Hebe Uhart |
Hebe Uhart
Nacida en Moreno, provincia de Buenos Aires, Hebe Uhart estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como docente primaria, secundaria y universitaria y colaboró con el suplemento cultural del diario El País de Montevideo. Escribió notas de viajes, crónicas de personajes y situaciones. Publicó, entre otros títulos, el relato ‘Memorias de un pigmeo’ (1992), los libros de cuentos ‘La luz de un nuevo día’ (1983) y ‘Guiando la hiedra’ (1997); la novela ‘Camilo asciende’ (1987) y la novela corta ‘Mudanzas’ (1995). Adriana Hidalgo editora ha publicado ‘Del cielo a casa’ (2003), ‘Turistas’ (2008) y las crónicas de viajes ‘Viajera crónica’ (2011), ‘Visto y oído’ (2012), ‘De la Patagonia a México’ (2015), ‘De aquí para allá’ (2016) y ‘Animales’ (2017). En 2018 la editorial da inicio al proyecto de publicación de la obra completa de la autora comenzando con las ‘Novelas completas’ (2018), continúa con la publicación de los ‘Cuentos completos’ (2019), y finaliza con el volumen de ‘Crónicas completas’ (2020). En 2017 recibió el consagratorio Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, que otorga el Estado de Chile a la trayectoria literaria, uno de los mayores reconocimientos de la lengua castellana. En 2018 falleció en Buenos Aires.
ADRIANA HIDALGO EDITORAHebe Uhart en casa |
Premian a la escritora Hebe Uhart
La argentina fue distinguida en Chile con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, por el conjunto de su obra.
La escritora argentina Hebe Uhart resultó ganadora del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, dotado con 60 mil dólares, medalla y diploma, por decisión de un jurado internacional reunido en Chile que integraron los escritores argentinos César Aira y Martín Kohan, los chilenos Alejandra Costamagna y Ramón Díaz Eterovic y el mexicano Jorge Volpi.
El reconocimiento es otorgado anualmente por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del gobierno de Chile con el objetivo de distinguir escritores por su trayectoria y aporte al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica.
Desde la creación del galardón, en 2012, Uhart es la tercera argentina en alcanzar la distinción -anteriormente lo hicieron Ricardo Piglia, en 2013, y César Aira, en 2016-, y la segunda mujer que lo gana; la primera fue la mexicana Margo Glantz.
El ministro de Cultura de Chile, Ernesto Ottone, fue quien hizo el anuncio oficial: "Estamos muy contentos que el jurado haya escogido a una mujer, para nosotros es un orgullo saber que es la segunda mujer que lo logra", señaló el funcionario, que se encargó de llamar en persona a la escritora, para comunicarle la noticia.
Uhart -a quien Fogwill consideraba la mejor escritora argentina- es reconocida en su país y en el mundo como cuentista, cronista y también como tallerista. Ha publicado, entre otros títulos, el volumen de relatos El gato tuvo la culpa, y también dos antologías de cuentos y crónicas que compiló a partir de los trabajos de los asistentes a su taller: Cuaderno nuevo y Nuevas crónicas, todos en editorial Blatt & Ríos. En este sello se publicó también el libro Las clases de Hebe Uhart, de Liliana Villanueva, que reúne notas y reflexiones acerca del oficio de escribir. Otros de sus títulos recientes son Turistas (cuentos, 2008); Relatos reunidos (cuentos y nouvelles, 2011) y Viajera crónica (Crónicas de viaje, 2014).
Entre otros reconocimientos, Uhart había recibido anteriormente el Premio Konex, Diploma al Mérito por "Cuento: quinquenio 1999-2003", en 2004; el Premio Fundación El Libro al Mejor Libro Argentino de Creación Literaria, por su libro Relatos reunidos, publicado por Alfaguara en 2010, en 2011; y el Premio Konex, Diploma al Mérito por "Cuento: quinquenio 2004-2008", en 2014.
