jueves, 27 de octubre de 2022

Hebe Uhart



Hebe Uhart


FICCIONES

DE OTROS MUNDOS

CUENTOS

DRAGON


Hebe Uhart

(1936 - 2018)

Nacida en Moreno, provincia de Buenos Aires, Hebe Uhart estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como docente primaria, secundaria y universitaria y colaboró con el suplemento cultural del diario El País de Montevideo. Escribió notas de viajes, crónicas de personajes y situaciones. Publicó, entre otros títulos, el relato ‘Memorias de un pigmeo’ (1992), los libros de cuentos ‘La luz de un nuevo día’ (1983) y ‘Guiando la hiedra’ (1997); la novela ‘Camilo asciende’ (1987) y la novela corta ‘Mudanzas’ (1995). Adriana Hidalgo editora ha publicado ‘Del cielo a casa’ (2003), ‘Turistas’ (2008) y las crónicas de viajes ‘Viajera crónica’ (2011), ‘Visto y oído’ (2012), ‘De la Patagonia a México’ (2015), ‘De aquí para allá’ (2016) y ‘Animales’ (2017). En 2018 la editorial da inicio al proyecto de publicación de la obra completa de la autora comenzando con las ‘Novelas completas’ (2018), continúa con la publicación de los ‘Cuentos completos’ (2019), y finaliza con el volumen de ‘Crónicas completas’ (2020). En 2017 recibió el consagratorio Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, que otorga el Estado de Chile a la trayectoria literaria, uno de los mayores reconocimientos de la lengua castellana. En 2018 falleció en Buenos Aires.

ADRIANA HIDALGO EDITORA


Hebe Uhart



"Tengo la alegría del sobreviviente."
Hebe Uhart


Hebe Uhart

"En mi casa no tenía acceso a la lectura, apenas unos libros de mi hermano, que eran muy teológicos. No fui estimulada a escribir, nadie me pidió ni me obligó a que escribiera. Pero, seguramente, debe haber habido un estímulo subterráneo, alguna cosa que hay en las casas porque, si no, ¿para qué mi mamá me contaba tantas historias? Hasta que un primo, más culto, me dijo: «Tenés que leer a Neruda, a Guillén y a Vallejo». Y los leí. Después entré en la Facultad de Filosofía y empecé a vincularme con otra gente sabia con la cual hablábamos de libros."
Hebe Uhart​

Hebe Uhart en casa



Premian a la escritora Hebe Uhart

La argentina fue distinguida en Chile con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, por el conjunto de su obra.     


1 de agosto de 2017

La escritora argentina Hebe Uhart resultó ganadora del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, dotado con 60 mil dólares, medalla y diploma, por decisión de un jurado internacional reunido en Chile que integraron los escritores argentinos César Aira y Martín Kohan, los chilenos Alejandra Costamagna y Ramón Díaz Eterovic y el mexicano Jorge Volpi.

El reconocimiento es otorgado anualmente por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del gobierno de Chile con el objetivo de distinguir escritores por su trayectoria y aporte al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica.

Desde la creación del galardón, en 2012, Uhart es la tercera argentina en alcanzar la distinción -anteriormente lo hicieron Ricardo Piglia, en 2013, y César Aira, en 2016-, y la segunda mujer que lo gana; la primera fue la mexicana Margo Glantz.

El ministro de Cultura de Chile, Ernesto Ottone, fue quien hizo el anuncio oficial: "Estamos muy contentos que el jurado haya escogido a una mujer, para nosotros es un orgullo saber que es la segunda mujer que lo logra", señaló el funcionario, que se encargó de llamar en persona a la escritora, para comunicarle la noticia. 

Uhart -a quien Fogwill consideraba la mejor escritora argentina- es reconocida en su país y en el mundo como cuentista, cronista y también como tallerista. Ha publicado, entre otros títulos, el volumen de relatos El gato tuvo la culpa, y también dos antologías de cuentos y crónicas que compiló a partir de los trabajos de los asistentes a su taller: Cuaderno nuevo y Nuevas crónicas, todos en editorial Blatt & Ríos. En este sello se publicó también el libro Las clases de Hebe Uhart, de Liliana Villanueva, que reúne notas y reflexiones acerca del oficio de escribir. Otros de sus títulos recientes son Turistas (cuentos, 2008); Relatos reunidos (cuentos y nouvelles, 2011) y Viajera crónica (Crónicas de viaje, 2014). 

Entre otros reconocimientos, Uhart había recibido anteriormente el Premio Konex, Diploma al Mérito por "Cuento: quinquenio 1999-2003", en 2004; el Premio Fundación El Libro al Mejor Libro Argentino de Creación Literaria, por su libro Relatos reunidos, publicado por Alfaguara en 2010, en 2011; y el Premio Konex, Diploma al Mérito por "Cuento: quinquenio 2004-2008", en 2014. 

CLARÍN

Hebe Ubert en su balcón

Hebe Uhart

Una vez me regaló el gajo de un árbol de su balcón. Lo planté y se secó


Leila Guerriero
16 de octubre de 2018

El jueves me llegó un correo. El asunto decía Adiós a Hebe Uhart. Lo abrí sabiendo lo que iba a encontrar. Fogwill y Ricardo Piglia decían que era la mejor escritora argentina. Ella, en su departamento chico con balcón lleno de plantas, rechazaba la aseveración: “No quiero ser la mejor. Es un lugar en el que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”. Escribió más de 20 libros: cuentos, novelas, y unas crónicas viajeras de abordaje extraño: tomaba un bus, se iba a un pueblo y hablaba con la gente que pasaba por ahí. El resultado era de una maestría violenta. Esa mirada a ras del piso le valió el mote de naif. Pero ella era una navaja: “Naif, dicen, como si una fuera medio tarada. Yo no soy inocente. Lo que sí tengo es esa veta medio optimista”. Fue una adolescente mística emperrada en lavarse con jabón para la ropa en un ejercicio de ascetismo que se inventó después de escuchar que “a los tibios los vomita el Espíritu Santo”. Fue maestra rural, profesora de filosofía, novia de novios complejos. A uno, alcohólico, lo llamaba “el borracho de la mañanita”. Mientras hablaba y fumaba, miraba hacia todas partes como un animal acorralado, pero tenía una inteligencia travestida de un fraseo coloquial y sin filtro: “Me empezaron a interesar los monos. Fui cinco veces a la jaula de los chimpancés en el zoológico. No fui más porque el elefante está al lado, y se bañaba en barro y me enchastraba la cabeza”. En 2017 ganó el Premio Manuel Rojas, en Chile. Se lo entregó la presidenta Bachelet y le escribí para preguntarle cómo le había ido. “Me fue bien”, respondió, “fueron tres amigos y cinco alumnos. Antes tenía miedo de todo, pero salió sencillo y agradable”. Una vez me regaló el gajo de un árbol de su balcón. Lo planté y se secó. Tiempo después me preguntó cómo estaba el arbolito. Le dije que muy bien, muy lindo. La quería, y no quería que sufriera.

EL PAÍS

Hebe Uhart

La pequeña gran Hebe Uhart

La venerada escritora argentina murió el 11 de octubre, a los 81 años. La autora de este texto le rinde un homenaje desde su experiencia de lectura de su obra, pero también desde los ojos de las periodista Leila Guerriero, que le dedicó más de un escrito a la narradora de Turistas y Mudanzas.
24 de octubre de 2018

Esta semana, una de esas inhumanas madrugadas, después de dejar a mi hija en el colegio y mientras manejaba de vuelta a casa, vi a un hombre que se bajó de su camión y, de una bolsa, empezó a lanzar migas de pan a las palomas que se reunían a sus pies; vi a un niño con cara de dormido y bueno que vestía una polera negra con el tenebroso esqueleto de un tórax pintado en blanco como diseño que lo hacía parecer demasiado malo; vi un jacarandá que llovía sus flores moradas con un esmero envidiable; vi un padre medio dormido (todos estamos medio dormidos a esa hora) que cargaba las mochilas de sus dos hijos pequeños: uno iba zombie detrás de él y la otra, por delante, iba llorando rabiosamente. “Buenos días”, “buenos días”, todos medio dormidos nos saludamos.

De pronto me di cuenta de dos cosas: una es que después de mucho tiempo, estaba disfrutando de algo; algo simple, algo como ver la vida pasar, sintiendo el placer de ver. Y, la otra cosa, es cuán presente ha estado estos años en mi vida esa disciplina de ver las cosas, las personas, los lugares que tenía la escritora argentina Hebe Uhart (Buenos Aires, 1936-2018) quien murió este 11 de octubre negro. No es cosa fácil comprender lo que Uhart estaba diciendo en sus libros; eso de abandonarse a la rudeza de la vida, despojarse de todo lo que te hace fuerte, de creencias idiotas como que la “vida es bella” o “todo a va estar bien”; la vida es al revés. La vida que nos contamos a nosotros mismo es muy distinta de la vida que tenemos. Lo normal es el dolor y los daños que se acumulan; seguir adelante como si nada, viajando, escuchando y viendo y, si puedes, escribiendo, es cuestión de ser bueno.

