DE OTROS MUNDOS
Silvia Tomasa Rivera / Duelo de espadas
Silvia Tomasa Rivera / Cazador y otros poemas
Silvia Tomasa Rivera / Poemas de este lado
Silvia Tomasa Rivera / Cuando la luna baja hasta tus manos
Silvia Tomasa Rivera / Fin de fiesta
Silvia Tomasa Rivera / Rarámuri / El arco y la cruz
Silvia Tomasa Rivera / Palabra ilegal
Silvia Tomasa Rivera / Un acto de violencia
Silvia Tomasa Rivera / Tránsito vital o la desertora de un verano trágico
Silvia Tomasa Rivera / Realidad y deseo
Silvia Tomasa Rivera / La sal del mar
Silvia Tomasa Rivera / Los ahogados
Silvia Tomasa Rivera / La sombra
Silvia Tomasa Rivera / Del mito a la poesía
Silvia Tomasa Rivera / La serpiente
Silvia Tomasa Rivera / Camino de tierra
Silvia Tomasa Rivera / Los pechos de Magally
Silvia Tomasa Rivera / El olor a madera
Silvia Tomasa Rivera / Poemas
Silvia Tomasa Rivera / Por amor a Lía
FICCIONES
Triunfo Arciniegas / Silvia Tomasa Rivera
Silvia Tomasa Rivera
(1955)
Silvia Tomasa Rivera nació en El Higo, Veracruz, México, el 7 de marzo de 1955. Fue coordinadora de los talleres de literatura del CREA. Colaboradora de El Nacional, Gilgamesh, La Gaceta del FCE, La Jornada, Nexos, Punto de Partida, Sábado, y Siempre!.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: Poemas al desconocido/Poemas a la desconocida (1985), Apuntes de abril (1986), El tiempo tiene miedo (1987), Duelo de espadas (antología, 1988), Por el camino del mar, Camino de piedra (1988), La rebelión de los solitarios/El sueño de Valquiria y Alta montaña (1997).Los caballos del mar, IVEC, Atarazanas, 2000. || Luna trashumante, UANL, 2006.
También ha incursionado en el teatro. Alex y los monstruos de la lomita (obra para niños ganadora del Premio INBA-Gobierno de Coahuila, 1991) y Vuelo de sombras (1994).
Mención honorífica en el premio Poesía Joven de México (1983). Premio Nacional de Poesía "Paula de Allende" con el libro Por el camino del mar, camino de piedra (Querétaro, 1987), Premio de Poesía Alfonso Reyes (1991), Premio Carlos Pellicer a obra publicada (1997) y Premio Nacional de Poesía "Jaime Sabines" (Chiapas, 1990). Fue becaria del INBA (1982-83) en poesía y miembro del SNCA desde 1994.
Novia Jardín Borda, Cuernavaca, México, 2012 Foto de Triunfo Arciniegas |
EL HERMANO MUERTO
El Negro tenía treinta años cuando murió, ahogado en el mar de Puerto Escondido; yo tenía treinta y tres. Soy la mayor de siete hermanos (ahora seis) de una familia de ganaderos de la Huasteca veracruzana. Pero como nací mujer, mi padre ordenó desde niños que el mayor debía ser el Negro, y él asumió el mayorazgo con gran responsabilidad; actitud que a mí me quitó un peso de encima. En otras cosas tuvo sus desventajas, pero el Negro era el hombre y eso me dio la libertad de ser mujer, aunque de todas maneras hasta la adolescencia mi padre quiso que montara a caballo, los acompañara a recorrer el rancho y arriar las vacas al potrero vestida de niño.
Fue el Negro precisamente quien le dijo a mi padre que a mí ya me había bajado la regla y que ciertos días del mes yo no podría trabajar con ellos porque los vaqueros se podrían dar cuenta. A lo que mi padre respondió que eso no tenía importancia, que me pusiera una almohada encima de la silla de montar y asunto arreglado. Así era mi papá, todo lo que sabía de mí era a través del Negro; a él le dije mis primeros poemas y siempre estuvimos juntos hasta que murió. Yo me vine primero a México, y el único que sabía de ese viaje era el Negro. El me cubrió la espalda toda su vida. No podía estar sin él. Ya instalada en la ciudad le escribí y le dije que se viniera a estudiar y que viviéramos juntos. Aunque parezca extraño, mi padre mandó a todos mis hermanos a la universidad; yo fui la excepción, pero igual salí del rancho en estampida con un libro de poemas en el fondo de la maleta. El Negro estudiaba economía y yo escribía poemas, los dos trabajábamos.
