lunes, 8 de junio de 2015

Alberto Salcedo Ramos

Alberto Salcedo Ramos
Bogotá, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas

DE OTROS MUNDOS

FICCIONES

Alberto Salcedo Ramos en Casa de citas


Alberto Salcedo Ramos
(1963)

Alberto Salcedo Ramos. (Barranquilla, 1963). Comunicador social periodista de la Universidad Autónoma del Caribe. Comenzó su carrera en el periódico El Universal, de Cartagena, donde cubrió desde concursos de belleza hasta cumbres antidrogas. Después de un tiempo como jefe de redacción de ese diario, se mudó para Bogotá, donde fundó y dirigió el programa de crónicas documentales “Vida de barrio”. En televisión, además, ha dirigido varios proyectos culturales, como “A pulso” y “Las rutas del saber”, y participó en la serie “Ese mar es mío”, grabada en 11 países, la cual mostró la vida y los mitos del Caribe inglés, del Caribe español y del Caribe francés.
Durante los últimos años se ha dedicado en gran medida a trabajar el periodismo narrativo. Es cronista de las revistas SoHo y Gatopardo, y corresponsal en Colombia de la revista alemana Ecos. Sus trabajos han aparecido también en Etiqueta Negra, El Malpensante, Arcadia, Credencial y Cromos, entre otras publicaciones.
Ha publicado los libros El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, La eterna parranda (crónicas 1997-2011), Los golpes de la esperanza y Diez juglares en su patio, este último en compañía de Jorge García Usta.
Ha sido incluido en numerosas antologías nacionales e internacionales de crónica:
  «Lo mejor del periodismo de América Latina» (FNPI y Fondo de Cultura Económica, 2006)
  «Crónicas latinoamericanas: periodismo al límite» (Fundación Educativa San Judas, Costa Rica. 2008)
  «Antología de grandes reportajes colombianos» (Aguilar 2001)
  «Antología de grandes crónicas colombianas» (Aguilar, 2004)
  «Historia de una mujer bomba y otras crónicas de América Latina». (Uqbar Editores. Chile)
  «La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia. 1638-2000». (Hombre Nuevo Editores y Editorial Universidad de Antioquia. 2010)
  «Domadores de historias. Conversaciones con grandes cronistas de América Latina» )Ediciones Universidad Finis Terrae, Chile, 2010)
  «Antología de crónica latinoamericana actual» (Alfaguara, Madrid, 2012)
  «Mejor que ficción. Crónicas ejemplares» (Anagrama, Madrid, 2012)
  Su crónica La víctima del paseo, que narra su drama personal al ser víctima de un «secuestro express», fue publicada por la Universidad de Rütgers en el libro Citizens of fear.
  Su perfil El testamento del viejo Mile, sobre el juglar vallenato Emiliano Zuleta, figura en la antología Lo mejor del periodismo de América Latina.
  «Verdammter süden» (Editorial Suhrkamp, Berlín, Alemania, 2014)
  «Hechos para contar. Conversaciones con 10 periodistas» (Editorial Debate, Colombia, 2014)
  Su crónica Queens futbol fue incluida en la antología «The football crónicas», publicada en Londres, 2014.
  En 2014, la editorial Czernin, de Austria, incluyó su crónica «La travesía de Wikdi» en la antología Atención
Ha ganado, entre otras distinciones, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces), el Premio al Mejor Libro de Periodismo del Año (otorgado por la Cámara Colombiana del Libro, el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) (dos veces), el Premio de Periodismo Ortega y Gasset y el Premio al Mejor Documental en la II Jornada Iberoamericana de Televisión, celebrada en Cuba.
Ha dictado talleres de periodismo narrativo en varios países.


Alberto Salcedo Ramos y Óscar Collazos
Foto de Lidia Corcione

"¿Cómo logro que un personaje se abra?

Aplicando la recomendación de Kapucinsky: 

siendo buena persona, no 'haciéndome' la buena persona, 

mostrando respeto y genuino interés por su vida." 



Alberto Salcedo Ramos


Alberto Salcedo Ramos en su estudio
Bogotá, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Alberto Salcedo Ramos
“Ser cronista es un privilegio”

Doria Constanza Lizcano Rivera
Departamento de Gramática
Universidad Sergio Arboleda



Una tarde soleada en un acogedor café de la 15 con 75 fue el escenario perfecto para inmiscuirnos en la vida de Alberto Salcedo: el hombre, el cronista y el docente. Es difícil creerle que es tímido pues lo disimula tenazmente con sus risas que se tornan carcajadas. Confiesa que su virtud con las crónicas empezó a ser nutrida en su infancia con la mentira, imaginación y fantasías desbordantes que le hacían crear historias para sorprender a los adultos. Creció al vaivén de los vallenatos de Zuleta y los porros de Pedro Laza, en Arenal, un pueblecito de Bolívar. Amante del béisbol y el boxeo.


Alberto Salcedo Ramos
Bogotá, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas



Tiene claro, desde sus clases en el colegio, que aborrecía visceralmente las matemáticas y nunca comprendió por qué razón debía aprenderlas. Ahora sabe que lo suyo siempre fue la escritura. Con ella lo soluciona todo. Sus afectos y fobias están allí plasmadas. Pero ante todo es un buscador de historias, le interesa descubrir en la vida de cada personaje que se topa sus errores, desgracias, triunfos; en sí la grandeza o torpeza de su humanidad. Y ahí están, como espejo de esa virtud, crónicas como: “Diez juglares en su patio” (1991). “De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas”(1999) “ El testamento del viejo Mile”“El árbitro que expulsó Pelé” “El oro y la oscuridad” y muchas otras más publicadas en “Antología de Grandes Reportajes Colombianos” (Daniel Samper Pizano, Editorial Aguilar) y “Antología de Grandes Crónicas Colombianas” Tomo II (Daniel Samper Pizano, Editorial Aguilar). 

Ganador de tres premios de periodismo Simón Bolívar, Premio Internacional de Periodismo Rey de España, y orgullosamente nuestro, con su trabajo como docente de la Escuela de Comunicación Social y Periodismo de la Sergio. Ha sido catalogado un genio de la escritura y uno de los mejores cronistas colombianos de los últimos tiempos. Hábil, virtuoso, sencillo, alegre, desprevenido, desparpajado, apasionado, sensible…entre muchas otras virtudes que sería un error no mencionar.



Aquí apartes de la entrevista concedida a Altus



ALTUS: ¿Cómo fue su niñez?