El magistral perfil que Leila Guerriero hizo sobre la escritora, y que no por nada se titula “Hebe Uhart, la escritora oculta”, empieza citando el credo humilde de Uhart: “Tengo muy pocos principios o convicciones firmes. Pero sí creo en que debemos tratar bien a los que tenemos cerca y en que todas las personas tienen derecho a momentos de placer, alegría o como se llame”. Momentos de placer, derecho a la alegría, solo alguien absolutamente lúcido se da cuenta de que la alegría y el placer vienen en pedacitos chiquitos, imperceptibles como un cupcake alado de un pastel de bodas. Siempre apostó por lo mínimo, el detalle y lo moderado, alguien que ha sido considerada, por escritores como Fogwill, Costamagna, Aira y Piglia, “la mejor de las escritoras argentinas”, que es editada por Adriana Hidalgo, que ganó montón de premios literarios, entre ellos el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en Chile (2017), y que escribió más de veinte libros entre novelas, como Camilo Asciende (1987) y Mudanzas (1995); cuentos muchos, muchísimos, como “Dios, San Pedro y las almas” (1962), “La luz de un nuevo día” (1983), “Impresiones de una directora de escuela” (2010) y uno rarísimo que personalmente releo cada cierto tiempo para recordarme y confirmarme que no soy nada especial y que deje de perder tanto tiempo en mí y que se llama “Él” (2010). En los últimos tiempos ha escrito crónicas que son de lo que más me gusta de ella, con un estilo que Guerriero ha llegado a definir como el de “cronista arbitraria”, llega a un lugar, pregunta qué hay para ver y ella va, entrevista, ve y escucha. Es lo que más me gusta de Uhart, esa su soltura y desparpajo que tenía para subirse a un bus, una bondi o un avión y partir, volver y escribir. Sus títulos casi lo dicen todo (ella nunca lo dice todo): Turistas (2008), Viajera crónica (2011), Visto y oído (2012), De la Patagonia a México (2015) y Animales (2018). Aún busco estos dos últimos libros para toparme con algo como esto: “Yo entré a la facultad de Filosofía y empecé a conocer una serie de personas fascinantes. Cristina, por ejemplo, tenía veinte años y ya tenía una nena de seis años, una nena con lentes gruesos. Ella la presentaba así: ‘Mi hija. Es un poco menos estrábica que Sartre’. También Ester; cuando le pedí que paráramos en un lugar a tomar un café, me dijo: ‘Yo acá no entro; acá tengo fantasmas’. Primero me asusté puerilmente y después comprendí lo que era una imaginación refinada: claro, eran fantasmas privados” y revivir ese efecto que tienen sus libros y que Guerriero tan bien define como su marca: “Ese borde que se mueve entre el pánico y la euforia, que se parece a la risa y que a veces son simples ganas –ovilladas- de llorar”.

A pesar de todo ese peso que le da el éxito al que ella huye como una quinceañera humillada, Uhart apuesta por la simpleza, el pragmatismo y lo chiquito. Hija de una madre rígida, estudió filosofía porque le gustaba y para maestra porque tenía que comer. Estuvo con un hombre casado, uno alcohólico, un ingeniero y un mujeriego. Sobrevivió a toda su familia. Un tiempo nadie la quería publicar, fue alcohólica, ganaba poco, quería poco, y aun así no dejó de inclinarse por la alegría, la bondad y las personas. Tuvo muchos amigos y escribir le daba alegría. Pero temía que la fama la aislara, decía: “Es un peso demasiado grande. Es un peso que no quiero admitir. No quiero ser la mejor escritora argentina. Es un lugar en el que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”. “A mí me gusta lo moderado. El éxito inmoderado me haría mal”. Todo esto lo dice la escritora que inventó una nueva manera de valorar los libros y la crónica, no por la “mirada”, sino por lo visto y oído. Esa grandilocuencia de los críticos de decir que la mirada lo es todo en un texto y en el estilo, para ella la mirada es solo eso, una grandilocuencia.

A ella le gustaba ver, acercarse al detalle y al escribirlo nos revelaba la grandeza de eso que no se puede asir o guardar, no era apegada a nada. Nos revelaba esa certeza incierta que nos asalta cuando nos preguntamos sobre lo que quiso Dios para nosotros. Algo así como lo que escribió en su relato “Memorias de un Pigmeo”: “Y así el espíritu nos castigó y nos prohibió sembrar. Nos dijo que cazáramos y así cazamos al elefante de tres maneras. La primera es haciendo una fosa que rellenamos con hojas, cuando el elefante pasa por ahí, pierde pie y cae. El elefante no mira para abajo cuando camina porque su deber es sostener el aire; está atento al aire y de repente, ¡zas!, cae con todo su peso. La segunda forma es cuando el elefante va por el camino del agua: vamos cuarenta de nosotros y lo esperamos escondidos detrás del matorral, nos subimos a lo más alto del árbol, caemos todos juntos sobre él y lo matamos a flechazos. Siempre muere uno de nosotros, pero el leopardo produce más gente de su propia sustancia. La tercera manera de cazar es secreta”.

Leerla es como estar a la altura de los pigmeos, cerca de los detalles, agachados como buscando hormigas para mirarles a los ojos. Lo mismo su vida, que su escritura, amante de los animales, de los monos en especial, prefería que la alojaran en un hotel de tres estrellas –“Hasta tres estrellas yo puedo con el hotel, más de tres, él me puede a mí”- y cuidaba con un esmero religioso su jardín que tenía en el pequeño balcón del departamento en el noveno piso donde vivía en Buenos Aires. “El mundo de Hebe Uhart está repleto de seres así: aislados, inadvertidos, dolorosamente lúcidos. Sobre el telón de fondo de su mutismo tierno, de su tragedia enfurruñada, ella despliega la crueldad de la jauría. Y cuenta lo que hace esa jauría con los débiles”, otra vez y última, Guerriero.

Así es con los libros de Hebe Uhart, una mañana te ves a ti misma viendo a los otros, al paisaje, los jardines, los animales y te das cuenta de que ves el mundo por primera vez, con la misma ingenuidad y asombro que ella, sin ser presa ni víctima, sin exigirle al mundo una respuesta y, lo más hermoso de todo, sintiéndote uno de sus seres, de esos a los que el mundo no les debe nada.

OPINION




La escritora argentina Hebe Uhart en Buenos Aires.
La escritora argentina Hebe Uhart en Buenos Aires.D. GENTINETTA


Muere Hebe Uhart, escritora de lo mínimo

Reconocida antes por sus pares que por el gran público, la mejor cuentista argentina abrió la literatura a los pequeños detalles


Federico Rivas Molina
Buenos Aires, 12 de octubre de 2018

Uno de sus relatos más famosos se titula El budín esponjoso (1977) y dice así: “Yo quería hacer un budín esponjoso. No quería hacer galletitas porque les falta la tercera dimensión. Uno come galletitas y parece que les faltara alguna cosa”. Hebe Uhart, fallecida el jueves a los 81 años en Buenos Aires, fue una narradora de lo ínfimo, una espía de mirada fina que pasó por el mundo como en un constante viaje, refractaria a la fama y el narcisismo que, según ella misma decía, llevaba a sus colegas argentinos a escribir para impresionar. Cuando le recordaban que Rodolfo Fogwill proclamaba que era “la mejor escritora de la Argentina”, Uhart solía responder siempre con la misma frase: “¿Qué quiere decir eso? Nada”, y huía a la mirada de su interlocutor. Fue maestra de escritores, amada y respetada para todos aquellos que la consideraban casi un tesoro personal. La fama alcanzó a Uhart en sus últimos años de vida, cuando sus cuentos, novelas y relatos de viaje llegaron a las grandes editoriales.



Uhart nació en Moreno, en las afueras de Buenos Aires, en 1936, y se mudó a la capital cuando tenía poco más de 20 años para estudiar Filosofía. Fue también maestra rural y, siempre, escritora. Desde que tenía memoria. A los nueve años, sin amigos para jugar, se sentaba para escribir entre lápices de colores. Luego fue su mirada aguda, oculta en unos pequeños ojos oscuros, la que la convirtió en espía de la realidad. Sus relatos de viaje son evidencia de ello. Era curiosa y buscaba los detalles en los pueblos pequeños, donde habla el barro y la gente esconde tras frases hechas sus luces y sus miserias. “Me siento en la plaza del pueblo y miró los comercios, los carteles de publicidad”, contó en una entrevista reciente. Se refería a los carteles de las pequeñas tiendas, esas que conocen muy bien a los clientes a los que debe convencer. A partir de allí, Uhart creaba un mundo.



"Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta", escribió sobre ella Haroldo Conti, autor del prólogo de su libro La gente de la casa rosa (1972). Era la “mirada Uhart”. Así, recorrió la Patagonia, decenas de pueblos pequeños de Buenos Aires, Córdoba y otros muchos lugares ocultos. En una charla con la escritora argentina Mariana Enríquez, publicada en la revista Anfibia, recordó su pasión por los animales, punto de encuentro obligado con los habitantes de esas zonas rurales que tanto exploraba con sobrevuelo anónimo. “Para variar, le pedí que me hablara de las costumbres de los animales. Me dijo: el caballo es mejor guardián que el perro, yo tenía uno que con el hocico me abría la tranquera, al caballo hay que saber palenquearlo. Uno ve a un caballo de frente y es un cristiano”, contó.


La muerte de la escritora encontró a Enríquez en la presentación en Buenos Aires del libro Kentukis, la última novela de su compatriota Samanta Schweblin. "Hebe Uhart fue una maestra de escritoras”, resumió. A su turno, Schweblin dijo que la conoció en una mesa organizada por el centro cultural San Martín. Uhart habló última, cuando el público estaba casi dormido de escuchar a los escritores hablar de su vida. Y les dio un cachetazo en el rostro. "Les voy a contar un sueño. Soñé que cogía con Maradona", dijo, y comenzó a relatar ese sueño.