Hebe Ubert en su balcón |
Hebe Uhart
Una vez me regaló el gajo de un árbol de su balcón. Lo planté y se secó
El jueves me llegó un correo. El asunto decía Adiós a Hebe Uhart. Lo abrí sabiendo lo que iba a encontrar. Fogwill y Ricardo Piglia decían que era la mejor escritora argentina. Ella, en su departamento chico con balcón lleno de plantas, rechazaba la aseveración: “No quiero ser la mejor. Es un lugar en el que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”. Escribió más de 20 libros: cuentos, novelas, y unas crónicas viajeras de abordaje extraño: tomaba un bus, se iba a un pueblo y hablaba con la gente que pasaba por ahí. El resultado era de una maestría violenta. Esa mirada a ras del piso le valió el mote de naif. Pero ella era una navaja: “Naif, dicen, como si una fuera medio tarada. Yo no soy inocente. Lo que sí tengo es esa veta medio optimista”. Fue una adolescente mística emperrada en lavarse con jabón para la ropa en un ejercicio de ascetismo que se inventó después de escuchar que “a los tibios los vomita el Espíritu Santo”. Fue maestra rural, profesora de filosofía, novia de novios complejos. A uno, alcohólico, lo llamaba “el borracho de la mañanita”. Mientras hablaba y fumaba, miraba hacia todas partes como un animal acorralado, pero tenía una inteligencia travestida de un fraseo coloquial y sin filtro: “Me empezaron a interesar los monos. Fui cinco veces a la jaula de los chimpancés en el zoológico. No fui más porque el elefante está al lado, y se bañaba en barro y me enchastraba la cabeza”. En 2017 ganó el Premio Manuel Rojas, en Chile. Se lo entregó la presidenta Bachelet y le escribí para preguntarle cómo le había ido. “Me fue bien”, respondió, “fueron tres amigos y cinco alumnos. Antes tenía miedo de todo, pero salió sencillo y agradable”. Una vez me regaló el gajo de un árbol de su balcón. Lo planté y se secó. Tiempo después me preguntó cómo estaba el arbolito. Le dije que muy bien, muy lindo. La quería, y no quería que sufriera.
EL PAÍSHebe Uhart |
La pequeña gran Hebe Uhart
De pronto me di cuenta de dos cosas: una es que después de mucho tiempo, estaba disfrutando de algo; algo simple, algo como ver la vida pasar, sintiendo el placer de ver. Y, la otra cosa, es cuán presente ha estado estos años en mi vida esa disciplina de ver las cosas, las personas, los lugares que tenía la escritora argentina Hebe Uhart (Buenos Aires, 1936-2018) quien murió este 11 de octubre negro. No es cosa fácil comprender lo que Uhart estaba diciendo en sus libros; eso de abandonarse a la rudeza de la vida, despojarse de todo lo que te hace fuerte, de creencias idiotas como que la “vida es bella” o “todo a va estar bien”; la vida es al revés. La vida que nos contamos a nosotros mismo es muy distinta de la vida que tenemos. Lo normal es el dolor y los daños que se acumulan; seguir adelante como si nada, viajando, escuchando y viendo y, si puedes, escribiendo, es cuestión de ser bueno.