ALBERTO SALCEDO RAMOS: “En la infancia fui más bien introvertido y un tanto inseguro. Aunque nací en Barranquilla, crecí en un pueblo de Bolívar llamado Arenal, donde se escuchaban a todo volumen los vallenatos de los hermanos Zuleta y los porros de Pedro Laza. Comíamos ciruelas y almendras, tomábamos jugo de guayaba blanca y, cada vez que caía un aguacero, salíamos a las calles a jugar fútbol con los pies descalzos. Había una niña que me encantaba: se llamaba Ana Milena, pero nunca le dije nada, precisamente por la timidez que mencioné hace un momento”.



• ¿Cómo fue su vida en el colegio?



A.S.R.: “Me resultaba casi imposible fijar la atención en las clases que no me interesaban. En la hora de español me sentía contento, motivado. Pero cuando aparecían los números, la situación era distinta. ¿Qué diablos tenía que ver yo con fraccionarios y leyes transitivas? Cuando me hablaban de esos temas, me elevaba. Pienso que era una actitud defensiva, una manera de protegerme de algo que me agredía porque pretendían imponérmelo a la fuerza, en contra de mi voluntad. Esa característica aún me acompaña. Aunque no me distraigo tanto como antes, me cuesta mucho tener que concentrarme, simplemente por buena educación, en algo que no me importa”.



• ¿Cuántas novias ha tenido?


A.S.R.: “Nunca me he puesto a contarlas. Prefiero recordarlas más como una vivencia que como una cifra”.

• ¿Cuándo nació ese amor por la escritura?

A.S.R.: “Escribo desde que era niño. En la adolescencia yo era el único de mi grupo de amigos que no tenía una chica. Estaba tan desesperado que escribía cartas de amor dirigidas a mí mismo, y las firmaba con el nombre de una mujer llamada María. Recuerdo que las escribía con la mano izquierda, para que la letra me quedara diferente, y las dejaba tiradas por ahí, a ver si los adultos de mi casa las encontraban y divulgaban la buena noticia. La invención de aquella novia de mentiras me dio un inesperado respeto entre mi familia, pero visto con los ojos de hoy pienso que fue una experiencia literaria. Siempre he tenido la tendencia a solucionarlo todo a través de la escritura, a revelar mis afectos y desafectos por medio de las historias que cuento. Me va mejor escribiendo que hablando, y el ser consciente de eso me hace perseverar en el oficio. El haber sido tan tímido durante la adolescencia me forzó a volcarme en el mundo de las letras”.

• ¿Por qué comunicador social?

A.S.R.: “Mi primer impulso fue hacia la ficción. He dicho varias veces que fui un niño mentiroso, empeñado en asombrar a los adultos con sus relatos inventados. También he estado interesado siempre de manera genuina en las historias de los demás, en la vida de la gente que voy conociendo. Lo de la ficción es una posibilidad que en cualquier momento va a aparecer. No lo haré por moda, ni por buscar vitrina, ni porque crea que haciendo una novela mejoraré mi estatus intelectual, sino como producto de una necesidad. Y en todo caso, sé que tendré las agallas suficientes para romper lo que haga si no me satisface. Soy periodista, a mucho honor. Me gusta el periodismo narrativo porque combina reportería y literatura”.

• ¿Cómo fueron esos años de formación en la Universidad Autónoma del Caribe?

A.S.R.: “Años difíciles. Estudié con muchos sacrificios. Mi vieja, Ledia Ramos, tuvo que fajarse con su pequeño salario y con la venta de cosméticos, para que mi hermana y yo estudiáramos una profesión”. 

• ¿Cuáles maestros tuvo? ¿A quiénes admira?

A.S.R.: “En la universidad tuve muchos, pero hubo dos a los que considero muy importantes: Sigifredo Eusse y Jesús Correa. Eusse iba poco porque era periodista del Diario del Caribe y su trabajo como reportero le impedía ser el más puntual de los profesores. Eso sí: el día que iba quedaba a paz y salvo con nosotros, porque nos regalaba el hermoso ejemplo de su pasión por el oficio. Correa era exigente, pero jamás lo vi exigir lo imposible. Tenía un humor negro con el cual se burlaba de nuestros errores, pero uno no sentía ganas de matarlo sino de darle las gracias, porque sus apuntes eran ciertamente muy inteligentes. Cuando terminé la carrera empecé a trabajar en el periódico El Universal, de Cartagena, y allí conocí al poeta y narrador Jorge García Usta, quien a pesar de llevarme apenas tres años, parecía haberse leído todos los libros de este mundo que valían la pena. Además, tenía vocación de pedagogo: cogía mis textos y los descuartizaba con un bolígrafo azul mordisqueado en la punta, y mientras hacía eso iba expresando en voz alta algunas reflexiones formidables sobre el uso del lenguaje. Me enseñó que la búsqueda de la palabra precisa no es un lujo exótico, como creen algunos reporteros cuadriculados o incultos, sino un deber. Y que el buen periodismo puede ser también una fuente de belleza estética”.

• ¿Cuándo supo que lo suyo era el periodismo y no otra área de la comunicación social?

A.S.R.:“Cuando me fui a matricular vi que la carrera se llamaba Comunicación Social. Pero ya entonces sabía que lo mío era el periodismo”.

• ¿Por qué la crónica?

A.S.R.: “Yo creo que es un privilegio escribir una historia que parece cuento, pero que es real. Podemos combinar literatura y periodismo, podemos escribir para el momento y para la posteridad”.

• ¿En quiénes se ha inspirado? ¿Quiénes lo han influenciado?

A.S.R.: “La lista es larga. Yo digo, haciéndole eco a Borges, que no me ufano de los libros que he escrito pero sí de los que he leído. Entre mis libros favoritos figuran “Crimen y Castigo”, “La peste”, “Madame Bovary”, “Cien años de soledad”, “Fama y oscuridad”, “A sangre fría”, “La canción del verdugo”, “El periodista y el asesino”, “Hiroshima”, y “La muerte de Iván Ilich”. Entre los autores menciono a Gay Talese, Truman Capote, Tomás Eloy Martínez, Fedor Dostoievsky, Albert Camus y Gabriel García Márquez. Claro que las influencias van más allá de los libros: también me he nutrido de los porros pelayeros, de las conversaciones esquineras de los viejos del caribe, de las películas de Ettore Scola, de las excelentes crónicas cantadas de Rubén Blades, de la sátira de Joaquín Sabina y de la poesía de Oliverio Girondo. Todos ellos me han hecho vibrar y son para mí, más que autores de culto, miembros de mi familia, gente con la cual converso de manera frecuente”.

• ¿Cuál fue su primer trabajo?

