Primo Levi
(1919 - 1987)
En 1934 Primo Levi entró a la secundaria, en el Ginnasio-Liceo D’Azeglio, donde tuvo a Cesare Pavese como profesor, por varios meses. Era una escuela famosa por sus ilustres profesores y estudiantes, muchos de los cuales se opusieron al Fascismo.
Al graduarse de la secundaria se inscribió como especialista en química en la Escuela de Ciencias de la Universidad de Turín (1937), justo antes de que el gobierno fascista aprobara sus primeras leyes raciales (1938), que impedían a los judíos asistir a escuelas públicas. Sin embargo, se permitió a los estudiantes que ya estaban inscritos en la universidad terminar sus estudios. Levi se asoció con grupos de estudiantes antifascistas, tanto judíos, como no judíos. En 1941 se graduó con honores y excelentes calificaciones de la Universidad de Turín. Su título lleva la anotación: “de raza judía”.
En medio de una situación financiera desesperada Levi encontró trabajo en una mina de asbesto cerca de Lanzo en la provincia de Turín. La labor que se le encomendó y a la que se comprometió con entusiasmo fue aislar níquel, un elemento que se encontraba en muy pequeñas cantidades en los materiales de deshecho de las minas.
En 1942 encontró mayor estabilidad económica en Milán, trabajando en Wander, una compañía farmacéutica suiza, donde se le designó la investigación de nuevos medicamentos para combatir la diabetes. Ahí socializó con amigos turineses. Levi y sus amigos hicieron contacto con diversos exponentes del antifascismo militante, decidió unirse clandestinamente al Partido de Acción (Partito d’Azione).
En julio de 1943, el gobierno fascista cayó y Mussolini fue arrestado. Levi comenzó a tener una participación activa en la red de contactos entre los partidos que se convertirían en el Comité de Liberación Nacional (CLN, Comitato di liberazione nazionale). Las fuerzas armadas alemanas ocuparon el norte y centro de Italia. Levi se unió a la resistencia que operaba en el Valle de Aosta (una región al noroeste de Turín), pero fue arrestado junto con otros dos compañeros cerca de Brusson y fue enviado al campo de concentración de Fossoli, en la provincia de Módena.
En febrero de 1944, el campo fue tomado por los alemanes, quienes pusieron a Levi y otros prisioneros en un tren hacia Auschwitz. El viaje duró cinco días. A la llegada, los hombres fueron separados de las mujeres y los niños, y fueron enviados al barracón número 30. En junio, Levi fue enviado a trabajar como obrero en un equipo albañiles que construían un muro; después fue transferido a un laboratorio debido a su formación como químico. Aunque logró mantenerse sano durante casi toda su estancia en el campo, contrajo fiebre escarlata justo en el momento en que los alemanes evacuaron el campo bajo el avance de las tropas rusas, abandonando a los enfermos a su suerte. El resto de los prisioneros fueron trasladados a Buchenwald y Maythasen, la mayoría falleció.
Levi vivió algunos meses de 1945 en el campo de tránsito soviético de Katowice, donde trabajó como enfermero. En junio comenzó su regreso a casa, el cual se prolongó absurdamente hasta octubre. Levi y sus compañeros hicieron un trayecto laberíntico que los condujo primero hacia Bielorrusia y luego finalmente a sus hogares en Italia (19 de octubre) después de haber cruzado Hungría, Ucrania, Rumania y Austria. Esta es la experiencia sobre la que Levi escribió en La tregua.
Primo Levi tuvo una muy difícil reinserción a la vida en la Italia devastada de la posguerra. Encontró trabajo en la fábrica de pinturas Duco-Montecatini en Avigliana, cerca de Turín. Estaba obsesionado con el calvario que vivió y escribió febrilmente Si esto es un hombre; encontró un poco de consuelo en su experiencia de escritura.
Primo Levi tuvo una muy difícil reinserción a la vida en la Italia devastada de la posguerra. Encontró trabajo en la fábrica de pinturas Duco-Montecatini en Avigliana, cerca de Turín. Estaba obsesionado con el calvario que vivió y escribió febrilmente Si esto es un hombre; encontró un poco de consuelo en su experiencia de escritura.
También se comprometió con Lucia Morpurgo, con quien se casó en septiembre de 1947, año en que se había publicado Se questo è un uomo (Si esto es un hombre, El Aleph, 1987) como el tercer título de la colección Biblioteca Leone Ginzburg de la editorial De Silva. Se volvió a publicar en 1949 bajo el sello La Nuova Italia.
Levi renunció a su trabajo en Duco antes de casarse, y en diciembre entró como laboratorista químico en Siva, una pequeña fábrica de pinturas localizada entre Turín y cerca del suburbio de Setimo Torinese. Después de algunos años se convertiría en el director técnico y posteriormente en el gerente general. En 1948 nació su hija, Lisa Lorenza.
Levi comenzó a trabajar en Edizioni Scientifiche Einaudi, en 1952, invitado por Paolo Boringhieri, haciendo traducciones y revisión de textos. Su colaboración se extendió hasta 1957. En una reunión del consejo editorial, el 16 de julio de 1952, Boringhieri propuso que Einaudi publicara una nueva edición de Si esto es un hombre, pero la propuesta no fue aceptada por preocupaciones de Giuilio Einaudi.
En 1955 Levi insistió, encontró un interlocutor sensible en Luciano Foà, quien era entonces el gerente general de la editorial. El libro aparecería en la colección de bolsillo Piccola Biblioteca Scientifico-letteraria, pero hasta 1958 debido a la crisis financiera que sufría Einaudi.
En 1957 nació Renzo, su segundo hijo. Al inicio de ese año se comprometió a escribir la historia de su regreso, que se convertiría en La tregua. Escribió un capítulo por mes, primero trabajando en notas que hizo durante su camino a casa; además había escrito los primeros dos capítulos en algún momento entre 1947 y 1948, casi como una continuación de Si esto es un hombre.
En 1958 la nueva edición aumentada de Si esto es un hombre se publicó en la colección de no ficción de Einaudi (Saggi). En 1959 el libro fue traducido en Inglaterra y Estados Unidos con modesto éxito. En 1961 se publicaron las traducciones francesa y alemana.
Levi escribió otras historias al mismo tiempo que La tregua, las cuales aparecieron después en Historias naturales. Intentó probar la reacción de los lectores publicando en varias revistas y periódicos, incluyendo Il Giorno. A raíz de esto tuvo correspondencia con el novelista Ítalo Calvino.
Una estación de radio canadiense produjo la obra radiofónica de Si esto es un hombre (1962), lo cual Levi apreció mucho. De ahí tomó la idea para ofrecer a la radiodifusora italiana (RAI) una versión italiana de la obra.
Una estación de radio canadiense produjo la obra radiofónica de Si esto es un hombre (1962), lo cual Levi apreció mucho. De ahí tomó la idea para ofrecer a la radiodifusora italiana (RAI) una versión italiana de la obra.
En abril de 1963, Einaudi publicó La tregua (La tregua, Alianza, 1988) en la colección titulada I coralli. El corto comentario en la solapa fue escrito por Calvino. Las críticas que recibió el libro fueron muy favorables, reconociendo la astucia narrativa del escritor. El 3 de septiembre La tregua fue el libro ganador del recién fundado Premio de Literatura Campiello, tras obtener por mucho la mayor cantidad de votos en la Fundación Cini de la isla de San Giorgio.
Levi continuó escribiendo (1964). Escribió varios cuentos con fondo tecnológico, inspirado por su trabajo en el laboratorio y en la fábrica. Los cuentos fueron publicados en el periódico Il Giorno, entre otros.
En 1965 volvió a Auschwitz para una ceremonia polaca. En ese año reunió sus cuentos en un libro titulado Storie naturali (Einaudi, 1966; Historias naturales, Alianza, 1988), bajo el pseudónimo de Damiano Malabaila. También editó una versión teatral de Si esto es un hombre junto con Pieralberto Marchè, basándose en la obra radiofónica producida por la RAI. La obra fue montada por el Teatro Stabile de Turín.
En 1971 Levi reunió una segunda colección de cuentos titulada Vizio di forma (Einaudi; Defecto de forma, Alianza, 1989), publicada esta vez bajo su nombre real.
En 1965 volvió a Auschwitz para una ceremonia polaca. En ese año reunió sus cuentos en un libro titulado Storie naturali (Einaudi, 1966; Historias naturales, Alianza, 1988), bajo el pseudónimo de Damiano Malabaila. También editó una versión teatral de Si esto es un hombre junto con Pieralberto Marchè, basándose en la obra radiofónica producida por la RAI. La obra fue montada por el Teatro Stabile de Turín.