El magistral perfil que Leila Guerriero hizo sobre la escritora, y que no por nada se titula “Hebe Uhart, la escritora oculta”, empieza citando el credo humilde de Uhart: “Tengo muy pocos principios o convicciones firmes. Pero sí creo en que debemos tratar bien a los que tenemos cerca y en que todas las personas tienen derecho a momentos de placer, alegría o como se llame”. Momentos de placer, derecho a la alegría, solo alguien absolutamente lúcido se da cuenta de que la alegría y el placer vienen en pedacitos chiquitos, imperceptibles como un cupcake alado de un pastel de bodas. Siempre apostó por lo mínimo, el detalle y lo moderado, alguien que ha sido considerada, por escritores como Fogwill, Costamagna, Aira y Piglia, “la mejor de las escritoras argentinas”, que es editada por Adriana Hidalgo, que ganó montón de premios literarios, entre ellos el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en Chile (2017), y que escribió más de veinte libros entre novelas, como Camilo Asciende (1987) y Mudanzas (1995); cuentos muchos, muchísimos, como “Dios, San Pedro y las almas” (1962), “La luz de un nuevo día” (1983), “Impresiones de una directora de escuela” (2010) y uno rarísimo que personalmente releo cada cierto tiempo para recordarme y confirmarme que no soy nada especial y que deje de perder tanto tiempo en mí y que se llama “Él” (2010). En los últimos tiempos ha escrito crónicas que son de lo que más me gusta de ella, con un estilo que Guerriero ha llegado a definir como el de “cronista arbitraria”, llega a un lugar, pregunta qué hay para ver y ella va, entrevista, ve y escucha. Es lo que más me gusta de Uhart, esa su soltura y desparpajo que tenía para subirse a un bus, una bondi o un avión y partir, volver y escribir. Sus títulos casi lo dicen todo (ella nunca lo dice todo): Turistas (2008), Viajera crónica (2011), Visto y oído (2012), De la Patagonia a México (2015) y Animales (2018). Aún busco estos dos últimos libros para toparme con algo como esto: “Yo entré a la facultad de Filosofía y empecé a conocer una serie de personas fascinantes. Cristina, por ejemplo, tenía veinte años y ya tenía una nena de seis años, una nena con lentes gruesos. Ella la presentaba así: ‘Mi hija. Es un poco menos estrábica que Sartre’. También Ester; cuando le pedí que paráramos en un lugar a tomar un café, me dijo: ‘Yo acá no entro; acá tengo fantasmas’. Primero me asusté puerilmente y después comprendí lo que era una imaginación refinada: claro, eran fantasmas privados” y revivir ese efecto que tienen sus libros y que Guerriero tan bien define como su marca: “Ese borde que se mueve entre el pánico y la euforia, que se parece a la risa y que a veces son simples ganas –ovilladas- de llorar”.
A pesar de todo ese peso que le da el éxito al que ella huye como una quinceañera humillada, Uhart apuesta por la simpleza, el pragmatismo y lo chiquito. Hija de una madre rígida, estudió filosofía porque le gustaba y para maestra porque tenía que comer. Estuvo con un hombre casado, uno alcohólico, un ingeniero y un mujeriego. Sobrevivió a toda su familia. Un tiempo nadie la quería publicar, fue alcohólica, ganaba poco, quería poco, y aun así no dejó de inclinarse por la alegría, la bondad y las personas. Tuvo muchos amigos y escribir le daba alegría. Pero temía que la fama la aislara, decía: “Es un peso demasiado grande. Es un peso que no quiero admitir. No quiero ser la mejor escritora argentina. Es un lugar en el que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”. “A mí me gusta lo moderado. El éxito inmoderado me haría mal”. Todo esto lo dice la escritora que inventó una nueva manera de valorar los libros y la crónica, no por la “mirada”, sino por lo visto y oído. Esa grandilocuencia de los críticos de decir que la mirada lo es todo en un texto y en el estilo, para ella la mirada es solo eso, una grandilocuencia.
A ella le gustaba ver, acercarse al detalle y al escribirlo nos revelaba la grandeza de eso que no se puede asir o guardar, no era apegada a nada. Nos revelaba esa certeza incierta que nos asalta cuando nos preguntamos sobre lo que quiso Dios para nosotros. Algo así como lo que escribió en su relato “Memorias de un Pigmeo”: “Y así el espíritu nos castigó y nos prohibió sembrar. Nos dijo que cazáramos y así cazamos al elefante de tres maneras. La primera es haciendo una fosa que rellenamos con hojas, cuando el elefante pasa por ahí, pierde pie y cae. El elefante no mira para abajo cuando camina porque su deber es sostener el aire; está atento al aire y de repente, ¡zas!, cae con todo su peso. La segunda forma es cuando el elefante va por el camino del agua: vamos cuarenta de nosotros y lo esperamos escondidos detrás del matorral, nos subimos a lo más alto del árbol, caemos todos juntos sobre él y lo matamos a flechazos. Siempre muere uno de nosotros, pero el leopardo produce más gente de su propia sustancia. La tercera manera de cazar es secreta”.
