miércoles, 21 de junio de 2017

Ava Gardner / Una diosa con pies de barro

Ava Gardner

DE OTROS MUNDOS

Ava Gardner / El animal más bello del mundo




Ava Gardner

(Smithfield, 1922 - Londres, 1990)
UNA DIOSA CON PIES DE BARRO

Actriz de cine estadounidense. Mujer de sensual belleza y gran magnetismo, reemplazó a Rita Hayworth como mito erótico de Hollywood. Falta de afecto en su niñez, en 1940 hizo un viaje a Nueva York para visitar a su hermana que le cambió la vida: su cuñado le sacó una foto que iría a parar a la Metro Goldwyn Mayer. Le hicieron una prueba, y de pronto se encontró en Hollywood, donde fue integrada en el programa para aspirantes bonitas sin experiencia: cursos de teatro y dicción, calistenia, maquillaje y, sobre todo, mucha publicidad antes de asomarse a la pantalla.


En 1942 ganó renombre gracias a su matrimonio con Mickey Rooney, del que se divorció al año siguiente. En su vida privada daba la imagen de mujer fatal y por ello, muy a su pesar, era objeto del permanente acecho de la prensa. En 1945 se casó con el músico Artie Shaw, de quien se divorció en 1947. En 1951 lo hizo con Frank Sinatra, del que también se separó, y en 1957 dejó Hollywood para disfrutar del Madrid mundano, donde se rodeó de playboys y toreros. En La condesa descalza (1954), película dirigida por J. L. Mankiewicz y protagonizada por Ava Gardner que retrata la tortuosa personalidad de una estrella del celuloide, se quiso ver un reflejo de la difícil vida sentimental de la propia Gardner.
Regresó a la pantalla tres años después, más madura pero tan hermosa como siempre. A pesar de que, por regla general, se le asignaron papeles decorativos, fue capaz de cuajar actuaciones sobrias cuando el personaje era adecuado. Fue nominada al Oscar por su actuación en Mogambo (1953), y su carrera cinematográfica se prolongaría hasta 1982.
Otras películas destacadas en que participó fueron Al compás del corazón (1944), Forajidos (1946), Pandora y el holandés errante (1951), Las nieves del Kilimanjaro (1952), Cincuenta y cinco días en Pekín (1963), La noche de la iguana (1964) y Regina (1982). En 1991 apareció su autobiografía, titulada Con su propia voz.


La bella Ava y la bestia Burt

JORDI BATLLE CAMINAL
31 OCT 1985

Siguiendo el buen pulso del ciclo sobre cine negro de los jueves, hoy vamos a ver la espléndida Forajidos, uno de los filmes más fascinantes del género y a todas luces una obra maestra dentro o fuera de él.La casualidad ha marcado estos dos últimos jueves con dos debutantes memorables: la primera película de Richard Widmark, El beso de la muerte, la semana pasada, y hoy la primera en la frente de otro monstruo sagrado del séptimo arte, Burt Lancaster. La carrera de Lancaster es curiosa y se da poco en este mundillo.

La carrera de un acróbata

Burt Lancaster era acróbata (trapecista) y, por sus especiales condiciones atléticas (se supone que una ligera prueba de dos minutos ante el productor también la habría), fue llamado para interpretar a este rudo boxeador de Forajidos. Posteriormente, claro está, se le hizo brincar lo suyo al joven actor, en títulos tan justamente famosos como El halcón y la flecha o El temible burlón.Pero sin escuelas, ni candilejas, ni Broadway previos, sin método, Burt Lacaster resultó ser un excelente actor, y quien no quiera verlo así, entre mástiles de piratas y bosques robinhoodianos, ahí está Luchino Visconti con El gatopardo y Confidencias, o Bertolucci con Novecento -es decir, los papeles comprometidos- para demostrarlo. Pues bien, su grata filmografía empieza aquí, en Forajidos, en ese patético rostro, recostado en la cama, angustiado, esperando la muerte -anunciada, que se dice-, que llega, en los primeros minutos de proyección para diseccionar después, a través de muy medidos flash backs, las causas de ese asesinato.
Desde este inicio brutal hasta su final, Forajidos, basada en la novela de Ernest Hemingway (el productor pagó 50.000 sanferminescos dólares a don Ernesto), no decae ni un solo instante. Es película de narración exacta y apasionante, reconstrucción perfecta de un rompecabezas sórdido que tiene trazados haces luminosos a diversas bandas.
Por un lado, el mundo sombrío e inquietante del ring, poco deportivo y muy sucio pero cinematográficamente puro; por otro, entrecruzándose, el imperio criminal, el mundo de la explotación y las bajezas más humanas, también , igualmente, las más cinematográficas.

También una historia de amor

Y en tercer lugar, elevándose por en cima, y no menos cinernatográfica -sino más-, la historia de amor entre el personaje que encarna Burt Lancaster -que no se hace el sueco, pero a quien apodan el Sueco- y una radiante -tan radiante como Pandora, como María Vargas- Ava Gardner en su momento de mayor belleza, misterio y pasión.Forajidos fue dirigida por Robert Siodmak, que volvería a trabajar con Burt Lancaster en El abrazo de la muerte y la ya mencionada El temible burlón. Robert Siodmak fue un autor admirable y muy personal, hoy bastante olvidado del público y necesitado urgenterfiente de una revisión, un ciclo televisivo por ejemplo.
Su mano maestra en la realización, sus, aptitudes para retratar sin altibajos una sociedad amoral y cruel y su talento para la dirección de actores -Albert Decker, Edinund O'Brien y William Conrad, además de la pareja protagonista, crean grandes tipos- se ponen de manifiesto en este espléndido clásico del cine negro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de octubre de 1985




Frank Sinatra
‘Siempre supe que Frank se acabaría acostando con un chico.’ Ava sarcástica y malévola presa de los celos se refiere al enlace de su querido Frankie con la jovencísima Mia Farrow.