En 1971 Levi reunió una segunda colección de cuentos titulada Vizio di forma (Einaudi; Defecto de forma, Alianza, 1989), publicada esta vez bajo su nombre real.
Levi decidió retirarse y dejar la gerencia de Siva en 1975, pero continuó trabajando para ellos como consultor los siguientes dos años. En abril, Einaudi publicó Il Sistema periódico (El sistema periódico, Alianza, 1988), una autobiografía en 21 capítulos, cada uno inspirado por uno de los elementos de la tabla periódica de Mendeleev. También reunió su poesía en un pequeño libro titulado L’osteria di Brema (1975), publicado por Scheiwiller.
Levi publicó La chiave a stella (1978, Einaudi; La llave estrella, El Aleph, 1990), la historia de un competente trabajador piamontés, un operador de máquinas que viaja alrededor del mundo construyendo torres, puentes y plataformas petroleras. El trabajador cuenta las historias de sus encuentros, aventuras y las dificultades diarias de su trabajo. En julio, La llave estrella ganó el Premio Strega de Literatura en Roma. En 1980 se publicó la traducción al francés y Claude Lévi-Strauss hizo comentarios favorables al respecto.
Levi publicó La chiave a stella (1978, Einaudi; La llave estrella, El Aleph, 1990), la historia de un competente trabajador piamontés, un operador de máquinas que viaja alrededor del mundo construyendo torres, puentes y plataformas petroleras. El trabajador cuenta las historias de sus encuentros, aventuras y las dificultades diarias de su trabajo. En julio, La llave estrella ganó el Premio Strega de Literatura en Roma. En 1980 se publicó la traducción al francés y Claude Lévi-Strauss hizo comentarios favorables al respecto.
En 1981 preparó una antología personal para Einaudi, basándose en una idea que le sugirió Giulio Bollati: una selección de autores que hayan influido particularmente en su formación cultural, o que simplemente los sintiera afines. El libro se publicó bajo el título La ricerca delle radici (Einaudi, 1981; La búsqueda de las raíces, Mucknik, 2004).
En noviembre se publicó Lilìt e altri racconti (1981, Einaudi; Lilit y otros cuentos, Península, 1989), que reunió cuentos escritos entre 1975 y 1981. En abril de 1982 se publicó Se non ora, quando? (Einaudi; Si no ahora, ¿cuándo?, Alianza, 1989). En junio la novela ganó el Premio Viareggio de Literatura, y en septiembre ganó el Premio Campiello.
Levi visitó Auschwitz por segunda vez después de su liberación ese mismo año. Se publicó la traducción al francés de Si no ahora, ¿cuándo?, y fue invitado por Giulio Einaudi a traducir El proceso de Kafka para publicarlo en una nueva colección: Escritores traducidos por escritores. También tradujo La voie des Masques (La vía de las máscaras) de Claude Lévi-Strauss, en 1983, año en que fue publicada su traducción de El proceso. También tradujo Le Regard éloigné (La mirada distante) de Lévi-Strauss.
En junio de 1984 conoció al físico Tullio Regge. Sus conversaciones fueron grabadas y transcritas y publicadas en diciembre por Edizioni di Comunità con el título de Dialogo. En octubre publicó una colección de poemas para Garzanti, titulada Ad ora incerta (A hora incierta, Limite, 2003).
En noviembre, la edición americana de El sistema periódico fue publicada con críticas extremadamente favorables, especialmente de parte de Saul Bellow, cuyo apoyo provocó una gran serie de traducciones de varios libros de Levi en diferentes países. Su trabajo también obtuvo críticas favorables en el New York Times.
En enero de 1985 reunió cerca de 50 piezas que fueron publicadas mayormente en el periódico La Stampa y se publicaron como L’altrui mestiere (Einaudi, 1985; Oficio Ajeno, El Aleph, 2011), el cual también fue comentado por Calvino. En febrero escribió una introducción a la nueva edición de Comandante ad Auschwitz. Memoriale autobiografico de Rudolf Höss (Yo, comandante de Auschwitz).
En enero de 1985 reunió cerca de 50 piezas que fueron publicadas mayormente en el periódico La Stampa y se publicaron como L’altrui mestiere (Einaudi, 1985; Oficio Ajeno, El Aleph, 2011), el cual también fue comentado por Calvino. En febrero escribió una introducción a la nueva edición de Comandante ad Auschwitz. Memoriale autobiografico de Rudolf Höss (Yo, comandante de Auschwitz).
En abril viajó a los Estados Unidos para una serie de encuentros y diálogos en varias universidades con motivo de la traducción de Si no ahora, ¿cuándo? La traducción al inglés de su novela incluía una introducción de Irving Howe.
En abril de 1986 publicó Los hundidos y los salvados, que es la suma de sus reflexiones acerca de sus experiencias en el campo de concentración. The Monkey’s Wrench (traducción de La llave estrella) y Moments of Reprieve (una selección de cuentos de Lilìt) fueron publicados en los Estados Unidos ese mismo año. También se publicó la edición alemana de Si no ahora, ¿cuándo?
Levi conoció a Philip Roth en Londres. En septiembre lo recibió en Turín, había accedido a tener una larga entrevista para ser publicada en el New York Times Review of Books, que se publicó el 12 de octubre. La entrevista fue traducida y publicada en La Stampa el 26 y 27 de noviembre.
En noviembre la editorial de La Stampa reunió sus contribuciones al periódico desde 1977 y hasta 1986, y publicó una antología titulada Racconti e saggi.
En marzo de 1987, las ediciones en francés y alemán de El sistema periódico fueron publicadas.
El 11 de abril, Primo Levi cometió suicidio en su casa en Turín.
Regreso a Auschwitz
Entrevista a Primo Levi
Marco Belpoliti (transcripción)
Traducción del italiano de Ana Nuño
Primo Levi regresó a Auschwitz, donde estuvo internado de febrero de 1944 hasta la liberación del campo en enero de 1945, dos veces en su vida: en 1965 y en 1982. En la segunda oportunidad lo hizo acompañado por un grupo de estudiantes y profesores de instituto, representantes de la comunidad judía y cargos electos de la provincia de Florencia, organizadora de la visita. También viajó con él un equipo de la rai , dirigido por Emanuele Ascarelli y Daniel Toaff.
El texto de la entrevista, realizada ante las cámaras en junio de 1982, había permanecido inédito hasta su transcripción por Marco Belpoliti y su edición en 1998 en un volumen colectivo a cargo de Francesco Monicelli y Carlo Saletti. Forma parte Primo Levi , Info rme sobre Auschwitz . Presentación de Philippe Mesnard, que Reverso Ediciones publicará en octubre de 2005.
Ya estamos aquí. ¿Qué efecto le produce volver a ver estos parajes?
Todo es diferente, han pasado más de cuarenta años. Polonia salía entonces de cinco años de una guerra espantosa, era el país de Europa que probablemente había sufrido más por culpa de la guerra, que tenía el mayor número de víctimas, no sólo judíos. Además, en estos últimos cuarenta años el mundo se ha renovado en todas partes. Yo atravesé estos campos invernales y la diferencia es total, porque el invierno polaco era, y sigue siendo, un invierno rudo, no como el invierno al que estamos acostumbrados en Italia. Aquí la nieve se mantiene durante tres, cuatro meses, y nosotros no podíamos, éramos incapaces de resistir el invierno polaco, como prisioneros o después. Yo recorrí estos campos como un ser a la deriva, como una persona desesperada y perdida, en busca de un baricentro, de cualquiera que fuera capaz de acogerme. Era verdaderamente la desolación hecha paisaje.
Estos rieles y los trenes de mercancías que vemos pasar, ¿qué siente al verlos?
Pues resulta que precisamente los trenes de mercancía son el desencadenante, lo que me causa mayor impresión, porque aún hoy cuando veo un vagón de mercancías, y aún más si subo a uno de ellos, me produce una violenta impresión, los recuerdos regresan, en fin, mucho más que al volver a ver paisajes y lugares, incluso Auschwitz. Haber viajado cinco días seguidos en un vagón de mercancías sellado es una experiencia que no se olvida.
Esta mañana me hablaba de algunas sensaciones que le produce la lengua polaca.
Sí, también es un reflejo condicionado, al menos, es decir, en mi caso. Yo soy un hombre que habla y escucha; el lenguaje de los otros me afecta mucho, y suelo o procuro utilizar correctamente mi lengua de italiano. El polaco era esa lengua incomprensible que nos había recibido al final del viaje, pero no era ni mucho menos el polaco de la población civil que escuchamos hoy en los hoteles o en boca de nuestros acompañantes. Era un polaco zafio, vulgar, trufado de injurias e imprecaciones, y nosotros no comprendíamos aquello; era realmente una lengua infernal. El alemán lo era todavía más, desde luego; el alemán era la lengua de los opresores, de las matanzas, pero mucho de los nuestros –yo, entre otros– lo comprendíamos a retazos, no nos era desconocido, no era la lengua de la aniquilación. El polaco sí era la lengua de la aniquilación. Sin ir más lejos, ayer noche en el ascensor dos borrachos me produjeron una fuerte impresión: hablaban como entonces, no como los que nos acompañan, hablaban soltando injurias, hablaban esa lengua que parecía estar hecha sólo de consonantes, verdaderamente la lengua del infierno.