Leerla es como estar a la altura de los pigmeos, cerca de los detalles, agachados como buscando hormigas para mirarles a los ojos. Lo mismo su vida, que su escritura, amante de los animales, de los monos en especial, prefería que la alojaran en un hotel de tres estrellas –“Hasta tres estrellas yo puedo con el hotel, más de tres, él me puede a mí”- y cuidaba con un esmero religioso su jardín que tenía en el pequeño balcón del departamento en el noveno piso donde vivía en Buenos Aires. “El mundo de Hebe Uhart está repleto de seres así: aislados, inadvertidos, dolorosamente lúcidos. Sobre el telón de fondo de su mutismo tierno, de su tragedia enfurruñada, ella despliega la crueldad de la jauría. Y cuenta lo que hace esa jauría con los débiles”, otra vez y última, Guerriero.
Así es con los libros de Hebe Uhart, una mañana te ves a ti misma viendo a los otros, al paisaje, los jardines, los animales y te das cuenta de que ves el mundo por primera vez, con la misma ingenuidad y asombro que ella, sin ser presa ni víctima, sin exigirle al mundo una respuesta y, lo más hermoso de todo, sintiéndote uno de sus seres, de esos a los que el mundo no les debe nada.
La escritora argentina Hebe Uhart en Buenos Aires.D. GENTINETTA |
Muere Hebe Uhart, escritora de lo mínimo
Reconocida antes por sus pares que por el gran público, la mejor cuentista argentina abrió la literatura a los pequeños detalles
Uno de sus relatos más famosos se titula El budín esponjoso (1977) y dice así: “Yo quería hacer un budín esponjoso. No quería hacer galletitas porque les falta la tercera dimensión. Uno come galletitas y parece que les faltara alguna cosa”. Hebe Uhart, fallecida el jueves a los 81 años en Buenos Aires, fue una narradora de lo ínfimo, una espía de mirada fina que pasó por el mundo como en un constante viaje, refractaria a la fama y el narcisismo que, según ella misma decía, llevaba a sus colegas argentinos a escribir para impresionar. Cuando le recordaban que Rodolfo Fogwill proclamaba que era “la mejor escritora de la Argentina”, Uhart solía responder siempre con la misma frase: “¿Qué quiere decir eso? Nada”, y huía a la mirada de su interlocutor. Fue maestra de escritores, amada y respetada para todos aquellos que la consideraban casi un tesoro personal. La fama alcanzó a Uhart en sus últimos años de vida, cuando sus cuentos, novelas y relatos de viaje llegaron a las grandes editoriales.
Uhart nació en Moreno, en las afueras de Buenos Aires, en 1936, y se mudó a la capital cuando tenía poco más de 20 años para estudiar Filosofía. Fue también maestra rural y, siempre, escritora. Desde que tenía memoria. A los nueve años, sin amigos para jugar, se sentaba para escribir entre lápices de colores. Luego fue su mirada aguda, oculta en unos pequeños ojos oscuros, la que la convirtió en espía de la realidad. Sus relatos de viaje son evidencia de ello. Era curiosa y buscaba los detalles en los pueblos pequeños, donde habla el barro y la gente esconde tras frases hechas sus luces y sus miserias. “Me siento en la plaza del pueblo y miró los comercios, los carteles de publicidad”, contó en una entrevista reciente. Se refería a los carteles de las pequeñas tiendas, esas que conocen muy bien a los clientes a los que debe convencer. A partir de allí, Uhart creaba un mundo.
"Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta", escribió sobre ella Haroldo Conti, autor del prólogo de su libro La gente de la casa rosa (1972). Era la “mirada Uhart”. Así, recorrió la Patagonia, decenas de pueblos pequeños de Buenos Aires, Córdoba y otros muchos lugares ocultos. En una charla con la escritora argentina Mariana Enríquez, publicada en la revista Anfibia, recordó su pasión por los animales, punto de encuentro obligado con los habitantes de esas zonas rurales que tanto exploraba con sobrevuelo anónimo. “Para variar, le pedí que me hablara de las costumbres de los animales. Me dijo: el caballo es mejor guardián que el perro, yo tenía uno que con el hocico me abría la tranquera, al caballo hay que saber palenquearlo. Uno ve a un caballo de frente y es un cristiano”, contó.
La muerte de la escritora encontró a Enríquez en la presentación en Buenos Aires del libro Kentukis, la última novela de su compatriota Samanta Schweblin. "Hebe Uhart fue una maestra de escritoras”, resumió. A su turno, Schweblin dijo que la conoció en una mesa organizada por el centro cultural San Martín. Uhart habló última, cuando el público estaba casi dormido de escuchar a los escritores hablar de su vida. Y les dio un cachetazo en el rostro. "Les voy a contar un sueño. Soñé que cogía con Maradona", dijo, y comenzó a relatar ese sueño.
Uhart publicó la mayor parte de su obra en pequeñas editoriales. Incluso hasta no hace muchos años, sus libros se conseguían en mesas de saldo de la calle Corrientes. Admirada en el ambiente, su consagración llegó hacia el final de su vida. Recibió dos Premios Konex, uno de la Fundación El Libro y otro del Fondo Nacional de las Artes, en 2015. Cuando llegaron los premios su luz llamó la atención de Alfaguara, que publicó sus Relatos reunidos. En los últimos años se había convertido en una autora fija en el catálogo del sello Adriana Hidalgo, que en los próximos meses reunirá en tres tomos sus novelas, cuentos y crónicas. La fama no la alejó de su pequeño piso en Almagro, un barrio de clase media donde daba sus talleres y solía recibir amigos. El año pasado fue galardonada en Chile con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. Cuando le tocó agradecer al jurado, leyó un texto que fue también una declaración de principios. “Pienso y siempre pensé que la conciencia de la propia importancia conspira contra la posibilidad de escribir bien, más aún, pienso que la hipertrofia del rol le juega en contra a un escritor y a cualquier artista. Cuando veo que alguien hace gala de su rol, sospecho que no escribe bien”, dijo. Se mantuvo fiel a sus palabras hasta el último día, como habitante de fronteras.
Maestra del trazo único
El nuevo volumen de crónicas de Hebe Uhart relata magistralmente su visita a 10 comunidades indígenas
En su ensayo Sobre el estilo tardío, Edward Said se fijaba en el trabajo contra corriente de algunos artistas al alcanzar su madurez. En vez de obras armoniosas, sosegadas y con los “secretos del oficio”, las entregaban problemáticas, descompensadas, más jóvenes que las de los jóvenes de edad. El paradigma sería el Beethoven de los últimos cuartetos. Los hispanohablantes tenemos la suerte de percibir el mismo proceso en la argentina Hebe Uhart (Moreno, 1936). Después de una magistral obra de ficción (los cuentos de Guiando la hiedra o la novela Camilo asciende), cuando apareció su primer libro de crónicas, Viajera crónica (2011), Uhart no se cansó de responder en las entrevistas: se me agotó la ficción y salí a mirar el mundo, no quería repetirme. Es una manera humilde de decirlo: la fortuna de que un estilo tan particular como el suyo pueda reinventarse en un género expansivo como la crónica es una alegría para el futuro de la literatura, como demuestra De aquí para allá, cuarto libro de crónicas de Uhart, y primero con una temática común. Uhart reúne 10 crónicas sobre comunidades indígenas de América del Sur, desde Carmen de Patagones, en la frontera de la Patagonia, hasta la costa que une Colombia y Venezuela, pasando por Tucumán, El Chaco Salteño, las comunidades de Otavalo en Ecuador o de Iquitos en Perú. Una pluralidad de formas de vida en movimiento, de comunidades mixtas y orígenes mapuches, guaraníes, toba, quom, wayuu, etcétera.