George C. Scott
‘Bebía, me molía a palos y al día siguiente 
no se acordaba de nada’  
Ava Gardner



Mario Cabré
 ‘Era guapo y yo estaba borracha. Un error terrible. Fue la única vez y no hubo más. Pero eso no importaba. Mario estaba dispuesto a anunciar su fortuna a los cuatro vientos. 
Ava Gardner

Ava Gardner
Foto de Man Ray

‘Yo no intento ser una buena actriz, 
me conformo con ser bella’
Ava Gardner

Ava Gardner con Humphrey Bogart

Muere a los 67 años Ava Gardner la actriz que rompió el modelo del 'star-system' de Hollywood

Una pulmomía acabó con su vida en su domicilio de Londres


A. FERNÁNDEZ-SANTOS 
26 de enero de 1990
Hay una aparición fugaz -un par de minutos de duración- de Ava Gardner en la película de Minnelli Melodías de Broadway 1955, que define a la perfección esa función de escaparate viviente del star-system, que nunca soportó. En la pantalla, el animal más bello del mundo -como fue calificada de forma grosera, pretendiendo paradójicamente un halago, por Louis B. Mayer, jefe absoluto de los estudios MetroGodwyn-Mayer, que acapararon en exclusiva la primera etapa de la actriz- hace posturas (disimulando su indiferencia e incluso su desprecio) ante la voracidad de la nube de fotógrafos que acude a esperarla al andén de la Estación Central de Nueva York.
En esa pequeña escena se condensa el rencor que la actriz incubó contra sus patronos durante los años iniciales, que comenzaron durante unas vacaciones en Nueva York en el verano de 1941, en la casa de una de sus hermanas. El marido de ésta, un fotógrafo llamado Larry Tarr, intuyó la mina que ocultaba el bellísimo rostro de su cuñada y le hizo unas tomas que envió inmediatamente al departamento de contratación de la Metro.
Sureña rebelde
Los estudios llamaron a la joven y le hicieron un contrato en exclusiva. "No sabía hablar, tenía un horrible acento del sur", contó años más tarde Louis B. Mayer, "pero era una estrella y había que prepararla cuidadosamente para ello". Un par de meses después obtuvo su bautismo cinematográfico en We were dancing, dirigida por Robert Z. Leonard, película en la que pasé desapercibida y tras la que comenzó un durísimo periodo de aprendizaje.
Ava Lavinia Gardner nació 19 años antes, el 24 de diciembre de 1922, en una granja situada en un cruce de caminos conocido como Grabtown, en las afueras de la localidad Smithfield, estado de Carolina del Norte. Su padre era un campesino, dueño de una pequeña plantación de algodón. Fue la menor de siete hermanos. Tras la muerte del padre, la familia vendió la granja y se trasladó a la ciudad viginiana de Newport News. Allí comenzó Ava a prepararse para ejercer una modesta labor de oficinista. Fue en las vacaciones de su segundo año de estudios cuando acudió a conocer Nueva York y su destino dio un vuelco fantástico.
Tras su primer filme, la Metro mantuvo a Ava Gardner, entre 1942 y 1946, en las letras pequeñas de los repartos de una decena de películas, entre las que se recuerdan Reunion in France, dirigida por Jules Dassin, y Hitler's Madman, dirigida por Douglas Sirk. Se cuenta que ambos directores se enfrentaron a la actriz por su carácter insubordinado y sus defectos de dicción.
Estos defectos eran indisimulables. Le fue difícil a Ava Gardner afinar su tosco acento campesino, lo que obligó a la Metro a llevarla a academias de vocalización y de formación dramatúrgica. En 1942 conoció al actor Mickey Rooney, con el que se casó inmediatamente. El matrimonio duró oficialmente un año, pero, en palabra de la actriz, "sólo 15 días".
La vida amorosa de Ava Gardner se disparó a partir de entonces a un carrusel de amores y amoríos, jalonados por otros dos matrimonios: en 1945 con el músico Artie Shaw -unión que duró dos meses menos que el anterior- y en 1951 con el cantante Frank Sinatra, que duró dos años, y al que siguió una serie de reconciliaciones y nuevas separaciones, envueltas en tormentosos idilios con otros hombres.
La Bruja
En 1953, inmediatamente después de su divorcio de Sinatra, la actriz volvió a España -donde ya había residido durante el rodaje de la extraña e incatalogable película Pandora y el holandés errante, dirigida por Albert Lewin- y se instaló en un palacete situado en las afueras de Madrid conocido como La Bruja.
Esta célebre casa cerró sus puertas 10 años después, dejando dentro infinidad de incógnitas y leyendas, imaginarias las más, que hablaban de una "devoradora de hombres" que cada noche entre los vapores de incontables martinis, llevando al límite las posibilidades de la vida humana secuestraba allí a toreros, bailaores, cantaores, macarras, actores o gitanos noctámbulos.
Qué hay de verdad y qué de incierto en aquella desenfrenada etapa de la vida la actriz, si ésta no ha dejado unas memorias veraces se perderá en el misterio, pues las versiones de la infinidad de supuestos amantes españoles que aseguran haber pasado por su alcoba madrileña son más que dudosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de enero de 1990