Uhart publicó la mayor parte de su obra en pequeñas editoriales. Incluso hasta no hace muchos años, sus libros se conseguían en mesas de saldo de la calle Corrientes. Admirada en el ambiente, su consagración llegó hacia el final de su vida. Recibió dos Premios Konex, uno de la Fundación El Libro y otro del Fondo Nacional de las Artes, en 2015. Cuando llegaron los premios su luz llamó la atención de Alfaguara, que publicó sus Relatos reunidos. En los últimos años se había convertido  en una autora fija en el catálogo del sello Adriana Hidalgo, que en los próximos meses reunirá en tres tomos sus novelas, cuentos y crónicas. La fama no la alejó de su pequeño piso en Almagro, un barrio de clase media donde daba sus talleres y solía recibir amigos. El año pasado fue galardonada en Chile con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. Cuando le tocó agradecer al jurado, leyó un texto que fue también una declaración de principios. “Pienso y siempre pensé que la conciencia de la propia importancia conspira contra la posibilidad de escribir bien, más aún, pienso que la hipertrofia del rol le juega en contra a un escritor y a cualquier artista. Cuando veo que alguien hace gala de su rol, sospecho que no escribe bien”, dijo. Se mantuvo fiel a sus palabras hasta el último día, como habitante de fronteras.


EL PAÍS





Maestra del trazo único

El nuevo volumen de crónicas de Hebe Uhart relata magistralmente su visita a 10 comunidades indígenas


Carlos Pardo
24 de octubre de 2017

En su ensayo Sobre el estilo tardío, Edward Said se fijaba en el trabajo contra corriente de algunos artistas al alcanzar su madurez. En vez de obras armoniosas, sosegadas y con los “secretos del oficio”, las entregaban problemáticas, descompensadas, más jóvenes que las de los jóvenes de edad. El paradigma sería el Beethoven de los últimos cuartetos. Los hispanohablantes tenemos la suerte de percibir el mismo proceso en la argentina Hebe Uhart (Moreno, 1936). Después de una magistral obra de ficción (los cuentos de Guiando la hiedra o la novela Camilo asciende), cuando apareció su primer libro de crónicas, Viajera crónica (2011), Uhart no se cansó de responder en las entrevistas: se me agotó la ficción y salí a mirar el mundo, no quería repetirme. Es una manera humilde de decirlo: la fortuna de que un estilo tan particular como el suyo pueda reinventarse en un género expansivo como la crónica es una alegría para el futuro de la literatura, como demuestra De aquí para allá, cuarto libro de crónicas de Uhart, y primero con una temática común. Uhart reúne 10 crónicas sobre comunidades indígenas de América del Sur, desde Carmen de Patagones, en la frontera de la Patagonia, hasta la costa que une Colombia y Venezuela, pasando por Tucumán, El Chaco Salteño, las comunidades de Otavalo en Ecuador o de Iquitos en Perú. Una pluralidad de formas de vida en movimiento, de comunidades mixtas y orígenes mapuches, guaraníes, toba, quom, wayuu, etcétera.


La fórmula de Uhart es similar en casi cada crónica: pertrechada de conocimientos precisos de la historia escrita y oral de la comunidad que visita, Uhart se sienta con mujeres y hombres y los observa y escucha, especialmente atenta a los detalles significativos y las modulaciones del habla (Visto y oído fue el título de otro de sus libros de crónicas). También le gusta que el azar modifique su plan previo de trabajo y la ayude a disimular cualquier voluntad sistemática: parece que ella ha llegado ahí casi de milagro, como excusa para que alguien hable. No obstante, el resultado es más ambicioso de lo que parece: la recuperación de relatos y resistencias silenciados por la historia oficial conforma casi una historia secreta del continente. Pero si algo desmonta De aquí para allá, además de los mitos del origen, es la propia estabilidad del concepto de historia, su “sentido”; y si hay algo común a estos pueblos indios es su distancia respecto a una concepción de la forma estática y fija: su “esencia” es la transformación.


Varios temas obsesionan tanto a la cronista como a los entrevistados: las fronteras y la relación con la tierra, el nomadismo forzoso, el desarraigo entre dos mundos, las relaciones traumáticas con el nombre propio (que a veces otorga la empresa poseedora de la tierra), la organización estratificada tanto fuera como dentro de la comunidad, las relaciones con la Iglesia (normalmente evangélica), la presencia nutricia del monte, los ritos de la primera menstruación y, por supuesto, la relación con la propia lengua y con la memoria. Para estas vidas “nudas”, a veces despojadas de papeles y atributos oficiales, el silencio es un patrimonio: “Nosotros nos callamos porque con eso nos defendemos, si no nos destruirían mucho más”.

La de Uhart es un prodigio de escritura lacónica, rápida, de un solo trazo pero flexible por su ironía. Uno se pregunta qué debería suceder para que una de las grandes de nuestro idioma sea más conocida internacionalmente o, por no pasarme de enfático, publicada íntegramente en España.


EL PAÍS




LAS NOVELAS COMPLETAS 
DE HEBE UHART

Hebe Uhart
Novelas completas,
Editorial Adriana Hidalgo
371 páginas. 1ª edición de 2018.

Desde hace unos años, cada vez me estaba encontrando más con el nombre de Hebe Uhart (Moreno, provincia de Buenos Aires, 1936-Buenos Aires, 2018) como una de las figuras destacadas del cuento argentino. Cuando esta autora murió en 2018, la editorial Adriana Hidalgo se propuso sacar sus obras completas en tres volúmenes: Novelas completasCuentos completos y Ensayos completos.

El primero en llegar a España, donde la editorial argentina tiene distribución, ha sido el de las Novelas completas. Lo compré en la Librería Juan Rulfo de Moncloa el día en que presenté, junto a su autor, el volumen de cuentos Lejos del champán de Carlos Torrero.

Estas Novelas completas están formadas por las siguientes nouvellesLa elevación de Maruja (1974), Algunos recuerdos (1983), Camilo asciende (1987), Memorias de un pigmeo (1992), Mudanzas (1996) y Señorita (1999). Suelen abarcar entre 40 y 70 páginas.

Los escenarios característicos son las afueras de Buenos Aires o los pueblos de la provincia (sobre todo Moreno y alrededores, que es de donde procede la escritora). Los personajes suelen hablar de Buenos Aires como de una gran urbe que se rige por ritmos y costumbres extrañas para ellos, que se sienten gente sencilla o apartada de la modernidad.

En La elevación de Maruja, Uhart comienza presentándonos a Arturo: «En un barrio de clase media acomodada sin pretensiones, vivía don Arturo, industrial jubilado» (pág. 21). A don Arturo se le acaba de morir su mujer, y unas cuantas páginas más tarde su soledad y rutina se verán asaltadas por la llegada de su ahijada Maruja, una chica que huye de un hogar infeliz. «Cuando cayó en la casa de don Arturo fue por dos motivos: se enteró de que se había muerto su madrina, quería consolar a su padrino y quería vivir en la casa de él un tiempo para seguir estudios de danza» (pág. 27).

Las costumbres y aspiraciones de Maruja chocarán con la vida ordenada de don Arturo.

La novela está contada en tercera persona, pero en momentos puntuales emerge la presencia de una narradora, que se podría identificar con la propia escritora, y que parece contar la historia que su personaje (Maruja) le contó a ella. En este sentido, la narración tiene algo de decimonónica, pero tomando este recurso desde la ironía. En la novela se habla también del pueblo de Navarro, y durante varias páginas Uhart describe las peculiaridades de las gentes de ese pueblo. En gran medida, uno de los temas principales de estas nouvelles es la crítica de costumbres de la clase media o provinciana. Pero en ningún caso se hace desde un punto de vista hiriente, ya que la narradora no se sitúa por encima de sus personajes, sino que los comprende y los acompaña en sus periplos entre la provincia y la capital. También se hace uso de un fino humor, que en muchos casos pasa casi desapercibido, pero que adereza las narraciones con un aire de broma continua. Además, las costumbres que Uhart critica aquí, o con las que juega de modo burlesco, a menudo son tan extrañas o surrealistas que, en ocasiones, parece que los postulados de sus novelas se acercan a los de la «novela del absurdo». En algunas reseñas recientes he hablado de un género muy practicado por los argentinos y que se ha bautizado como «neofantástico». En apariencia, en la narración no se rompen las reglas de la realidad (no hay fantasmas, nadie vuela, etc.), pero las acciones de los personajes ante una realidad inusual parecen regirse por una lógica propia. Estoy pensando en algunos de los cuentos de Federico Falco o en algunas páginas de César Aira. Así, por ejemplo, Maruja y su pareja tienen la oportunidad de viajar a París; ésta es la descripción que hace Uhart de la impresión que esta ciudad causa en Maruja: «Lo primero que llamó la atención de Maruja en París fue la cantidad de gente con perros: una vez en la misma cuadra vio tres, dos hombres y una mujer. Todos esos perros estaban haciendo pis casi al mismo tiempo, pero sus dueños no atendían a esa función: cada dueño permanecía erguido y reservado, como sumido en pensamientos muy privados e importantes» (pág. 41). En el párrafo anterior se puede percibir la peculiar mirada de Hebe Uhart sobre el mundo que describe y su fino sentido del humor.