Decía usted, por cierto, que esta sensación es como la que le produce el carbón, ¿no es así?
¡Exactamente la misma! Sin duda, también esto se lo debo al hecho de ser químico. El químico es entrenado para identificar las substancias a través de su olor. En aquella época y también hoy, la llegada a Polonia, al menos a las ciudades polacas, está marcada por dos olores característicos que no existen en Italia: el olor de malta torrefacta y el olor ácido del carbón ardiendo. Esta es una región minera, en todas partes hay carbón y muchos aparatos de calefacción funcionan con carbón. Entre estaciones y en invierno un olor se esparce por el aire: el olor ácido del carbón. Pero para nosotros, o el menos para mí, es el olor del Lager, el olor de Polonia y del Lager.
¿Y la gente?
No, la gente no es la misma de entonces. En aquella época no vimos a la gente. Vimos a los verdugos del Lager y sus colaboradores. La mayoría eran polacos, judíos y cristianos. Pero los polacos de la calle, los polacos que vivían en las casas, a esos no los veíamos, los divisábamos a lo lejos, más allá de las alambradas. Había un camino rural que se extendía a lo largo del Lager, pero por ahí pasaba muy poca gente. Después supimos que habían alejado a todos los habitantes del pueblo. Sí veíamos pasar los autocares que conducían al trabajo a los obreros polacos, y recuerdo un anuncio en uno de estos vehículos, una publicidad como las que veíamos en casa: “Beste Suppe, Knorr Suppe”, “La mejor sopa es la sopa Knorr”. Ver aquel anuncio de sopa nos producía un extraño efecto, como si nos fuera posible escoger entre una sopa mejor y otra menos buena.
¿Qué sintió esta mañana cuando emprendió el mismo camino, pero partiendo esta vez de un lujoso hotel turístico?
Sentí una dislocación, casi me atrevería a decir un desmembramiento, algo imposible que a pesar de todo sucede porque el contraste es demasiado fuerte. Se trata de algo que en aquel entonces jamás hubiésemos podido imaginar que podría ocurrir: regresar a este lugar, vestidos como turistas, a un hotel de lujo o casi. Y sin embargo…
Y ese contraste, ¿qué diría…?
Ese contraste, como por lo demás todos los contrastes, tiene un lado gratificante y otro alarmante; las cosas pueden volver a suceder. Lo peor habría sido lo contrario: haber venido a un hotel de lujo y después, hoy, volver en plena desesperación.
¿Sabían adónde irían, cuál sería su destino?
No sabíamos prácticamente nada. En la estación de Fossoli pudimos ver unos rótulos en los vagones en los que habían garabateado una indicación: “Auschwitz”; pero no sabíamos dónde quedaba, pensamos que se trataba de Austerlitz. Supusimos que estaría en algún rincón de Bohemia. Creo que nadie en Italia en aquella época, ni siquiera las personas mejor informadas, sabía lo que significaba “Auschwitz”.
¿Cómo fue su primer contacto con Auschwitz hace cuarenta años?
Era… ¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de noche; era el final de cinco días de viaje calamitoso, durante el cual varias personas habían muerto en el vagón, era la llegada a un lugar del que no comprendíamos la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros insensatos: una ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie nos explicaba nada o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no comprendíamos nada. Es una experiencia realmente alienadora. Teníamos la impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar…, de haber perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos.
¿Cómo vivió el viaje, aquellos cinco días? ¿Qué recuerda de aquello?
–En realidad lo recuerdo muy bien, recuerdo muchas cosas. Éramos cuarenta y cinco personas en un vagón muy pequeño, apenas había espacio, como mucho podíamos sentarnos, pero era imposible tumbarse; había una joven madre que daba el pecho a su bebé. Nos habían dicho que podíamos llevar comida, pero, estúpidamente, no llevamos agua o quizás un poco, por lo demás nadie nos lo había dicho y pensábamos que conseguiríamos agua en algún lugar. A pesar de que era invierno, padecimos una sed aterradora; aquella fue verdaderamente la primera experiencia de una tortura, la tortura de la sed durante cinco días. Le recuerdo que estábamos en invierno, el aliento se nos congelaba, y el que podía soplaba sobre los pernos del vagón e intentaba raspar la escarcha blanca –llena del óxido de los pernos–, raspabas aquello para conseguir recoger unas pocas gotas de agua y mojarte los labios. Y el bebé chillaba de la mañana a la noche y durante toda la noche porque su madre se había quedado sin leche.
Y qué fue de los niños, de la madre cuando…
Pues bien, los mataron rápidamente. De los seiscientos cincuenta que íbamos en aquel tren, las cuatro quintas partes perecieron aquella misma noche o la siguiente, enviados directamente a las cámaras de gas. En aquel escenario siniestro, en plena noche, bajo los focos, con toda esa gente que gritaba –gritaban como nunca se ha oído gritar, gritaban órdenes que no comprendíamos–, bajamos de los vagones y nos pusimos en fila, nos hicieron poner en fila. Delante de nosotros había un suboficial y un oficial –después supe que era médico, pero al principio no lo sabíamos–, y preguntaban a cada uno si podía trabajar o no. Me dirigí a mi vecino, era un amigo, un muchacho de Padua mayor que yo y en mal estado de salud, y le dije: yo pienso decir que puedo trabajar. Y él me contestó: haz lo que quieras, a mí me da igual. Ya había abandonado toda esperanza. De hecho, se declaró incapacitado y no entró en el campo. No volví a verle nunca más, como a ninguno de los otros, por lo demás.
¿Cómo era el trabajo allí, en Auschwitz?
He de aclarar, como sin duda ya sabe, que en Auschwitz no había un solo campo sino muchos, y algunos habían sido construidos siguiendo un proyecto, anexos a una fábrica o una mina. El campo de Birkenau, por ejemplo, estaba dividido en gran número de equipos que trabajaban en varias minas, incluso en fábricas de armas. Mi campo, en el que había diez mil prisioneros, era Monowitz y formaba parte de una fábrica que pertenecía a I.G. Farben Industrie, un enorme conglomerado químico, posteriormente desmantelado. Teníamos que construir una nueva fábrica de productos químicos, que tendría cerca de seis kilómetros cuadrados. La obra estaba bastante avanzada y todos trabajábamos en ella; también trabajaban allí prisioneros de guerra ingleses, presos franceses, rusos e incluso alemanes. Por supuesto, también había polacos libres y voluntarios, hasta había voluntarios italianos. En total, aproximadamente cuarenta mil individuos, de los que nosotros, los diez mil, éramos el nivel más bajo, el último peldaño. El Lager de Monowitz, formado casi exclusivamente por judíos, debía suministrar la mano de obra no calificada. A pesar de todo, debido a que la mano de obra especializada escaseaba en Alemania, y como los hombres se habían marchado al frente, a partir de un determinado momento buscaron entre nosotros –los teóricamente no calificados y esclavos– a especialistas, empezaron a buscar a quienes… desde el primer día, desde el día de nuestro ingreso en el campo se produjo una especie de búsqueda por analogía: a todos nos preguntaron qué edad teníamos, qué diplomas, qué oficio. Fue entonces cuando tuve mi primera oportunidad ya que me presenté como químico, sin saber que sería enviado a una fábrica de productos químicos; y mucho después aquello me valió un pequeño beneficio, porque durante los dos últimos meses trabajé en un laboratorio.
¿Cómo era la comida?
Pues bien, la comida era el problema número uno. No estoy de acuerdo con quienes describen la sopa y el pan de Auschwitz como infectos; en lo que a mí respecta, tenía tanta hambre que los encontraba buenos y la comida nunca me pareció asquerosa, ni siquiera el primer día. Era miserable, nos daban raciones mínimas, el equivalente de 1.600-1.700 calorías por día; teóricamente, porque en el trayecto había ladrones y, por tanto, las raciones que llegaban hasta nosotros eran inferiores al umbral teórico; digamos que aquello era el racionamiento oficial. Usted sabe que actualmente 1.600 calorías bastan para un hombre poco corpulento y que con eso puede vivir, pero sin trabajar y si permanece echado, mientras que nosotros debíamos trabajar y, además, hacerlo con frío y realizar labores pesadas; en estas condiciones, la ración de 1.600 calorías era una muerte lenta por desnutrición. Después he leído los cálculos que hacían los alemanes. Calculaban que a un prisionero sometido a estas condiciones que sacara recursos del estado en que se hallaba antes de su internamiento, este tipo de alimentación le permitiría resistir de dos a tres meses.
