Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927, y falleció en Ciudad de México el 17 de abril de 2014. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando Gabriel sólo contaba con cinco años, a la población de Sucre, donde don Gabriel Eligio montó una farmacia y donde tuvieron a la mayoría de sus once hijos.
Los abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, se la pasaba siempre contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba, le daban ganas de besarla: le inculcó el gusto de ir a la escuela, sólo por verla, además de la puntualidad y de escribir una cuartilla sin borrador.
En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre, de donde salió para estudiar interno en el colegio San José, de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico, triste. Permaneció siempre con un enorme saco de lana, y nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Sin embargo, a las historias, fábulas y leyendas que le contaron sus abuelos, sumó una experiencia vital que años más tarde sería temática de la novela escrita después de recibir el premio Nobel: el recorrido del río Magdalena en barco de vapor. En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá a estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y donde se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoce casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
El estudio de leyes no era propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor, pues el 13 de septiembre de 1947 se publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el suplemento Fin de Semana, nº 80, de El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda (Ulises), quien en la presentación del relato escribió que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del cuento estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
En la Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de 1948, pues, a consecuencia del "Bogotazo", la Universidad se cerró indefinidamente. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.
"El tren se detuvo en una estación que no tenía ciudad, y un rato más tarde pasó la única plantación de banano a lo largo de la ruta que tenía su nombre escrito en la puerta: Macondo. Esta palabra ha atraído mi atención desde los primeros viajes que había hecho con mi abuelo, pero sólo he descubierto como un adulto que me gustaba su resonancia poética. Nunca he oído decir, y ni siquiera me pregunto lo que significa... me ocurrió al leer en una enciclopedia que se trata de un árbol tropical parecido a la ceiba"
Gabriel García Márquez
Vivir para contarla
El Grupo de Barranquilla
A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de "La girafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García Márquez, como él mismo reconoció en su famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982: William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no son de su predilección: él prefirió y prefiere contar historias.
En esa época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en un sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, edificio de cuatro pisos, ubicado en la calle del Crimen, que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos, los borradores de La hojarasca, y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde él se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor de los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.
En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.
Duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y cultura colombianas: desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicó dos trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955), y El coronel no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las cosas".
En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, por lo que las directivas de El Espectador decidieron que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pío XII aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por el mundo
Cuatro años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviar pero que demoraba debido a las dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta oficial que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Además, fue corresponsal de El Independiente, cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.
Su estancia en Europa le permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en la ciudad luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958, contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacieron dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los cubanos exiliados y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno de ese país le denegó el visado de entrada, porque, según las autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, le dieron un visado, aunque condicionado.
Con el poeta cubano Eliseo Diego
Recién llegado a México, donde García Márquez ha vivido muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) publicó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en un cuento del mismo nombre escrito por Juan Rulfo, y que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora.
La consagración
Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que durante 17 años venía rumiando: consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina y durante 18 meses seguidos trabajó ocho y más horas diarias, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es el tiempo cíclico, en el que suceden historias fantásticas: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se cuenta de manera insuperable la historia colombiana desde después del Libertador hasta los años treinta del presente siglo. De ese libro Pablo Neruda, el gran poeta chileno, opinó: "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se ha dicho todo: el libro no sólo es la opus magnum de García Márquez, sino que constituye un hito en Latinoamérica, como uno de los libros que más traducciones tiene, treinta idiomas por lo menos, y que mayores ventas ha logrado, convirtiéndose en un verdadero bestseller mundial.
Después del éxito de Cien años de soledad, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana. Durante las tres décadas transcurridas, ha escrito cuatro novelas más, se han publicado tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa.
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Gabriel García Márquez
Bogotá, 1972 |
Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi 23 años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre ha colocado un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez considera de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro Obregón, que el pintor le regaló y que quiso matar en una noche de locos con cinco tiros del calibre 38, preside su estudio. Finalmente, dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en
Cien años de soledad.
"Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la del prestidigitador,
pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido
que refugiarme en la soledad de la literatura."
Gabriel García Márquez
"Así es", suspiró el coronel.
"La vida es la cosa mejor que se ha inventado".
Gabriel García Márquez
El coronel no tiene quien le escriba
El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.
Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió en México una noticia que hacía ya mucho tiempo esperaba por esas fechas: la Academia Sueca le otorgó el ansiado premio Nobel de Literatura. Por ese entonces se hallaba exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 había tenido que salir de Colombia, ya que el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte socialista.
La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo, los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con Graham Greene y Gunther Grass.
Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez: a la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquiliqui de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Con el discurso "La soledad de América Latina" (que leyó el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y ante cuatrocientos invitados y que fue traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias por el continente. Dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, y se han quedado tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo. Sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte.
El discurso es una auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo total, integral, afecta todos los elementos de la vida latinoamericana. Por lo tanto, los escritores de esta parte del mundo deben estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Además, adelantó una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el Nobel colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Desde que se conoció la noticia de la obtención del ambicionado premio, el asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se multiplicaron. Sin embargo, en marzo de 1983 Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaban doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.
Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero, quizás, una de sus más valientes actitudes ha sido el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que ha servido para que otros países apoyen de alguna manera a Cuba y que ha evitado mayores intervenciones de los estadounidenses.
Tras años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias,
Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación de esta obra supuso un acontecimiento editorial, con el lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohablantes. En 2004 vio la luz su novela
Memoria de mis putas tristes.
http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/
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Dedicatoria de García Márquez a Julio Cortázar |
Hace más de un año fui sometido a un tratamiento de tres meses contra un linfoma, y hoy me sorprendo yo mismo de la enorme lotería que ha sido ese tropiezo en mi vida. Por el temor de no tener tiempo para terminar los tres tomos de mis memorias y dos libros de cuentos que tenía a medias, reduje al mínimo las relaciones con mis amigos, desconecté el teléfono, cancelé los viajes y toda clase de compromisos pendientes y futuros, y me encerré a escribir todos los días sin interrupción desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde. Durante ese tiempo, ya sin medicinas de ninguna clase, mis relaciones con los médicos se redujeron a controles anuales y a una dieta sencilla para no pasarme de peso. Mientras tanto, regresé al periodismo, volví a mi vicio favorito de la música y me puse al día en mis lecturas atrasadas.
Entrevista con Gabriel García Márquez en el diario El Tiempo, 2000-12-10.
El robo sufrido por García Márquez
supera los seis millones de pesetas
El robo sufrido por el escritor colombiano Gabriel García Márquez ocurrió en la habitación que ocupaba junto a su mujer, Mercedes Brancha, en el hotel Princesa Sofía de Barcelona durante el fin de semana del 12 al 13 de este mes y no en la calle, en contra de lo que se creyó inicialmente. Según estimaciones del escritor, los ladrones se llevaron joyas valoradas en unos seis millones de pesetas (tres anillos de esmeraldas, uno de rubíes, aretes y collares), dos listines telefónicos y ocho discos de ordenador, de los que sólo uno había sido utilizado para anotaciones personales.García Márquez explicó ayer que tanto las joyas como los restantes objetos estaban guardados en un maletín de viaje -forrado de tela escocesa por fuera y negro por dentro- que habitualmente lleva consigo Mercedes Brancha y en el que también estaba depositado su pasaporte, su tarjeta de residente en México y unos talonarios bancarios. Junto al maletín, colocado en un estante de la habitación que ocupaban en la cuarta planta del hotel, estaba colocada la cartera del escritor, repleta de documentos y 1.200 dólares (unas 193.000 pesetas).
La primera noticia del robo la tuvieron el lunes día 14, entre las 9 y 10 de la mañana a través de una llamada del Consulado de Colombia en Barcelona. Dijeron que tenían el pasaporte de su mujer y otros documentos. En la comisaría que hay en la plaza de Cataluña le entregaron su maletín. Lo había encontrado un policía bajo un taxi en la zona del Borne. Dentro sólo quedaba su pasaporte, su tarjeta de residente y los talonarios. El escritor comprobó que los ladrones se habían llevado 1.200 dólares en cheques de viaje. García Márquez piensa que los ladrones iban buscando cosas de valor como joyas y dinero y no cree que persiguieran el manuscrito de su nueva novela.
BOTELLA AL MAR
PARA EL DIOS DE LAS PALABRAS
Gabriel García Márquez
8 de abril de 1997
A
mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un
señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a
tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: "¿Ya vio lo que es el poder
de la palabra?". Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo
sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios
especial para las palabras.Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La
humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es
cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al
contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con
tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual.
Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros
desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio,
la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha
gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del
amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos
nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna.
Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados
hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La
lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin
fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras
lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta
experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio
de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar
este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en Estados Unidos ha
dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre
latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasartenga
54 significados, mientras en la República de Ecuador tienen 105 nombres para el
órgano sexual masculino, y en la palabra condoliente, que se
explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un
joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a
cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido
intermitente y triste de un cordero dijo: "Parece un faro". Que una
vivandera de la Guajira colombiana rechazó un cocimiento de toronjil porque le
supo a Viernes Santo. Que don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario
memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es "la
color" de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos
un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cerveza que sabe a
beso?