Nos casamos y nos divorciamos y seguimos viviendo juntos. Éramos como un matrimonio. Lo único que nos faltó hacer fue sexo. Por lo demás el Negro fue el hombre de mi vida. Y hasta ahora no ha habido terapia que me haga opinar lo contrario. Digo que su muerte fue un parteaguas porque yo era otra: alegre y abierta, segura y desinhibida. Tenía un grupo de amigos que amaba, que aún amo; salíamos, cenábamos y leíamos versos Ilya de Gortari, Jaime López, José Joaquín Blanco, Emelina Paniagua y Manuel Fernández Perera. Siempre me veía con Gabriela Becerra, Lucía Alvarez Enríquez y Marcelita Fuentes Beráin. Todos nos queríamos. José Joaquín Blanco es un sabio: me enseñó a poner puntos y comas. Me abrió puertas y me enseñó a tener confianza en mí misma, algo que parece intransferible. Poco tiempo después conocí a Eli de Gortari, gran amigo. "Eres una pueblerina con suerte", me decía, "te viniste del rancho a Coyoacán. Necesitas viajar para que seas una mujer de mundo". En ese tiempo yo era novia del poeta Jaime Reyes —-también muerto— y me decía que yo era la niña de sus ojos. Como podrán ver, me sentía en los cuernos de la luna. Todo el tiempo estaba en los periódicos y me negaba a dar entrevistas por televisión porque me decían los envidiosos que me veía muy gorda y ustedes saben que la vanidad no conoce límites.
El Negro ya era economista y en aquel tiempo los economistas tenían buenos empleos. Era él quien me financiaba la existencia. Nunca fui vegetariana, es difícil para un huasteco ser vegetariano. Siempre me gustó el buen vino y el jamón serrano que mi hermano me traía de Perote. José Joaquín Blanco me invitaba a comer y cenaba quesadillas con Ilya de Gortari, él con ron y yo con vino tinto. Tenía un trabajo simbólico en una institución: era coordinadora de talleres literarios. Sonaba bien. Mi hijo Alex (ahora de veintitrés años) iba a una escuela cara de Coyoacán y. para mejor suerte, tenía buenas relaciones con mi exmarido el doctor Acuña (qué más podía pedir, pues quería viajar, como me decía Eli). "Voy a ir a Italia", le dije una noche a Ilya de Gortari, mi primer editor, mi confidente. "Quiero conocer Piamonte, la tierra de Cesare pavese". Yo escribí Duelo de Espadas después de leer a Cesare Pavese. Cuando una bestia no sabe trabajar y se le tiene sólo para la remonta le place destruir. Trabajar cansa. 1988 fue un gran año. Me dieron el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines. Yo había conocido a Sabines años atrás, cuando la UNAM y Bellas Artes le hicieron el homenaje por sus 60 años en el MUNAL (Museo Nacional de Arte) al que no me invitaron. A la hora de la hora me fui con el Negro y mis amigos a la Opera —ya saben: la cantina de 5 de mayo y Filomeno Mata—. Cuando terminó el homenaje y con varias copas encima le dije al Negro: "acompáñame a ver a Sabines". Iba subiendo las escaleras del MUNAL cuando él iba bajando, custodiado por todos. Me brinqué todos los trancos. El me vio. Yo me acerqué. "Soy Silvia Tomasa Rivera", le dije. Al otro día estábamos desayunando juntos en su departamento de la colonia Del Valle, tomando whisky y fumando cigarros Delicados. Ese fue el principio de una gran amistad, de un gran cariño que duró hasta su muerte. Decía yo que 1988 fue un gran año. Después de que me dieron el Premio Sabines en Chiapas, me fui a una gira al norte de Baja California con Ilya de Gortari a leer los poemas. La escenografía era un cuadro enorme de caracol de mar que me había hecho mi admirado Alberto Castro Leñero y que Ilya montaba y desmontaba después de cada presentación. Por supuesto que nos acompañó el Negro. El mar a nuestros pies. Nunca había bebido tanta cerveza. En el centro de Tijuana nos arrestaron por escandalizar en la vía pública. Regresamos a México. Comencé a hacer fiestas en la casa del Negro, para recaudar fondos para mi viaje a Italia. Era octubre y yo pretendía irme en enero. El frío no me afectaba como ahora. 1988 fue un gran año hasta el 25 de diciembre.