¿Pero era posible adaptarse a todo en los campos de concentración?
Su pregunta es extraña. El que se adapta a todo es el que sobrevive; pero la mayoría no se adaptaba a todo y moría. Moría por no saber adaptarse incluso a cosas que hoy nos resultan banales, al calzado, por ejemplo. Nos lanzaban un par de zapatos, bueno, en realidad no era un par de zapatos, eran dos zapatos desparejados, uno tenía tacón y el otro no; había que tener una constitución de atleta para aprender a caminar de este modo. Un zapato era muy pequeño y el otro muy grande. Había que dedicarse a hacer complicados intercambios, y si se tenía suerte podía conseguirse un par casi a juego y había que conformarse. La mayor parte del tiempo los zapatos hacían heridas en los pies, y quien tenía pies delicados acababa contrayendo una infección. A mí también me toco vivirlo, todavía tengo las cicatrices. Milagrosamente mis heridas sanaron por sí solas, a pesar de que no falté un solo día al trabajo. Quien era sensible a las infecciones moría debido a sus zapatos, por culpa de las llagas de los pies infectadas que no sanaban. Los pies se hinchaban, y cuanto más hinchados estaban más apretaban los zapatos, y la gente acababa teniendo que ir al hospital, pero no los dejaban ingresar ya que los pies hinchados no eran una enfermedad. Era un mal tan generalizado que quien tenía los pies hinchados iba directamente a la cámara de gas.
Parece que hoy iremos a comer a un restaurante de Auschwitz.
Sí, es casi cómico. ¡Un restaurante en Auschwitz! No sé, la verdad, no creo que coma; para mí es como una profanación, una cosa absurda. Por otra parte, hay que decirse que Auschwitz –Oswiecim en polaco– era y es todavía una ciudad donde hay restaurantes, cines y probablemente también un bar nocturno, como probablemente en toda Polonia; hay escuelas, hay niños. Hoy como ayer, paralelamente a este Auschwitz hay, cómo decir, un concepto: Auschwitz es el Lager. Pero en aquella época también existía un Auschwitz civil.
Al abandonar Auschwitz, el primer contacto con la población polaca…
La gente desconfiaba. Los polacos habían pasado de una ocupación a otra, de una ocupación feroz, la alemana, a otra menos feroz, quizá más primitiva, la de los rusos. Pero desconfiaban de todo el mundo, incluso de nosotros. Éramos extranjeros, auténticos forasteros, no nos comprendían, llevábamos puesto un uniforme, el uniforme de los presidiarios, era eso lo que los aterraba. Se negaban a dirigirnos la palabra, y sólo algunos, realmente muy pocos, se apiadaron de nosotros; con ellos acabamos comprendiéndonos. Es muy importante la comprensión mutua. Entre el hombre que puede hacerse comprender y el hombre que no puede hacerse comprender hay un abismo: uno se salvará, el otro no. También esto es fruto de la experiencia del Lager: la fundamental experiencia de la importancia de comprender y ser comprendido.
¿El problema, para los italianos, era la lengua?
Para los italianos era una de las principales causas de mortalidad, comparado con otros grupos. Para los italianos y los griegos. La mayoría de los italianos como yo murieron en los primeros días por no poder comprender. No comprendían las órdenes, y no había ninguna clase de tolerancia para quienes no las comprendían; había que comprender la orden: nos gritaban, nos la repetían una sola vez y ya está, después arreciaban los golpes. Ellos no comprendían cuando nos anunciaban que podíamos cambiar de zapatos, no comprendían que una vez por semana nos llamaban para afeitarnos la barba; siempre llegaban de últimos, siempre tarde. Cuando necesitaban algo, algo que fuera posible expresar, incluso algo que hubiesen podido obtener, no lograban expresarlo y se reían de ellos; aquello era el hundimiento total, también desde un punto de vista moral. A mi modo de ver, entre las primeras causas de tantos naufragios en el Campo, la lengua, el lenguaje encabezaba la lista.
Hace unos momentos hemos dejado atrás una estación de tren que menciona en su libro La tregua.
Trzebinia. Sí, era una estación fronteriza, situada entre Katowice y Cracovia, y en ella se detuvo el tren. Era un tren que se detenía todo el tiempo, nos costó tres o cuatro días recorrer ciento cincuenta kilómetros. Se detuvo y yo me bajé. Por primera vez me encontré cara a cara con un polaco, un civil; era un abogado, y fue posible entendernos porque hablaba alemán y también francés. Yo no sabía polaco y, la verdad, sigo sin saberlo. Así que me preguntó de dónde venía y le conté que venía de Auschwitz, que por eso llevaba un uniforme, porque todavía llevaba el uniforme a rayas. Me preguntó: ¿por qué? Le dije que yo era un judío italiano. Él iba traduciendo mis respuestas a un grupo de curiosos que se había congregado a su alrededor, eran campesinos polacos, obreros que iban de camino al trabajo, era casi de día, si mal no recuerdo. Como decía, yo no sabía polaco, pero sí lo suficiente para comprender lo que traducía… Había transformado mi respuesta. Yo había dicho: “soy un judío italiano”, y él había traducido “es un prisionero político italiano”. Entonces le dije en francés, para corregirle: “no soy…, también soy un prisionero político, pero fui deportado a Auschwitz por ser judío, no como prisionero político”. Pero él me contestó precipitadamente y en francés que, por mi bien, mejor valía dejarlo de ese tamaño, porque Polonia es un triste país.
Estamos a punto de volver a nuestro hotel de Cracovia. Para usted, ¿qué representó el Holocausto para el pueblo judío?
No fue algo novedoso, antes hubo otros. Entre paréntesis, nunca me ha gustado la palabra “Holocausto”. No me parece un término apropiado, es retórico y, sobre todo, erróneo. Representó un punto de no retorno en términos de proporciones, sobre todo de recursos, porque por primera vez en tiempos recientes el antisemitismo se convirtió en un proyecto planificado, organizado a nivel de Estado, no por influjo de un consenso tácito, como había ocurrido en la Rusia de los zares; esto, en cambio, era un acto de voluntad. No había escapatoria posible, toda Europa se convirtió en una enorme trampa, esto fue lo novedoso y lo que determinó para los judíos un profundo cambio, no solamente en Europa sino también para la comunidad judía en Estados Unidos y para los judíos del mundo entero.
¿Piensa usted que otro Auschwitz, otra masacre como la perpetrada hace cuarenta años, es imposible que se vuelva a producir?
En Europa no lo creo posible por razones, como decir, de inmunidad. Se ha producido una especie de inmunización; esta es la razón por la que sería difícil asistir al renacimiento de algo parecido por mucho tiempo… en algunas décadas, pongamos, cincuenta o cien años, Alemania podría conocer un resurgimiento del nazismo parecido al anterior, y en Italia aparecería un fascismo como el de antes. Sin embargo, pienso que no será posible en Europa; también pienso que en otros países se está gestando el deseo de un nuevo Auschwitz, simplemente les faltan los recursos.
¿La idea no ha muerto?
Ciertamente no ha muerto la idea, porque nada muere definitivamente. Todo reaparece bajo nuevas formas, pero nada muere por completo.
¿Pero las formas sí cambian?
Las formas cambian, sí; las formas son importantes.
¿Piensa usted que es posible lograr el aniquilamiento de la humanidad del hombre?
¡Desde luego que sí! ¡Y de qué manera! Me atrevería incluso a decir que lo característico del Lager nazi –no sabría decir en el caso de los otros porque no los conozco, quizás los campos rusos son distintos– es la reducción a la nada de la personalidad del hombre, tanto interiormente como exteriormente, y no sólo la del prisionero sino también la del guarda del Lager, él también pierde su humanidad; sus rutas divergen, pero el resultado es el mismo. Pienso que son pocos los que tuvieron la suerte de no perder su conciencia durante la reclusión; algunos tomaron conciencia de su experiencia a posteriori, pero mientras la vivían no eran conscientes. Muchos la olvidaron, no la registraron en su mente, nada se imprimió en la cinta de su memoria, diría yo. Sí, todos sufrían substancialmente una profunda modificación de su personalidad, sobre todo una atenuación de la sensibilidad en lo relacionado con los recuerdos del hogar, la memoria familiar; todo eso pasaba a un segundo plano ante las necesidades imperiosas, el hambre, la necesidad de defenderse del frío, defenderse de los golpes, resistir a la fatiga. Todo ello propiciaba condiciones que pueden calificarse de animales, como las de bestias de carga. Es interesante observar cómo esas condiciones animales se reflejaban en el lenguaje. En alemán hay dos verbos para “comer”: el primero es “essen”, que designa el acto de comer en el hombre, y está “fressen”, que designa el acto en el animal. Se dice de un caballo que “frisst” y no que “isst”; un caballo zampa, en suma, un gato también. En el Lager, sin que nadie lo decidiera, el verbo para comer era “fressen” y no “essen”, como si la percepción de una regresión a la condición de animal se hubiera extendido entre todos nosotros.