Son
pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempo no cabe
en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en
cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos Para que entre
en el siglo venturo como Pedro por su casa. En ese sentido me atrevería a
sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que
la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes,
aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen
todavía para enseñamos y enriquecemos, asimilemos pronto y bien los neologismos
técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de
buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo
parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus
esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el
armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía,
terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos
un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los
acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga
lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y
nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y
siempre sobra una?
Son
preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la
esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas
osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con
razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta
providencial de mis 12 años.
'Cien años de soledad'
cumple sus primeros 20 años
La novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez Cien años de soledad cumple hoy sus primeros 20 años. La obra fue escrita entre 1965 y 1966, pero Macondo, la saga de los Buendía, Úrsula, Amaranda y Remedios la bella bullían en la cabeza del autor desde su adolescencia. Se publicó en Buenos Aires el 30 de mayo de 1967. La novela ha sido traducida a 36 idiomas y se calcula que se han vendido alrededor de 30 millones de ejemplares en todo el mundo.
A los 18 años, García Márquez decidió suspender la redacción de la gran novela que quería escribir, pero siguió obsesionado con ella. El novelista publicó el 3 de junio de 1954 en un semanario colombiano el artículo tituladoLa casa de los Buendía. Apuntes para una novela. Sin embargo, el escritor tropezaba con un muro que le impedía parir la idea.Hasta, que un día, en enero de 1965, durante un viaje familiar desde la capital mexicana a Acapulco, todo se aclaró. "Sin saber por qué tuve la revelación: debía contar la historia de la lejana novela de la adolescencia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo", reveló años más tarde García Márquez.
El escritor calculó que la concluiría en seis meses, pero la finalizó al cabo de un año y medio. En junio de 1966 los 1.300 folios del original estaban listos. Entonces surgió un nuevo problema: quién la iba a publicar. Fue ofrecida a una editorial española, que la rechazó. Pero una empresa argentina decidió asumir "el riesgo" de publicar Cien años de soledad junto a las obras anteriores del autor: La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hierba y Los funerales de la mamá grande.
La primera edición de Cien años de soledad, de 8.000 ejemplares, se agotó en pocos días y se lanzó una segunda, luego la tercera y así hasta hoy. De aquel libro de 20 centímetros de alto, 13,5 de ancho y dos y medio de grueso, nadie sabe cuántos ejemplares se han vendido en el mundo, pero se habla de 30 millones, y ha sido traducido a 36 idiomas, entre ellos algunos tan poco asequibles a la literatura latinoamericana como el chino, islandés, esloveno y servocroata.
Dentro de los escasos actos organizados para conmemorar el vigésimo aniversario de la aparición de la novela, un grupo de amigos del escritor se reunió este viernes en Bogotá para una pantagruélica cena de ocho platos, con el fin de ha blar y "mamar gallo" -algo parecido a tomar el pelo- sobre García Márquez. Los asistentes a la cena son los miembros del denominado grupo de Barranquilla, integrado por artistas de diferentes disciplinas, del que formó parte García Márquez antes de irse a vivir a México. Pero la cena dejó una sensación de vacío: faltaba el protagonista. Su ausencia quizá se explique porque después de escribir Cien años de soledad el autor vivió 20 años sin soledad.
García Márquez no permitirá que su obra 'Cien años de soledad' sea llevada a la pantalla
AGENCIAS
Nueva York, 14 de agosto de 1989
El escritor colombiano Gabriel García Márquez ha manifestado al diario norteamericano The Yew York Times que jamás permitirá que Cien años de soledad sea llevada al cine, porque el libro es una parte integrante de la vida cotidiana de América Latina, García Márquez señaló que los lectores de la novela, -considerada por muchos como su obra maestra-, imaginan a los personajes como quieren, y si la historia fuese reflejada en la pantalla grande destruiría esa iluisión, ese margen de creatvidad.
El Nobel de Literatura declaró también en Nueva York que llevar al cine Cien años de soledad "sería, además, una producción muy costosa en la que tendrían que intervenir grandes estrellas, como por ejemplo, Robert de Niro en el papel del coronel Aureliano Buendía y Sofia Loren en el de úrsula, y eso la convertiría en otra cosa".
García Márquez, quien desde 1985 dirige la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en Cuba, escribió el año pasado los seis guiones cinematográficos de la serie Amores dificiles, producida por Televisión Española. Las películas que componen la serie, basadas en sus cuentos, crónicas y en episodios de sus novelas, serán estrenadas en Nueva York dentro de los actos de la próxima semana en el Festival Latino.
García Márquez dijo que aceptó la propuesta de Televisión Española pata escribir los guiones de Amores difíciles a fin de aliviar las necesidades financieras de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, cuyo presupuesto anual entre becas, equipos y viajes oscila entre los 500.000 y 750.000 dólares.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de agosto de 1989
'Cien años de soledad',
treinta años de leyenda
La novela de García Márquez, traducida a 37 idiomas, ha vendido 25 millones de copias
El martes 30 de mayo de 1967 salió a la venta en Buenos Aires la primera edición de la novela de un autor colombiano casi desconocido: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Tres décadas después se ha traducido a 37 idiomas y se han vendido 25 millones de ejemplares en todo el mundo. Fue un verdadero bombazo, que hizo explosión desde el primer día. El libro salió a las librerías sin ningún tipo de campaña publicitaria, la novela agotó su primera edición de 8.000 copias a las dos semanas y pronto convirtió el título y su realismo mágico en el espejo del alma latinoamericana.
Cien años de soledad fue publicada en Editorial Sudamericana, de Buenos Aires. La primera edición salió a la venta con una portada improvisada porque la que habían encargado al pintor mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo a la imprenta. Pero la segunda edición no tardó en salir con la portada que la inmortalizaría.Francisco Porrúa se considera sólo un "vehículo guiado por el azar" y no el artífice de uno de los fenómenos literarios más sorprendentes de este siglo. Fue el primer editor deCien años de soledad, la novela de un joven escritor colombiano que había publicado hasta entonces sólo tres novelas cortas, que ya vaticinaban el nacimiento de un universo literario que iluminaría las letras españolas. "No sé hasta qué punto fue un sujeto soberano el que tomó esa decisión", dice ahora con reiterada modestia. "Sucedió por azar y por una serie de causas que confluyeron en un determinado momento".
Ni un instante de duda
Porrúa había leído el ensayo Los nuestros, del chileno Juan Luis Harss, en el que se recogían las opiniones y perfiles de lo que ya en 1965 eclosionaba como boom de la literatura latinoamericana. Entre los citados (Cortázar, Vargas Llosa, Borges, Onetti, Carlos Fuentes y otros) figuraba uno que a Porrúa no le sonaba de nada. Un tal Gabriel García Márquez. Pidió referencias a Harss sobre este escritor, que hasta entonces había publicado tres novelas(La hojarasca, La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba) y éste se las dio. "Me gustó mucho El coronel ... ", recuerda Porrúa, "y me puse en contacto con él para publicarla en Argentina. La ventaja que tuve sobre Carlos Barral con este escritor es que yo pude leer todo lo que había publicado García Márquez antes de ponerme en contacto con él. Por eso yo ya me esperaba algo excepcional cuando me contestó que tenía comprometidos los derechos de esas obras, pero que podía entregarme una novela que estaba escribiendo".García Márquez le envió por correo los cuatro primeros capítulos de Cien años de soledad y Porrúa no dudó un instante. "Fue fácil darme cuenta que tenía en mis manos algo fuera de lo común. Uno se daba cuenta a primera vista que esta novela era muy innovadora, tanto en aspectos como la sintaxis y el estilo, como por la imaginación y el mundo que retrataba".
La perspectiva de los años ha hecho que la valoración de esta novela clave en la literatura latinoamericana sea distinta hoy. "Ahora hay una tendencia a separar lo que es la literatura del Caribe de la que se escribe en el Cono Sur, cada una tiene su propia lengua y características. Pero yo pensé que Cien años de soledad era una novela admirable, muy distinta de los inéditos que solían llegarme a la editorial. Cuando ésta aparece, el 30 de mayo de 1967, elboom ya existía. Pero esta novela creó un fenómeno espontáneo dentro de este marco porque la juventud se identificó inmediatamente con ella. Los jóvenes encontraron su propia voz en esos escritores, pero García Márquez añadió un fuerte elemento de fantasía, muy distinto al que sus predecesores en la literatura centroamericana habían propuesto".
No fue necesaria una fuerte campana de prensa ni nada por el estilo. "No hice por esta novela nada distinto que por las otras", dice Porrúa. "García Márquez me dijo entonces que notó cómo la gente, se reconocía en el mundo de Cien años..., a ellos mismos y a sus familias, era como un retrato de América Latina por dentro, con toda su magia, su fantasía, su memoria y su imaginación".
García Márquez siempre agradeció a Porrúa que su respuesta al leer el manuscrito fuera el envío de un cheque de 500 dólares. "Me dijo que fue la primera vez que le pagaron por adelantado sus derechos de autor".
Como editor, Porrúa ha tenido no sólo el privilegio de publicar Cien años de soledad, sino que le sucedió otro tanto con otra de las grandes novelas de ese periodo: Rayuela, de Julio Cortázar. "Tampoco en su caso fue difícil decidir", cuenta. "No era un escritor conocido cuando nos trajo su libro Las armas secretas y vimos que era un autor importante. Fue también cosa del azar, una suerte. Pero no han sido los únicos casos, me ha sucedido también con Tolkien, con Ballard y Bradbury".