Los personajes de Hebe Uhart quieren «elevarse», como ya anuncia el título de esta primera nouvelle; es decir, pretenden trascender su entorno y su condición social y tener opiniones y actitudes más sofisticadas sobre el mundo que les rodea. Esto se verá de forma muy clara en Algunos recuerdos, la segunda narración. Aquí parece que Uhart usa su memoria para construir su propia historia de niña de provincia, y habla del mundo de las relaciones familiares en la infancia. Pero en cualquier caso –como he leído en algunos análisis sobre la obra de esta autora– no podemos hablar de obras autobiográficas, porque Uhart retuerce y modifica sus recuerdos hasta convertirlos en ficción. En Algunos recuerdos aparece, por primera vez, la figura de «la tía loca», que llama poderosamente la atención de la niña (esta nouvelle está contada desde el punto de vista de una niña que observa el mundo de los adultos) por su capacidad de romper las normas del mundo de los mayores. Este motivo de «la tía loca» volverá a aparecer en alguna de las nouvelles de este volumen: se trata de un personaje que está basado en un familiar real de la autora. «¿Cómo puede ser que una chica tan grande, de dieciocho años, quede tan fascinada delante de un frasco de caramelos?», se pregunta la niña Luisa (protagonista de esta narración), al mirar a otra chica que ya tiene citas con chicos, en la página 78, y este interrogante nos da, en gran medida, el tono de la nouvelle. Cuando Luisa crezca, la fascinación por la «tía loca» se transformará en cautela, porque se da cuenta de que le avergonzaría presentársela a un chico con el que ha empezado a salir. Y en este ocultamiento, en esta vergüenza, en este «guardar las apariencias» reside en gran medida la clave del mundo adulto, y de la crítica de costumbres que lleva a cabo Uhart en sus obras.

Después de las nouvelles anteriores, Camilo asciende me ha parecido inferior a lo ya leído y, hasta cierto punto, he tenido la sensación de que no me aportaba ideas nuevas con respecto a las de las obras anteriores. Una familia del pequeño pueblo de Paso del Rey deseará trasladarse a Moreno, un pueblo cercano más grande. Veremos aquí el contraste entre los inmigrantes italianos recién llegados a América y los ya asentados. De nuevo, el deseo de «elevarse» o aparentar será el motor de la historia. Los personajes parecen situarse en el mundo a través de la mirada de los demás sobre ellos, nos dice aquí Uhart, y esto es tan patético que no deja de ser cómico.

El libro alza de nuevo el vuelo en Memorias de un pigmeo, que quizás sea la narración más original del volumen. En un pueblo indeterminado, situado en África, o bien en una África imaginaria y no realista, unos misioneros se dan cuenta de que Udo es un niño con talento para el estudio y consiguen apartarle de su tribu y llevarle a la ciudad para que pueda estudiar y formarse. El choque cultural será fuerte para Udo. De nuevo, tenemos aquí el humor para realizar la crítica de costumbres, pero en esta narración la evolución vital del personaje eleva la nouvelle y la hace más trascendente. Creo que Memorias de un pigmeo es la narración que más me ha gustado de las seis recogidas aquí.

Mudanzas es una narración muy parecida a Camilo asciende, que también contiene elementos de Algunos recuerdos. Esta nouvelle no despertó en mí el mismo interés, porque de nuevo tenía la sensación de repetición de ideas narrativas. Aunque compruebo ahora que miro mis anotaciones que en esta narración se emplea –más que en otras– el recurso de la frase hecha con intención crítica y cómica.

En Señorita, sexta y última nouvelle, parece que Hebe Uhart vuelve a usar sus recuerdos de infancia y adolescencia para escribir. Si bien en Algunos recuerdos el punto de vista era el de una niña, ahora parece ser el de una persona adulta que recuerda su pasado. Vuelven a repetirse anécdotas, como la lectura de los diarios de León Bloy. En Señorita se le cuenta al lector, por primera vez, que la narradora ha empezado a escribir cuentos: esto ha hecho que el texto cobrara más interés para mí.

Como conclusión diré que de las seis nouvelles he disfrutado realmente con tres: La elevación de MarujaAlgunos recuerdos y Memorias de un pigmeo. En las otras tres (Camilo asciendeMudanzas y Señorita) notaba que me hablaban de sucesos y temas narrativos que la autora ya me había contado –de un modo mejor– en otras páginas. Tengo además la sensación de haberme equivocado al acercarme a la obra de Hebe Uhart, una autora reconocida sobre todo por sus cuentos. Debería haber empezado por sus Cuentos completos que, por lo que he leído, son la parte principal de su obra y el espacio donde Uhart ofrece todo su talento narrativo. De hecho, tengo la impresión de que el impulso narrativo de Uhart, su distancia natural, es el cuento, y que estas nouvelles, en gran medida, son cuentos que se le hicieron largos, que no estaban planificados como novelas. No sé si será pronto, pero he decidido leer los Cuentos completos de Hebe Uhart. Ya hablaré de ellos.






BIBLIOGRAFÍA

Novelas

  • 1974: La elevación de Maruja
  • 1983: Algunos recuerdos
  • 1987: Camilo asciende
  • 1992: Memorias de un pigmeo
  • 1996: Mudanzas
  • 1999: Señorita
  • 2018: Novelas reunidas
  • 2019: Novelas completas
  • 2021: El amor es una cosa extraña

Cuentos

  • 1962: DiosSan Pedro y las almas
  • 1963: Eli, Eli, lamma sabacthani?
  • 1970: La gente de la casa rosa
  • 1976: El budín esponjoso
  • 1983: La luz de un nuevo día
  • 1986: Leonor
  • 1997: Guiando la hiedra
  • 2003: Del cielo a casa
  • 2004: Camilo asciende y otros relatos
  • 2008: Turistas
  • 2010: Relatos reunidos
  • 2013: Un día cualquiera
  • 2014: El gato tuvo la culpa
  • 2019: Cuentos completos

Crónicas

  • 2011: Viajera crónica
  • 2012: Visto y oído
  • 2015: De la Patagonia a México
  • 2017: De aquí para allá
  • 2018: Animales
  • 2020: Crónicas completas

Sobre Uhart

  • 2015: Las clases de Hebe Uhart (de Liliana Villanueva)​
  • 2018: Maestros de la escritura (de Liliana Villanueva)

Adaptaciones teatrales

  • 2009: Querida mamá o Guiando la hiedra (dirigida por Laura Yusem)

WIKIPEDIA







jueves, 6 de octubre de 2022

Annie Ernaux / Premio Nobel de Literatura 2022

 

Annie Ernaux




DE OTROS MUNDOS

RIMBAUD
DRAGON

PESSOA
DANTE


Annie Ernaux

(1940)

Annie Ernaux

Memoria detallada de las vidas

La escritora se usa como sujeto de investigación para hablar de conflictos y pasiones universales partiendo de los suyos


Aloma Rodríguez
22 de enero de 2016

Annie Ernaux. Memoria detallada de las vidas
Annie Ernaux.LEEMAGE / CONTACTO


En 1940 en un pequeño pueblo de Normandía, Lillebonne, nació la segunda hija de un matrimonio de trabajadores —la primera había muerto de difteria a los seis años en 1938—. A esa hija única, hasta donde ella supo durante años, dedicaron sus esfuerzos y en ella depositaron sus esperanzas: querían que ella lograra el ascenso social que ellos apenas habían comenzado al abrir la tienda-bar en Yvetot, un pueblo de unos 7.000 habitantes, y se concentraron en darle la mejor de las educaciones posibles a su alcance. La niña, Annie, de soltera Duchense, estudió en la Universidad de Rouen y obtuvo una plaza como profesora en 1967, cuando ya era una mujer casada y tenía un hijo. Su padre murió dos meses después de que ella obtuviera el puesto. Su madre murió en 1986, enferma de alzhéimer y de cáncer. En 1974 publicó su primer libro, Los armarios vacíos, una novela sobre una estudiante que aborta de manera clandestina que firmó con el apellido de su marido y que ya no ha abandonado: Ernaux.

Es casi la mitad de la biografía de la escritora francesa (falta el divorcio, la pasión amorosa, la enfermedad, la curación y los celos) y son casi la mitad de los temas a los que se ha dedicado: en su caso, vida y literatura van tan de la mano que a veces parecen indistinguibles. En 2011 apareció un volumen en Gallimard, donde ha publicado todos sus libros, que reunía una selección de sus mejores obras precedidas de fragmentos de su diario —que mantiene desde 1957 y conserva desde 1963— y algunas fotos. Tiene por título Escribir la vida. En el prólogo explica Ernaux: “No mi vida, ni su vida, ni siquiera una vida. La vida, con lo que contiene que es lo mismo para todos pero que cada uno experimenta de manera individual: el cuerpo, la educación, la pertenencia y la condición sexual, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad, el duelo”. 