Ha concluido el periplo de su segundo regreso a Auschwitz. ¿Qué cosas le vienen a la mente?
Muchas, en realidad. Sobre todo una: me incomoda que los polacos, el gobierno polaco, se hayan apoderado de Auschwitz, que lo hayan convertido en el lugar del martirio de la nación polaca. En verdad eso fue cierto, al menos durante los primeros años, en 1941 y 1942. Pero después de esa fecha, con la apertura del Lager de Birkenau, y sobre todo cuando entraron en funcionamiento las cámaras de gas y los hornos crematorios, se convirtió ante todo en el instrumento de la destrucción del pueblo judío. Nadie puede negar esto. Hemos podido verlo: hay también el bloque-museo de los judíos, los italianos, los franceses, los holandeses, etc. Pero hay en Auschwitz este hecho capital: que la gran mayoría de las víctimas fueron judíos, una parte sólo de las cuales eran judíos polacos. No es que se niegue esta realidad, sino que apenas es evocada.
¿No le parece que los otros, los hombres, hoy en día quieren olvidar Auschwitz cuanto antes?
Hay indicios que permiten pensar que quieren olvidar o algo peor: negar. Es muy significativo: quien niega Auschwitz es precisamente quien estaría dispuesto a volver a hacerlo.
Primo Levi: la dura vida y el misterioso final del hombre que contó como nadie el infierno del Holocausto
Matias Bauso
11 de abril de 2019
Tenía 24 años. Creyó que era el momento de entrar en acción. Se dirigió con sus camaradas a las colinas. A formar parte de la Resistencia. En ese tiempo no bastaba con pensar en lo que estaba mal, en la mera oposición ideológica. Había que combatir activamente. Era la única forma de actuar. Ser partisano. El fascismo había desquiciado a la sociedad italiana. Él, además, sufría la segregación. Había que entrar en acción. Pero la inexperiencia les jugó una mala pasada. A los pocos días fueron apresados por la fuerzas del régimen.
El intento fue noble pero candoroso. Sin apoyo económico, armas ni entrenamiento. Trescientos soldados fascistas los encontraron de noche. De casualidad. No los buscaban a ellos, sino a una célula más importante. Después de la detención, sabían lo que sobrevendría. Los golpes, la tortura, la larga prisión. Debe haber pensado, entonces, que lo ocurrido era inevitable. Al menos para él. No tenía que analizarlo demasiado. El cuerpo endeble, los anteojos, la licenciatura en química, su pasión por la literatura. No era un hombre de acción. Sólo contaba a favor con el entusiasmo y la convicción.
Comenzaron los interrogatorios. Preveía lo peor. Dio su nombre y se declaró como ciudadano italiano de raza judía. Los interrogadores no preguntaron más. Les solucionó un problema. Que otros se encargaran de él. Ese escuálido químico no podía ser un subversivo. Lo enviaron a Fossoli, a un campo de concentración para judíos. Al llegar él, había en Fossoli alrededor de ciento cincuenta judíos italianos. Un par de semanas después llegaban a seiscientos. Los soldados alemanes se ocuparon de ellos. Los subieron a un tren. Sin pasaje de regreso. De los sesenta italianos que se hacinaron en el mismo vagón que él, sólo cuatro sobrevivieron a la experiencia. Un vagón, comparado con otros, con alta tasa de sobrevida.
Primo Levi nació en 1919. Químico y escritor. Hasta su jubilación fue gerente de una de las fábricas de pintura más importantes de Italia. Fue autor de novelas, cuentos y antologías literarias. Sin embargo, sus obras más importantes son las referidas a la experiencia como víctima de los Lager, los campos de concentración alemanes. Además de diversos cuentos, fue autor de una trilogía excepcional sobre su experiencia bajo el sojuzgamiento nazi: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados.
Si esto es un hombre relata sus días en Auschwitz. Es un libro descarnado, honesto y conmovedor. Pero no conmueve desde la adjetivación ni desde el golpe bajo. Cuenta con detalle la vida y las sensaciones de un Häftling, un detenido sin privilegios en un Lager. Relata sus padecimientos y sus pensamientos más íntimos (cuando los había; llega a describir a un hombre como "demacrado… en cuyo rostro y cuyos ojos no se distingue indicio de pensamiento"). El estilo del libro es seco y llano. No hay énfasis, subrayados ni adjetivación. No es necesario. El horror no requiere de eso para ser narrado. Todo es verdad: los artificios no son necesarios. No hay, tampoco, odio en el que escribe. Existe una descomunal voluntad por contar lo sucedido. Transmitirlo. Sin juzgar pero sin dejar de establecer con claridad los roles: quién es la víctima y quién el victimario.
Si esto es un hombre relata sus días en Auschwitz. Es un libro descarnado, honesto y conmovedor. Pero no conmueve desde la adjetivación ni desde el golpe bajo. Cuenta con detalle la vida y las sensaciones de un Häftling, un detenido sin privilegios en un Lager
Si esto es un hombre es la obra de un químico que analiza la composición de ese organismo siniestro que fueron los Lager. En Levi, el hombre, el químico, el sobreviviente y el escritor son inseparables. Allí, en Auschwitz, a su pesar, Primo Levi aprende innumerables cosas. De las buenas y de las malas. Su capacidad de observación, alguna habilidad (sus conocimientos científicos), su fortaleza moral y su suerte le permitieron sobrevivir.
La experiencia es atroz, inimaginable. Sin embargo fue absolutamente real. Él la transmite vívidamente. Pero sin gritos ni proclamas. Lo hace con tranquilidad sin darle espacio al rencor o la venganza. Eligiendo cuidadosamente cada una de las palabras para transmitir lo inefable. Para hacerle justicia a aquellos que, según él, son los verdaderos testigos: los Muselmann (o los "musulmanes", como los llamaban en los campos de concentración a los que no podían más, a los exhaustos), los hundidos. Los que no pudieron volver, los muertos.
"La demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte- escribe Levi en Los hundidos y los salvados-. Los hundidos, aunque hubiesen tenido papel y lápiz, no hubieran escrito su testimonio, porque su verdadera muerte había empezado ya antes de la muerte corporal. Nosotros hablamos por delegación". Los hundidos. Esos son los que constituyen la regla, los sobrevivientes son la excepción, una anomalía.
La trilogía de Auschwitz es la obra que lo hizo inmortal. Una trilogía involuntaria que se fue escribiendo con el tiempo. Bajo el signo de la necesidad. De la necesidad de contar, de ser escuchado, de ser comprendido.
En Auschwitz, a su pesar, Primo Levi aprende innumerables cosas. De las buenas y de las malas. Su capacidad de observación, alguna habilidad (sus conocimientos científicos), su fortaleza moral y su suerte le permitieron sobrevivir
Si esto es un hombre se inicia con el apresamiento de Levi. Página a página va relatando la experiencia en Auschwitz desde el traslado en tren hasta la liberación por parte de los soldados rusos al fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuenta el ingreso, el tatuaje en el brazo del número de prisionero –la marca indeleble, el mensaje unívoco: de aquí no se sale-, las condiciones inhumanas, las relaciones entre ellos, las prevaricaciones, las ilusiones, los trabajos esclavizantes y la muerte, que impregnaba todo lo demás. En un Lager nada más cotidiano que la muerte.
El libro comienza con un breve poema.
(…) Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un pan
Quien muere por un sí o un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal
Pensad que esto ha sucedido (…)
Se publicó en 1947 en Italia. Al principio pasó desapercibido. Casi no encontró lectores. Pero tuvo repercusión diez años después cuando fue reeditado. A partir de ese momento se convirtió en un texto imprescindible para entender un tiempo inentendible, un tiempo feroz y sin lógica. Una obra maestra de la literatura y de la ética.
La tregua, segunda parte de esta trilogía, comienza donde terminó el libro anterior, con la liberación del campo, la huída de los nazis y la llegada de los rusos. En las primeras diez páginas se produce el cambio. La necesidad sigue siendo extrema, las condiciones físicas lamentables, pero sin la opresión, aún en la anarquía y confusión de los primeros días, los hombres recuperan la humanidad.