Porrúa es un editor de raza, a la antigua", dice, "de los que se leen todos los libros que publican y lo que publican los demás". Para él "los autores son los que hacen al editor". Y afirma su fidelidad ciega en los escritores. "Al autor hay que defenderlo en todos sus libros. Yo he publicado toda la obra de Ballard, Bradbury y Angela Carter. El editor tiene que tener confianza intelectual en sus autores".
Pero lo que Porrúa recuerda de sí mismo en la época de Cien años de soledades sobre todo una extensa sensación de bienestar. "Fue una época de gran felicidad, no hablo de orgullo por haberla editado, sino algo más amplio. La satisfacción de realizar un sueño imposible". El sueño de todo editor.
http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/
El Pen Club celebra la universalidad
y el poder hipnótico de 'Cien años de soledad'
10 escritores, entre ellos Rushdie y Auster, en el homenaje a García Márquez en Nueva York
La primera edición de Cien años de soledad se publicó en la Editorial Suramericana, de Buenos Aires, el 5 de junio de 1967. Sus 8.000 ejemplares se agotaron en menos de un mes. Ahora, más de 22 millones circulan por el mundo en más de 30 idiomas. Treinta y seis años después de su primera publicación, 10 escritores, entre ellos Paul Auster y Salman Rushdie, rindieron tributo a su autor, Gabriel García Márquez, y a la influencia de su obra el miércoles por la noche en una ceremonia que organizó el Centro Americano del Pen Club y la editorial Alfred A. Knopf.
García Márquez no asistió al acto. Estuvo presente en las palabras de sus amigos y admiradores y mandó un texto de agradecimiento. Durante dos horas, el Town Hall, un teatro cercano a Times Square, se llenó de recuerdos y literatura. Fue un acto sencillo, sin grandes ceremonias.
El Centro Americano del PEN es una comunidad de 2.600 poetas, dramaturgos, editores, ensayistas y novelistas que defiende el acceso a la literatura, combate la censura y apoya a escritores por medio de premios literarios y publicaciones. El homenaje a García Márquez es el último en la serie Homenajes a maestros literarios, que ha reconocido a figuras como Samuel Beckett, John Steinbeck, James Baldwin, Virginia Woolf y Vladímir Nabokov.
La velada empezó con un vídeo de Bill Clinton. La repentina aparición del ex presidente estadounidense en la pantalla causó sorpresa y alguna que otra risa. Clinton habló de su primer encuentro con García Márquez en la isla de Martha's Vineyard; del impacto mundial de Cien años de soledad, y resaltó el "extraordinario compromiso" de su autor con el periodismo.
"Fue una cena memorable", contó la poeta y ensayista Rose Styron, recordando la que compartió con el escritor y el entonces presidente de EE UU. "En la sopa hablamos del embargo. A la altura del plato principal, se habían enzarzado en una discusión con Carlos Fuentes. En los postres, Gabo le pedía a Clinton que se involucrara más en el proceso de paz de Irlanda del Norte". Styron recordó la primera vez que le conoció, en 1974, cuando trabajaba para Amnistía Internacional: "Era poco después del golpe de Estado en Chile. Gabo me dijo entonces que no volvería a escribir hasta la caída de Pinochet. Por suerte, no cumplió su promesa". Styron también habló del viaje que les llevó, en compañía de Arthur Miller, hasta La Habana en el año 2000, y el discurso de cinco horas con el que Fidel Castro los recibió.
"En la primavera de 1970 yo tenía 23 años", empezó contando Paul Auster. "Había leído todo lo que pensé que debía leer, los autores más importantes. Me sentía abrumado. ¿Cómo podría compararme a uno de ellos? Leí entonces la crítica de un libro que desconocía de un joven autor. Para mí, en aquella época, comprar libros nuevos era una gran inversión. Pero lo hice. (...) Cambió mi forma de ver el mundo. Gracias, García Márquez, por darme esa experiencia", dijo Auster.
William Kennedy recordó con humor la crítica que escribió sobre Cien años de soledad hace 30 años. La editorial no había dado datos biográficos sobre el autor, entonces completamente desconocido, y sólo mencionaba una edición en español publicada en Buenos Aires, por lo que Kennedy, sin pensárselo dos veces, alabó sin reparos el libro de aquel "escritor argentino".
También estuvieron presentes el periodista John Lee Anderson, corresponsal de The New Yorker; la escritora estadounidense de origen haitiano Edwige Danticat; el autor de origen guatemalteco Francisco Goldman, y Edith Grossman y Gregory Rabassa, los dos traductores de García Márquez al inglés. Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, recordó la satisfacción del escritor por el éxito de sus talleres de periodismo.
El historiador y novelista cubano José Manuel Prieto comparó su experiencia al llegar a Siberia, donde, a pesar suyo, fue a trabajar de ingeniero, con "el descubrimiento del hielo bajo la carpa del circo en Macondo". "En mi primera noche en Novosibirsk salí a dar una vuelta y me topé con un Kremlin de hielo, con sus paredes y sus murallas de hielo, y fue cuando exclamé: '¡Es el diamante más grande del mundo! (...) No tenía a mano un ejemplar de Cien años de soledad; lo había dejado en La Habana porque no conseguía despegarme del influjo hipnótico que tenía sobre mí. No me quedó más alternativa que leerlo en ruso, viendo cómo caía la nieve por la ventana. Disminuida en la traducción la presencia fulgurante de su prosa, dejé de considerar el libro como un milagro inexplicable".
La noche terminó con el texto enviado por García Márquez. Poco antes, Salman Rushdie se había referido también al nuevo entorno internacional. "La realidad no es realista. Es algo que la literatura debería reconocer y que todos deberíamos notar. ¿Han visto lo raras que están las cosas últimamente?", subrayó Rushdie con ironía ante el deleite de la audiencia, que rompió en aplausos. "Últimamente, en la naturaleza hay muchos arbustos" (bushes en inglés).
"Cuando publiqué mi primera novela", recordó Rushdie, "la gente me dijo que tenía que leer Cien años de soledad. Y me hizo el efecto que a todos les ha hecho. Vi que lo que García Márquez contaba se parecía mucho al sureste asiático que yo conocía, un universo lleno de superstición, donde la vida de la gente está dominada por la religión. Un mundo víctima de la colonización, con una gran pobreza y muchos dictadores".
Hacia un mundo de desigualdades insalvables
Gabriel García Márquez envió el siguiente texto, que fue leído en el homenaje celebrado en Nueva York:
"Gracias por acordarse de mí en estos tiempos de olvidos, y por enaltecer mi obra con un reconocimiento que me honra y me conmueve.
Por desgracia, desde que tengo memoria, el mundo no fue nunca menos propicio que hoy para celebraciones de júbilo y efemérides de gloria.
Más grave que los cataclismos y las guerras innumerables que han acosado al género humano desde siempre, es ahora la certidumbre de que los grandes poderes económicos, políticos y militares de estos malos tiempos parecen concertados para arrastrarnos, por los intereses más mezquinos y con las armas terminales, hasta un mundo de desigualdades insalvables.
Contra ellos, que son dueños de todo, no quedan más poderes que los de la razón, con las armas de la inteligencia y la palabra -que por fortuna son las nuestras- para inducirlos al último minuto de reflexión que hace falta para salvar el mundo".
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Gabriel García Márquez, en su casa de México, en abril de 2003. / INDIRA RESTREPO |
Gabriel García Márquez,
ochenta años de soledad
Me llamó por teléfono un día de abril.
-Quiero que me presentes a Suárez. Felipe dice que es alguien digno de conocer.
A Adolfo le entusiasmó tanto la idea que canceló una cita previa. Pocas horas más tarde nos encontrábamos los tres en torno a una mesa de un restaurante nouvelle cuisine. Gabo llevó un ejemplar de Cien Años de Soledad, y se lo dedicó al expresidente.
-Ahí tienes -comenté yo-: el Quijote del siglo XX.
García Márquez dobló la servilleta, incorporó el torso sobre el asiento y sonrió con
malicia mientras me corregía.
-Te equivocas, ése es el que va a salir ahora.
Se refería a El amor en los tiempos del cólera. Pero no. Éste es, desde luego, un libro de una belleza turbadora, un clásico de la literatura del género, digno de figurar junto a la obra de Virgilio o del Arcipreste. Cien Años de Soledad resulta, en cambio, un texto implacable, una epopeya sofocante impregnada de un nihilismo atroz, por difícil que sea descubrirlo en medio de su abismal relato. Su lectura constituye, así, un auténtico viaje de la nada hacia la nada, del cero al infinito, en el que nuestras vidas, y las vidas de los otros, se confunden con las estirpes condenadas a los cien, a los mil, a los millones de años de soledad, condición a la vez proteica e inmutable de la existencia.