EL CINE SEGÚN AVA GARDNER

Angel Fernández Santos
Madrid, 26 de enero de 1990 
La carrera de Ava Gardner saltó casi de la noche a la mañana desde los sumideros de los repartos a las cabeceras de cartel en 1946, después del estreno de un filme negro de gran fuerza, basado en el relato The killers, de Ernest Hemingway, y dirigido por Robert Siodmak.
Y continuó hacia arriba, a trancas y barrancas, entre tormentas íntimas que fueron minando su salud y amoratando poco a poco los alrededores de sus ojos, en Venus era mujer (un mediocre filme dirigido por William Seiter en 1948); Las nieves del Kilimandjaro (una buena adaptación de Henry King en 1953 del relato de Hemingway); Mogambo (única vez que trabajó con John Ford, en 1953: una de sus creaciones más libres y populares, donde ofreció, en su contrapunto con la imagen dócil de Grace Kelly, los rasgos de su carácter tierno pero indomable).

Y La condesa descalza (filme de Joseph L. Mankiewicz, realizado en 1954, que es probablemente su mejor trabajo, el que más intensamente refleja el fondo agreste y secretamente amargo de su incomparable belleza, junto con el que hizo en La noche de la iguana con John Huston en 1964). Y Magnolia, dirigida por George Sidney en 1951; Cruce de destinos (realizada en 1956 por George Cukor, a quien la actriz consideraba su mejor director); La hora final (Stanley Kramer, 1959); 55 días en Pekín (filme iniciado por Nicholas Ray y finalizado por Andrew Marton y Guy Hamilton en 1963); Siete días de mayo (John Frankenheimer, 1964); La Biblia (John Huston, 1965), y, finalmente, un último encuentro con John Huston, en su encarnación de la célebre actriz inglesa Lily Langtry en El juez de la horca, esplendoroso filme en el que Paul Newman compuso la insólita, oscura y detonante figura del juez Roy Bean con maestría inolvidable.
A finales de la década de los años 60, Ava Gardner se marchó definitivamente de España y se instaló en Londres, donde residió desde entonces. Viajó con frecuencia a los Estados Unidos, pero procuró mantenerse alejada de aquel Hollywood que le hizo llegar a ser amada por medio mundo, pero que ella odió compulsivamente. Volvió por última vez allí en el año 1986, muy cerca del comienzo del fin, para internarse en un hospital de Santa Mónica, procedente de Londres y aquejada de una trombosis que paralizó y desfiguró la mitad izquierda de su hermoso rostro. Desde entonces se escondió, incluso de sí misma: murió dormida, tal vez ya muerta.
Mujer libre y apasionada hasta el fin, se negó a que le curase sus males ningún otro médico que no fuera el suyo de cabecera. Esa fue la razón su último viaje al principio. ¿Era este médico californiano aquel -así lo contaron comadres hollywoodenses de boca torcida, sin atreverse a publicarlo, aplastadas por el dinero de Mayer- que una noche de 1950 le restañó las heridas que le hizo el puño loco de uno de sus amantes abandonados?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de enero de 1990


Frank Sinatra y Ava Gardner

SU GRAN AMOR


MARUJA TORRES
16 MAY 1998


Frank Sinatra, junto a su segunda esposa, Ava Gardner. Divorciado de Nancy y terminada también su relación con Aya Gardner, Sinatra mantuvo un romance con Lauren Bacall y luego con Mia Farrow. Con ésta se casó en 1966. Sinatra tenía 51 años, y Farrow, 21. Se separaron un año después. El cantante se casó finalmente con Barbara Marx (ex esposa de Zeppo Marx) en 1976, pero sus tres hijos nacieron de su primer matrimonio.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de mayo de 1998

El verano en el que Ava Gardner vivió su ‘pasión española’ junto a Dominguín


Aunque se conocieron en 1953, 

los dos vivieron los momentos más álgidos 

de su pasión en el verano de 1954, 

escandalizando a la España de aquel entonces.

Ava Gardner
Roma, 1954. Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín se alojan en un hotel de la ciudad eterna. Ella quiere salir a vivir la noche romana pero él prefiere quedarse bajo el confort del hotel. Se inicia una fuerte discusión entre ambos que acaba con ella intentando escaparse por el balcón a altas horas de la madrugada. La mala suerte quiso que la actriz se quedase enganchada y los bomberos tuvieran que acudir en su auxilio.Es una de las anécdotas más jugosas de un romance tan apasionado que se acabó consumiendo en sus propias llamas. Andrés Amorós, biógrafo de Dominguín, recuerda que parte del problema de la relación, que vivió su momento álgido en el verano de 1954, hace ahora 60 años “estribaba en el fuerte carácter de ambos. Luis Miguel era muy bueno como amigo, muy malo como enemigo y fatal como marido, porque no tenía ningún sentido de la fidelidad”.



Todo comenzó en 1953, cuando la estrella vino a España a recuperarse de un aborto. Ya se había sentido fascinada por el país cuando vino a rodar, tres años antes, Pandora y el holandés errante. Según cuenta Amorós, descubrió “un lugar que le encantaba porque encontró un ambiente de juerga y alegría”. Aunque no se sabe si se conocieron en la Feria de Sevilla, en el Museo Chicote de Madrid o en una fiesta de la capital, lo cierto es que la protagonista de Mogambo, amante de todo lo que sonase a tópico español, pronto acudió a Las Ventas a ver a su ídolo con traje de luces. Tanto Dominguín como ella estaban invitados a la inauguración del Castellana Hilton y no pasó mucho tiempo hasta que tuvieron un primer encuentro sexual. Las historias sobre lo que el torero dijo de la primera noche que pasó con la actriz van desde lo literario a lo dantesco. “¿A dónde vas?”, parece que dijo ella al verle salir de la cama al día siguiente. “A contarlo”, replicó él. La anécdota, mitad real, mitad fantasía, la matiza Amorós: “Hay personas que dicen que en realidad se le ocurrió a ella”.