A.S.R.: “Mi primer trabajo pago fue en una emisora de Cartagena, en octubre de 1985. Me tocó reemplazar a un colega que estaba incapacitado. Durante ese mes de trabajo me encargaron el cubrimiento del Concurso Nacional de Belleza. Me metí en la pista del Aeropuerto Rafael Núñez, con una grabadora pequeña, para entrevistar a todas las reinas que iban llegando. Tu pregunta me da la oportunidad de recordar esta experiencia, que hacía rato no recordaba. Yo quiero aprovechar para decirte que no tengo registrada esta vivencia en mi memoria como algo ingrato o indigno. Ya te dije que me honra ser periodista, y como cronista he aprendido que en donde uno menos piensa aparece una buena historia”.

• Muy buenos cronistas no han sido docentes. ¿Por qué se decidió por la docencia?

A.S.R.: “Mira, a mí me gusta la docencia no tanto por lo que me permite enseñar, sino por lo que me permite aprender. Es una actividad que me obliga a estudiar permanentemente, a actualizarme, a buscar siempre nuevos referentes que alimenten mi trabajo de cronista”.

• Usted es un hombre enamorado de los juglares. ¿Por qué?

A.S.R.: “Porque los conozco desde que era pequeño, me crié con la música de ellos. Antes de verlos como personajes de mis crónicas, fui feliz oyendo sus coplas”

El cronista

• ¿De qué manera llegó a la historia de “El gol que costó un muerto”?

A.S.R.: “Por pura casualidad. Cuando dirigía la serie documental ‘Vida de barrio’, me tocó grabar un capítulo en Lovaina, un sector de Medellín habitado por travestidos y prostitutas. Allá descubrí al personaje de esa crónica y de entrada vi que su testimonio podía ser interesante: era el drama de un hombre que por equivocación anotó un gol que no debió haber anotado, y la forma en que ese hecho le cambió la vida”.

• ¿Cómo supo que allí había una buena historia?

A.S.R.:: “Más que saberlo, lo sentí. En mi oficio he aprendido a confiar en mi intuición. En estos casos siempre me digo: bueno, si esta historia logró conmoverme a mí, seguramente también podría conmover a las demás personas”.

• ¿Cómo hizo para convencer a William Fajardo de que hablara?

A.S.R.: “La verdad es que no me tocó hacer ningún trabajo para convencerlo, porque él me contó su drama de manera espontánea. Resulta que él era esa persona que los etnógrafos llaman ‘el portero’, es decir, el tipo que andaba con nosotros mientras grabábamos, para evitar que nos sucediera algo malo. Cada día que nos veíamos, me iba dando más detalles de su historia, sin necesidad de que yo le preguntara nada. Cuando le dije que me interesaba publicar su testimonio, se mostró de acuerdo”.

• Sus crónicas tienen un manejo periodístico-literario. ¿Cómo logró ese estilo?

A.S.R.: “El estilo es lo más complejo que existe, porque es lo verdaderamente importante de todo escritor. A mí me sorprende saber que uno encuentra su propia voz sólo cuando ha escuchado las voces de los demás. En mi caso, he llegado a lo que soy ahora gracias a la mezcla de dos factores: mucha lectura y una cierta experiencia en la escritura. Creo que un buen cronista alcanza su mejor momento mucho después de los 30 años. Esto no es un dogma, sino apenas una sospecha. Recuerdo ahora una frase de Juan Gabriel Vásquez, según la cual el periodismo narrativo no tiene aún su propio estante en las librerías. Quienes elegimos esta forma de contar historias nos movemos a veces en una especie de limbo: los periodistas nos dicen que no somos periodistas y los escritores nos dicen que no somos escritores. Caminamos en puntillas sobre una cuerda floja. Yo defiendo esta posibilidad porque estoy convencido de que informar bien no excluye la obligación de escribir con encanto”.

• ¿Hasta qué punto elementos de ficción y hasta qué punto realidad?

A.S.R.: “La literatura le presta al periodismo un conjunto de herramientas técnicas, para que la narración resulte más bella, más eficaz. El periodismo narrativo es tributario de la novela y del cuento, pero no es novela ni es cuento. El escritor de ficción se las arregla para que le creamos que Gregorio Samsa se convirtió en un monstruoso insecto. En la crónica el asunto es a otro precio: por muy bien que escribas, el lector no te cree semejante trama. Entonces, tienes una materia prima inviolable que es la realidad. Por nada del mundo puedes inventar porque eso es hacer trampa. Ya sé que no es fácil resignarse a esa camisa de fuerza, pero son las reglas de juego y hay que aceptarlas. No recuerdo ahora quién dijo que un buen relato literario es aquel que parece verdad mientras que un buen relato periodístico es aquel que parece mentira. Quizá sea cierto. Cuando uno ha sido amante de la literatura, como nos ocurre a muchos de los que practicamos el periodismo narrativo, tiene la tentación frecuente de embaucar con la imaginación, como hacen los escritores. Pero insisto: somos periodistas. Y por eso, más nos vale que mantengamos vigilado al mentiroso que nos habita, para que no sea él quien termine escribiendo las crónicas”.

• ¿Cuánto dura haciendo una crónica?

A.S.R.: “Eso depende del espacio que me asignen, del plazo que me den y, sobre todo, de la historia que quiero contar. No podría darte un dato exacto de lo que demoro en el proceso, porque es algo que cambia de acuerdo con lo que acabo de decirte”.

• ¿Qué es ser un cronista independiente?

A.S.R.: “Bueno, yo en realidad no he logrado vivir sólo de hacer crónicas. Siempre me ha tocado desempeñar otros oficios alternos para poder cubrir mis necesidades y las de mi familia. En este momento, por ejemplo, dirijo un programa de televisión y atiendo otros encargos que por fortuna nunca me faltan. Lo de ser cronista independiente me sirve en realidad para contar las historias que quiero, para preservar un cierto nivel de calidad que en otras condiciones es difícil garantizar y, sobre todo, para no perder el entusiasmo”.

• ¿Una rememoración de Jorge García Usta?

A.S.R.: “Jorge no sólo fue un maestro, como dije ahorita, sino un hermano. Me quiso tanto que me perdonó un desastre que a muy pocas personas le habría perdonado. Resulta que un día me prestó el libro Honrarás a tu padre, de Gay Talese, y yo lo dejé por descuido en un sitio donde había mucha humedad. El caso es que los ratones le cayeron a dentelladas y le carcomieron el lomo. El tiempo fue pasando y yo no me atrevía a devolverle su libro, porque me daba vergüenza. Sin embargo, llegó un momento en que ya no podía aplazar más la devolución, porque no tenía argumentos. Así que me tocó endurecer la cara y llevarle el libro. Su primera reacción cuando lo vio fue de espanto, aunque permaneció en silencio. Yo tampoco fui capaz de articular ni un monosílabo. Me sentía incómodo porque no me miraba a mí sino al lomo de su libro averiado. De pronto levantó la mirada y me dijo una frase que guardo en el corazón como ejemplo de su humor y de su amistad: ‘carajo, Blanco, ¡esos ratones de su casa están bien entrenados!” Ese mismo día, en el colmo de su generosidad, me regaló otro incunable de Talese que todavía conservo: Fama y Oscuridad”.