Una larga trayectoria

 Como sucedió con Patrick Modiano —y no es la única relación que puede establecerse entre ambos escritores (la obsesión, la vuelta a los lugares y a las escenas de la infancia, la importancia del espacio, las calles y los detalles, por ejemplo)—, la obra de Annie Ernaux ha encontrado cobijo en diferentes sellos editoriales españoles: la editorial Sagitario, hoy desaparecida, tradujo su primer libro en 1976 y Seix Barral publicó Una mujer —un libro sobre su madre— en 1988. Tusquets ha publicado algunos de sus libros más celebrados: El lugar —sobre su padre y donde lugar se refiere tanto a la posición social como al espacio; le valió el premio Renaudot el mismo año en que Marguerite Duras ganó el Goncourt por El amante—, El acontecimiento —cuenta su aborto clandestino cuando era estudiante— o La vergüenza —vuelve a una episodio que no ha podido sacarse de la cabeza durante años: la tarde en que su padre estuvo a punto de matar a su madre. A partir de ahí, Ernaux elabora una detallada descripción de sus características familiares y de su educación. Herce publicó dos magníficos libros de Enaux: La ocupación —el relato de la conquista de los celos y la imagen de la otra mujer de su vida y sus pensamientos— y Los años —a partir de imágenes que conserva, acomete un relato personal y colectivo de Francia desde la posguerra. Obtuvo el premio Marguerite Duras, el François Mauriac y el premio de la Lengua Francesa al conjunto de su obra—.

Dos sellos independientes coincidieron en poner el ojo en esta singular escritora: KRK y Cabaret Voltaire. El primero traducía una de las últimas producciones de Ernaux, La otra hija, publicada en Francia en 2011, y el segundo traducía por primera vez al español La mujer helada, su tercer libro, publicado en 1981. Entre ambos han pasado treinta años y no abarcan toda la trayectoria de la normanda, pero permiten hacerse una idea de la evolución de la escritora.
 

Vida conyugal

La mujer helada encierra una reflexión sobre el papel de la mujer, es un grito de protesta por haber sido relegada a un segundo plano y es un homenaje a todas las mujeres de la vida de Annie Ernaux: sus heroínas van desde su madre y algunas vecinas hasta Scarlett O’Hara, pasando por una compañera de colegio o Simone de Beauvoir.

La mujer helada recoge el sentimiento de perplejidad de la narradora al darse cuenta de que ha pasado de ser una niña soñadora, una lectora voraz, “Bovary mi hermana mayor”, dice, a estar atrapada en un matrimonio que no se parece al de sus padres, en el que era el padre el que cuidaba de la hija y se ocupaba de las tareas domésticas. El cuidado de la casa y la crianza del hijo parecen ser todo a lo que la narradora debe dedicarse: “Esto es el matrimonio, elegir entre la depresión de uno u otro, la de los dos es despilfarrar. Evidente también que mi sitio estaba con mi hijo”.

Aprovecha las siestas del niño para prepararse una oposición y “dos meses antes de los exámenes, elegí la guardería y con ella el sentimiento de culpa, entregar por la mañana a la puericultora el cuerpecito desnudo por la ventanilla, y la primera noche no reconocer al niño vestido con esa bata escocesa municipal”. Un poco más adelante: “Aprobé la oposición de agregado de instituto y no sentí ninguna alegría. Había demasiadas siestas ansiosas, demasiados lavados de ropa de niño, demasiadas ollas exprés vigiladas, demasiadas zanahorias peladas en medio de la historia de una novela moderna o de las teorías teatrales”.

Y así, la narradora se vio precipitada a “la trampa de la mujer total, orgullosa de ser por fin capaz de conciliarlo todo, la subsistencia, un hijo y tres cursos de lengua francesa”, antes de quedarse embarazada de su segundo hijo. El último párrafo del libro contiene una profecía que tal vez se cumpla en la narradora, no en la escritora: “Pronto me pareceré a esas caras marcadas, patéticas, que me echan para atrás, de las peluquerías, cuando las veo, volcadas, en el lavacabezas. Dentro de cuántos años”. La mujer helada usa un procedimiento bastante frecuente en los libros de Ernaux: hay algo que se quiere explicar, analizar, comprender, asir y para ello es necesario describir todos los detalles. En este caso, para entender por qué la narradora ha acabado casi anulada entre la vida profesional y la exigente tarea de ser madre y esposa, se remonta a su infancia y al recuerdo de las mujeres de su vida. 

La hermana muerta

 
La otra hija es una carta dirigida a la hermana de la escritora, muerta dos años antes de que naciera Ernaux y cuya existencia descubrió al oír una conversación entre su madre y una vecina. La escritora nunca reveló a sus progenitores que había descubierto la existencia de esa otra niña, tampoco les preguntó. Nunca hablaron de eso. Ernaux vuelve a esas palabras escuchadas por azar (“murió como una pequeña santa”, “mi marido se volvió loco” o “era más buena que esa”) y las exprime y retuerce hasta que consigue analizarlas y tejer así el crudo testimonio de una tragedia familiar contada en elipsis.
La otra hija es una carta dirigida a la hermana de la escritora, que murió dos años antes de que ella naciera
 

Es un ejemplo de que las ausencias marcan tanto como las presencias y de que es posible crear una identidad empujados por algo que ni siquiera se conoce. La culpa puede ser el pecado original. Dice: “En consecuencia, tenías que morir a los 6 años para que yo naciera y fuera salvada”. A pesar de haber nacido del mismo cuerpo, confiesa: “Desde el principio, no consigo escribir nuestra madre, ni nuestros padres, ni incluirte en el trío del mundo de mi infancia. Ningún posesivo en común”.

Asume la imposibilidad de contar nada de su predecesora: “No puedo hacer un relato de ti. No tengo más recuerdo de ti que el de una escena imaginada el verano de mis 10 años, una escena en la que se confunden la muerta y la salvada. […] No tienes existencia más que a través de tu huella sobre la mía. Escribirte no es nada más que constatar tu ausencia. Describir la herencia de ausencia. Eres una forma vacía imposible de llenar de escritura”. Sin embargo, esa hija muerta a los 6 años a causa de una enfermedad cuya vacuna sería obligatoria unos meses después existirá para siempre gracias a este delicado, breve e intenso libro.  “No escribo porque estás muerta. Has muerto para que yo escriba, ahí está la gran diferencia”, dice la escritora.

 A través de la disección de episodios de su vida ofrece un retrato de una sociedad y de un momento concreto


Ernaux suele repetir, y así lo recoge Francisca Romera Rosa en el prólogo a La otra hija, que su trabajo está entre “la autobiografía, la etnología y la historia, en la unión de lo familiar y de lo social, del mito y de la historia”. A través de la disección de algunos episodios de su vida ofrece un retrato de una sociedad y de un momento concreto. Es como si redujera la vida a la mínima esencia de manera que la identificación es inevitable.

Cuando habla de sus celos en La ocupación o cuando explica el deseo sexual, el deseo de gozar, trasciende lo individual e íntimo y lo convierte en universal. En el prólogo a Escribir la vida, Ernaux explica: “No he buscado escribirme ni hacer mi obra a partir de mi vida: me he servido de ella, de los acontecimientos, generalmente ordinarios, que la han atravesado, de situaciones y de sentimientos que he conocido, como de una manera de explorar para atrapar y poner al día algo del orden de una verdad sensible. Siempre he escrito a la vez de mí y fuera de mí, el ‘yo’ que circula de libro en libro no es asignable a una identidad fija y su voz está atravesada por las otras voces, parentales, sociales, que nos habitan”.

    AHORA



Cinco novelas de Annie Ernaux, un Nobel para un "cuchillo" autobiográfico

  • La escritora francesa ha explorado la evolución cultural de la sociedad a través de su propia vida
  • El lugar, El acontecimiento o Los años, entre sus novelas más destacadas


La literatura ha sido un cuchillo para ir en busca de las cosas”. El Nobel de Literatura para la escritora Annie Ernaux devuelve la gloria a la literatura francesa, el país más premiado con 16 ganadores. La novelista considera que ha buceado en su biografía "sin ninguna indulgencia" pero como método para abordar las diferencias de clases y en cierto modo retratar medio siglo de historia francesa.

“Quizá la finalidad de mi escritura es que todo individuo está atravesado por muchísimos sentimientos. En mis libros es muy raro que haya un individuo aislado porque ese sentimiento de pertenecer a un todo es lo que hace que necesite escribir”, decía en una entrevista en Página 2.

Si algo define su obra es la búsqueda de la libertad. "La literatura es mi grano de arena en mi paso por este mundo. Un conocimiento que nos hará quizá más felices, pero sí más libre".

Los armarios vacíos (1974)

Su primera novela, publicada cuando tenía 34 años, recrea su infancia y primera juventud. También su aborto cuando cursaba estudios universitarios, tema al que volverá en detalle en El acontecimiento. “Cuando la escribí, el aborto estaba prohibido, pero el escándalo fue más bien el hecho de que mis padres me parecían gente fea, inculta”, recuerda.

Para Ernaux, fue el libro que le cambió la vida. Y que estableció su forma de narrar su vida a través de alter egos. “No podía escribir en primera persona porque hablaba de gente muy cercana, así que lo transformé en una novela. Hasta los críticos lo sabían, pero nadie me planteó la pregunta de la autobiografía porque fue un escándalo en el panorama literario”.

El lugar (1983)

Su cuarta novela, el lugar, le cubrió de prestigio. Está considerada como su obra maestra y reconstruye la difícil relación con su padre. Partiendo de nuevo de la autobiografía, Ernaux explora las clases sociales.

“La clase social es uno de los elementos sobre los que se fundamenta el individuo. Estamos condicionados, y mucho, por la procedencia social y familiar. Tengo un sentimiento de culpa porque creo que en el fondo no tuve tiempo de reconciliarme con mi padre”.