Pese a que rodaba en Italia una nueva película, la secular La condesa descalza, Ava volvió a España en la Navidad del 53 y lo que tan sólo era un acercamiento se acabó convirtiendo en una incipiente relación. El binomio que formaron, apasionado como pocos, no se vio exento de problemas más allá de la fuerte personalidad de los dos. “Había un sinfín de tretas para que Sinatra no se enterase del romance, aunque la relación entre ambos ya estaba finiquitada”.












Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín en una imagen de archivo
Ava Gardner y Luis Miguel Dominguín en una imagen de archivo
Sin embargo, si hubo una circunstancia que los acabó uniendo definitivamente fue la que tuvo lugar aquella mañana en la que Ava se levantó con un fuerte dolor: tenía piedras en el riñón. Dominguín no sólo la llevó al hospital sino que no se separó un solo momento de ella. “Luis Miguel podía parecer arrogante pero también era muy tierno”. Pese a que eran opuestos perfectamente complementados, siempre había ‘agentes externos’ que metían sus narices en la relación. “En una de las ocasiones en las que se pelearon, Howard Hughes, que siempre fue detrás de ella, llegó a decirle a Dominguín que se fuese a otra parte”.
Sin embargo, aquello estaba condenado. El principio del fin llegó cuando coincidieron en Nueva York y a él se le ocurrió pedirle matrimonio. “Ella se niega y ambos deciden dejarlo”. Por aquella época, y cansado de tanta discusión, a Luis Miguel Dominguín le apetecía regularizar su vida y tener hijos. “De hecho, poco tiempo después conoció a Lucía Bosé”. Si hubo algo que Ava Gardner nunca abandonó fue España, y eso permitió que ambos siguiesen siendo amigos  y que mantuviesen el recuerdo de una relación que dio algo de color a la sociedad gris del franquismo. No era para menos: ambos eran guapos y la relación tenía mucho de literario: al fin y al cabo, no todos los días se conjugaba la pasión de un torero con el artificio de ‘pedigrí’ de una estrella de Hollywood.  España fue el refugio de la protagonista de La noche de la iguana, el lugar donde el ‘animal más bello del mundo’ pudo alejarse de las imposiciones de Hollywood y vivir su particular capea con la única persona que la igualaba en eso de beberse la vida: un torero español. 


Ava Gardner

Ha llegado una estrella

Ana María Moix
20 de noviembre de 2004


Los años que ha invertido Marcos Ordóñez en la novela, el teatro y el lenguaje cinematográfico se convierten en el aval de este relato sobre Ava Gardner: una crónica testimonial de aquellas noches locas que la actriz pasó en el Madrid de los cincuenta, años en los que las cinematográficas estadounidenses iban a la caza del suelo español para sus rodajes.


Adecuado, además de precioso, título el que Marcos Ordóñez ha puesto a este libro sobre Ava Gardner, una suerte de reportaje biográfico de la popular estrella de Hollywood centrado, sobre todo, en los años que vivió en Madrid. Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957) autor de, entre otras, las novelas Rancho aparte(1997), Puerto Ángel (2000), Tarzán en Acapulco (2001) y Comedia con fantasmas (2002) es, también, crítico teatral y profesor de narrativa audiovisual en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. La enumeración de los ámbitos a los que Ordóñez se dedica (novela, teatro, lenguaje cinematográfico) y las características de sus novelas, en las que integra mundo del espectáculo, música, plástica y personajes que surgen de las artes escénicas, del cine y de la canción, nos muestran a un autor que gusta abandonarse -aunque consciente y críticamente- a la llamada de ese eco nostálgico que dejan los grandes mitos de la pantalla o del teatro a su paso por este mundo, y que posee, además de una fuerte vocación para ir más allá de la imagen pública de esos ídolos en busca de sus mortales entrañas. Sin embargo, no quiere esto decir que Beberse la vida sea un libro nostálgico. Como en otros de sus títulos, Ordóñez apunta -y apunta fieramente- a la crítica. Y, especialmente, aquí, lo hace a la crítica de unos años, de una época y de un país que, como era la España de los cincuenta y sesenta, surgía del tercermundismo al son marcado por el fantasmal tintineo del dólar prometido por los pactos hispano-norteamericanos de 1953.