• Un libro de periodismo que recomiende a sus estudiantes

A.S.R.: “Les recomiendo varios, pero como me pides citar sólo uno, voy a mencionar El secreto de Joe Gould, de Joseph Mitchell, quizá el mejor perfil que he leído en mi vida”.


Sobre algunas de sus obras

• ¿Cómo ha sido el camino editorial de su libro “De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas”?

A.S.R.: “Ese libro fue publicado en 1999 por Ediciones Aurora, una editorial pequeña. La Cámara Colombiana del Libro lo premió como el mejor libro de interés general del año. A mí me alegra que haya sobrevivido, hasta el punto de que el año pasado se publicara una nueva edición. Cuando me invitan a eventos académicos me sorprendo viendo cómo algunas personas me recuerdan historias de ese libro, como la de Araújo -- el futbolista torpe -- o la del gol que costó un muerto, o la del mocho que fue proxeneta”.

• ¿Por qué el trabajo con personajes fracasados?

A.S.R.: “Últimamente me han hecho bastante esa pregunta. De ese modo me han puesto a analizar un aspecto de mi trabajo que se presentaba de manera inconsciente. Creo que en el fondo eso responde a una cierta visión pesimista de la vida. Tal vez mi olfato de cronista detectó que los perdedores son más auténticos porque no se maquillan ni posan, y por lo general están desnudos cuando los busco para que me cuenten sus historias. Sus conflictos ofrecen un filón más atractivo desde el punto de vista humano y sicológico. Es posible que en mi gesto haya una motivación justiciera, ya que la prensa colombiana tradicionalmente se ha ocupado de los vencedores, de los que sonríen a toda hora y tienen siempre a la mano una receta para alcanzar la salud perfecta y la felicidad eterna”.

• Exprese con pocas palabras su opinión frente a:

• Germán Castro Caycedo:

A.S.R.: “Rigor investigativo. Perseverancia”.

• Juan Gossain:

A.S.R.: “Toda la gracia del caribe. Un cronista que me inspira”.

• Un libro: 

A.S.R.: “El enterrador”, de Thomas Lynch.

• Un CD:

A.S.R.: “Cantadora”, de Totó la Momposina”.

• Una página:

A.S.R.: “Un texto breve de Osvaldo Soriano en el que recuerda un gol del nene Sanfilippo. Es un relato emotivo y hermosísimo”.

• Estudiantes:

A.S.R.: “El futuro”.

• Una mujer:

A.S.R.: “Mi madre”.

• Un propósito:

A.S.R.: “Seguir contando historias”.

• Qué odia:

A.S.R.:“Las habas, el chontaduro, el lulo y, sobre todo, el tomate de árbol. Odio el golf, tener que afeitarme un domingo, que me brinden aguardiente, la gritería de William Vinasco, la verborrea cantinflesca de Carlos Antonio Vélez y a todo el que secuestra o atenta contra la población civil”. 

• Un amor:

A.S.R.: “Me reservo esa respuesta”.

• Paz:

A.S.R.: “Lo que venimos clamando los colombianos desde hace muchos años”.

• Un sueño:

A.S.R.: “Llegar a viejo”.

• Lugar amado:

A.S.R.: “Arenal, el pueblo de mi infancia”.

• Dónde quiere morir:

A.S.R.: “En la cama de Halle Berry”.

• Algo que nunca quisiera decir:

A.S.R.: “Jamás usaría palabras como ‘sempiterno’, ‘constipado’ y ‘luctuoso’”. 

• Algo que nunca quisiera hacer:

A.S.R.: “Ser el amanuense de algún político”.

• Una pasión:

A.S.R.: “El béisbol y el boxeo”.


El ORO Y LA OSCURIDAD

• ¿Qué cambia en cuanto a su estilo de escritura con esta obra?

A.S.R.: “Ahora tengo más madurez”.

• ¿Qué le sorprendió durante el proceso de preparación del libro?

A.S.R.:“Escribiendo este libro hice un descubrimiento que me sorprendió mucho. Y es que me encantan los temas y personajes que me permiten narrarme a mí mismo en la medida en que los narro a ellos. Yo creo que en el fondo todos los cronistas buscamos historias a través de las cuales podamos contar también lo que somos y soñamos. Cuando a Flaubert le preguntaron quién era Madame Bovary, él dijo aquella frase memorable: “Madame Bovary cest moi”. A riesgo de sonar pretencioso, podría decirte, parodiando a Flaubert, que “Pambelé soy yo”. Lo soy en el sentido de que cuando conté su historia, desentrañé algunas claves de mi propia vida. Obviamente, el libro va más allá de mis nostalgias: es el retrato de un hombre emblemático, de su entorno y de la época que le tocó en suerte”.

• Para los jóvenes de hoy Pambelé es un desconocido ¿Por qué cree que esta historia pueda interesar a las nuevas generaciones?

A.S.R.: “Porque es universal. El drama de Pambelé es igual al de muchas otras personas. Va más allá de una época y un espacio determinados”.

• ¿Hay elementos de ficción en la crónica de Pambelé?

A.S.R.: “El único aporte de la ficción, como ya te dije, es un cierto recurso técnico para hacer más eficiente la narración. La información que transmito es absolutamente cierta, producto de más de dos años de investigación. Sería ridículo que después de tanto tiempo cazando datos y confrontando muchas voces, tuviera que inventar mentiras”.

• ¿Cómo manejar el sensacionalismo en una historia cargada de este elemento?

A.S.R.: “La vida de Pambelé tiene elementos dramáticos que fácilmente pueden conducir hacia el sensacionalismo. Pero el morbo no me interesa en absoluto. He querido contar su historia con altura. La clave para sortear el riesgo de ser amarillista, es ponerme siempre en el lugar del personaje. No hay un solo renglón de este libro en el que haya olvidado esta elemental norma de respeto”.

• Tengo la impresión que su libro abarca a todo Pambelé. ¿Le faltó decir algo?

A.S.R.:“Más que una biografía, se trata de un perfil. No me interesaba tanto ser totalizador como mostrar los rasgos más representativos de la personalidad de Pambelé”.