La fórmula de Uhart es similar en casi cada crónica: pertrechada de conocimientos precisos de la historia escrita y oral de la comunidad que visita, Uhart se sienta con mujeres y hombres y los observa y escucha, especialmente atenta a los detalles significativos y las modulaciones del habla (Visto y oído fue el título de otro de sus libros de crónicas). También le gusta que el azar modifique su plan previo de trabajo y la ayude a disimular cualquier voluntad sistemática: parece que ella ha llegado ahí casi de milagro, como excusa para que alguien hable. No obstante, el resultado es más ambicioso de lo que parece: la recuperación de relatos y resistencias silenciados por la historia oficial conforma casi una historia secreta del continente. Pero si algo desmonta De aquí para allá, además de los mitos del origen, es la propia estabilidad del concepto de historia, su “sentido”; y si hay algo común a estos pueblos indios es su distancia respecto a una concepción de la forma estática y fija: su “esencia” es la transformación.
Varios temas obsesionan tanto a la cronista como a los entrevistados: las fronteras y la relación con la tierra, el nomadismo forzoso, el desarraigo entre dos mundos, las relaciones traumáticas con el nombre propio (que a veces otorga la empresa poseedora de la tierra), la organización estratificada tanto fuera como dentro de la comunidad, las relaciones con la Iglesia (normalmente evangélica), la presencia nutricia del monte, los ritos de la primera menstruación y, por supuesto, la relación con la propia lengua y con la memoria. Para estas vidas “nudas”, a veces despojadas de papeles y atributos oficiales, el silencio es un patrimonio: “Nosotros nos callamos porque con eso nos defendemos, si no nos destruirían mucho más”.
La de Uhart es un prodigio de escritura lacónica, rápida, de un solo trazo pero flexible por su ironía. Uno se pregunta qué debería suceder para que una de las grandes de nuestro idioma sea más conocida internacionalmente o, por no pasarme de enfático, publicada íntegramente en España.
Novelas
- 1974: La elevación de Maruja
- 1983: Algunos recuerdos
- 1987: Camilo asciende
- 1992: Memorias de un pigmeo
- 1996: Mudanzas
- 1999: Señorita
- 2018: Novelas reunidas
- 2019: Novelas completas
- 2021: El amor es una cosa extraña
Cuentos
- 1962: Dios, San Pedro y las almas
- 1963: Eli, Eli, lamma sabacthani?
- 1970: La gente de la casa rosa
- 1976: El budín esponjoso
- 1983: La luz de un nuevo día
- 1986: Leonor
- 1997: Guiando la hiedra
- 2003: Del cielo a casa
- 2004: Camilo asciende y otros relatos
- 2008: Turistas
- 2010: Relatos reunidos
- 2013: Un día cualquiera
- 2014: El gato tuvo la culpa
- 2019: Cuentos completos
Crónicas
- 2011: Viajera crónica
- 2012: Visto y oído
- 2015: De la Patagonia a México
- 2017: De aquí para allá
- 2018: Animales
- 2020: Crónicas completas
Sobre Uhart
- 2015: Las clases de Hebe Uhart (de Liliana Villanueva)
- 2018: Maestros de la escritura (de Liliana Villanueva)
Adaptaciones teatrales
- 2009: Querida mamá o Guiando la hiedra (dirigida por Laura Yusem)
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