Ava Gardner llegó a España en 1950, para el rodaje de Pandora y el holandés errante, dirigida por Robert Lewin e interpretada por James Mason y el actor, poeta y torero Mario Cabré, y subyugada por los toros, la Feria de Sevilla y la vida nocturna barcelonesa, primero, madrileña después, se instaló definitivamente en Madrid en 1953. Era ya "el animal más bello del mundo", se había casado y divorciado dos veces (la primera, con Mickey Rooney), ambos matrimonios habían durado sólo un año, periodo de tiempo que, fuere con quien fuere, le demostraba que su ansiosa sed no era únicamente de alcohol si podía saciarse en compañía. Se instaló en Madrid, primero en el Castellana Milton y, más tarde, en una casa (Las brujas)que compró en La Moraleja y, luego, en un lujoso ático, en Doctor Arce, donde era vecina de Perón, a quien se daba el gustazo de increpar a gritos cada vez que se lo pedía el cuerpo (cargado de alcohol). A través de declaraciones de personas que conocieron a Ava Gardner en aquella época y de crónicas aparecidas en revistas, Ordóñez recompone las noches de una ciudad a caballo entre la miseria económica y cultural en que la Guerra Civil y el franquismo sumieron al país y la opulencia de unas gentes (actores extranjeros, marqueses, americanos de la Embajada y de la CIA, toreros) que tomaron los restaurantes y locales del Madrid nocturno (Riscal, Lhardy, Chicote...), donde, a puerta cerrada hasta primeras horas de la mañana, se entregan al jolgorio en compañía de prostitutas y artistas flamencos. Jesús García Dueñas, Teddy Villalba, vicepresidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas en aquellos años y actual gerente de la Escuela de la Cine de la Comunidad de Madrid; Paco Miranda, pianista de algunos clubes nocturnos de la época; Antonio Recoder, abogado de la Gardner, y, entre otros, Julio Torrija, cronista de Cinemundo y representante de actores, son algunos de los testimonios cuyo relato recoge Marcos Ordóñez en estas páginas. Y algunos de estos testimonios son en verdad impagables, como la descripción que Jaime Arias hace de la inauguración del hotel Castellana Milton, en 1953, a la que asistieron Ava Gardner, Gary Cooper, Merle Oberon, Van Hefflin y periodistas de Hollywood. Madrid era entonces la capital europea de la producción cinematográfica estadounidense debido a las muchas ventajas que ofrecía un país atrasado, que estaba rompiendo su aislamiento, es decir, que empezaba a aparecer en los mapas mentales de los americanos del norte dedicados al negocio del cine como un lugar altamente beneficioso: bajos salarios de los técnicos españoles, muchas horas de luz natural, "flexibilidad sindical", como prometieron las autoridades franquistas refiriéndose al sindicato vertical, escudo que protegía a las grandes productoras contra cualquier tipo de reivindicación laboral, privilegios fiscales... Y en ese Madrid, Ava Gardner, protegida por la amistad de Frank Ryan (jefe de los servicios de inteligencia estadounidense en España), Aline Griffith, duquesa de Quintanilla (estrella de la CIA), y algunos altos cargos de la Embajada norteamericana, derrochaba su vitalidad, su belleza y su talento convirtiéndose en una leyenda a la que Marcos Ordóñez ha sabido darle humanidad.



Frank Sinatra y Ava Gardner



EL FACTOR AVA

Maruja Torres
24 de octubre de 2004


Uno de los primeros sentimientos que ha despertado en mí leer el superestupendo libro de Marcos Ordóñez sobre Ava Gardner, Beberse la vida (El País Aguilar), ha sido la envidia. No por haberlo escrito, sino porque, para hacerlo tan bien como le ha salido, se obligó a rastrear y encontrar -como el reportero que también es- a una serie de personajes que fueron fundamentales en la España de la posguerra, surgidos entre el sector de la farándula y el famoseo y el de la profesionalidad cinematográfica más competente y posibilista.



Por debajo de todo el libro, homenaje a una mujer desgarrada y desgarradora que representa lo que hubo de glamour en nuestras vidas durante aquellos años duros, corre la veta gris de la cotidianeidad bajo el franquismo. Y precisamente porque el mundo de Ava Gardner en España pertenecía a los vencedores (aunque estaba trufado de disidentes y supervivientes), el retrato de la ausencia queda perfectamente claro. Pero eran los ausentes, no los marqueses de Villaverde, ni Perico Chicote o los espías de la colonia norteamericana, a quienes ella frecuentaba, eran los españoles de a pie quienes llenaban las salas de cine (de barrio, naturalmente) para calentarse con el resplandor de la mujer que se quemaba, como alguien cuenta en el libro, "como una vela ardiendo por los dos extremos".



Los hombres que estuvieron cerca de ella en sus borracheras y sus búsquedas la conocieron muy bien, y sus testimonios en el libro son fundamentales para comprender a una persona tan compleja, tan salvajemente libre en los almibarados años en que Hollywood tenía como virgen probeta a Doris Day. Pero más allá de estas voces, que son muchas y muy valiosas, está el coro silencioso de quienes la vieron iluminar sus vidas incluso en las películas en blanco y negro, incluso cuando mostraba un solo hombro, incluso cuando la historia en la que la habían metido era mala de remate.



Ava Gardner era una diosa, y en los cines de barrio le rezábamos. Más que a Rita Hayworth, otra buena mujer maltratada por el oficio. En cualquier caso, la propia Ava las fundió a las dos cuando hizo La condesa descalza, una historia basada más o menos en el descubrimiento para el cine de Margarita Carmen Cansino, Rita para la eternidad. Pero lo cierto es que Ava iba siempre un par de narices -y un par de copas, podría añadir, citando a Bogart- por delante del mundo, y eso es lo que, al fin y al cabo, le pedimos a nuestros dioses cuando les rezamos, cada cual a su manera. Que abran camino.



La vida libérrima de Ava Gardner en España, digo yo, alguna huella tiene que haber dejado en nosotros, obligados entonces a venerar oficialmente la honra, metida en una urna, de nuestra Doris Day, Carmen Sevilla.



Ejemplo:



-Mamá, ¿por qué Rossano Brazzi dice que no la puede hacer feliz porque no es un hombre completo? -pregunta a cuenta de La condesa descalza.

-Porque él no puede tener hijos -respuesta materna.

-¿Por qué necesita ella hijos para ser feliz? -pregunta filial seguida por bofetón materno.