Primo y su compañero, muy enfermos (por eso habían quedado en el Lager y no habían sido trasladados con los demás) ayudan a los demás que están peor que ellos. Entierran los cadáveres. Comparten los alimentos que logran conseguir. Un muerto había dejado de ser aquello que posibilitaba un nuevo par de zapatos, una camisa menos deshilachada que la propia o una ración más de pan para ese día. El trato con la muerte, por más habitual en que se hubiera convertido, los hizo percatarse de la recuperación de la humanidad. El resto de los prisioneros fueron embarcados en La Marcha de la Muerte. A ellos, paradójicamente, los salvó su mal estado de salud. Otro golpe de suerte.
El tiempo que pasan en el campo de concentración, deambulando por él en busca de la subsistencia ante la fuga de los nazis, es una especie de Robinson Crusoe fúnebre, siniestro. Luego llega el traslado. Y una nueva oleada de muertes; hasta la comida era peligrosa para esta gente que había sobrevivido al inframundo de Auschwitz. El regreso a su hogar después de un año. Subirse a un tren de nuevo, siendo unos de los pocos que consiguió pasaje de regreso. Aquello que en condiciones normales hubiera demorado un par de días, a ellos les tomó varios meses. Es un libro de aventuras. De aventuras tristes, iniciáticas y de supervivencia.
"La libertad, la improbable, imposible libertad, tan lejana de Auschwitz que sólo en sueños osábamos esperarla, había llegado; y no nos había llevado a la Tierra Prometida. Estaba a nuestro alrededor, pero en forma de una despiadada llanura desierta. Nos esperaban más pruebas, más fatigas, más hambres, más hielo, más miedo", escribió. Los sobrevivientes estaban regresando a la superficie, saliendo a flote en un camino que había que sortear, no libre de dolor y crueldad.
En esos trenes que iban hacia ninguna parte, que como en un macabro Juego de la Oca, que en cada viaje se alejaban varios cientos de kilómetros de su destino final, él sufre pesadillas. En esos sueños no recrea las noches heladas, los días sin comer, la muerte presidiendo cada momento, la crueldad de sus capturas. Su pesadilla recurrente consiste en que cuenta lo sucedido y nadie le cree ni lo escucha. La tregua finaliza con el regreso a su madre y a su hogar.
En 1987, Primo Levi finaliza la trilogía con Los hundidos y los salvados. Allí analiza con profundidad la experiencia de los Lager. Retoma los temas de los libros anteriores, pero en este caso analizándolos en profundidad. Para Levi no hay venganza ni olvido. Sólo justicia. Admite que puede perdonar a aquel que sinceramente reconozca y se arrepienta de sus errores y crímenes. Quien reconoce sus faltas ya no es su enemigo, dice. Pero claro, solamente los cometidos contra su persona. Nadie pueda perdonar por lo sufrido por otro. Es imposible el perdón universal. Por eso afirma que el homicidio es imperdonable.
Los hundidos y los salvados representa uno de los análisis más certeros y valientes de la experiencia de los lager. El libro molesta, inquieta. Siempre con el medio tono, la humildad y el razonamiento como premisa, disecciona los elementos más controvertidos de la experiencia en cautiverio.
Para Levi no hay venganza ni olvido. Sólo justicia. Admite que puede perdonar a aquel que sinceramente reconozca y se arrepienta de sus errores y crímenes. Quien reconoce sus faltas ya no es su enemigo, dice. Pero claro, solamente los cometidos contra su persona. Nadie pueda perdonar por lo sufrido por otro. Es imposible el perdón universal. Por eso afirma que el homicidio es imperdonable
"Dejemos las confusiones, los freudismos mezquinos, la morbosidad, la indulgencia – escribe Levi en el primer capítulo-. El opresor sigue siéndolo, y lo mismo ocurre con la víctima: no son intercambiables; el primero debe ser castigado y execrado (pero, si es posible, debe ser también comprendido)".
Los temas que trata son complejos, no admiten simplificaciones ni maniqueísmos. Levi indaga en ellos con su humanismo y honestidad de siempre. El recuerdo de los ultrajes, la comunicación en los campos y la comunicación de la experiencia, los intelectuales en Auschwitz y la violencia inútil son algunos de los asuntos que despacha con su pensamiento claro.
El último capítulo lo dedica a transcribir y comentar la correspondencia que mantuvo con los lectores alemanes tras la traducción de su libro. Otra vez la condición humana al desnudo.Sin embargo, el capítulo central del libro es en el que indaga sobre aquello que él llama "la zona gris". Comienza preguntándose por una de sus obsesiones, por aquello que lo llevó a escribir por primera vez sobre el tema cuarenta años antes.
Primo Levi se pregunta si los sobrevivientes han sido capaces de comprender y hacer comprender su experiencia. Y contra eso, sostiene, atenta que, por lo general, se asocia comprender con simplificar. Pero existen situaciones en las que simplificación lleva a errores de juicio graves. Por eso, por más incómodas que resulten, Levi se sumerge en ellas. Como siempre no iguala, diferencia. Y se esfuerza por comprender. Por su prisma implacable pasan los Sonderkomando, los Consejos judíos, los Kapos y también, los de su condición, los Häftlings. Los extremos, la reducción impiden comprender. Esa es su lección.
Muchos grandes escritores han dejado testimonio sobre los campos de concentración. Jean Amery, Imre Kértez, Elie Wiesel, Jorge Semprún y Víctor Klemperer entre otros. Pero es Primo Levi quien se erige en el testigo. Rememora. Impide olvidar. Le da voz a los que ya no pueden contar.
Jorge Semprún alguna vez escribió: "Contar bien significa: de manera que sea escuchado. No lo conseguiremos sin algo de artificio". A lo largo de su obra Levi parece polemizar con él. En una entrevista declaró: "Escribí de la manera más natural escogiendo deliberadamente un lenguaje no demasiado sonoro. No había necesidad de subrayar el horror. El horror estaba allí".
Primo Levi combatió contra ese fantasma, contra esa tendencia a olvidar, a no enterarse. Su obsesión, su vocación más profunda fue transmitir la experiencia, recuperarla. Para que nadie olvide. Para que no se volviera a repetir.
Primo Levi murió el 11 de abril en 1987. Cayó por el hueco de la escalera de la casa de Turín en la que vivió toda su vida, a excepción del año que pasó en Auschwitz. Sus familiares y amigos hablaron de un accidente. Alegaron que pudo haber sufrido un desvanecimiento y como consecuencia de él cayó al vacío desde varios pisos de altura. Se aferran a que él que dejó testimonio de todo, no dejó ninguna nota dirigida a sus familiares de despedida ni que explicara su decisión. Otro argumento: su condición de químico, su pensamiento científico, contradicen que hubiera elegido un método tan poco fiable para matarse.
Existen situaciones en las que simplificación lleva a errores de juicio graves. Por eso, por más incómodas que resulten, Levi se sumerge en ellas. Como siempre no iguala, diferencia. Y se esfuerza por comprender. Por su prisma implacable pasan los Sonderkomando, los Consejos judíos, los Kapos y también, los de su condición, los Häftlings. Los extremos, la reducción impiden comprender. Esa es su lección
Sin embargo, todo parece indicar que se trató de un suicidio. Tenía 67 años y había expresado que su tiempo como escritor había terminado, que se había secado, que se había quedado sin cosas para contar. La depresión era una presencia constante en su vida.
Algunos problemas físicos derivados de una operación de próstata, la deteriorada salud de la madre de casi cien años (con la convivió toda la vida), los fantasmas de Auschwitz (Elie Wiesel escribió: "Primo Levi murió en Auschwitz cuarenta años más tarde").
Los motivos profundos de cualquier suicidio son insondables. Lo cierto, en el caso de Levi, es que, como sostiene el lingüista y crítico literario Tzevetan Todorov, el suicidio no es, en modo alguno, la culminación lógica de la reflexión de Levi. Primo luchó toda su vida contra la idea de que lo vivido en Auschwitz era una condena a muerte de por vida, que no podía superarse, que no había forma de sobreponerse. Discutió públicamente con Jean Amery por el tema y hasta lo criticó luego que este se suicidara a fines de los setenta. El italiano había escrito que los objetivos de la vida "son la mejor defensa contra la muerte, y no sólo en el Lager". Tal vez, esa mañana de abril de hace 32 años creyó haberse quedado sin ellos.
Lo enterraron en el cementerio de su ciudad natal. La lápida es sencilla. Sólo tiene sus datos.Los años de nacimiento y muerte: 1919-1987. Su nombre: Primo Levi. Y un número: 174517. El número tatuado en su antebrazo izquierdo. Su identidad como Häftling. El número que fue su nombre durante el año en Auschwitz. El número que Primo Levi nunca quiso borrarse. Del que no se vanagloriaba ni avergonzaba, el que no exhibía ni ocultaba.