Silvia Tomasa Rivera y Rubén Bonifaz Nuño |
SILVIA TOMASA RIVERA
MONTAÑA Y POESÍA COMO GUARIDA
Por Angélica Abelleyra
La Jornada Semana No. 575
12 de marzo de 2006
Es adicta al silencio, a la montaña y a la poesía. Los tres elementos la conforman, hacen que en apariencia se esfume del escenario cultural y la devuelven con libros de vez en vez. Libros llenos de erotismo, intensidad y misticismo que convierten a Silvia Tomasa Rivera (El Higo, Veracruz, 1956) en una de las presencias poéticas más sólidas de México.
Me hundí en ti, suave,/ como un durazno que resbala
de las manos de un niño.
Como agua/ en la resequedad
de la tierra/ de los viñedos del norte.
Sin miramientos,/ limpia y húmeda,entré en tu boca/ como un racimo de uvas.
"Vitalidad, veracidad y frescura" han sido rasgos de su palabra escrita, como lo señaló José Joaquín Blanco en 1984 con motivo de la primera edición de Poemas al desconocido/ Poemas a la desconocida. A partir de entonces, lo que tenemos ante nuestros ojos de la poeta es una suma de profundidad, gozo, desnudez, abandono, revolcadero, eros, transgresión, infiernos, soledades y vértigo.
Una escritura que apunta hacia lo más lejano y lo más inmediato a la vez para que trastoque las vivencias del mundo.
Ferozmente crítica y rabiosamente heterosexual, a decir de Efraín Bartolomé, Silvia Tomasa Rivera nació con ese don peligroso, la poesía. Y si la vida es fuego —recordó el chiapaneco— el poeta es el madero que se quema con más fuerza.
Serías capaz/ de retener
en tu pecho/ una palomahasta hacer a la pobrerenegar del vuelobesarías sus alas/ más que por desearlopor sentir cómo tiembla/ entre tus manos
Con una obra reconocida por la crítica y, sobre todo, por sus lectores, la veracruzana ha recibido múltiples premios como los Nacionales de Poesía Carlos Pellicer (1997) Alfonso Reyes (1991), Jaime Sabines (1988) y Paula de Allende (1987) por obra diseminada en los libros La rebelión de los solitarios/ El sueño de la Valquiria y Altamontaña; Por el camino del mar. Camino de piedra; El tiempo tiene miedo y Cazador, por mencionar algunos.
El más reciente vio la luz a mediados de 2005 con el título Como las uvas (Editorial Boca del Jaguar, 2005): una reunión de frutos gozosos de la temperamental "Dama de las Caguamas" que en el poemario habla de un amor absoluto y también del desencadenamiento de la pasión entre adictos.
Se trata de vivir,/ permanecer expuesto.
Un minuto de risa/ por el que amahasta los vertederos de la sangre.Por el que agita los sueños/ en el polvo.
Un minuto de duelo/ por el que sabe
que no hay mar sin derrota,ni corazón que se abraprontamente al olvido.
Formada en los talleres de poesía de Raúl Renán y de Carlos Illescas, ha colaborado en La Jornada, Nexos y en suplementos como La cultura en México (de la revistaSiempre!). También ha hecho teatro para niños: la pieza Alex y los monstruos de la lomita recibió en 1991 el premio en dicha categoría y algunos poemas han sido musicalizados por Emilia Almazán.
Ahora, en parajes veracruzanos cerca de las montañas o en Xalapa, coordina el taller de poesía de El Ágora de la ciudad y el suplemento cultural La Valquiria, del Diario de Xalapa. Cuenta con los poemarios inéditos: Palabra ilegal, Legión de cuervos, La Halconera y Tiempos divinos (sobre dioses prehispánicos), todos en busca de editor.
De vez en cuando baja de la montaña y viene a la ciudad para encontrar caminos de difusión de su trabajo, contra viento y marea, a pesar de que —dice— la novela le comió el mandado a la poesía ante el desinterés que las instancias oficiales de cultura muestran ante la producción en el género surgida en muchos estados del interior del país.
Por estos días, esta amante del vino y las palabrotas, de labios carmín y un constante desafío al silencio y al estruendo que la seducen, se afana en seguirle los pasos a Santa Teresa. La estudia, la saborea junto a una botella de cerveza o un tinto, para aprehender algo de esa sensibilidad que escribió: "No quiero tener libertad; su sólo nombre me aterra; me siento débil, frágil y por esto he querido unirme a la fortaleza de mi Dios."