Una mujer (1988)

Si en El lugar abordaba la figura paterna, Una mujer es la novela sobre su madre, fallecida en 1986 tras una larga enfermedad que la destruyó física y mentalmente. Otro repaso a la evolución social de su familia, de pequeños comerciantes a burguesas.

Una novela sobre la decrepitud y que entendió que la cultura era una herramienta fundamental para su hija. Una novela de duelo que habla el “tono irritado” en el que se comunican una madre y una hija.

El acontecimiento (2000)

La búsqueda de la libertad es el tema esencial de la literatura de Ernaux. Y nada marcó más su biografía como el aborto clandestino al que se vio forzada en una Francia que lo castigaba con la cárcel en los años 60.

El acontecimiento es la historia de una joven fuerte, de origen humilde, que siempre estuvo determinada a no renunciar a sus estudios universitarios de literatura y vocación literaria. Ernaux no dudó, estaba dispuesta a pagar cualquier precio, pero por el camino sufrió una soledad extrema. Alrededor del aborto aparece también el deseo sexual y el choque entre lo rural y lo urbano

Los años (2008)

Quizá su novela más ambiciosa, en la que aborda el paso del tiempo desde la posguerra mundial de un modo más poliédrico imbricando autobiografía y ficción. Un libro sobre la memoria que comienza con esta frase: "Todas las imágenes desaparecerán". 

Desde la niñez de los años 40, las penurias económicas, la bonanza del milagro económico de la posguerra, la lucha feminista, la esperanza de mayo del 68 o el matrimonio fallido. Todo cabe en Los años , su novela más rotunda y testamentaria.

RTVE


Annie Ernaux

La escritora Annie Ernaux gana el Premio Formentor

El galardón, concedido a toda una trayectoria, abarca en en este caso un corpus literario de unas 20 obras que transitan por el terreno más áspero de la autobiografía


Daniel Verdú / Juan Carlos Galindo
Roma / Madrid, 6 de mayo de 2019


Annie Ernaux, novelista francesa, en el Festival de la Literatura, en Roma, en 2016
Annie Ernaux, novelista francesa, en el Festival de la Literatura, en Roma, en 2016 GETTY IMAGES
La escritora Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 78 años) ha ganado el Premio Formentor de la Letras. El galardón, concedido a toda una trayectoria y dotado con 50.000 euros, abarca en el caso de la premiada un corpus literario de unos 20 títulos que transitan por el terreno más áspero de la autobiografía. Un fresco de la Francia rural más popular que permite entender algunos de los últimos fenómenos del país, como el enfado de los chalecos amarillos. El reconocimiento corona el clamor unánime en torno a su obra y el aprecio entre los lectores. Pero también la tremenda influencia y magnetismo sobre otros escritores que ha ejercido en los últimos tiempos.
El jurado, presidido por Basilio Baltasar y reunido en uno de los salones del Campidoglio romano, anunció por la mañana la decisión unánime que tomó la noche anterior. En el acta se destaca su obra como un “implacable ejercicio de veracidad que penetra los más íntimos recovecos de la conciencia”. El premio se entregará en septiembre en el marco de las Conversaciones Literarias Formentor, organizadas por la Fundación Santillana con el mecenazgo de Simón Pedro Barceló, actual propietario del hotel que da nombre al premio. El jurado, compuesto por Antonio Colinas, Víctor Gómez Pin, Elide Pittarello y Marta Rebón, subraya la “elaborada reflexión autobiográfica” que posee “un estilo entrecortado y áspero y se pone al servicio de una conmovedora y terrible franqueza”. “Annie Ernaux desvela sin pudor la condición femenina, comparte con el lector la intimidad de la vergüenza y refleja con un estilo despojado la desordenada fragmentación de la vivencia contemporánea”, añade el acta.
Ernaux contestó por la tarde la llamada de este diario desde su casa en Cergy-Pontoise, a las afueras de París: “Estoy muy orgullosa. Es un premio muy prestigioso que han recibido escritores que amo. Me he dado cuenta mirando el palmarés de que no lo han recibido muchas mujeres y por eso es una doble satisfacción”.
El jurado destaca la obra literaria de Annie Ernaux como un "implacable ejercicio de veracidad que penetra los más íntimos recovecos de la conciencia"
El Formentor, cuya innegable oportunidad reconoce también a una escritora capaz de romper con la dominación masculina, se entregó entre 1961 –ese año fue para Samuel Beckett y Jorge Luis Borges– y 1967, y luego fue refundado en 2011. Desde entonces, han sido distinguidos con el galardón Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel y Mircea Cartarescu. Ernaux se convierte así en la primera mujer en ser premiada en esta etapa (en los años sesenta el jurado escogió a Dacia Maraini, Nathalie Sarraute y Gisela Elsner).
Sobre su tendencia a ofrecer retratos autobiográficos descarnados, como El lugar, La vergüenza, No he salido de mi noche, El acontecimiento, Memoria de chicaLos años y El uso de la foto, la escritora explicó: “No creo que mis novelas puedan ser consideradas duras, ni que busquen hacer daño. Se trata más bien de tomar conciencia de aspectos de la vida como la vergüenza y el sufrimiento. No son libros que busquen un sentimiento particular sino una verdad que está ahí aunque no sea evidente”. ¿Y teme quedarse sin cosas que contar sobre sí misma? “¡Oh! No es solo mi historia. Leemos y escribimos en un contexto, en una sociedad, y ahí siempre habrá cosas que contar. Además, no soy la misma ahora que cuando tenía 40 años, así que tengo otras historias diferentes”.

Familia de tenderos

Ernaux es hija de una familia de modestos tenderos normandos y gran parte de la Francia que retrata tiene que ver con ese mundo. Tanto el paisaje sociocultural, como en el lenguaje que utiliza para construirlo. En parte por eso, muchos de los autores que anticiparon parte del malestar que se vive actualmente en el país —desde el filósofo Didier Eribon, responsable del ensayo memorialístico Regreso a Reims (Libros del Zorzal), a Nicolas Mathieu, recién premiado con el Goncourt en 2018 por la brillante Leurs enfants après eux– han recurrido a su inspiración, a esa manera de retratar los resortes periféricos, para hablar de esa Francia que ahora representan, entre otros fenómenos, los chalecos amarillos.

Para recordar los orígenes del Formentor, se proyectó durante la conferencia de prensa en el salón Pietro di Cortona del Campidoglio el documental realizado en 1961 por la RAI. En el cortometraje en blanco y negro aparecen Italo Calvino y Alberto Moravia en el hotel enumerando los méritos de los dos primeros ganadores del premio.


EL PAÍS



Annie Ernaux 

Entre la escritura y la vida


El primer libro que leí de Annie Ernaux fue La ocupación y no me gustó: la narradora me caía mal, me parecía una narcisista que se dejaba llevar por los celos y, la verdad, me resultaba un poco pesada. Terminé el libro y lo dejé en mi estantería: hacía poco que me había independizado, tenía veinticuatro años y quería llenar mis primeras –y últimas– estanterías Billy semivacías. La ocupación es el relato de una separación: W., al que la narradora acaba de dejar, comienza una nueva relación. La imagen de la otra mujer invade la vida de la escritora, el libro cuenta el combate de Ernaux, la lucha por no dejarse ocupar por los celos. Puede que no me gustara porque me sentía demasiado reconocida, porque me daba miedo que me pasara lo que a la narradora.

Aunque recuerdo cuál fue el primer libro que leí de ella e incluso quién me lo regaló –el escritor Félix Romeo– y quién fue la primera persona que me habló de ella –mi hermano, que había pasado un año en Evreux, Normandía, cerca de donde había nacido Ernaux–, no recuerdo cuál fue el primer libro de Annie Ernaux que me gustó. Tuvo que ser La otra hija, publicado en Francia en 2011 y traducido al español en 2014 (krk ediciones). Lo leí en su edición original primero, en nil éditions, y me impresionó. Se parecía en algunas cosas a uno de los libros que más me había impactado: Amarillo, de Félix Romeo, publicado en 2008. En los dos aparecen la culpa y la muerte del amigo, en el caso de Romeo, y de una hermana a la que nunca conoció, en el de la normanda. En los dos se vincula la culpa con el nacimiento de la vocación. Unos años después, en unas vacaciones en Francia compré un libro solo por el título –bueno, y porque la escritora era una mujer–, Regarde les lumières mon amour (2014). Todavía no era una de mis escritoras vivas favoritas. El libro es un diario que la escritora normanda mantuvo durante un año sobre visitas a un supermercado de las afueras de París. En la contraportada del libro citan una frase de Ernaux: “Ver para escribir es ver de otra manera.” Me acordé de un ejercicio que hacía la escritora malagueña Isabel Bono: recogía los tickets de compra que se encontraba y, a partir de los productos que aparecían, imaginaba al personaje que los habría comprado y elucubraba para qué. Es un libro raro, aparecido en la colección Raconter la vie de la editorial Seuil, a diferencia de casi todos sus libros, publicados en Gallimard (en España, algunos de sus libros han sido publicados por diferentes editoriales, con una recepción y un seguimiento irregulares), pero contiene la esencia de la literatura de Ernaux: ofrecer un retrato lo más complejo posible de su momento.