Llegamos a una Managua destruida por el terremoto y exaltada por el triunfo sandinista
Padece una curiosidad casi enfermiza por los protagonistas del poder, a los que se acerca sin reverencia
"Por un lado, mis amigos; por otro, el resto del mundo, con el que mantengo poco contacto"
Gabo ha superado sus dos más difíciles pruebas: el Nobel a edad temprana y una enfermedad insidiosa
Aprendimos, gracias a los escritores de la otra orilla, lecciones morales que nos vetaba el franquismo
La sobremesa con Adolfo Suárez se prolongó durante horas. Hablamos mucho de política y menos de literatura. El poder es un tema reiterativo y constante en las conversaciones con Gabo, "quizá porque en el fondo lo detesto, aunque nadie me vaya a creer". Meses atrás habíamos estado juntos en Nicaragua, acompañando a Fidel Castro para asistir a la toma de posesión de Daniel Ortega como jefe del Estado. Hicimos el viaje en el avión del comandante, desde el que intercambiamos mensajes con el presidente Betancur de Colombia, y llegamos a una Managua destruida por el terremoto y exaltada por el triunfo de los sandinistas, cuyas milicias juveniles, armadas hasta las cejas, recorrían las calles de la capital en una abigarrada procesión de vehículos de campaña. A la tarde del siguiente día nos acercamos a la inauguración de un ingenio azucarero construido con ayuda cubana, donde Fidel habría de dar un discurso inaugural de seis u ocho horas, con descanso incluido para visitar los urinarios y tomar un tentempié. Nuestro conductor equivocó el camino y hubimos de apearnos del coche por ver de encontrar alguna orientación. Estábamos en medio de una llanura dorada y verde, bajo el azul pastoso del cielo del Caribe, y hacía un calor de injusticia, que soportamos con terquedad hasta que finalmente divisamos, a lo lejos, la ruidosa polvareda de la comitiva presidencial. El cine de Hollywood no podría imaginar un mejor escenario. Decenas de pesados haigas negros se dirigían hacia nosotros a velocidad considerable, guiados por la terca convicción de quien conoce sin posibilidad de error el destino al que se dirige. Decidimos dejarles pasar para perseguir después su estela, y el cortejo nos rebasó en un suspiro, mezclando el aire poroso de la campiña con la tierra que levantaban los neumáticos y la negra fumata de los tubos de escape. Quedamos casi extasiados. "He ahí el poder", sentenció Gabriel, para añadir después: "¿Te imaginas cómo sería durante el Imperio Romano?". Hablando de romanos, a su amigo Plinio Apuleyo, que cuando menos tenía nombre de procónsul, Gabo le había dicho años atrás que "el poder absoluto es la realización más alta y más completa del ser humano, y por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria" . No se puede comprender, por lo mismo, la relación de García Márquez con Fidel Castro si no se atiende a la singular y ambivalente consideración que el poder político le inspira. La conversación con Suárez versó precisamente sobre ello, si mal no me acuerdo, y sobre la capacidad de transformar la realidad que tienen los gobernantes, aunque sean muchas veces más perdurables los efectos del cambio que promueven los escritores. Adolfo había sido descabalgado de la presidencia por un puñado de militares y la ruindad de sus propios seguidores, con lo que tuvo que emprender su particular travesía del desierto al frente de los restos de la UCD, reconstruida en el Centro Democrático y Social. De modo que, a esas alturas, no era para nada comparable a los emperadores, pero sí exhibía un instinto de poder que sólo los políticos de envergadura son capaces de mostrar. Lo hacía sin alharacas, con la arrogancia humilde de los vencidos y la experiencia de quien había gobernado nuestro país en las más difíciles de las circunstancias.
El caso es que se cayeron bien y firmamos un pacto expreso de que, en adelante, en cuantas visitas hiciera Gabo a Madrid, nos reuniríamos los tres para conspirar en cualquier restaurante de moda, con la sana intención de que nos vieran. Cuanta más gente, mejor. Cumplimos el acuerdo durante años, prácticamente hasta la llegada a La Moncloa de José María Aznar. Poco antes de tan desdichada anécdota, y cuando ya se barruntaba el relevo en la presidencia del Gobierno español, le pregunté a García Márquez si quería que le presentara al líder derechista. "No me interesa lo más mínimo", me contestó, con lo que no insistí ni pedí más explicaciones. Tiempo después, Gabo y Carlos Fuentes acudieron a cenar con Clinton, invitados por William Styron en su casa de Martha's Vineyard. Al despedirse, el presidente americano le preguntó si conocía a Aznar y qué opinión tenía de él. "I don't like him", respondió. No sé si pensaba que en aquel caso pesaba más la cara oculta del poder, sus aspectos miserables, que el brillo de su ejercicio. Probablemente cometió el mismo error que muchos al menospreciar al hombrecillo del bigote, artífice del regreso a la crispación en la vida política española. De todas maneras, el poder en Europa ha perdido mucha prestancia en las últimas décadas y apenas sirve ya para hacer literatura. Quizá Sarkozy, cuando gane las elecciones, pueda volver a poner estas cosas en su sitio.
Habrá que añadir que es, sobre todo, el poder político el que interesa a Gabo, y no en cualquiera de sus formas. Padece una curiosidad casi enfermiza por el comportamiento de sus protagonistas, a los que se acerca sin la reverencia y con la ingenuidad de quien nada pide ni necesita, como no sea que se trate de mediar en favor de un tercero. Felipe González, Betancur, Ricardo Lagos, Torrijos, Clinton, son algunos de los líderes a los que ha tratado con más o menos regularidad. Él fue quien me presentó a Salinas de Gortari al rato de que éste accediera a la Silla del Águila, y quien me introdujo también ante Fidel Castro. Con ambos he pasado horas a bordo de un avión y asistido a cenas interminables en las que el café de la sobremesa se servía a la hora del desayuno, por lo que he sido testigo del trato a la vez desinhibido y respetuoso que se prodigan. Quienes critican a Gabo su relación con el comandante desconocen el significado de la amistad en las tierras calientes y olvidan la pasión revolucionaria que enriqueció la literatura latinoamericana en la década de los sesenta. Para los jóvenes de entonces, la Revolución Cubana era una de las pocas cosas en las que se podía creer, y quien no haya vivido por sí mismo esa experiencia difícilmente podrá entender la huella emocional que el castrismo imprimió entre los intelectuales y artistas de todo el mundo. García Márquez me ha explicado en repetidas ocasiones, con nítida concreción, su identificación con Fidel Castro: "Viene precisamente de la convicción que tengo de que lo que hay que buscar es un camino latinoamericano, que se puede encontrar. Fidel ha abierto una gran brecha en ese sentido. Además desarrollé una amistad personal con él que siguió otro rumbo, inclusive divergente del político: donde empiezan los desacuerdos de ese género comienza otro tipo de afinidades humanas y de comprensión de la situación cubana".
A mi regreso de aquel viaje a La Habana y Managua escribí en EL PAÍS un par de artículos y publiqué una conversación con Fidel, quien se mostró más que molesto por los juicios que sobre él emitía. Tad Shulz, un corresponsal deThe New York Times autor de la mejor biografía del dictador de cuantas se han publicado, me trajo años después un recado que expresaba todavía el malestar del dirigente cubano, y muchas veces Gabo me ha hecho parecidos comentarios. Pienso que el poder, en cualquier caso, puede llevar el nombre de Bolívar o Pérez Jiménez, el de Perón o Trujillo, el de Franco o Salazar. Todos ellos fueron arbitrarios y brutales, pero algunos más avorazados y brillantes que otros, incapaces de esconder su mediocridad pese a que trataron de ocultarla tras el terror que desataron. Lo que, sin embargo, iguala a los poderosos es la soledad en la que se ven sepultados. "Un dictador está rodeado de intereses y personas cuyo propósito último es aislarlo de la realidad", dijo García Márquez al periodista Peter H. Stone en 1981. Gabo es uno de los pocos puentes que quedan entre la realidad y Fidel.