O sea, que aprendí muchísimo a distinguir impotentes.

Dirán ustedes: ¿importan tales lecciones en los albores del tercer milenio, cuando estamos tan liberados? Parece que sí. El propio autor, mi amigo Marcos Ordóñez, me contó, saliendo de una de esas tertulias radiofónicas de "buen rollito", humor blanco y burricie total que tanto abundan, que allí unos indocumentados habían tratado a Ava, entre grititos de descubridores de exclusivas informativas del género ínfimo, de ninfómana y alcohólica. En este mundo hipócrita, en el que alguien puede pasarse un par de horas contando el efecto que le produjo un canuto aquella vez que se lo fumó hace siglos, y cómo se arrepiente de ello, ganas dan de ponerse en jarras e ir de radio en radio explicando, en plan provocador, la razón (contada por ella misma) de su pasión compartida con Frank Sinatra y sus 50 kilos de peso:

"Pues mirad, chicos", contaría una a los niños del micro beato, "según Ava, es que eran tres kilos de Frank… y 47 de polla".

Tratamiento de choque. Es necesario.





Ava Gardner, más mito sexual que nunca

MIGUEL ÁNGEL VILLENA
16 MAR 2007

A las órdenes de la Metro Goldwyn Mayer y a lo largo de muchos años, Al Altman había entrevistado a cientos de aspirantes a actrices o modelos, jóvenes guapísimas en su mayoría, que estaban dispuestas a cualquier cosa para alcanzar la fama en Hollywood. Precisamente su trato cotidiano con tantas mujeres espectaculares había inmunizado de algún modo a Altman frente a las tentaciones de un cuerpo femenino. Esto fue así hasta que en el verano de 1941 apareció una muchacha de 19 años, procedente de un pueblo de Carolina del Norte, que respondía al nombre de Ava Lavinia Gardner. Más de seis décadas después, la hija de Altman, Diana, confesaba al periodista Lee Server, autor de una monumental biografía sobre la actriz, Love is nothing, que se publica ahora en España con el título de Una diosa con pies de barro: “Mi padre no era de los que suelen hablar de lo guapas que son las mujeres ni nada por el estilo, pero siempre decía que Ava Gardner era la mujer más bella que jamás había visto”.