El verdadero lugar

Annie Ernaux nació en 1940 en Lillebonne, en la alta Normandía. Sus padres y ella se trasladaron pronto a Yvetot, donde sus padres tenían un bar-tienda. Cuando tenía diez años, Annie, de soltera Duchesne, escuchó a su madre hablarle a una vecina de una hija muerta: la hermana a la que nunca conoció murió dos años antes de que Annie naciera, víctima de la difteria. La escritora nunca les preguntó a sus padres por su primera hija y ellos jamás le contaron nada. A partir de ese descubrimiento, Ernaux comprende algunas cosas sobre cómo fue criada: un exceso de protección o temor a causa de una enfermedad, por ejemplo. El secreto familiar la lleva a reinterpretar su infancia. Pero sobre todo comprende que sus padres no podían permitirse más de un hijo; por tanto, para que Annie naciera era preciso que la hermana muriera. De todo eso escribe en La otra hija. El libro es en parte una carta a esa hermana biológica a la que no puede llamar hermana: “Pero no eres mi hermana. Nunca lo fuiste. No hemos jugado, comido, dormido juntas. Nunca te he tocado, abrazado. No conozco el color de tus ojos. Nunca te he visto. Eres sin cuerpo, sin voz, solo una imagen plana en algunas fotos en blanco y negro. No tengo ningún recuerdo tuyo.” De ella dice: “Quería guardarte tal y como te recibí a los diez años. Muerta y pura. Un mito.” Lo que descubre Ernaux en este libro es que esa otra hija no es la hermana muerta, sino ella: “Tenías que morir a los seis años para que yo naciera y fuera salvada.” Dicho de otro modo: “Vine al mundo porque moriste y te reemplacé.”

Los libros de Annie Ernaux tienen una base autobiográfica: usa sus experiencias como materia prima para acometer su proyecto, que no es entenderse o contarse o explicarse, sino contar una época, un momento muy concreto de la historia y de un lugar. Sus libros tienen un afán documental, de dar cuenta de la vida tal y como es. Y la vida es el amor, la enfermedad, la educación, las lecturas, la muerte, la posición social y, también, un cuerpo y las huellas que el paso del tiempo y las experiencias dejan en él. Publicó su primer libro en 1974, Los armarios vacíos (traducida por Galba, editorial ya desaparecida), una novela sobre una universitaria que abortaba. Era autobiográfica, pero era una novela. Para entonces, era profesora de instituto: sus padres estaban orgullosos de ella, había conseguido el ascenso social que ellos habían deseado para ella. A esa novela le siguió Ce qu’ils disent ou rien (1977). Ernaux estaba atrapada en lo que para ella era un infierno conyugal, estaba abrumada por las exigencias de ser madre, esposa y tener una carrera profesional, como cuenta en La mujer helada, su tercera novela, publicada originalmente en 1981 y traducida al español en 2015.

La literatura de Annie Ernaux está marcada por el interés sociológico, casi etnológico, que la diferencia de lo que suele entenderse por literatura del yo. Es una mezcla delicada que combina el uso de la memoria, las experiencias personales y el pensamiento íntimo con el retrato social. Es lo que sucede en El lugar, el libro con el que obtuvo el premio Renaudot en 1984 –el mismo año en que Duras ganó el Goncourt por El amante–, y que abre un nuevo camino, una nueva forma en su literatura. El lugar es un libro sobre su padre y no es una novela, es lo que ella llama “relato auto-socio-biográfico”. El padre de Annie Ernaux murió dos meses después de que ella aprobara el equivalente francés a las oposiciones de secundaria. Tenía 67 años y todavía trabajaba en el bar-tienda de Yvetot. Pensaba jubilarse el año siguiente. Este libro no es un relato de la compleja relación entre padres e hijos y del choque generacional, es un retrato neutro, con una escritura casi plana, pero emocionante y lleno de ternura de su padre y de la cultura a la que pertenecía: un hombre que siempre se había dedicado a trabajos físicos, cuyo lenguaje no era elevado ni culto, que en ninguna de las fotos que se hizo sale riendo y que cuando su hija tenía catorce años la llevó de excursión a Lourdes. “Cómo describir la visión de un mundo en el que todo es caro”, escribe Ernaux. Cuenta que ella solo vio una vez al padre de su padre, tres meses antes de que muriera, y que siempre que le hablaban de él decían que no sabía leer ni escribir. Cuenta que su padre utilizaba como único cubierto una navaja Opinel, y que dejaba el plato tan limpio que se podría haber guardado sin fregar. También cuenta la primera –y única– vez que su padre la acompañó a la biblioteca, o que siempre la llevaba en bici al colegio. “Ninguna poesía del recuerdo, nada de burla jocosa. La escritura plana me viene de manera natural, la misma que utilizaba para escribir a mis padres para darles las principales novedades”, escribe Ernaux. Y así, con ese estilo plano, documental, casi de inventario, llega a lo emocionante y conmovedor sin que fuera el objetivo principal.

El otro personaje fundamental de los libros de Ernaux es su madre. Escribe de ella en Una mujer (1988) y No he salido de mi noche (1997). Se alejó de sus padres en la adolescencia. Además del previsible conflicto generacional, entre Annie Ernaux y sus padres surgió otro: el de la diferencia de clase. Ernaux era ya una burguesa, mientras que sus padres solo aspiraban a serlo. Y a pesar de que era lo que siempre habían querido para ella, el ascenso social, eso les alejaba. Una mujer es un retrato casi cubista de la madre, porque contiene todos los lados de su madre. Escribe Ernaux:

Al escribir veo tanto a la “buena” madre como a la “mala”. Para escapar de ese balanceo que viene desde mi infancia más lejana, intento describirlo y explicarlo como si se tratara de otra madre y de otra hija. Así, escribo de la manera más neutra posible, pero algunas expresiones (“¡como te pase una desgracia!”) no llegan a serlo para mí como lo serían otras, abstractas (“rechazo del cuerpo y de la sexualidad”, por ejemplo). En el momento en que me acuerdo de ellas, tengo la misma sensación de desaliento que a los dieciséis años, y, fugazmente, confundo a la mujer que más me ha marcado en la vida con esas madres africanas que les sujetan los brazos a sus hijas pequeñas en la espalda mientras la matrona corta el clítoris.

La madre de Annie Ernaux murió en 1986, enferma de alzhéimer y de cáncer. No he salido de mi noche es el diario que la escritora mantuvo desde el comienzo de la enfermedad de su madre, en 1983, hasta su muerte. Es un tratado impúdico de la degeneración física y mental y un retrato crudo de la relación maternofilial y cómo la cambia esa degradación. Se ve también la inversión de los papeles: con el avance de la enfermedad, la madre de Ernaux parece adoptar el papel de niña, y a Ernaux le toca cuidar de su madre: lavarla, peinarla, darle de comer, cambiarle los pañales. El envejecimiento de la madre es también un anuncio de lo que será el de la hija. Tiene el estilo de todos sus libros: neutro, como un inventario de escenas y anécdotas. Pero es profundamente humano y, de nuevo, la ternura y la belleza aparecen de improviso.

Además de esos libros, Ernaux escribió de sus padres en su primera novela, Los armarios vacíos (1974), aquí en clave de ficción, y en La vergüenza (1997), donde volvía a un episodio de su infancia que la obsesionaba: el día en que su padre estuvo a punto de matar a su madre.

El uso de la foto

Una de las cosas que diferencia a Ernaux de su madre, que fue su modelo hasta la adolescencia, es la actitud frente al sexo. En realidad, es una cuestión generacional. La joven Annie quería enamorarse y caer rendida en los brazos de su amor, quería disfrutar del sexo y entregarse. Su primera decepción le llegó en el verano del 58, como cuenta en Memoria de chica, su libro más reciente (Gallimard, Cabaret Voltaire, 2016). Era la primera vez que salía de la casa de sus padres. Era joven, mimada, hija única sobreprotegida. Iba a pasar el verano trabajando como monitora en un campamento. La primera noche vivió una experiencia desagradable que marcó para siempre su entrada en el mundo del sexo y en la relación con los hombres. Frente a las burlas de sus compañeros, en ella crece el deseo de encajar y la necesidad del calor del cuerpo masculino. La chica del verano del 58, como llama Ernaux a la chica que fue, estaba perdida. Al final de ese verano, Ernaux empieza la universidad en Rouen, se le retira la regla y lee el libro que le cambiará la vida, El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Estas memorias son un relato iniciático de la entrada al sexo y a la formación intelectual. También cuenta cómo descubrió quién quería ser. Es curioso que haya vuelto a ese verano pasado tanto tiempo, sobre todo después de haber escrito La mujer helada (1981), sobre el matrimonio, la vida conyugal y la necesidad de escapar de las obligaciones de esposa y madre para tener su propia carrera intelectual, o El acontecimiento (2000), donde contaba cómo abortó en 1963, cuando todavía era ilegal –“como de costumbre, era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido”–, y lo que supuso ese “acontecimiento” en la manera en que su entorno la veía. Habla de Memoria de chica como “el texto siempre por escribir. Siempre postergado. El agujero incalificable”. Escribe: “La idea de morirme antes de escribir lo que desde hace tanto tiempo llevo nombrando ‘la chica del 58’ me obsesiona.”