Un escritor es, según se mire, alguien también muy poderoso. No en función de la cantidad de gente que le lee, sino porque es capaz, como los políticos, de transformar el mundo. Y hacerlo sólo a base de adoptar un punto de vista diferente. La soledad es igualmente una condición indispensable de la creación artística, y esa sensación de aislamiento, casi de naufragio, se produce incluso en medio de la más estruendosa agitación. Los primeros relatos de Gabo se escribieron a deshoras en las redacciones de El Universaly El Espectador, cuyo ambiente de agitación no restaba un ápice al sentimiento de soledad que el narrador padece ante el folio en blanco incrustado en la máquina de escribir, sea mecánica o electrónica. Por lo demás, estamos ante un oficio individualista. No hay nada menos democrático que el acto de crear, una palabra tan reservada a las capacidades divinas que permite endiosarse a cualquier mequetrefe dispuesto a emborronar un par de páginas. Las cosas suceden en las novelas como el autor decide, y sólo está limitado a veces por las opiniones de sus personajes, pero éstos son menos autónomos cuanta mayor es la destreza del novelista. De todas formas, uno siempre escribe para que le lean los otros, muchos o pocos, y Gabo ha confesado cantidad de veces que él lo hace fundamentalmente pensando en sus amigos, con los que guarda una relación casi mafiosa, "porque mi sentido de la amistad es tal que resulta un poco el de los gánsteres: por un lado, mis amigos; por otro, el resto del mundo, con el cual tengo muy poco contacto". Es para sus amigos, entre los que jubilosamente me encuentro, para quien García Márquez ha escrito siempre, porque es con ellos con los únicos con quienes ha podido horadar la muralla de la soledad. "Soy un ser solitario y triste. Contra lo que pueda parecer, eso es muy del Caribe". Dicha soledad se hizo más grande y pavorosa cuando le llegó la fama. "A mi madre no le gustaba que me dieran el Nobel. Decía que si a uno le pasa eso, se muere enseguida". Pero lo del premio era algo cantado. Cuando sucedió, Cien Años de Soledad ese había vendido ya por millones de ejemplares y el éxito persiguió a su autor hasta casi destruirle. Ahora, a sus inminentes ochenta años, Gabo puede decir que ha superado con bien las dos más difíciles pruebas de su vida: la lucha contra una enfermedad insidiosa, recurrente, y la concesión a edad temprana del galardón que lleva el apellido del inventor de la dinamita. La primera victoria le ha costado renuncias serias, sobre todo en lo que concierne a la gastronomía, pues sólo hay una cosa que le guste a García Márquez tanto o más que conversar, que es el comer, y ha disfrutado por mucho tiempo del privilegio de un estómago acorde con su poco disimulada glotonería. Para defenderse del Nobel y sus consecuencias no tuvo otro remedio que seguir empeñado en escribir buenos libros. El penúltimo fue un tomo de memorias(Vivir para contarla), una especie de Amadís de Gaula de nuestro siglo, un moderno libro de caballerías en donde al héroe le está todo permitido. El padre de Gabriel solía decir que "Gabito ha sido siempre muy mentiroso". "Yo soy piscis", comenta él, "y una característica de los piscis es que se creen todo lo que dicen. En mi caso, hubo una época en que eso era así. Y de tanto creérmelo resultó que era cierto". También ha explicado con frecuencia que en periodismo, un solo hecho falso perjudica toda la obra, mientras que en la ficción un solo hecho verdadero la legitima. "Un novelista puede hacer lo que se le antoje siempre que la gente le crea". Vivir para contarla es, en cualquier caso, uno de los mejores relatos de ficción de Gabo, cuyas facultades de narrador desbordan sus capacidades de memorialista. Al fin y al cabo, las cosas son como uno recuerda que fueron, y el protagonista de El otoño del patriarca dice que no importa si un hecho no es cierto, porque ya lo será en algún momento futuro.
Estos ochenta años de soledad de Gabriel García Márquez se le han hecho sin duda más llevaderos gracias al soplo mineral -"terco y profundo", como lo califiqué en su día- de su mujer, Mercedes Barcha, que le guardó la ausencia en la juventud, cuando Gabo emigró a Europa para ganarse la vida cantando boleros en el Barrio Latino de París. Mercedes padece, aun más que su marido, la pasión por las conspiraciones, amorosas, literarias, políticas o de cualquier otro género, y ambos disfrutan procurando con ellas el bien de los demás. La Gaba es el contrapunto férreo, definitivo y sólido con que ha contado García Márquez desde que era un adolescente. Es imposible imaginarse al uno sin el otro, y su historia común resulta aún mucho más tierna y convincente que la de los tiempos del cólera, inspirada en los amores juveniles de los padres de Gabo. Cartagena de Indias, sede del próximo Congreso Internacional de la Lengua Española, es el escenario mágico y real en donde se desarrolla la novela de referencia y va a ser también el lugar donde el conjunto de Academias de nuestra lengua, junto a una nutrida representación de la vida científica, literaria y política iberoamericana, rinda homenaje a la lucidez y el entusiasmo vital de un Gabriel García Márquez octogenario. Allí va a presentarse ante la comunidad internacional una edición especial de Cien Años de Soledad, corregida de puño y letra por el autor, que ha fijado definitivamente el texto de la novela. Es la segunda entrega de una saga que comenzó con la edición conmemorativa del cuarto centenario del Quijote y que aúna así, bajo un mismo sello y con idéntico énfasis, las dos obras más legendarias, las más difundidas y elogiadas, de cuantas se han escrito en toda la historia de nuestra lengua. Álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes son los prologuistas de lujo elegidos para la ocasión. Los tres han jugado un papel singular en la vida de Gabo, como escritores y como personas. Su conjunción en este aniversario nos trae a la memoria los buenos tiempos del boom de la novela latinoamericana cuando, hace más de cuarenta años, los españoles aprendimos, gracias a los escritores de la otra orilla del océano, las lecciones morales y estéticas que nos vetaba el franquismo. Pudimos de ese modo rebelarnos contra el aislamiento de nuestra propia estirpe, condenada, como la de Aureliano Buendía, a la soledad perpetua dictada por el gesto adusto y miserable del poder.
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Gabriel garcía márquez foto de GORKA LEJARCEGI |
El poder
Gabo dijo que "el poder absoluto es la realización más alta y más completa del ser humano, y por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria".
José Luis Cebrián
"Aznar no me interesa"
Cuando ya se barruntaba el relevo en el Gobierno español, le pregunté a García Márquez si quería que le presentara a Aznar. "No me interesa lo más mínimo", me contestó.
José Luis Cebrián
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El escritor Gabriel García Márquez (con gafas, sentado), con un grupo de amigos entre los que se encuentran los cineastas españoles Luis Alcoriza y Luis Buñuel (sentado, segundo por la izquierda), en Acapulco en 1965. |
Un retrato del hijo del telegrafista
Un día de septiembre de 1994, Gabriel García Márquez recibió una llamada de larga distancia, desde Extremadura, en España; le pedían datos sobre su cena con el entonces presidente Clinton, a la que había acudido para hablar de Cuba, con Carlos Fuentes y con William Styron. Pasó del asunto tan grave de una cena en la que él tan sólo se comió un bocadillo, y se puso a recitar, con tanto mar por medio, los versos más populares de Gabriel y Galán, hasta que se acabó la pila del teléfono. "¡Qué Clinton ni Clinton! ¡Gabriel y Galán, El Cristo Benditu!".
Pausado, silencioso, tímido, en esa cena sobre la que planeaba la política internacional, García Márquez fue con un mensaje: "En el Quijote está todo". Se sumó a la discusión con los sabios silencios de los que hablaba Borges, y dejó que los demás dijeran lo que tuvieran que decir; él aspiraba, como le dijo una vez a Glauber Rocha, "a pasar como una ilusión óptica".
Odia las preguntas. Prefiere el silencio. Siempre. En eso se parece a Rulfo, a Onetti
Mutis es acaso la amistad más antigua, cuando aún Gabo no sabía qué camino seguir
Cuando calla sale de sus ojos la mayor melancolía del mundo. La que calla
Así es Gabo, se quiere ir, quiere ser una ilusión óptica; en los momentos más terribles del viaje con su madre para vender la casa de Aracataca, se le veía enfrascado, leyendo a Faulkner, en un extremo de un barco maloliente, como si no existiera el mundo, como si él no existiera. Está en los sitios y ya se está yendo, físicamente o porque se abstrae. Puedes acompañarle en un viaje de larga distancia, y él te puede preguntar: "¿Y a ti te importaría si dormimos los dos, toda esta distancia?". No es sueño, ni dormidera, ni proviene esa actitud de una melancolía que le venza hasta la extenuación; es que es un tímido, no sabe cómo empezar o cómo acabar una conversación, te mata si la inicias preguntándole. Odia las preguntas, y odia mucho más que esperes las respuestas. Prefiere el silencio. Siempre. En eso se parece a Rulfo, a Onetti.
En un almuerzo puede romper el pan y volver a edificarlo, sólo para expresar que está ocupado haciendo esculturas. Cree que la infancia es el origen de todo, y se queda para siempre, como la piel de la que uno no se puede despegar, y creció escuchando versos y aprendiéndoselos; y creció en silencio, escuchando. De su abuelo y del sabio catalán Ramón Vinyes escuchó casi todas las historias, y, dice, "sólo las repito". Cuando deje de decir las historias que ya le contaron, "me quedaré en silencio, no me van a sacar ni una palabra". Esos versos de Gabriel y Galán los aprendió en la escuela, los decía como si le estuviera oyendo el maestro. Al contrario que Alberti, que quería despedirse mientras hablaba, a García Márquez le gustaría despedirse en medio del más absoluto silencio, escuchando a Béla Bartok o dejándose llevar por Bach.
Ha dado entrevistas, cómo no, pero cada vez se enfrasca más en un hermetismo que esconde un lugar común: "No tengo nada que decir". Una vez le dijo un periodista: "No puedo morirme sin hacerte una entrevista". Y él respondió: "Es que yo no quiero que te mueras". Odia los magnetófonos, porque le roban la voz -la misma superstición de Rulfo- y también porque le arruinan los matices. Y enfrentado al público se querría morir antes que improvisar un discurso.
Un día reciente, en Madrid, acuciado a hablar en un congreso sobre derechos de autor, se enrojeció hasta el desatino, se marchó y volvió con un mazo de cuartillas que leyó como un alumno. Era un cuento, "lo único que sé decir".