Esta opinión de un experimentado ojeador de guapas coincide con las impresiones que fueron desgranando, con el paso del tiempo, actores, directores, periodistas, fotógrafos, artistas, músicos, camareros, bailarines, guías turísticos o toreros, como Mario Cabré y Luis Miguel Dominguín, que durante sus años de residencia en España tuvieron la fortuna, y con frecuencia también la desdicha, de cruzarse en su camino. Además, aquella mujer salvaje y cariñosa, imprevisible y encantadora, que se convirtió en una divinidad y a la que desearon millones de hombres en todo el mundo, disfrutó siempre de la compañía masculina, bien fuera en la cama de un hotel, en la mesa de un restaurante, en el sofá de su casa, en un plató o en un coche. Por ello los estereotipos de mujer fatal o de devoradora de hombres se quedan cortos a la hora de analizar la trayectoria de aquella estrella, nacida el día de Nochebuena de 1922 en una zona rural del sur de Estados Unidos, hija pequeña de una familia numerosa en la que el padre era granjero y la madre regentaba una pensión para maestras, y que iluminó las pantallas del mundo entero con películas como Forajidos, La condesa descalza, Mogambo, 55 días en Pekín o La noche de la iguana. El biógrafo Lee Server, que ha dedicado cuatro años a escribir su libro, define a Ava como “el gran mito sexual de los años cuarenta y cincuenta, una auténtica diosa del amor”. “Ella fue una mujer fatal no sólo en la pantalla, sino también en la vida real, una fuerza irresistible y destructiva que hizo enloquecer a multitud de hombres”.
Poco después de llegar a Hollywood, donde Ava pasó a engrosar las filas de actrices de serie B, una categoría en la que podían permanecer indefinidamente hasta que en muchas ocasiones arrojaban la toalla, la meritoria de Carolina del Norte, que vivía con su hermana Bappie tras haber pasado unas pruebas fotográficas en Nueva York, conoció a Mickey Rooney en una fiesta. A pesar de ser bajito, narizotas, bocazas y un punto hortera ?en una palabra, la antítesis de un galán?, Rooney era en los comienzos de los años cuarenta el actor mejor pagado de Hollywood porque sus interpretaciones de joven desenfadado y sanote en la serie de comedias dramáticas del juez Hardy le habían concedido una popularidad sin precedentes en la pantalla. Su carisma le había permitido aparecer, en todas sus películas, como el honesto símbolo de una América en la que soplaban vientos de guerra. Como les ocurriría después a tantos otros compañeros de profesión, Mickey se sintió fascinado por la bellísima veinteañera hasta tal punto que llegó a desafiar al mismísimo Louis Mayer, todopoderoso y moralista magnate de la industria, que se opuso al deseo del actor, símbolo de una juventud modélica, de casarse con una explosiva provinciana, morena de ojos verde esmeralda. A Rooney le toleraban vicios privados, pero tenía que mantener sus virtudes públicas. De cualquier modo, antes del pulso con Mayer, el cinematográfico hijo del juez Hardy tuvo que insistir, una y otra vez, con Ava, hubo de seducirla con caros regalos, con atenciones constantes y con una simpatía arrolladora que compensaba sus carencias de atractivo físico. Al fin, Mickey venció las iniciales resistencias de Ava y la pareja se casó el 10 de enero de 1942. La espera había valido la pena porque Rooney comprobó que la joven actriz era virgen, se dejaba instruir en los secretos de alcoba y la luna de miel fue para él “una sinfonía de sexo”. Ahora bien, del otro lado de la cama, ella reconocería años después a Ann Miller las, en apariencia, insospechadas cualidades de su marido-instructor: “No te dejes engañar por el muchachito. Se conoce al dedillo todos los trucos”. Educada en una cultura puritana y rural, donde el sexo se asociaba al pecado, la actriz pronto se entusiasmó con las pasiones sexuales hasta el punto de que, ya en la cumbre de su fama, confesaría al periodista Radie Harris que, poco después de aquella luna de miel, ella comenzó a desarrollar una actitud más activa y agresiva. “Con tanta técnica”, según cuenta Harris, “que ningún hombre volvería a dominarla de nuevo en la cama”.
Mientras su carrera cinematográfica avanzaba de forma vacilante, pese al decidido respaldo que ahora le prestaba su influyente marido, Ava empezó a cansarse de Rooney, que pasaba mucho tiempo fuera de casa y que estaba lejos de renunciar a otros escarceos amorosos. Los papeles de la actriz no iban más allá de breves apariciones hasta que en 1947 llegó Forajidos, donde dispuso de un rol protagonista y compartió cartel con su admirado Burt Lancaster. Y en eso apareció en escena el multimillonario empresario, aviador, productor de cine y experto seductor de artistas Howard Hughes, que se encaprichó de la todavía señora Rooney, a la que colmó de agasajos y de todo tipo de imaginables caprichos que incluían viajes en avioneta, joyas costosísimas o extravagancias sin fin con tal de quebrar la voluntad de Ava, que nunca llegó a fiarse del magnate. Muy acostumbrado a comprar todo lo que se le antojase, Hughes coleccionaba mujeres hermosas como si fueran jarras de porcelana, pero esa táctica no dio resultado con la indómita sureña. Nunca estuvo la Gardner enamorada de Hughes, aunque mantuvieron una disparatada amistad, a veces salpicada de episodios violentos, una constante en las relaciones de la actriz con sus parejas. Ahora bien, el amor loco que Ava despertó en Hughes, que llegó a pagar empleados para que la espiaran noche y día, ofrece un poco el termómetro de las pasiones arrebatadas que la actriz despertaba en los hombres.
Aunque su matrimonio con Rooney naufragaba sin remedio, el actor ejerció como Pigmalión de su esposa durante mucho tiempo hasta el punto de que siguieron manteniendo relaciones sexuales, de tanto en tanto, ya una vez separados. En muchas ocasiones, ella no rompía del todo los vínculos con sus antiguos amantes, de forma que reaparecían, una y otra vez, en su vida bien porque Ava los buscaba o bien porque ellos no podían prescindir de la fascinante actriz. Odiaba mucho dormir sola y, en más de una ocasión, declaró que invitaba a gente a compartir su cama para evitar la soledad, una actitud que le ocasionó más de un grave problema cuando sus ocasionales compañeros no se conformaban con el papel de oso de peluche humano y querían hacer el amor con la diosa. Al contrario de la cansina insistencia de Hughes, el músico Artie Shaw, que más tarde sería el segundo marido de Ava, empleó una táctica bien diferente que consistió en tratarla como una buena amiga hasta que ella ardió en deseos de conquistarlo y de llevárselo a la cama. No obstante, cuando ya habían pasado por el trámite matrimonial, la veneración intelectual que ella sentía por un músico famoso e ilustrado se convirtió en una distancia insalvable porque Shaw, pasados los fulgores del sexo, la contemplaba como a una pueblerina inculta y perezosa. Artie Shaw, entonces en la cumbre de su gloria, manifestó poco después de conocerla: “Era una diosa. Me quedaba mirándola fijamente, literalmente maravillado”. Poco después la despreciaba por leer novelas rosas de una escritora llamada Kathleen Winsor, con la que, ironías de la vida, Artie Shaw se casaría más tarde. La Gardner no dejó de sonreír maliciosamente a propósito de ello.
Así pues, tampoco funcionó el matrimonio con el músico, y la actriz buscaba cada vez más en el alcohol, en todo tipo de bebidas, desde el vino hasta los aguardientes pasando por el whisky, la ginebra o el vodka, las fuerzas necesarias para superar los reveses amorosos y vencer sus inseguridades como intérprete. Entre romances constantes con compañeros de reparto como David Niven, Kirk Douglas o Robert Taylor ?que, por cierto, mantenía en casa de su madre sus encuentros amorosos con Ava para guardar discreción?, o con políticos como John F. Kennedy, por aquel entonces conocido como el hijo del embajador en los círculos de Hollywood, apareció el cantante y actor Frank Sinatra, un católico pendenciero, amigo de mafiosos y que mantenía la clásica doble moral de esposa y amantes. Encumbrada ya a la categoría de estrella, Gardner protagonizó en 1948, con 26 años, Venus era mujer, y para ofrecer la imagen de su belleza, los publicitarios de la Universal dieron a conocer las medidas que explicaban la adoración por la diosa: 90 de busto, 60 de cintura, 86 de caderas, 32 de cuello, 48 de muslos, 33 de pantorrillas y 19 de tobillos. Esas medidas encontró Sinatra cuando inició una de las más tormentosas y apasionadas relaciones que recuerda la historia del cine. Ejemplo de amor loco y enfermizo, la relación de Frank y Ava, calificada por muchos como el romance del siglo, se concretó en matrimonio entre 1951 y 1956, pero antes y después sufrieron o disfrutaron, nunca se sabe, de broncas y reconciliaciones, insultos y deseos incontenibles, llamadas a miles de kilómetros de distancia y desprecios cara a cara. Una historia real digna del melodrama más exagerado de Hollywood. Ambos tenían temperamentos muy fuertes, eran capaces del amor más desenfrenado o del odio más feroz, siempre de sentimientos sin medida.
Skitch Henderson, que dirigió la orquesta de Sinatra, recuerda: “Frank estaba totalmente obsesionado con Ava. Total y locamente enamorado. Ahora, en cierto modo, es un romance legendario, pero debo decir que en la realidad era incluso más fuerte. Él estaba dispuesto a hacer lo que fuera por Ava”. Ella siguió escuchando, sola o con amigos o amantes, las canciones de Sinatra allá donde estuviera, en Madrid, en Nueva York o en Londres, donde murió la actriz, en 1990, acompañada sólo por su fiel empleada Carmen Vargas. Sin embargo, los celos y las rivalidades solían llegar hasta tales extremos que Sinatra simuló suicidios en más de una ocasión. En una de ellas, el pretexto fue una disputa por Artie Shaw, con el que Ava mantenía una buena amistad pese a que el músico estaba casado, y que originó que Frank disparara contra el colchón en la habitación contigua a la de ella en un hotel de Nueva York. Cuando Ava gritó su nombre y se acercó a la cama, vio humo junto al cuerpo de Sinatra, tendido boca abajo. Él le sonrió siniestramente y dijo: “Hola”. “Maldito seas”, le replicó una indignada Ava que, no obstante, unos minutos después se abrazaba a Frank y se acurrucaba para compartir el lecho.
A propósito de historias amorosas, la actriz Marge Champion, que compartió cartel y amistad con Ava en Magnolia, ofreció muchos años después un retrato de la estrella: “Era sencilla, honesta y genial. La gente siempre solía infravalorarla. No sólo era la mujer más hermosa, sino que además era muy lista con respecto a muchas cosas y tenía un instinto para saber lo que era bueno para ella, salvo en cuestión de hombres. Era de esa clase de personas que siempre se están saltando las reglas”.


