo igualitario, hayan aprobado mediante votación introducir salarios variables basados en el rendimiento individual. Banville se revuelve en su sofá. "En los viejos años dorados nadie se preguntaba por los sueldos de Wall Street, nadie se quejaba de las subidas de los precios inmobiliarios. La crisis está construyendo un nuevo relato del capitalismo global. El péndulo se mueve siempre entre la codicia y el miedo. Ahora toca miedo, pero la codicia volverá. Para Irlanda, como para España o Grecia, solo hay una vía de salida: más Europa, más política para defender esa construcción que es el Estado del Bienestar. La alternativa es, simple y llanamente, darnos a la bebida".
Banville besa su copa de vino tras esa frase. Y admite que se siente más cómodo en los libros que en la política económica para zanjar el asunto. El escritor argentino Rodrigo Fresán contaba hace unos días que una vez, paseando por Dublín junto a Banville, dieron en un museo con un ejemplar del Irish Times que traía una gran foto de portada de James Joyce. "Apenas hay ya escritores en los periódicos. Aunque últimamente he visto portadas con Jonathan Franzen. Estupendas portadas para envolver los fish and chips". Franzen visto por Banville: papel para envolver comida grasienta. El periodista saca un par de nombres más para tentar a la suerte. "Déjeme darle un consejo: es mejor que no le pregunte usted a un escritor sobre sus colegas". Una vez apagada la grabadora, Banville concede alguna anécdota impublicable y desternillante sobre el mundillo literario. Y deja una recomendación final: "Contra la crisis, novela negra". Palabra de Benjamin Black..

John Banville


John Banville: “El único deber de un autor es escribir buenas novelas”

El irlandés gana el prestigioso premio austriaco de literatura europea


T.K.
28 de abril de 2013

El premio austriaco de literatura europea. Lo que, para muchos, podría sonar a un galardón de lo menos interesante. Y sin embargo una larga lista de ganadores como Italo Calvino, Umberto Eco, Milan Kundera, Antonio Tabucchi, Jorge Semprún y Javier Marías da fe del valor de un reconocimiento que desde 1965 el Ministerio de Educación y Artes de Austria otorga al mejor escritor europeo del año, junto con una dotación de 25.000 euros. Ambos, homenaje y dinero, irán este año al autor irlandés John Banville, justo en el día en el que el escritor ha visitado la redacción de EL PAÍS para un chat digital con los lectores. Su periplo por Madrid continúa con la participación en la Noche de los Libros.
“Lo he sabido hoy, y es maravilloso. Me encantan los premios europeos. De hecho, soy partidario de unos Estados Unidos de Europa”, cuenta el autor sobre el galardón. Banville (Wexford, 1945) reconoce que tanto europeismo “no está muy de moda ahora” aunque insiste en defender el proyecto de la UE: “Durante varios años en Europa hicimos las cosas muy bien. Pero luego llegaron las dificultades económicas, perdimos el dinero y algo se rompió. Empezamos a necesitar un responsable, y acabamos culpando a la UE”, aclara el escritor. 
En el corazón de la redacción, el escritor aguarda pacientemente a las cámaras que le enfocan y a la atención que le rodea. “Me siento como Brad Pitt”, sonríe Banville. Considerado como uno de los grandes escritores contemporáneos, el irlandés cuenta en su trayectoria con obras como El mar, Eclipse y Los infinitos.Y, en 2006, creó un seudónimo, Benjamin Black, para firmar una serie de novelas negras que le han convertido en autor de culto. “El único deber de un autor es escribir buenas novelas. Si se intentan mezclar arte y política, puede que el resultado final sean malas artes y una mala política”, tercia el autor, cuyo último libro publicado en España es Antigua Luz (Alfaguara).
“Escribir para mí es como respirar”, suele decir Banville. Pero, ¿y leer? “Cuando empecé, era una manera de evadir de mi pueblo, de mi tiempo. A medida que seguía leyendo descubrí que era más bien la vía para meterse en el mundo”. Además de verlos a través de los libros, el joven Banville visitó también unos cuantos rincones del planeta, ya que de joven trabajó en una compañía aerea. En el trueque, ganó muchos viajes pero perdió la universidad, lo que acabó en su cajón de los remordimientos. Un cajón abarrotado, por lo visto: "A mi edad, me arrepiento de casi todo".