En México, impulsado por los organizadores de la Feria de Guadalajara a pronunciar unas palabras, se excusó con una sentencia: "Soy únicamente el marido de Mercedes". No es verdad que no le puedas proponer actividades, viajes, conferencias: un organizador de ferias se fue desde Francfort a México para hacerse el encontradizo, y cuando ya le tuvo enfrente le invitó a Berlín. "¿Cómo no? Claro que voy a Berlín. Pero, ¿en esta vida o en la otra?".
La timidez que heredó de la infancia y que queda plasmada hasta en ese célebre encuentro con su madre, en la librería Mundo de Barranquilla ("Soy tu madre", le dijo doña Santiaga, para aclararle la vista, y él la siguió mirando como si fuera un fantasma de otro mundo) le ha perseguido como el recuerdo de Aracataca; cuando vivió en Barcelona, en el cenit de su boom, se hizo instalar en lo alto de la puerta de entrada de la casa de la calle de Caponata un artilugio que se ponía a reír sin parar cada vez que entraba un visitante extraño.
Era su manera de romper el hielo, y rompiendo el hielo sigue, como si el hielo y él vivieran un hermanamiento que no lo han curado ni el calor de las masas ni la constancia de que ya ni hay hielo en Aracataca.
Un día recibió, por error, el encargo escrito de presentar un libro de uno de sus mejores amigos, y desconectó el teléfono tres días con sus noches, hasta que pasó la fecha en que debía comparecer. Y eso que si hay pasión que le conduzca es la de la amistad; tiene a algunos amigos muy perennes, entre los cuales el colombiano Álvaro Mutis y el mexicano Fuentes forman parte de la mesa, y con ellos charla y viaja; Mutis es acaso la amistad más antigua, cuando aún Gabo no sabía qué camino seguir, después de haber leído La metamorfosis de Kafka, que fue la que le dio el tono de la escritura; y Mutis le dejó encima del camastro Pedro Páramo, de Rulfo, "¡para que aprenda!".
Su apariencia es, pues, la del que se va. Camina como si le sobrevolara un fantasma, o una mala memoria, o como si le sobrevolaran sus manías. Usa botines negros, o de otros colores, y siempre camina con la mano abierta, como si estuviera desfilando, alzándose sobre sí mismo. Su barbilla recuerda la barbilla enflaquecida de sus 20 años, cuando estaba tan en los huesos que su madre le confundió con otro. Camina con la barbilla al frente, quiere llegar para marcharse; detrás de su rostro anda un tímido. Sus camisas rara vez son como las camisas de todo el mundo, blancas, azules o marrones; las elige para que tú mires más sus camisas que su cara, son de cuadros rojos o azules; y lleva esas chaquetas de pata de gallo para que la gente se maree mirándolas y se olvide de su propia mirada. No suele hacer nada por el beneficio del que mira, pero a algunos fotógrafos -a Guillermo Angulo, a su hijo Rodrigo, a Indira Restrepo- les ha permitido licencias que luego han quedado como iconos de su propio rostro, o de su manera de ser: fumándose un pitillo cuando no tenía para cigarrillos, en 1957, con el libro más famoso sobre su cabeza desgreñada, enseñando la lengua...
Para escribir usa anteojos chiquitos, pero para andar lleva gafas panorámicas, como si los ojos fueran solos. Es metódico, casi obsesivo, y reacciona airado cuando alguien le interrumpe el silencio por el que ha optado. Cuando dice versos significa que quiere estar callado. Y cuando calla sale de sus ojos la mayor melancolía del mundo. La que calla.
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Gabriel García Márquez saluda después de recibir la edición conmemorativa de 'Cien años de soledad', en Cartagena, durante la ceremonia inaugural del IV Congreso de la Lengua. / AP |
"Apoteosis de Gabo.
Le aplauden como a un rey"
El IV Congreso Internacional de la Lengua Española comienza con un rendido homenaje a Gabriel García Márquez
"Apoteosis de Gabo. Le aplauden como a un rey". En Cartagena de Indias ha comenzado esta tarde el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, y tal y como lo cuenta a través de SMS el enviado especial de EL PAÍS, Juan Cruz, la estrella es sin lugar a dudas el escritor colombiano Gabriel García Márquez, que ha sido recibido con una espectacular ovación y el público puesto en pie al entrar él en el auditorio. Vestido con corbata de colores y traje blanco de lino (el esmóquin tropical, el único que no trae pava o mala suerte), García Marquez ha levantado los brazos como un torero entrando en este caso por la puerta grande, y acompañado por el escritor mexiano Carlos Fuentes.
Tras él entraron en el salón los Reyes de España y el presidente colombiano, Álvaro Uribe, que también fueron aplaudidos. Don Juan Carlos ha presentado en este acto la edición conmemorativa de la novela de García Márquez Cien años de soledad, un día después de que un grupo de 81 expertos (escritores, editores, profesores y periodistas culturales de América Latina y España) eligiera otra de sus obras, El amor en los tiempos del cólera como la mejor novela en español del último cuarto de siglo.
"Estoy contento y estoy tranquilo por estoy entre amigos", ha dicho el escritor, Nobel en 1982 (premio que recogió, claro, vestido también de traje blanco), a su llegada al auditorio, acompañado en ese caso por su mujer, Mercedes Barcha. El autor colombiano cumplió el pasado 6 de marzo 80 años, y celebró además los 40 de la primera edición de Cien años de soledad y los 25 del galardón sueco.
El escritor ha recreado hoy la epopeya que supuso el proceso de creación de Cien años de soledad, y ha asegurado que nunca ha hecho otra cosa en su vida que escribir historias para "hacer más feliz la vida a un lector inexistente". García Márquez ha reconocido que ni en sus más "delirantes sueños" podía imaginar, cuando escribía la obra cumbre del realismo mágico, que algún día asistiríaa un homenaje como el de hoy, para sustentar la edición de "un millón de ejemplares", que sale hoy a la venta en todos los países de habla hispana. "Que un millón de personas podría leer una obra escrita en la soledad de mi cuarto, con las 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería una locura", ha dicho el escritor.
El Rey Don Juan Carlos ha destacado la "eficaz tarea" desempeñada por las 22 Academias de la Lengua Española, que velan por la "unidad" de un idioma que, a su juicio, debe llevar a los hispano hablantes a "acometer empresas comunes en beneficio de todos".
La sesión de hoy, en la que han intervenido también los escritores Eloy Martínez, Antonio Muñoz Molina y César Antonio Molina, ha inaugurado el congreso, que durante cuatro días permitirá reflexionar sobre la lengua que nos une a unos 1.200 escritores, académicos, científicos, profesores, lingüistas, historiadores, empresarios, editores, sociólogos, periodistas y políticos. Analizarán temas como la presencia del español en la informática, la integración regional, la ciencia, el deporte, la arquitectura, la diplomacia y el cine, el periodismo cultural, la creación literaria, la enseñanza como lengua extranjera y su relación con lenguas indígenas de América y con otras lenguas hispánicas.
El castellano, que hablan más de 400 millones de personas, es la cuarta lengua más usada en el mundo después del chino, el inglés y el hindi. Además, se ha convertido en el segundo idioma de comunicación internacional y es ahora americano, ya que nueve de cada diez de sus hablantes viven en este continente y lo tienen como lengua materna. Los congresos internacionales de la lengua nacieron en 1992 durante la Exposición Universal de Sevilla y, desde entonces, se han celebrado en Zacatecas (México, 1997), Valladolid (España, 2001) y Rosario (Argentina, 2004).
Así escribí 'Cien años de soledad'
Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía Cien años de soledad llegue a imaginar en asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal parecería a todas luces una locura, hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores y ante un artesano insomne como yo, que no sale de la sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata de un reconocimiento a un escritor.
Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historia en lengua castellana y, por lo tanto, un millón de ejemplares de Cien años de soledad no son un millón de homenajes a un escritor que hoy recibe sonrojado el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay lectores en lengua castellana hambrientos de este alimento. No sé a que horas sucedió todo; sólo sé que desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme todo los días temprano y sentarme ante un teclado para llenar una página en blanco o una pantalla de computador con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie que le haga más feliz la vida a un lector inexistente. En mi rutina de escribir nada ha cambiado desde entonces. [...]
Los lectores de Cien años de soledadson hoy una comunidad que si se uniera en una misma tierra sería uno de los 20 países más poblados del mundo. No se trata de una afirmación pretenciosa. Quiero apenas mostrar que hay una gigantesca cantidad de personas que han demostrado con su hábito de lectura que tienen un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano. El desafío es para todos los escritores, poetas, narradores para alimentar esa sed y multiplicar esa muchedumbre razón de ser de nosotros mismos.
A mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté en mi máquina de escribir y empecé: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". No tenía la menor idea del significado ni del origen de esa frase ni hacia dónde debía conducirme. Lo que hoy sé es que no dejé de escribir durante 18 meses hasta que terminé el libro. [...] Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, era una mecanógrafa de poetas y cineastas que había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos [...]. Cuando le propuse que me sacara en limpio la obra, la novela era un borrador acribillado a remiendos [...]. Pocos años después Pera me confesó que, cuando llevaba a su casa la última versión corregida por mí, resbaló al bajarse del autobús con un aguacero diluvial y las cuartillas quedaron flotando en el cenegal de la calle. Las recogió empapadas y casi ilegibles con la ayuda de otros pasajeros y las secó en su casa hoja por hoja con una plancha de ropa.