Grace Kelly, Clark Gable y Ava Gardner
 Mogambo, de John Huston

FILMOGRAFÍA

  • Maggie (TV, 1986, inédita)
  • The long hot summer (TV, Un largo y cálido verano, 1985)
  • Knots Landing (TV, 1985)
  • Harem (TV, 1985)
  • A.D. Anno Domini (TV, 1984)
  • Regina Roma (íd., 1982)
  • Priest of Love (Sacerdote del amor, 1981)
  • The Kidnapping of the President (El secuestro del presidente, 1980)
  • City on Fire (Emergencia, 1979, Alvin Rakoff)
  • The Sentinel (La centinela, 1977, Michael Winner)
  • The Cassandra Crossing (El puente de Cassandra, 1977, George Pan Cosmatos)
  • The Blue Bird (El pájaro azul, 1976, George Cukor)
  • Permission to Kill (El hombre que decidía la muerte, 1975, Cyril Frankel)
  • Earthquake (Terremoto, 1974, Mark Robson)
  • The Life and Times of Judge Roy Bean (El juez de la horca, 1972, John Huston)
  • The Devil's Widow (La viuda del diablo, 1972)
  • Go west (1971) (F.A.D)
  • Mayerling (íd., 1968, Terence Young)
  • The Bible (La Biblia, 1966, John Huston)
  • The night of the iguana (La noche de la iguana, 1964, John Huston)
  • Seven days in may (Siete días de mayo, 1964, John Frankenheimer)
  • 55 days at Peking (55 días en Pekín, 1963, Nicholas Ray)
  • The Angel Wore Red (1960, Nunnally Johnson)
  • On the beach (La hora final, 1959, Stanley Kramer)
  • The naked maja (La maja desnuda, 1959)
  • Sun Also Rises, The (Fiesta, 1957)
  • The Little Hut (La cabaña, 1957, Mark Robson)
  • Bhowani Junction (Cruce de destinos, 1956, George Cukor)
  • The barefoot contessa (La condesa descalza, 1954, Joseph L. Mankiewicz)
  • Knights of the Round Table (Los caballeros del rey Arturo, 1953, Richard Thorpe)
  • Mogambo (íd., 1953, John Ford)
  • Ride, Vaquero! ('/Una vida por otra, 1953, John Farrow)
  • The Snows of Kilimanjaro (Las nieves del Kilimanjaro, 1952, Henry King)
  • The Lone Star (Estrella del destino, 1952, Vincent Sherman)
  • Show Boat (Magnolia, 1951, George Sidney)
  • My Forbidden Past (Odio y orgullo, 1951, Robert Stevenson)
  • Pandora y el holandés errante (1951, Albert Lewin)
  • East Side, West Side (Mundos opuestos, 1949, Mervyn LeRoy)
  • The Great Sinner (El gran pecador, 1949, Robert Siodmak)
  • The Bribe (Soborno, 1949, Robert Z. Leonard)
  • One Touch of Venus (Venus era mujer, 1948, William A. Seiter)
  • The Hucksters (1947)
  • Singapore (Una vida y un amor), 1947
  • The killers (Forajidos, 1946, Robert Siodmak)
  • Whistle Stop (1946)
  • She Went to the Races (1945)
  • Three Men in White (1944)
  • Maisie Goes to Reno (1944)
  • Ghosts on the Loose (La casa encantada, 1943)
  • Mighty Lak a Goat (1942)
  • Joe Smith, American (1942)