• Defina en pocas palabras quién es Pambelé

A.S.R.: “Me gusta esta definición de Juan Gossain: ‘Pambelé fue el coloso que le puso dinamita a su propia estatua’”.

• Después de Pambelé, ¿qué sigue?

A.S.R.: “Más periodismo narrativo. Pero no me gusta referirme públicamente a lo que estoy escribiendo”.
  

ALTUS EN LINEA

Alberto Salcedo Ramos y María Fernanda Paz Castillo
Bogotá, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Alberto Salcedo Ramos

“Nací para contar historias”

Salcedo, quien con una de sus crónicas acaba de ganar el premio Ortega y Gasset en la categoría de periodismo impreso, le confiesa más de un secreto a Margarita Vidal. “Soy un costeño que no sabe nadar”. 

Por Margarita Vidal
Revista Credencial, 5 de julio de 2013

Nací en Barranquilla en 1963. Tenía cuatro años cuando mis padres se separaron y mi mamá se quedó sola en Bogotá. Mi abuelo, que ya tenía diez hijos con mi abuela, me dijo que me fuera con mi hermana para Arenal a pasar unas vacaciones que duraron 13 años. Arenal queda frente a Soplaviento, en el norte de Bolívar, a una hora de Cartagena. Se madrugaba y a las diez ya había gente borracha, jugando billar, disputando partidas de dominó, o charlando y gesticulando vivamente en el parque y en el mercado. 
Alberto Salcedo Ramos y Kid Pambelé
El chisme era señor y dueño de las esquinas y había una señora tan acreditada en el tema, que todavía no habían embarazado a fulana y ya ella había contado quién, cómo y dónde. 
En la costa nos falta perrenque. Somos indolentes, pero eso sí, a la voz de parranda, ¡tenga! De las palabras que pronunciamos, las tres primeras suenan a diálogo, la cuarta es música y a la quinta ya hay que meterle maracas. Y sin embargo, somos los más tristes. Me contaba Pedro Mir, el poeta dominicano, que una vez vio en Arizona la foto de un indiecito mexicano, sentado en cuclillas, tapado con un sombrero de charro, que llevaba cuatro siglos ahogándose y llorando ahí debajo. Y decía que, por el contrario, el negro no llora a pesar de que haber sufrido más que el indio, porque no se dejó meter nunca bajo un sombrero. El negro andaba con su desnudez al aire y siempre con el tambor a la mano. La cultura negra es la que hace que en la costa nos envalentonemos un poco y finjamos que nada nos duele.
Yo jugaba fútbol descalzo en la calle y bajaba frutos de los almendros y tamarindos. Pero nunca aprendí a nadar porque a mi abuelo le daba pánico que me ahogara. Cuando quise aprender, ya estaba grande y loro viejo no da la pata. De manera que soy un caribe que no sabe nadar. Mi abuelo era un ganadero, seco y hosco. Un hombre muy vertical. En el fondo era tierno. Un día fuimos a una calle, en medio de gran misterio. Quería mostrarme a un muchacho que echaba espumarajos por la boca y que caminaba de una esquina a otra, preso de movimientos espasmódicos. No dijo una sola palabra. Cuando regresamos comentó: “Todo el que consume drogas termina así. Cuando usted crezca lo van a tentar. A ese muchacho le dijeron: ‘No seas pendejo, ¡pruébala!’. Y él, por pendejo, la probó”. Mi abuelo no necesitó decir más. Me mostró en carne viva lo que la droga era capaz de hacerme. 
Los primeros libros que leí no estaban escritos. Eran los diálogos de los campesinos y jornaleros, las conversaciones de las comadres, los cuentos de miedo mientras mirábamos arder la leña de los fogones. Yo oía. Esa era mi forma de leer y de aprender, porque no teníamos textos, ni en el pueblo había biblioteca. 
La relación con mi madre fue seria porque ella también lo era. Y amorosa y sufrida. Muy responsable. No le gustaban las tareas a medias y a diferencia de mi abuelo, al que le gustaba pegar, ella era argumentativa. En cuestión de amores era muy estricta y me exigía respeto por las mujeres. Murió a los 58 años de un cáncer de páncreas. Con mi padre no tuve vínculos hasta muy tarde.