Del que escribió en Los hundidos y los salvados: "Muchas veces me preguntan por qué no me lo borro, y es una cosa que me crispa: ¿Por qué iba a borrármelo? No somos muchos en el mundo los que somos portadores de tal testimonio"
Matias Bauso
11 de abril de 2019
Tenía 24 años. Creyó que era el momento de entrar en acción. Se dirigió con sus camaradas a las colinas. A formar parte de la Resistencia. En ese tiempo no bastaba con pensar en lo que estaba mal, en la mera oposición ideológica. Había que combatir activamente. Era la única forma de actuar. Ser partisano. El fascismo había desquiciado a la sociedad italiana. Él, además, sufría la segregación. Había que entrar en acción. Pero la inexperiencia les jugó una mala pasada. A los pocos días fueron apresados por la fuerzas del régimen.
El intento fue noble pero candoroso. Sin apoyo económico, armas ni entrenamiento. Trescientos soldados fascistas los encontraron de noche. De casualidad. No los buscaban a ellos, sino a una célula más importante. Después de la detención, sabían lo que sobrevendría. Los golpes, la tortura, la larga prisión. Debe haber pensado, entonces, que lo ocurrido era inevitable. Al menos para él. No tenía que analizarlo demasiado. El cuerpo endeble, los anteojos, la licenciatura en química, su pasión por la literatura. No era un hombre de acción. Sólo contaba a favor con el entusiasmo y la convicción.
Comenzaron los interrogatorios. Preveía lo peor. Dio su nombre y se declaró como ciudadano italiano de raza judía. Los interrogadores no preguntaron más. Les solucionó un problema. Que otros se encargaran de él. Ese escuálido químico no podía ser un subversivo. Lo enviaron a Fossoli, a un campo de concentración para judíos. Al llegar él, había en Fossoli alrededor de ciento cincuenta judíos italianos. Un par de semanas después llegaban a seiscientos. Los soldados alemanes se ocuparon de ellos. Los subieron a un tren. Sin pasaje de regreso. De los sesenta italianos que se hacinaron en el mismo vagón que él, sólo cuatro sobrevivieron a la experiencia. Un vagón, comparado con otros, con alta tasa de sobrevida.
Primo Levi nació en 1919. Químico y escritor. Hasta su jubilación fue gerente de una de las fábricas de pintura más importantes de Italia. Fue autor de novelas, cuentos y antologías literarias. Sin embargo, sus obras más importantes son las referidas a la experiencia como víctima de los Lager, los campos de concentración alemanes. Además de diversos cuentos, fue autor de una trilogía excepcional sobre su experiencia bajo el sojuzgamiento nazi: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados.
Si esto es un hombre relata sus días en Auschwitz. Es un libro descarnado, honesto y conmovedor. Pero no conmueve desde la adjetivación ni desde el golpe bajo. Cuenta con detalle la vida y las sensaciones de un Häftling, un detenido sin privilegios en un Lager. Relata sus padecimientos y sus pensamientos más íntimos (cuando los había; llega a describir a un hombre como "demacrado… en cuyo rostro y cuyos ojos no se distingue indicio de pensamiento"). El estilo del libro es seco y llano. No hay énfasis, subrayados ni adjetivación. No es necesario. El horror no requiere de eso para ser narrado. Todo es verdad: los artificios no son necesarios. No hay, tampoco, odio en el que escribe. Existe una descomunal voluntad por contar lo sucedido. Transmitirlo. Sin juzgar pero sin dejar de establecer con claridad los roles: quién es la víctima y quién el victimario.
Si esto es un hombre relata sus días en Auschwitz. Es un libro descarnado, honesto y conmovedor. Pero no conmueve desde la adjetivación ni desde el golpe bajo. Cuenta con detalle la vida y las sensaciones de un Häftling, un detenido sin privilegios en un Lager
Si esto es un hombre es la obra de un químico que analiza la composición de ese organismo siniestro que fueron los Lager. En Levi, el hombre, el químico, el sobreviviente y el escritor son inseparables. Allí, en Auschwitz, a su pesar, Primo Levi aprende innumerables cosas. De las buenas y de las malas. Su capacidad de observación, alguna habilidad (sus conocimientos científicos), su fortaleza moral y su suerte le permitieron sobrevivir.
La experiencia es atroz, inimaginable. Sin embargo fue absolutamente real. Él la transmite vívidamente. Pero sin gritos ni proclamas. Lo hace con tranquilidad sin darle espacio al rencor o la venganza. Eligiendo cuidadosamente cada una de las palabras para transmitir lo inefable. Para hacerle justicia a aquellos que, según él, son los verdaderos testigos: los Muselmann (o los "musulmanes", como los llamaban en los campos de concentración a los que no podían más, a los exhaustos), los hundidos. Los que no pudieron volver, los muertos.
"La demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte- escribe Levi en Los hundidos y los salvados-. Los hundidos, aunque hubiesen tenido papel y lápiz, no hubieran escrito su testimonio, porque su verdadera muerte había empezado ya antes de la muerte corporal. Nosotros hablamos por delegación". Los hundidos. Esos son los que constituyen la regla, los sobrevivientes son la excepción, una anomalía.
La trilogía de Auschwitz es la obra que lo hizo inmortal. Una trilogía involuntaria que se fue escribiendo con el tiempo. Bajo el signo de la necesidad. De la necesidad de contar, de ser escuchado, de ser comprendido.
En Auschwitz, a su pesar, Primo Levi aprende innumerables cosas. De las buenas y de las malas. Su capacidad de observación, alguna habilidad (sus conocimientos científicos), su fortaleza moral y su suerte le permitieron sobrevivir
Si esto es un hombre se inicia con el apresamiento de Levi. Página a página va relatando la experiencia en Auschwitz desde el traslado en tren hasta la liberación por parte de los soldados rusos al fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuenta el ingreso, el tatuaje en el brazo del número de prisionero –la marca indeleble, el mensaje unívoco: de aquí no se sale-, las condiciones inhumanas, las relaciones entre ellos, las prevaricaciones, las ilusiones, los trabajos esclavizantes y la muerte, que impregnaba todo lo demás. En un Lager nada más cotidiano que la muerte.
El libro comienza con un breve poema.
(…) Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un pan
Quien muere por un sí o un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal
Pensad que esto ha sucedido (…)
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un pan
Quien muere por un sí o un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rama invernal
Pensad que esto ha sucedido (…)
Se publicó en 1947 en Italia. Al principio pasó desapercibido. Casi no encontró lectores. Pero tuvo repercusión diez años después cuando fue reeditado. A partir de ese momento se convirtió en un texto imprescindible para entender un tiempo inentendible, un tiempo feroz y sin lógica. Una obra maestra de la literatura y de la ética.
La tregua, segunda parte de esta trilogía, comienza donde terminó el libro anterior, con la liberación del campo, la huída de los nazis y la llegada de los rusos. En las primeras diez páginas se produce el cambio. La necesidad sigue siendo extrema, las condiciones físicas lamentables, pero sin la opresión, aún en la anarquía y confusión de los primeros días, los hombres recuperan la humanidad.
Primo y su compañero, muy enfermos (por eso habían quedado en el Lager y no habían sido trasladados con los demás) ayudan a los demás que están peor que ellos. Entierran los cadáveres. Comparten los alimentos que logran conseguir. Un muerto había dejado de ser aquello que posibilitaba un nuevo par de zapatos, una camisa menos deshilachada que la propia o una ración más de pan para ese día. El trato con la muerte, por más habitual en que se hubiera convertido, los hizo percatarse de la recuperación de la humanidad. El resto de los prisioneros fueron embarcados en La Marcha de la Muerte. A ellos, paradójicamente, los salvó su mal estado de salud. Otro golpe de suerte.
El tiempo que pasan en el campo de concentración, deambulando por él en busca de la subsistencia ante la fuga de los nazis, es una especie de Robinson Crusoe fúnebre, siniestro. Luego llega el traslado. Y una nueva oleada de muertes; hasta la comida era peligrosa para esta gente que había sobrevivido al inframundo de Auschwitz. El regreso a su hogar después de un año. Subirse a un tren de nuevo, siendo unos de los pocos que consiguió pasaje de regreso. Aquello que en condiciones normales hubiera demorado un par de días, a ellos les tomó varios meses. Es un libro de aventuras. De aventuras tristes, iniciáticas y de supervivencia.