Y otro libro mejor sería cómo sobrevivimos Mercedes y yo con nuestros dos hijos durante ese tiempo en que no gané ni un centavo. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa.
Después de los alivios efímeros con ciertas cosas menudas, hubo que apelar a las joyas que Mercedes había recibido de sus familiares a través de los años. El experto las examinó con rigor de cirujano, pasó y pasó con sus ojos mágicos las esmeraldas del collar, los rubíes de las sortijas [...]. Y al final volvió con una larga verónica de novillero: "Todo esto es puro vidrio" [...].
Por fin, a principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de Cien años de soledad, un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrua, director literario de la editorial Suramericana. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: "Son 82 pesos". Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: "Sólo tenemos 53". Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto. Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para enviarla, Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Suramericana, ansioso de leer la primera parte, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarlo. Así es como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy.
Extracto del discurso de Gabriel García Márquez leído en Cartagena de Indias .
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Gabriel García Márquez, durante su visita a la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Foto de MAURICIO VICENT |
Las vacaciones habaneras de Gabo
Los que iban a ser para García Márquez unos días tranquilos de descanso en Cuba
se convirtieron en una vorágine tras la liberación de Ingrid Betancourt
Cada vez que Gabriel García Márquez visita Cuba fuera de temporada ocurre algo. Fuera de temporada, desde hace 22 años, significa cualquier otro mes que no sea diciembre; desde 1986, cuando en vísperas de Navidad el premio Nobel y Fidel Castro fundaron la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Gabo aparece siempre en La Habana por esas fechas a impartir su taller de guión Cómo se cuenta cuento.
La última vez que llegó fuera de temporada fue en marzo de 2007, cuando muchos suponían al líder cubano al borde de la muerte. García Márquez se reunió entonces con Fidel durante varias horas, y la foto del encuentro dio la vuelta al mundo. En esta ocasión lo que debían ser unas tranquilas vacaciones de verano junto a su esposa Mercedes se transformaron en un endiablado remolino de noticias: la bomba esta vez fue la liberación de Ingrid Betancourt.
"Estábamos comiendo y sonó el teléfono. Era la secretaria de Gabo desde Bogotá", cuenta Mercedes. "De ahí saltamos al televisor y no nos despegamos en dos días", completa él. Ambos vivieron por la CNN cada acontecimiento, todo un vértigo: la llegada a Bogotá, la rueda de prensa con Uribe, el reencuentro con sus hijos, la llegada a París
Y después, los increíbles detalles del rescate. "Fue todo como en una película. Si yo escribo algo así, nadie lo creería", dice Gabo.
Uno pasaba aquellos días por su casa de La Habana y todo estaba en función de la noticia. Llamaba gente para felicitarles. Recibían visitas de amigos y las preguntas se sucedían. ¿Qué pasará con las FARC? ¿Comenzará un nuevo momento para Colombia? "Si me preguntas dentro de un mes te respondo". ¿Y el futuro de Ingrid? "Ingrid vale mucho; y ahora puede hacer lo que se le dé la gana". Las respuestas de García Márquez no son evasivas, sino prudentes, y cargadas de un optimismo cauteloso. "Creo que esto puede ser el principio de algo. Pero hay que esperar".
Gabo llegó a La Habana el 17 de junio y tenía un plan "tranquilo", como siempre. Visitó la Escuela de Cine de San Antonio, donde sus talleres de guión son como una Biblia. Compartió cenas con viejos amigos y diplomáticos, como el embajador de España en La Habana, Carlos Alonso Zaldívar, y su esposa Fefa, en una velada en la que el tema de conversación fue la vida y obra del pintor Miquel Barceló. Otra mañana García Márquez y Mercedes fueron a ver al poeta Ángel Augier, quien les obsequió con la obra completa de Enrique Loynaz, el amigo y anfitrión de Federico García Lorca cuando éste visitó La Habana en el otoño de 1929.
Claro, Gabo no sería Gabo sin algo de política. Durante su estancia en La Habana, compartió en varias ocasiones con Raúl Castro, presidente de Cuba desde el pasado 24 de febrero, a quien le une una vieja amistad. Ni una palabra en la prensa. Hasta el 9 de julio, pocos eran los que sabían que se encontraban en La Habana y nada se hubiera publicado de su visita a no ser por Fidel Castro. El 8 de julio, el ex mandatario los invitó a reunirse con él en el lugar donde convalece y allí hablaron durante casi seis horas. Al día siguiente, Castro publicó un artículo contando el encuentro con lujo de detalles. "He pasado las horas más agradables desde que enfermé hace casi dos años", escribió.
"Se acabaron las vacaciones y el anonimato", comentó Gabo al día siguiente.
En cinco horas y media se conversa de muchas cosas, y por supuesto también de Ingrid Betancourt. "Se lo sabía todo", asegura García Márquez. Un detalle: Castro está leyendo el libro Siete años secuestrado, del ex senador colombiano Luis Eladio Pérez, liberado en febrero por las FARC. "La verdad, me sorprendió: Fidel está más lúcido que nunca, lo he visto física e intelectualmente muy bien, acordándose del más mínimo detalle". Cuando llevaban dos horas charlando, Fidel los invitó a quedarse a comer. Era la primera vez que Castro compartía mesa y mantel con un visitante desde que enfermó. Comieron al aire libre. Ellos tomaron un sopón que en Cuba llaman ajiaco y pollo de segundo; él, su exiguo menú de dieta, aunque, eso sí, "con una copita de vino", cuenta el escritor. En su artículo, Castro lo relata así: "Ellos almorzaron lo suyo, y por mi parte cumplí la dieta disciplinadamente, sin salirme un ápice, no para añadir años a la vida, sino productividad a las horas".
Parece confirmarse que queda Fidel para un buen rato, con todo lo que ello implica. "Aunque a nuestra edad nunca se sabe", apostilla el escritor, de 81 años, los mismos que tiene Castro. Fue un día de recuerdos. Entre ellos, el de la tarde que Gabo le salvó la vida durante la IV cumbre de presidentes iberoamericanos de Cartagena de Indias, en 1994. Había un paseo en coche de caballos y el equipo de seguridad de Fidel esperaba un atentado. "Fidel me llamó y me dijo: 'Si tú vienes conmigo, no nos dispararán'. Y yo subí".
Dos años después de aquella cumbre, García Márquez escribió el libro Noticia de un secuestro, basado en la historia del secuestro de 10 personas por Pablo Escobar. Gabo se enteró después de que Escobar lo quiso secuestrar a él para que escribiera de su vida. Por suerte se arrepintió: "Pues no, cómo vamos a asustar así al maestro", le dijeron que dijo el capo. Mientras estos recuerdos van y vienen, la televisión da dos noticias: algo sobre Ingrid y una información de su encuentro con Fidel. Y Gabo bromea: "Uno viene aquí fuera de temporada y se convierte en temporada".
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Los García Márquez: Jaime, arriba a la izq., junto a Alfredo (fallecido). Gustavo Adolfo entre el Nobel y Hernando (enfermo). Derecha: Eligio (fallecido) y Luis Enrique (enfermo). / Cortesía Cromos |
EL DRAMA DE LOS GARCÍA MÁRQUEZ
Tres hermanos más del Nobel están enfermos y Jaime admite que es una herencia genética que les toca asumir con resignación.
Ni Fidel Castro pudo hacer más por ellos en Cuba
Por Nelson Fredy Padilla
El Espectador, 11 de marzo de 2014
Si con alguien está agradecida Lilia Travecedo, la viuda de Gustavo Adolfo García Márquez, fallecido el pasado 9 de marzo, es con el expresidente cubano Fidel Castro. Fue él quien ante la llamada de Gabriel García Márquez ordenó en 2003 que se le prestara la mejor asistencia a su hermano diagnosticado con alzhéimer.
El Nobel sabía de los avances científicos del Centro Internacional de Restauración Neurológica de La Habana (Ciren). Conoció la institución dentro de sus investigaciones sobre la enfermedad que mató a su abuela y a su madre y lo amenazaba a él y a sus hermanos. La “herencia congénita” lo llevó incluso a consultar expertos como el escritor cubano Miguel Barnet, autor de la biografía de un antiguo esclavo al que entrevistó cuando tenía 104 años, “y su memoria parecía un archivo viviente”.
En algún momento contempló ser tratado allí, pero era más urgente su tratamiento de quimioterapia en Los Ángeles por un cáncer linfático. Mientras tanto su hermano se convirtió en paciente del Ciren durante casi un mes, tiempo en el cual construyeron una historia médica que confirmó lo que el novelista le había ratificado a la familia en pleno, en Cartagena en los años 80, cuando empezó a escribir las memorias: que el ADN de los García Márquez trae en sus moléculas la “peste” del olvido, como el lastre de los personajes de Cien años de soledad. Lo heredaron de la abuela Tranquilina Iguarán y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, fallecida en 2002 el mismo día que su hijo publicó Vivir para contarla.