PREMIOS

1976, Premio James Tait Black Memorial por Copérnico

1981, Premio Guardian ficción por Kepler

Premio Allied Irish Bank Fiction por Kepler

Premio American-Irish Foundation por Birchwood

1989, Premio Guinness Peat Aviation por El libro de las pruebas

Finalista del Premio Booker 1989 por El libro de las pruebas

2003, Premio Nonino a toda su obra (Italia)

2005,Premio Booker por El mar

2006, Premio Irish Book a la mejor novela del año por El mar

2007, Miembro de número de la Royal Society of Literature

Premio Madeleine Zepter

2009, Honorary Patronage of the University Philosophical Society

2011, Premio Franz Kafka

2013, Premio Leteo

2013, Premio Austriaco de Literatura Europea

2014, Premio Príncipe de Asturias de las Letras El 4 de junio de 2014 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.




DIEZ OBRAS DE JOHN BANVILLE



1. Copérnico (1976)
En su tercera novela publicada, Banville se inserta en la profundidad del pensamiento del astrónomo polaco del Renacimiento, sus principales inquietudes con respecto a sus descubrimientos y el impacto negativo que éstos generan en la Iglesia. Este libro recibió el Premio James Tait Black Memorial de la Universidad de Edimburgo. 






2. El libro de las pruebas (1989)



La obra finalista del Premio Broker fue editada en España por Anagrama y aborda la vida de Frederick Montgomery, un hombre de 38 años esperando su juicio por cometer un robo y asesinar a una joven criada. 






3. El intocable (1997)



Esta obra cuenta la historia del historiador de arte homosexual Victor Maskell, que entre 1930 y 1960 fue infiltrado de los rusos en el gobierno británico y acusado de traición en la Cámara de los Comunes por la entonces presidenta, Margaret Thatcher. 






4. El mar (2005)


Este es probablemente el libro del escritor irlandés que más galardones ha recibido, entre ellos el Premio Booker (2005) y el Premio Irish Book (2006) a la mejor novela del año. Nuevamente protagonizado por un historiador de arte, pero esta vez el personaje escapa a su vida para viajar al pueblo donde conoció por primera vez a su esposa, quién ha fallecido recientemente a causa de una enfermedad. El pasado es el único refugio en el cual encontrará algo de consuelo. 



5. Antigua luz (2012)

Una de las novelas más recientes de Banville, Antigua Luz relata la historia de Alexander Clave, un viejo actor de teatro que recuerda a su primer gran amor, la madre del que en aquel entonces era su mejor amigo. 



6. El secreto de Christine (2006)

Esta es la primera novel que Banville escribe bajo el seudónimo Benjamin Black y la primera de la serie Quirke, uno de sus personajes más queridos. La obra aborda conflictos familiares en el marco de una conspiración que termina vinculando a todos los personajes.



7. El Lémur (2008)

La novela se divide y publica en 2007 en The New York Times y es la tercera novela de Black, que relata las andanzas de un reportero irlandés viviendo desdichadamente en Nueva York con una esposa que no ama, un hijo que no lo respeta y una relación amorosa extramarital que está decayendo.


8. Muerte en verano (2012)

Una de las obras más populares del escritor irlandés, Muerte en verano forma parte de la serie Quirke y relata la investigación del Dr. y el inspector Hackett en la muerte del magnate de la prensa Richard Jewel.



9. Venganza (2013)

Banville reúne nuevamente a la familia Clancy y a la Delahaye en una desafortunada circunstancia: un suicidio. También está presente el tan querido Dr. Quirke y el inspector Hackett, quienes entrevistarán a todos los miembros de ambas familias. Pero poco después del suicidio se producirá una segunda muerte que complicará la trama.


10. La rubia de ojos negros (2014)

La última gran novela de Banville revive a Raymond Chandler, y está protagonizada por Phillip Marlowe, un personaje valiente, honesto, ferviente creyente de la justicia y de las ventajas de actuar de manera correcta.



BIBLIOGRAFÍA

Long Lankin, relatos 1970
Nightspawn, 1971
Birchwood, 1973
Copérnico - Doctor Copernicus, 1976
Kepler, 1981
La carta de Newton - The Newton Letter: An Interlude, 1982
Mefisto, 1986
El libro de las pruebas - The Book of Evidence, 1989
Ghosts, 1993
The Broken Jug: After Heinrich Von Kleist, 1994
Athena, 1995
El Intocable - The Untouchable, 1997
Imposturas - Shroud, 2003
Eclipse, 2000
El mar - The Sea 2005
Los infinitos - The Infinities, 2009
Antigua Luz - Ancient Light, 2012
The Blue Guitar, 2015

Como Benjamin Black

El secreto de Christine (Christine Falls, 2006)
El otro nombre de Laura (The Silver Swan, 2007)
El Lémur (The Lemur, 2008)
En busca de April (Elegy for April, 2010)
Muerte en verano (A Death In Summer, 2011)
Venganza (Vengeance, 2012)
Holy Orders (Holy Orders, 2013)
Even the Dead (2015)