Escritor colombiano, nacido en Sahagún, Córdoba. Ha publicado cuatro poemarios: Conjuros del navegante (1988), El edén encendido (1994), Con el perdón de los pájaros (1996) y He venido a ver las nubes (2008). Hizo una antología de la obra poética de Ibarra Merlano y un ensayo denominado Un humanista frente al mar. También es autor de La ciudad amurallada (crónicas de Cartagena de Indias, 2002), Alejandro vino a salvar los peces (Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, 2002), del ensayo sobre Virginia Wolf Bailaré sobre las piedras incendiadas (2004). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y al alemán. Es Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, 1992; y nominado en tres oportunidades: 1993, 1995 y 1997. Ganó en 2003 el Premio de Periodismo “Álvaro Cepeda Samudio”. Es editor cultural del diario El Universal, de Cartagena.
He venido a ver las nubes, su última obra poética hasta el momento, es un libro profundamente religioso, un conjunto de oraciones para abrir la mañana, para entrar descalzos en la luz o sumergirnos desnudos en las bendiciones del agua. No se trata sólo un libro de poemas sino de las invocaciones de un hombre que conoce bien el uso de las palabras y responde por sus consecuencias. De un hombre a quien se acude no para consultar las razones del más allá sino para confirmar los prodigiosos de esta vida.
Un manual de paisajes, además de un atado de resplandores. Si hay una sola palabra para definir estas páginas de Gustavo Tatis Guerra, sería “resplandor”, y más que un hombre de carne y hueso, su autor sería el alma, el mismo espíritu de los textos sagrados. La edición es bella, además, con pinturas de Heriberto Cogollo, nacidas de la luz y el temblor de los poetas y consagradas a la exuberancia y la voluptuosidad de las mujeres de Cartagena de Indias, el mar, los caballos y otros misterios. Bella y pulcra edición, por supuesto, una prueba palpable del exquisito gusto de Común Presencia Editores.
Libro espiritual y, a la vez, vegetal. De hojas verdes y plátanos maduros, de animales, de aguas invisibles y alfabetos para iniciados, de corazones sembrados en los patios del arco iris, de hombres efímeros y bosques eternos. Un libro de su tierra y sus antepasados, de asuntos concretos: el padre del poeta y su pueblo, Sahagún, el palenque y el abuelo wayúu, hombres a caballo y perros de presa. Tal vez el libro debe su hechizo a esta sabia amalgama de metafísica y asuntos cotidianos.
La magia está ahí, invisible, y el poeta la señala con el dedo. La luz está ahí y el poeta unta en ella la yema de sus dedos y la reparte como bálsamo, con la venia de los dioses.
Un libro para beber más que para leer. Poeta y lector se confunden en este hombre breve, efímero y agradecido, un hombre que se ha regodeado con el aroma del jardín, la caída de las hojas, el brillo de las aguas, la lección de las nubes, un hombre que exclama con fervor:
“¿Qué otro paraíso tengo
si no esta breve
temporada
en la tierra?”
Como poeta, Tatis es un santo, pero como pintor es un absoluto lujurioso. Los extremos no sólo se tocan sino se alimentan. Creo que precisamente la santidad del poeta alimenta la lujuria del pintor, esta desbordada voracidad por el color y la luz.
La pintura era el as bajo la manga de Tatis. En mi último viaje a Cartagena de Indias tuve la suerte y el regocijo de contemplar la obra pictórica de Gustavo Tatis en su propia casa. Su mujer, Mary Serrano, es una maravilla en la cocina. Gustavo trata de igualarla en el resto de la casa. Según se sabe, ha pintado hasta la tapa del inodoro. Ya no es la casa de paredes desnudas donde nació su primogénito, Leonardo, que ahora es un músico que se abre paso en Nueva York.
Tatis cuenta la historia muerto de risa. Cuando nació Leonardo, en 1986, la familia vivía en la calle de La Factoría, en el casco histórico de Cartagena, y no había una sola pintura en la casa. Tatis le envió una carta a Alejandro Obregón para solicitarle una de sus preciosas obras. Obregón no contestó. Pero no importaba porque Tatis había decidido hacerse pintor, clandestino pero pintor al fin y al cabo. En todas partes y a cualquier hora, en secreto, pintaba. El reverso de las tarjetas de invitación que llegaron al periódico durante este último cuarto de siglo fueron sus lienzos. También y el cartón y la madera, en pequeño y mediano formato. Ahora su casa es tan bonita que debería cobrar la entrada.
Peces, cangrejos, monstruos del agua y de la tierra, bestias sin nombre, se han hecho ciudadanos de este universo recién inaugurado, concretando en Tatis el profundo y antiguo deseo de pintar. Confiesa en una entrevista reciente: “He visto muchas veces pintar a algunos de los artistas que he entrevistado. Además, pintar es una experiencia familiar porque en mi casa los fines de semana comprábamos cartones y todos nos poníamos a pintar en el suelo”.
Ahora pinta de madrugada, cuando todo mundo duerme, y lo hace con el sigilo de un amante, hasta cuando la casa se despierta. Entonces todo está impecable, no hay una sola mancha en el piso ni rastros de la magia en los pinceles, y el pintor se va en el cuerpo del escritor al periódico a enfrentar los afanes cotidianos y ese asunto de ganarse la vida.
El 23 de marzo de 2011, en el Hotel Hilton, de Cartagena de Indias, Tatis inauguró “Ofrenda”, una muestra de 40 acrílicos en diverso formato, y esa misma noche vendió la mitad. El éxito ha sorprendido al mismo pintor. Sobre esta exposición dice el poeta John Jairo Junieles: “Parece que Gustavo Tatis Guerra pintara a escondidas de Dios. En sus pinturas, uno siente el latido de figuras encarnándose, vemos germinar un universo repentino. El mar no es el mismo mar, los árboles son otra cosa, las camisas en los alambres alcanzan su cielo profundo. Lo que vemos está vivo como nuestros pensamientos: un ciego puede paladear el bullicio de estos peces, olfatear las crines que lleva el viento. Se advierten palpitaciones, gracias a extraños sentidos. La aguja de nuestra brújula se mueve, opera esa magia que guía las aves en sus largas migraciones. La poesía que antes representaba en palabras, este fogueado escritor y periodista, resucita, tiene un nuevo pulso en esos colores estremecidos. Nuestra sed llega a estas orillas, limpia el polvo de sus alas, se arrodilla, y vislumbra el temblor de las estrellas allá arriba".
La pintura de Tatis ha sido una sorpresa para todo el mundo. Si en mi próximo viaje a Cartagena, Tatis me confiesa que asalta bancos, y con todo éxito, no lo dudaré por un segundo.
Triunfo Arciniegas
Pamplona, 20 de abril de 2011