El oficio 

Muchas veces me preguntan cuándo daré el salto a la ficción. No lo sé, digo. La paso tan bien conociendo gente y contando historias, que no sé si llegará ese día. Lo que más me gusta del oficio de cronista es que me permite conocerme a mí mismo y ejercer la compasión. Este trabajo consiste no tanto en informar, sino en entender. En saber que eso que nos parece malo en el otro, quizás está en nosotros también. Julio Villanueva Chan, fundador de la revista Etiqueta Negra, tiene una frase que me encanta: “Nadie visto de cerca es normal”. Eso lo tengo como un dogma, porque cuando a uno se le acercan mucho y le aplican la lupa, queda expuesto y se le ven las taras, las neuras, los traumas, todo lo que uno quiere esconder. Con los personajes pasa lo mismo. Ellos no saben cómo son las reglas del juego y son realmente inocentes, cándidos. Uno no puede atropellar eso. 
Hace unos días me escribió en Facebook una mujer que dice admirarme mucho. Al final me decía: “Soy un hombre atrapado en un cuerpo de mujer”. Enseguida se me activó el periodista: “¿Cómo es eso? Cuéntame”. La historia era truculenta y ahí se quedó. Pero yo tenía necesidad de saber, por eso estudié periodismo. No nací para guardar secretos, sino para contar historias y por eso no me gusta que me cuenten algo que no pueda contar. 
Mi primer trabajo fue en El Universal, de Cartagena. Lo primero fue una entrevista con Karen Whitman, una reina de belleza. Mientras conversábamos, a ella le pusieron un plato de verduras insulsas y a mí un sancocho grande y lleno de grasa. A lo largo del almuerzo, ella miraba mi plato con interés y yo miraba el suyo con desdén. Entonces sentí que mientras yo era libre, ella estaba presa de su belleza. Y así lo escribí. 
Hay un tipo de periodista ortodoxo al que no le gustan las crónicas: ve al cronista como alguien que poda flores mientras los otros pegan ladrillos y sudan chorros. Nos ven como una suerte de poetas frustrados y bohemios que llegamos al periodismo porque no teníamos las agallas para ser novelistas. 
Cero bohemia. La puedo pasar bien sin trago. Lo que me gusta es la tertulia, la conversación saboreada, la charla. Tuve el vicio del cigarrillo, pero lo dejé. 
Soy viajero. No me gustan los museos pero voy, para mirarlos en tono zumbón. De la misma manera que leo columnistas que no me gustan, tal vez por esa veta de perversión que tenemos los seres humanos. Me gusta ver que otro es el que está dando el salto al vacío. 
También me gusta la poesía. Leerla es aprender precisión en el uso del lenguaje. Rulfo y Gabo son dos grandes poetas. A García Márquez lo veo como un caribe típico y como un caribe atípico. Lo típico son su gracia, la música de su prosa, el universo que ha construido. Y lo atípico es su disciplina feroz. Su tenacidad. Su afán de no dejar nada a medias. Lo dice la historia de cómo escribió Cien años de soledad, o cómo trabajó en su ático de París, durante un invierno feroz, tratando de que hiciera calor en una de sus novelas. Cuentan que una vez iban él y su hermano Jaime con sus esposas, paseando en coche por Cartagena. Vieron venir a una mujer bellísima y Gabo le dijo a Mercedes: “Me vas a perdonar, pero necesito decirle un piropo a esa mujer”. Bajó del coche, pero cuando pisó la calle, ella había desparecido como por encantamiento. “Cuando cuento cosas así, la gente cree que deliro”, dijo, y arrancó a imaginarse destinos para la bella. Un día, Jaime la encontró. Exultante, lo llamó a México: “¡Gabito, te tengo la noticia del siglo!: la encontré, anota el número”. “¡No seas pendejo, te me acabas de tirar el cuento!”, fue la respuesta. Esa es la reacción de un artista para quien el misterio de la creación está por encima, incluso, de la mujer más bella del universo. 
En Colombia hay mejores periodistas que medios. Habrá algunos menos buenos, o malos, como en todas partes, pero hay periodistas que narran, que denuncian, que opinan con brillo, valientes que se juegan la vida denunciando.
En cuanto a las redes sociales, alguien dijo que Facebook es un servicio inteligente en manos de gente frívola y Twitter un servicio frívolo en manos de gente inteligente. Yo digo que Twitter es una red histérica donde todo el mundo se cree Oscar Wilde. Es impresionante ver cómo en esa autopista virtual se reproduce el modelo de país que tenemos. Hay quienes creen que Twitter fomenta el diálogo. No, fomenta nuestro eterno monólogo. Una prueba del histerismo de Twitter es Álvaro Uribe. No es que le tenga bronca, pero no me gusta porque me parece tramposo. Un político de los que gana con cara, gana con sello, y gana si la moneda se le va por la alcantarilla. Me parece que su manera de pensar le hace mucho daño al país. 
¿Por qué hice una crónica sobre Diomedes Díaz? Porque, para bien y para mal, él ha marcado parte de los años que a mí me ha tocado vivir. Era nuestro Rock Star. Un hombre que salió de la nada, que cambiaba canciones por café cuando era niño, que fue espantapájaros en una finca y que, para no aburrirse en medio de la inmensidad del cultivo, empezó a cantar. Diomedes nos representa en lo bueno y en lo malo. Yo quería buscar los vasos comunicantes entre él y Colombia. A Diomedes en su época de esplendor le llegaban personas con millones de pesos en maletines para que las mencionara en sus canciones. Eso es muy colombiano y, aunque suene duro decirlo, forma parte de nuestra cultura narca. La escena con la que comencé esa crónica refleja el país: Diomedes llevaba un año huyendo por el caso de Doris Adriana Niño. Había burlado a la Justicia y estaba escondido en una finca, protegido por paramilitares. Una noche sintió urgencia de volver a sentir la adoración del público y se fue para el Festival del Arroz, en Badillo. Borracho, se subió a la tarima y empezó a cantar. La Policía, en vez de capturarlo, lo cuidaba y le prohibía a la gente que lo grabara, mientras acompañaba con palmas su canto. Pero lo descubrieron. Esa escena refleja a Colombia, un país que puede ser violento en el gozo, en el drama y en la tristeza. Diomedes ha sido el rostro esplendoroso y trágico de esa parranda viciada colombiana, y eso es lo que quise mostrar.
He escrito muchas crónicas en mi vida. Escogí el tema de la que ganó el Premio Ortega y Gasset, sobre un niño del Chocó, porque es el departamento más pobre de Colombia, y porque a lo mejor mi crónica podría serle útil a una comunidad segregada, que necesita que pongamos los ojos en ella. Wikdi es un niño muy bello, despierto y vivaz, que tiene que caminar cinco horas para ir y volver de la escuela. Visto desde afuera su drama es grande, pero lo más conmovedor es que él no tiene conciencia de vivirlo. Quiere estudiar para volver a su vereda a enseñar a otros niños que no tienen maestros.
Volviendo a mi vida, en Bogotá trabajé en noticieros, programas de televisión, crónicas en los barrios. Empecé a escribir en El Malpensante y en Soho, lo que me costó la cátedra en La Sabana, una universidad del Opus Dei. La verdad, no me sorprendió porque en la biblioteca no había un solo libro de García Márquez. Allí Gabo es, o era, un autor vetado. 
Ahora estoy masticando una crónica sobre un enfermo que tiene que enfrentarse al aparato de la salud en Colombia: su 'tramitología', su sistema opresivo, diseñado para empequeñecer al ser humano. 
No hay recetas para escribir una buena crónica. No se puede enseñar, pero sí se puede aprender. Como es muy subjetiva, se necesita tener una gran capacidad de interpretación. Un ejemplo: cuando a Maradona lo expulsaron del Mundial de Fútbol de Estados Unidos porque dio positivo, Eduardo Galeano escribió una crónica con un lead magistral: “Jugó, venció, meó, perdió”. Como dice Cristian Alarcón, la crónica es la versión inesperada de los hechos que uno ve en la primera página de los periódicos. 
¿Cómo logro que un personaje se abra? Aplicando la recomendación de Kapucinsky: siendo buena persona, no ‘haciéndome’ la buena persona. Mostrando respeto y un genuino interés por su vida. Algo que no he contado públicamente: le hice una crónica a William Pérez, el enfermero que le daba con cucharita la comida a Ingrid Betancur cuando estaba en la selva. Un año después de la Operación Jaque tuve varios encuentros con él, sin hacerle una sola pregunta. Nos veíamos y conversábamos. Un día me dijo: “¿Sabes por qué me caes bien?”. “No, ¿por qué?”. “Porque no me has preguntado si me acosté con Ingrid”. “¿Te preguntan mucho eso?”. “Sí, todo el mundo”. 

Y aquí vuelvo a lo que ya dije: uno tiene que escuchar a los personajes, verles el interior, tratarlos con la delicadeza que se merecen. Pero a veces simplemente queremos que vomiten respuestas, sin querer enterarnos de qué dicen cuando no les estamos haciendo preguntas.