El mundo
es una lengua
que se angosta,
sube por las axilas
desciende por los pechos,
da un rodeo por el vientre
y se arroja
a la desembocadura de los ríos,
en un mar sin retorno.
http://www.jornada.unam.mx/2006/03/12/sem-angelica.html
Silvia Tomasa Rivera
Por Fernando Tovar
Silvia Tomasa Rivera nació en El Higo, Veracruz, de ella tengo noticia desde hace varios años, soy asiduo lector de poesía, entre tanto, siendo una de las elegidas por las musas, me siento en la imperiosa obligación de asomarme a sus párrafos construidos con palabras que seducen y aturden, hace unos días, don Juan Simón Pérez Ávila, la citó en su Plus Ultra, de una manera tan rotunda, respecto al amor tardío de una casta mujer por un hombre casado, en esa historia, que no sé, si es invención y alegoría, o el decano le dio asilo y amparo a la confesión de una doncella ilusionada, con el fulgor de sus muchas palabras, el connotado periodista paisano, se decanta por una espléndida estrofa, bien escogidita, me refiero a la estrofa, no a la poetisa ni a la muchacha enamorada, de Silvia Tomasa, hay un manojito de poemas que me gustan, y hoy que es día de la Natividad del Señor, me gustaría compartir un retazo con ustedes, queridísimos lectores, por supuesto que, primero tengo que hacer notar, mi profunda gratitud por su grata compañía durante este año, que no ha sido el mejor de todos, sin embargo, ya lo dijo antes que yo, el Vate nayarita, el fulgurante Amado Nervo, nuestro Buen Dios no nos prometió sólo noches buenas y en cambio nos dio unas santamente serenas, así que, por todos esos momentos; unos tristes, otros alegres, buena salud, trabajo decente, sueños compartidos y soles y lunas llenas, estrellas titilantes y vientos frescos, amaneceres llenos de aleteos y atardeceres pintados en el horizonte, ya sé, que a veces, sólo a veces, soy muy cursi, y eso, en un hombre, no se observa del todo bien, lo bueno que, esa no es mi cotidiana forma de ser, que siempre soy mal hablado, muy cabrón, socarrón, me burlo de todo, de todos, hasta de mi propia persona, y soy proclive a mentar la madre con más facilidad que la de rezar el Padre Nuestro, tampoco soy cómplice de oreja ni amigo de pendejos, no me agradan las personas confianzudas, ni los perros lambehuevos, me encanta dormir tarde, levantarme a la hora que se me hinchan las ganas, pero qué les puedo decir a ustedes, asiduos fans, si me conocen muy bien, en estos casi cuatro años de permanencia voluntaria en esta página tres de la sección Show, han podido reconocer mis múltiples errores y mis contadas virtudes, ojalá, que este 2012, que, aunque dicen los viejitos sabios, que años pares, años de males, nos vaya mejor a todos, que sea una época de paz y bienestar, que tanto nos la merecemos, y que si uno de estos masiosares que andan detrás del hueso presidencial queda empoderado del trono sexenal, que se ponga la mano en el corazón y no nos vaya peor que en este mandato panista de doce años, que a muchos nos ha parecido un siglo turbulento en ríos revueltos en donde han ganado pocos y hemos perdido todos, quiero confiarles, que a pesar de todo, yo, este que viste y calza, un hombre sencillo de donde crecen los huizaches, los nogales y una que otra palma, tengo fe en el Todopoderoso y confianza en santa María de Guadalupe de que cambiará nuestro destino colectivo nacional, hay noches en las que me levanta un gran pesar, y reflexiono, y medito, y angustiado me sobresalto, pero me aferro a la esperanza, y sueño despierto que muy pronto volveremos a vivir en santa paz, en fin, deseo de todo corazón que esta celebración jubilosa del nacimiento del niño Dios, nos ayude a darle un énfasis de entusiasmo y de optimismo a los días que en el futuro están por venir, enseguida, para cerrar con listón rojo en un moño para regalo, un extracto de un poema de Silvia Tomasa Rivera, a quien, don Juan de todas mis admiraciones, me ayudó a recordar su nítida existencia. Helo aquí: “Porque no tengo necesidad de hablar estoy callada. Suena triste pero es más verdad que el silencio. Anoche hablé hasta que me dolió la comisura de los labios. Pero anoche era un tigre. Ahora soy aquella, la hija del hombre: sin mañana/ sin semilla/ sin voz. Sólo una idea perdida entre la ropa sucia”.