“Del placer sexual lo he esperado todo, además del placer en sí. El amor, la fusión. El infinito, el deseo de escribir. Lo que mejor me parece, de cuanto llevo conseguido hasta ahora, es la lucidez, algo así como una visión sencilla y libre de sentimentalismo”, escribe en La ocupación. De sus relaciones con hombres escribe en varios libros: Passion simple (1991), Se perdre (2001) y El uso de la foto (Gallimard, 2005; Cabaret Voltaire, 2018). Pero ¿de qué habla Annie Ernaux cuando habla de sexo? Habla del cuerpo, sí, de lo físico, de que el acto sexual es una manera de atarnos a lo real y de que el sexo es la prueba más fehaciente de que estamos vivos. Por eso en El uso de la foto, coescrito con Marc Marie, el relato de su relación escrito a partir de las fotos de después del amor, la enfermedad está constantemente presente: Ernaux estaba en medio del tratamiento de un cáncer de pecho. El amor y la enfermedad; la muerte siempre al acecho y el sexo como prueba de vida.

Otra cosa que comparte ese libro con otros de Ernaux es el uso de las fotos. No siempre aparecen reproducidas con el texto, pero las descripciones son frecuentes: en La otra hija, en Memoria de chica, o en El lugar. Pero destaca especialmente en Los años (Gallimard, Herce, 2008), con el que obtuvo el premio Marguerite Duras y el premio de la Lengua Francesa. Los años cubre seis décadas de la historia de Francia, y es uno de los proyectos donde más claramente funciona esa fusión de autobiografía, sociología e historia. De inspiración perequiana y construido a partir de la descripción de fotografías, el libro combina el relato de la vida de Ernaux con el relato de un momento con el fin de “salvar algo de la época que nunca volverá a ser”. En su trabajo, la memoria es importante, y en eso, los libros de Annie Ernaux recuerdan en parte a los de Patrick Modiano: los dos buscan en el pasado, los dos trabajan desde la obsesión y comparten ese estilo documental, casi frío; los dos cuentan la historia de Francia.

La escritura como un cuchillo

Los libros de Annie Ernaux tienen otra característica común: sea cual sea el tema del que traten –sus padres, la clase social, el infierno conyugal, el despertar a la vida adulta, el sexo, la vejez, la enfermedad, la historia reciente– siempre hablan de escribir: son ese tipo de libros que se cuentan a sí mismos y el proceso mediante el que se han hecho. Hablen de lo que hablen, los libros de Annie Ernaux hablan de escribir y de cómo se relacionan la escritura y la vida. “Desde hace poco sé que la novela es imposible. Para dar cuenta de una vida sometida a la necesidad, no tengo derecho de ponerme primero de parte del arte, ni de tratar de hacer algo ‘emocionante’ o ‘conmovedor’. Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los aspectos más destacados de su vida, todos los signos objetivos de una existencia que también compartí”, escribe Ernaux en El lugar. “Cuando escribo todas estas cosas, escribo lo más rápido que puedo (como si estuviera mal), y sin pensar en las palabras que uso”; “Desde que me he decidido a contar su vida, ya no puedo escribir después de las visitas”, dice en No he salido de mi noche. “Las cosas me pasan para que las cuente. Y el verdadero fin de mi vida es quizá solo ese: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se vuelvan escritura”, escribe en El acontecimiento. En La vergüenza: “Tal vez el relato, todo relato, haga normal cualquier acto, hasta el más dramático.” “No espero que la escritura me aporte temas sino estructuras desconocidas de escritura. Este pensamiento: ‘Solo quiero hacer los textos que únicamente yo pueda hacer’, significa unos textos cuya forma misma está condicionada por la realidad de mi vida. Nunca habría podido prever el texto que estamos escribiendo. Ha venido de la vida”, escribe en El uso de la foto. “No escribo porque estás muerta. Has muerto para que yo escriba, ahí está la gran diferencia.” La ocupación se abre así: “Siempre quise escribir como si no fuera a estar cuando publicaran lo escrito. Escribir como si fuera a morirme y ya no hubiera jueces. Aunque es posible que sea una ilusión creer que el advenimiento de la verdad depende de la muerte.” En Memoria de chica: “Una sospecha: ¿No habré querido, subrepticiamente, desplegar ese momento de mi vida para experimentar los límites de la escritura, llevar hasta el extremo la lucha contra la realidad? (Llego a pensar que mis libros precedentes no son sino aproximaciones, vistos desde este punto de vista.)”

Hay un libro-conversación publicado en 2003 en Stock, L’écriture comme un couteau, una entrevista con Frédéric-Yves Jeannet, donde habla de su estilo, de sus influencias y de su manera de ver la literatura y el oficio de escribir.

En 2011, la colección Quarto de Gallimard reunió en un volumen una selección de fotografías de Ernaux, fragmentos de su diario íntimo y una selección de sus libros y otros textos dispersos. El libro tiene un título esclarecedor, Écrire la vie. Explica Ernaux en el prólogo: “Me vino bruscamente, como una evidencia: escribir la vida. No mi vida, ni su vida, ni siquiera una vida. La vida, con sus contenidos que son los mismos para todos pero que cada uno experimenta de manera individual: el cuerpo, la educación, la pertenencia y la condición sexuales, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad y el duelo.” Un poco más adelante, explica: “No buscaba escribirme, hacer una obra de mi vida: la he usado, los hechos, generalmente ordinarios, que la han marcado, situaciones y sentimientos que he conocido, como una materia a explorar para atrapar y poner al día algo del orden de una verdad sensible. Siempre he escrito a la vez de mí y fuera de mí, el ‘yo’ que circula de libro en libro no es asignable a una identidad fija y su voz está atravesada por las otras voces, parentales, sociales, que nos habitan.” Por eso los libros de Ernaux son especiales: relata una historia individual, íntima y concreta, situada en un tiempo y un lugar determinado, que permite la identificación, porque esas experiencias que cuenta con detalle y con ese estilo seco son comunes.

Annie Ernaux escribe un diario íntimo desde 1963, al que a veces recurre para sus libros. En uno de los fragmentos recogidos en Écrire la vie se lee: “Escribir no ha sido para mí un sustituto del amor, sino algo más que el amor o que la vida.” 

(Zaragoza, 1983) es escritora. En 2016 publicó Los idiotas prefieren la montaña (Xordica).

LETRAS LIBRES


BIBLIOGRAFÍA


  • Les armoires vides, Gallimard, 1974. Los armarios vacíos, Cabaret Voltaire, mayo 2022.
  • Ce qu’ils disent ou rien, Gallimard, 1977
  • La femme gelée, Gallimard, 1981. Traducción al español: La mujer helada, Cabaret Voltaire, 2015.
  • La place, Gallimard, 1983. Traducción al español: El lugar, Tusquets, 2002.
  • Une femme, Gallimard, 1989.
    • Una mujer, Seix Barral, 1988.
    • Una mujer, Cabaret Voltaire, 2020.
  • Passion simple, Gallimard, 1992. Traducción al español: Pura pasión, Tusquets, 1993.
  • Journal du dehors*, Gallimard, 1993
  • La honte, Gallimard, 1997. Traducción al español: La vergüenza, Tusquets, 1999.
  • Je ne suis pas sortie de ma nuit, Gallimard, 1997. Traducción al español: No he salido de mi noche, Cabaret Voltaire, 2017.
  • La vie extérieure*, Gallimard, 2000
  • L’événement, Gallimard, 2000. Traducción al español: El acontecimiento, Tusquets, 2001.​
  • Se perdre, Gallimard, 2001. Traducción al español: Perderse, Cabaret Voltaire, 2021.
  • L’occupation, Gallimard, 2002. Próxima aparición en español: La ocupación, Cabaret Voltaire, octubre 2022.
  • L’usage de la photo, Gallimard, 2005. Traducción al español: El uso de la foto, Cabaret Voltaire, 2018.
  • Les Années, Gallimard, 2008. Traducción al español: Los años, Cabaret Voltaire, 2019.
  • L'Autre fille, Nil, 2011. Traducción al español: La otra hija, KRK Ediciones, 2014.
  • L'Atelier noir, éditions des Busclats, 2011
  • Écrire la vie, Gallimard, 2011
  • Regarde les lumières mon amour, Raconter la vie, Seuil, 2014. Traducción al español: Mira las luces, amor mío, Cabaret Voltaire, 2021.
  • Mémoire de fille, Gallimard, 2016. Traducción al español: Memoria de chica, Cabaret Voltaire, 2016.
  • Le jeune homme, Gallimard, 2022. Traducción al español: El hombre joven, Cabaret Voltaire, próximamente.
  • Journal du dehors y La vie extérieure se tradujeron al español agrupadas en un volumen: Diario del afuera/La vida exterior, Milena Caserola, 2015.

PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS

  • Prix d'Honneur du roman 1977 para Ce qu'ils disent ou rien
  • Prix Renaudot et prix Maillé-Latour-Landry de l’Académie française 1984 para La Place
  • Prix Marguerite-Duras 2008 para Les Années
  • Prix François-Mauriac 2008 para Les Années
  • Prix de la langue française 2008 al conjunto de su obra
  • Doctor honoris causa por la Université de Cergy-Pontoise 2014
  • Premio Strega 2016 para Les Années
  • Prix Marguerite-Yourcenar 2017, otorgado por la Société civile des auteurs multimédia, al conjunto de su obra
  • Premio Ernest Hemingway de Lignano Sabbiadoro 2018, al conjunto de su obra
  • Premio Gregor von Rezzori 2019 para Une femme
  • Premio de la Academia de Berlín, 2019
  • Premio Formentor de las Letras 2019​
  • Premio Nobel de Literatura 2022