Alberto Salcedo Ramos by Julieta Solincee

"Finalmente, en la reportería

uno tiene que hablar hasta con el gato."



Alberto Salcedo Ramos








Tuve la dicha ser su amiga y de crecer juntos, en el mismo pueblito, al norte de Bolívar y a orillas del Canal del Digue. Donde hablar y referir chistes, es lo que mejor se aprende, siempre supimos que sería un gran comunicador, su mayor cualidad desde niño, fue la de ser inquieto e inteligente. Y ahora que me acuerdo... ¡era el maestro de ceremonia en nuestros concursos de belleza!



Nury Beatriz López








Triunfo Arciniegas y Alberto Salcedo Ramos
Bogotá, 2015
Fotografía de María Fernanda Paz Castillo
Alberto Salcedo Ramos: 
"Yo no mido a un cronista 
por el valor de sus metáforas, 
sino por el polvo que tiene en sus zapatos"

Por   | LA NACION

Acompañó al niño Wikdi, indígena de la región colombiana del Chocó, en su travesía de cinco horas a pie por el camino de selva y barro que lo lleva a su escuela rural. Asistió a más de un velorio para ver en acción a Chivolito, uno de los últimos animadores de ceremonias mortuorias, quien se gana la vida gracias a los chistes de dudoso gusto que cuenta durante las despedidas finales de las familias a sus seres queridos. Y durante años vivió una larga relación de admiración y desencuentros con el gran boxeador Kid Pambelé, a quien retrató en un libro magistral. Ganador de los Premios Rey de España y José Ortega y Gasset, entre otros, el colombiano Alberto Salcedo Ramos es uno de los grandes periodistas latinoamericanos contemporáneos, un narrador salvaje que prefiere oír a preguntar, tal vez porque sabe que la verdad aflora allí donde nunca se la espera. "La verdad no sucede: se cuenta", dicen que dicen en el Caribe colombiano; fiel a la sabiduría popular de su país, Salcedo Ramos oye y narra, convencido de que el periodismo sólo sobrevivirá si, como la Scheherazade de Las Mil y una Noches, logra entretener a su tirano de ocasión con el poder de las historias.
-Gay Talese, a quien usted admira mucho, ubica su origen como narrador en la sastrería familiar, donde durante su infancia escuchaba todo lo que los clientes le confesaban a sus padres. Del mismo modo, ¿cuándo y dónde cree que las historias comenzaron a fascinarlo?
-Yo tengo un origen similar, sí. De los 4 a los 17 años viví con mis abuelos en un pueblo, Arenal, en el Caribe colombiano. Mi abuelo era un hombre adinerado, que a duras penas podía leer, pero que después de trabajar mucho había pasado de campesino a ganadero. Por eso, él tenía peones que a veces llegaban a la finca a cobrar algo, o a dejar el queso, o a traer la leche. Y yo oía hablar a esos campesinos y me quedaba impresionado. Las voces de esos campesinos fueron mis primeros periódicos. Porque te digo algo: el periódico El Tiempo -el único que se leía- recién llegaba al pueblo a las 4 de la tarde, cuando las noticias habían dejado de ser noticias. Así que en el diario yo leía las noticias como historias, no como novedades.
-¿Las historias que escuchaba eran más reales que las de los diarios?
-Por lo menos más interesantes. Cuando yo escuchaba hablar a los campesinos, sentía que me enteraba de algo. Me informaban. Los primeros libros que leí no fueron escritos: eran esas conversaciones, que para mí tenían mucho de libros orales. Por eso yo diría que desde muy niño aprendí que las cosas que me interesan casi nunca están en los periódicos.
-¿Dónde están?
-En la vida. La vida incluye los periódicos, claro, pero lo que me suele interesar está en los bares, en los parques y en las calles. Soy un reportero que reivindica el valor de la calle. Yo no mido a un cronista por el valor de sus metáforas, sino por la cantidad de polvo que tiene en la suela de sus zapatos. Creo en eso profundamente.
-¿La manera de hablar de aquellos campesinos influyó en su prosa periodística?
-Ojalá. La oralidad del Caribe colombiano es muy rica y colorida, y siempre está salpicada de anécdotas y ocurrencias. Por ejemplo, una vez hubo una sequía muy larga en el pueblo, y dio la casualidad de que por esos días, en un supermercado de Barranquilla, me encontré con un campesino que trabajaba con mi abuelo. Así que aproveché para preguntarle si no había llovido por Arenal. Y me contestó: "Noooo, la sequía que hay es tan grande que ahora los sapos se mueren sin haber aprendido a nadar" ¡Me pareció precioso! Puro lenguaje campesino, lleno de imágenes.
-Dice que reivindica el valor de la calle en el periodismo. Pero si hay que reivindicar algo tan básico, quiere decir que el periodismo está muy mal.
-Y, sí: hay que reivindicar ese valor porque la vida de los periodistas cada día transcurre más en los escritorios y menos en la calle. Es curioso, el periodismo se ha convertido en un trabajo de oficina. Antes, cuando se producía un hecho que requería la palabra de un personaje público, los periodistas buscaban a esos personajes; ahora entran a sus cuentas de Facebook o Twitter para ver qué dicen. Yo digo que Twitter es el iTunes del periodismo: así como en iTunes descargas y almacenas canciones, en Twitter almacenas y descargas declaraciones de figuras públicas. Y así el periodismo se vuelve aburrido. A mí me aburre mucho el periodismo cuando no es producto del esfuerzo del periodista por descifrar lo que está más allá de su ventana.
-¿Cómo se evita ese aburrimiento?
-En mi caso, con la curiosidad. Yo creo que me hice periodista porque me niego a que-darme con dudas. Y por eso salgo a la calle a enfrentarme con la realidad, para ver qué dice la realidad sobre las dudas que yo tengo. Por supuesto, no se trata de resolver todo, sino de contar esas historias. A mí me interesan más los periodistas que hacen preguntas que los que dan respuestas.
-Dicen que los fracasos enseñan más que los éxitos. ¿Qué aprendió de su peor error periodístico?
-Hay un error espantoso que yo cometí cuando tenía 24 años, que me enseñó a ser responsable. O a intentar serlo, por lo menos.
-¿Cómo fue?
-Mira, en 1984, el actor italiano Franco Nero fue a filmar una película a Colombia. Por alguna razón, él decidió hospedarse en una casa familiar y no en un hotel. En esa casa se enamoró de la empleada doméstica y la embarazó. El asunto resultó un escándalo, la chica apareció en todos los noticieros y a Nero le hicieron un juicio porque él negaba la paternidad. Con esa actitud, él vulneraba la dignidad de la mujer, que era negra y pobre, y pisoteaba su buen nombre. Poco más tarde, a Nero lo metieron a la cárcel en Cartagena, y cuando se acercaba la Navidad de ese año, un juez venal lo dejó libre y permitió que él se fuera de Colombia para nunca más volver. La mujer se quedó sola, con su bebe sin padre. Al año siguiente, cuando se aproximaba el Día de los Inocentes, un fotógrafo del periódico en el que yo trabajaba me entregó una foto de ella con su bebe en brazos, y entonces hicimos una nota en la que decíamos que Franco Nero se había regresado de Italia para reconocer a su hijo.
-Pero en realidad era una broma del Día de los Inocentes.
-Sí. Al día siguiente, esa mujer se presentó en el periódico. ¡Con una humildad! ¡Con una decencia! Y me preguntó si yo hubiera hecho esa misma broma con mi hija como protagonista. Me sentí muy mal, y lo que hizo que esa bofetada fuera aún más contundente fue su gran decencia. Su sentido de la dignidad. Ahí aprendí, creo que a tiempo, la importancia de ser responsable. La responsabilidad no es un valor agregado, es inherente al periodismo.
-¿Y el caso inverso? ¿Qué trabajo suyo lo considera un acierto?
-Bueno, yo escribí una crónica, Un país de mutilados, sobre las víctimas de las minas antipersonales en el oriente de Antioquia, en el noroeste del país, que es la región del mundo más afectada por las minas. Y ese texto ayudó a hacer visibles a esas personas, no solamente por el drama del día en que sufrieron el percance, sino también por los padecimientos que debían vivir para que el Estado los atendiera. Yo no soy nada mesiánico en mi trabajo, no lo veo como algo con una misión. Pero con mucha frecuencia descubro que ciertas historias que cuento hacen visibles a los invisibles. Y me gusta que el resultado sea que esos invisibles luego reciban un poco más de atención.
-Narrar a las víctimas puede ser doloroso, ¿pero no es todavía más difícil contar la vida de personajes ambiguos, que son héroes y villanos a la vez? Por ejemplo, el polémico boxeador Kid Pambelé, protagonista de su libro El oro y la oscuridad.
-Yo creo que cuando uno procura ser justo al contar una historia, tanto el lector como el personaje se dan cuenta de eso. Se nota si uno narra con naturalidad y buena intención. Yo procuro ser justo, aspiro a eso.
-¿Qué le falta a la crónica latinoamericana? -El reto de la crónica es aproximarse al poder para mostrarlo, explicar su dinámica y poner en evidencia cómo incide en nuestras sociedades. En eso estamos en deuda. Las crónicas sobre el desarrapado y la villa mi-seria ya empiezan a agotarse. Por ejemplo, yo creo que el gran tema actual en nuestro continente es la minería, que destruye todo el ecosistema. Los magnates de la minería son los bárbaros modernos. Se infiltran en el poder político, compran conciencias y ponen a los congresistas de cada país a aprobar leyes que les garanticen impunidad.
-Contar ese mundo con la aspiración a ser justo es una deuda grande, ¿no?
-Ah, sí. Nadie es tan bueno como cree su mamá ni tan malo como cree su enemigo. Esa debería ser una máxima de nuestro oficio.