La viuda de Gustavo Adolfo García Márquez, Lilia, recuerda que trasladar a su esposo a Cuba fue una odisea porque sufre de otro mal que aqueja a la familia: miedo a los aviones. “Era terrible. Por esa razón no fuimos a México a ver a Gabito y a Venezuela íbamos y veníamos por tierra (fue cónsul en Barquisimeto hasta 2001). Años antes, él nos invitó a su casa en Cuba y mi esposo no quiso subirse. Fui con doña Luisa y conocimos al presidente Fidel Castro”.
Gustavo aceptó viajar a La Habana, ya desesperado. Los médicos le dijeron que podrían ayudarlo si se radicaba en la isla porque el tratamiento debía ser largo y persistente. “Pero como yo no iba a estar con él, prefirió devolverse y aceptamos su voluntad”. Luego, en Bogotá, los especialistas intentaron lo imposible en la Clínica Colombia de la Organización Sanitas.
Jaime García Márquez dice desde Cartagena, antes de viajar a Bogotá para el sepelio de su hermano, que es difícil aceptar el designio genético familiar. “Tengo el corazón en la mano. Esto me golpea tanto y este dolor no se me va a quitar”. Él, directivo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, ha sido abierto a hablar del tema, tanto que en 2012 se armó un escándalo mundial cuando admitió que su hermano, el Nobel, también está enfermo. Entonces le dijo a este diario: “Te digo la verdad aunque duela. Estamos marcados por la demencia senil; mi abuela, diez años antes de morir; a mi mamá le empezó a los 85 años; a mi hermano Luis Enrique, a los 84, ya le comenzó; a mi hermana Margot; Eligio se nos fue a los 53 por un tumor cerebral; Gabito comenzó con antelación por efecto de su quimioterapia; yo tengo 72 y empiezo a tener, y eso que soy menor 13 años”. Hoy, a los 74 quisiera escapar, volver a los tiempos de “los alegres compadres”, como acostumbraba su madre a llamar a sus hijos.
Lilia añade que Hernando, otro de los García Márquez sobre los 70 años de edad, no podrá venir al entierro de hoy porque sufre de párkinson y vive en Cartagena. Confirma que Luis Enrique, el que sigue en edad al Nobel, está enfermo en Barranquilla. Aparte de Margot, cuenta que “las mujeres están muy bien”. Todas empeñadas en que no se les borre “el disco duro”. Aída, por ejemplo, publicó en 2013 con Ediciones B el libro Gabito, el niño que soñó Macondo, ejercicio de memoria con sus hermanos para que los recuerdos permanezcan “casi nítidos, inmunes al olvido”.
Ahora que le llegó el turno a Gustavo, sin facultades mentales y sin pensión, a pesar de reclamarla durante 11 años al Gobierno, quisieran rescatar lo que Gabo llamó la “memoria del corazón”, que “elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”.
Sin embargo, parece esfumado “el idealismo optimista”, calificativo del Nobel Mario Vargas Llosa para el significado de El coronel no tiene quien le escriba. Entre los García Márquez también se percibe la ansiedad del que pide para sus adentros, como el coronel Aureliano Buendía y Aureliano Segundo, no las 14.000 fichas contra el olvido de José Arcadio, no una segunda oportunidad sobre la tierra, sino “la lucidez del momento final”.
EL ESPECTADOR
En el 144 de la calle Fuego, el último suspiro de García Márquez
El escritor, que murió en su casa de la Ciudad de México, será incinerado en privado y recibirá un homenaje el lunes en el Palacio de Bellas Artes
Una legión de seguidores peregrinó hasta su domicilio para dar su último adiós al colombiano
En el número 144 de la calle Fuego, al sur de la Ciudad de México, una muchacha de vaqueros y sudadera negra dejó a las 15.30 un ramo de margaritas. Mónica Hernández había leído Cien años de soledad por orden de una profesora con la desgana propia de los encargos. Años después cayó en sus manos una reedición de la Real Academia de la Lengua Española y lo devoró con el fanatismo de los conversos. Ser la primera lectora en llegar a la casa donde hacía un ratito había muerto el colombiano Gabriel García Márquez a los 87 años fue una manera de pedir perdón por aquella afrenta juvenil y de rendirle homenaje a uno de los más grandes escritores en español.
Desde que hace tres días se conociera que García Márquez estaba recibiendo cuidados palitativos en su hogar, una bonita residencia colonial con una enredadera de buganvillas trepando por la fachada, una decena de informadores hacia guardia en la acera. De vez en cuando se acercaba algún lector preguntando por la salud de su ídolo y se iba con gesto contrariado al conocer las malas noticias. A las 14.56 de este día soleado, un Jueves Santo con la ciudad medio vacía por las vacaciones, se presentó en la puerta de la casa la periodista mexicana Fernanda Familiar, una íntima amiga del escritor y su mujer Mercedes Barcha. Llegó llorando y sin mediar palabra accedió al interior. Fue la primera señal externa de que el premio Nobel de Literatura había muerto.
Cinco minutos después, a bordo de un taxi apareció el escritor colombiano Guillermo Angulo. Llevaba una maleta, una bolsa blanca y un gorro de cazador. También entró sin decir ni una palabra. El asistente personal de García Márquez, Genovevo Quiroz, salía a dar instrucciones a los dos primeros policías que comenzaron a resguardar la calle. Una vecina, María del Carmen Estrada, asomaba la cabeza en la puerta contigua a la del Nobel y recordaba el día que le dio un gran abrazo al topárselo. “No había leído ninguno de sus libros, pero la gente le quería mucho, y yo le tomé mucho cariño. Era un vecino ejemplar”.
Comunicado del Conaculta
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a petición de la familia de Gabriel García Márquez, informa que los restos del escritor serán incinerados en privado. Se hace del conocimiento del público que en la funeraria García López no se llevarán a cabo honras fúnebres.
Asimismo, se comunica que el próximo lunes 21 de abril, a partir de las 16:00 horas, se realizará un homenaje luctuoso en el Palacio de Bellas Artes, donde el público podrá celebrar su legado.
El escritor será incinerado en una ceremonia privada, según contó en nombre de la familia y en la puerta de la vivienda, la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, María García Cepeda. Hizo el anuncio junto a Jaime Abello Banfi, amigo de García Márquez, esos de los que tienen pleno derecho a llamarle Gabo, y también director general de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Antes, sobre las 16.35, cuando comenzaba ya a nublarse la tarde en la capital mexicana, un coche fúnebre color gris había llegado a la casa para trasladar sus restos a una funeraria cercana. La camioneta llevaba tapados los logos de la compañía pero el papel se transparentaba y dejaba al descubierto el nombre de la empresa García López. Aunque allí no se celebrarán honras fúnebres. Como los grandes personajes mexicanos, como en su día Mario MorenoCantinflas, García Márquez será homenajeado el lunes por la tarde en el Palacio de Bellas Artes. La máxima distinción para un difunto en estas tierras.
Poco a poco la calle se fue llenando de gente. Un joven con camisa rosa abierta, dejando entrever el vello del pecho, pantalones blancos y unos zapatos con punta de pico. Parecía recién salido de los vallenatos que tanto le gustaban al novelista. A los colombianos Juan Pablo Castro y Rosana Vergara, un matrimonio con un niño, les pilló la noticia de visita en el DF y supieron de inmediato que la coincidencia obligaba a realizar este peregrinar hasta la vivienda. Dejaron en la entrada un bocadillo, un típico dulce colombiano elaborado a partir de la guayaba. Una amiga, Valeria Hurtada, había arrancado una veranera en el jardín de un vecino y la lanzó sobre el coche fúnebre que trasladaba el cuerpo del escritor. La flor se mantuvo en el techo del vehículo hasta que este aceleró y se perdió tras la primera curva de la avenida empedrada.
El oficial de policía Cantellano fue el encargado de desplegar un contingente de agentes por la calle Fuego. Cantellano cortó con vallas la circulación de vehículos y frente al portón del escritor mandó formar a los suyos con arengas marciales. Implementó un perímetro de seguridad alrededor de la puerta principal y el garaje. "Estamos ante una misión muy importante", decía por bajo el oficial. Sus hombres, intentando mantener el tipo, aguantaron formados durante horas ante el número 144. De vez en cuando se concedían un respiro y ayudaban a algún seguidor de Gabo a dejar flores, libros y velas en la entrada. El policía García no conocía al escritor ("ni me suena") pero dado el despliegue y la severidad con la que trasmitía órdenes Cantellano entendió la importancia del momento: "No conocía al señor pero ahorita me pongo a leerlo".
Bruno Uribe apareció por allí con una vela y un encendedor largo, de esos que se usan en los fogones de las cocinas industriales. García, cuyo nombre destellaba en la placa que llevaba en el bolsillo derecho del uniforme, lo dejó pasar y prender la vela. La dejó a un metro de la puerta, junto a una copia de Memorias de mis putas tristes. "Es el pequeño homenaje que le hacemos mi familia y yo", acertó a decir y se fue. Del cuello le colgaba un rosario.
Mónica Hernández, después de haber dejado aquel ramillete de margaritas en el portón de madera, deambuló un poco confundida por el barrio. Se acercó a una vecina que lloraba y ambas parecían encontrar consuelo en el abrazo mutuo. Estaban a punto de dar las cinco de la tarde. Comenzaba a chispear, a punto de romper a llover.
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Gabriel García Márquez
(6 de marzo de 1927 - 17 de abril de 2014)