Alberto Ramírez
Bogotá, 2013
Fotografía de Triunfo Arciniegas

PREMIOS
Premio Internacional de Periodismo Rey de España.
Premio Ortega y Gasset de Periodismo
Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). (Dos veces: 2009 y 2013)
Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces).
Premio de la Cámara Colombiana del Libro al Mejor Libro de Periodismo del Año ("De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas")
Premio al Mejor Documental en la II Jornada Iberoamericana de Televisión, celebrada en Cuba. (Programa «Vida de barrio»).
Premio India Catalina Mejor Programa de Televisión Cultural (Programa «Vida de barrio»).
Premio Mercurio, categoría Televisión Cultural. (Programa «Vida de barrio»).
Premios Ortega y Gasset de periodismo por su crónica «La travesía de Wikdi».5

En 2004, gracias a su perfil El testamento del viejo Mile, publicado en El Malpensante, fue uno de los cinco finalistas del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI (entre 470 concursantes de 21 países). La distinción le fue entregada en Monterrey, México, por Gabriel García Márquez.




BIBLIOGRAFÍA
Antologías
«Lo mejor del periodismo de América Latina» (FNPI y Fondo de Cultura Económica, 2006)

«Crónicas latinoamericanas: periodismo al límite» (Fundación Educativa San Judas, Costa Rica. 2008)

«Antología de grandes reportajes colombianos» (Aguilar 2001)

«Antología de grandes crónicas colombianas» (Aguilar, 2004)

«Historia de una mujer bomba y otras crónicas de América Latina». (Uqbar Editores. Chile)

«La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia. 1638-2000». (Hombre Nuevo Editores y Editorial Universidad de Antioquia. 2010)

«Domadores de historias. Conversaciones con grandes cronistas de América Latina» )Ediciones Universidad Finis Terrae, Chile, 2010)

«Antología de crónica latinoamericana actual» (Alfaguara, Madrid, 2012)

«Mejor que ficción. Crónicas ejemplares» (Anagrama, Madrid, 2012)

Su crónica La víctima del paseo, que narra su drama personal al ser víctima de un «secuestro express», fue publicada por la Universidad de Rütgers en el libro Citizens of fear.

Su perfil El testamento del viejo Mile, sobre el juglar vallenato Emiliano Zuleta, figura en la antología Lo mejor del periodismo de América Latina.

«Verdammter süden» (Editorial Suhrkamp, Berlín, Alemania, 2014)

«Hechos para contar. Conversaciones con 10 periodistas» (Editorial Debate, Colombia, 2014)

Su crónica Queens futbol fue incluida en la antología «The football crónicas», publicada en Londres, 2014.

En 2014, la editorial Czernin, de Austria, incluyó su crónica «La travesía de Wikdi» en la antología Atención.
OBRAS

Diez juglares en su patio (en coautoría con Jorge García Usta) (1991).
Los golpes de la esperanza (1994).
De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas.(1999).
El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé. (2005).
Manual de géneros periodísticos (en compañía de otros autores) (2005).
La eterna parranda. Crónicas 1997-2011 (2011).
Wikipedia



1 comentario:

  1. Increible! Yo soy brasileno y me encanta las obras de Alberto Salcedo Ramos, también escribo en un blogger en portugués y espanol, incluso, me voy a enrevistar este genio de la literatura latinoamericana. Felicitaciones por estes expcionales textos. Saludos desde Brasil

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