"La libertad, la improbable, imposible libertad, tan lejana de Auschwitz que sólo en sueños osábamos esperarla, había llegado; y no nos había llevado a la Tierra Prometida. Estaba a nuestro alrededor, pero en forma de una despiadada llanura desierta. Nos esperaban más pruebas, más fatigas, más hambres, más hielo, más miedo", escribió. Los sobrevivientes estaban regresando a la superficie, saliendo a flote en un camino que había que sortear, no libre de dolor y crueldad.
En esos trenes que iban hacia ninguna parte, que como en un macabro Juego de la Oca, que en cada viaje se alejaban varios cientos de kilómetros de su destino final, él sufre pesadillas. En esos sueños no recrea las noches heladas, los días sin comer, la muerte presidiendo cada momento, la crueldad de sus capturas. Su pesadilla recurrente consiste en que cuenta lo sucedido y nadie le cree ni lo escucha. La tregua finaliza con el regreso a su madre y a su hogar.
En 1987, Primo Levi finaliza la trilogía con Los hundidos y los salvados. Allí analiza con profundidad la experiencia de los Lager. Retoma los temas de los libros anteriores, pero en este caso analizándolos en profundidad. Para Levi no hay venganza ni olvido. Sólo justicia. Admite que puede perdonar a aquel que sinceramente reconozca y se arrepienta de sus errores y crímenes. Quien reconoce sus faltas ya no es su enemigo, dice. Pero claro, solamente los cometidos contra su persona. Nadie pueda perdonar por lo sufrido por otro. Es imposible el perdón universal. Por eso afirma que el homicidio es imperdonable.
Los hundidos y los salvados representa uno de los análisis más certeros y valientes de la experiencia de los lager. El libro molesta, inquieta. Siempre con el medio tono, la humildad y el razonamiento como premisa, disecciona los elementos más controvertidos de la experiencia en cautiverio.
Para Levi no hay venganza ni olvido. Sólo justicia. Admite que puede perdonar a aquel que sinceramente reconozca y se arrepienta de sus errores y crímenes. Quien reconoce sus faltas ya no es su enemigo, dice. Pero claro, solamente los cometidos contra su persona. Nadie pueda perdonar por lo sufrido por otro. Es imposible el perdón universal. Por eso afirma que el homicidio es imperdonable
"Dejemos las confusiones, los freudismos mezquinos, la morbosidad, la indulgencia – escribe Levi en el primer capítulo-. El opresor sigue siéndolo, y lo mismo ocurre con la víctima: no son intercambiables; el primero debe ser castigado y execrado (pero, si es posible, debe ser también comprendido)".
Los temas que trata son complejos, no admiten simplificaciones ni maniqueísmos. Levi indaga en ellos con su humanismo y honestidad de siempre. El recuerdo de los ultrajes, la comunicación en los campos y la comunicación de la experiencia, los intelectuales en Auschwitz y la violencia inútil son algunos de los asuntos que despacha con su pensamiento claro.
El último capítulo lo dedica a transcribir y comentar la correspondencia que mantuvo con los lectores alemanes tras la traducción de su libro. Otra vez la condición humana al desnudo.Sin embargo, el capítulo central del libro es en el que indaga sobre aquello que él llama "la zona gris". Comienza preguntándose por una de sus obsesiones, por aquello que lo llevó a escribir por primera vez sobre el tema cuarenta años antes.
Primo Levi se pregunta si los sobrevivientes han sido capaces de comprender y hacer comprender su experiencia. Y contra eso, sostiene, atenta que, por lo general, se asocia comprender con simplificar. Pero existen situaciones en las que simplificación lleva a errores de juicio graves. Por eso, por más incómodas que resulten, Levi se sumerge en ellas. Como siempre no iguala, diferencia. Y se esfuerza por comprender. Por su prisma implacable pasan los Sonderkomando, los Consejos judíos, los Kapos y también, los de su condición, los Häftlings. Los extremos, la reducción impiden comprender. Esa es su lección.
Muchos grandes escritores han dejado testimonio sobre los campos de concentración. Jean Amery, Imre Kértez, Elie Wiesel, Jorge Semprún y Víctor Klemperer entre otros. Pero es Primo Levi quien se erige en el testigo. Rememora. Impide olvidar. Le da voz a los que ya no pueden contar.
Jorge Semprún alguna vez escribió: "Contar bien significa: de manera que sea escuchado. No lo conseguiremos sin algo de artificio". A lo largo de su obra Levi parece polemizar con él. En una entrevista declaró: "Escribí de la manera más natural escogiendo deliberadamente un lenguaje no demasiado sonoro. No había necesidad de subrayar el horror. El horror estaba allí".
Primo Levi combatió contra ese fantasma, contra esa tendencia a olvidar, a no enterarse. Su obsesión, su vocación más profunda fue transmitir la experiencia, recuperarla. Para que nadie olvide. Para que no se volviera a repetir.
Primo Levi murió el 11 de abril en 1987. Cayó por el hueco de la escalera de la casa de Turín en la que vivió toda su vida, a excepción del año que pasó en Auschwitz. Sus familiares y amigos hablaron de un accidente. Alegaron que pudo haber sufrido un desvanecimiento y como consecuencia de él cayó al vacío desde varios pisos de altura. Se aferran a que él que dejó testimonio de todo, no dejó ninguna nota dirigida a sus familiares de despedida ni que explicara su decisión. Otro argumento: su condición de químico, su pensamiento científico, contradicen que hubiera elegido un método tan poco fiable para matarse.
Existen situaciones en las que simplificación lleva a errores de juicio graves. Por eso, por más incómodas que resulten, Levi se sumerge en ellas. Como siempre no iguala, diferencia. Y se esfuerza por comprender. Por su prisma implacable pasan los Sonderkomando, los Consejos judíos, los Kapos y también, los de su condición, los Häftlings. Los extremos, la reducción impiden comprender. Esa es su lección
Sin embargo, todo parece indicar que se trató de un suicidio. Tenía 67 años y había expresado que su tiempo como escritor había terminado, que se había secado, que se había quedado sin cosas para contar. La depresión era una presencia constante en su vida.
Algunos problemas físicos derivados de una operación de próstata, la deteriorada salud de la madre de casi cien años (con la convivió toda la vida), los fantasmas de Auschwitz (Elie Wiesel escribió: "Primo Levi murió en Auschwitz cuarenta años más tarde").
Los motivos profundos de cualquier suicidio son insondables. Lo cierto, en el caso de Levi, es que, como sostiene el lingüista y crítico literario Tzevetan Todorov, el suicidio no es, en modo alguno, la culminación lógica de la reflexión de Levi. Primo luchó toda su vida contra la idea de que lo vivido en Auschwitz era una condena a muerte de por vida, que no podía superarse, que no había forma de sobreponerse. Discutió públicamente con Jean Amery por el tema y hasta lo criticó luego que este se suicidara a fines de los setenta. El italiano había escrito que los objetivos de la vida "son la mejor defensa contra la muerte, y no sólo en el Lager". Tal vez, esa mañana de abril de hace 32 años creyó haberse quedado sin ellos.
Lo enterraron en el cementerio de su ciudad natal. La lápida es sencilla. Sólo tiene sus datos.Los años de nacimiento y muerte: 1919-1987. Su nombre: Primo Levi. Y un número: 174517. El número tatuado en su antebrazo izquierdo. Su identidad como Häftling. El número que fue su nombre durante el año en Auschwitz. El número que Primo Levi nunca quiso borrarse. Del que no se vanagloriaba ni avergonzaba, el que no exhibía ni ocultaba.
Del que escribió en Los hundidos y los salvados: "Muchas veces me preguntan por qué no me lo borro, y es una cosa que me crispa: ¿Por qué iba a borrármelo? No somos muchos en el mundo los que somos portadores de tal testimonio"
BIBLIOGRAFÍA
Se questo è un uomo, De Silva, 1947.
La tregua, Einaudi, 1963.
Se questo è un uomo (versione drammatica), Einaudi, 1966.
Storie naturali, Einaudi, 1966.
Vizio di forma, Einaudi, 1971.
L’osteria di Brema, All’insegna del pesce d’oro, 1975.
Il sistema periodico, Einaudi, 1975.
La chiave a stella, Einaudi, 1978.
Lilít, Einaudi, 1981.
La ricerca delle radici, Einaudi, 1981.
Se non ora, quando?, Einaudi, 1982.
Ad ora incerta, Garzanti, 1984.
Dialogo (con Tullio Regge), Edizione di Comunitá, 1984.
L’altrui mestiere, Einaudi, 1985.
Racconti e saggi, La Stampa, 1986.
I sommersi e i salvati, Einaudi, 1986.
Opere, a cura di Marco Belpoliti, Einaudi, 1997.
Conversazioni e interviste 1963-1987, a cura di Marco Belpoliti, Einaudi, 1997.
L’ultimo Natale di guerra, a cura di Marco Belpoliti, Einaudi, 2000.
L’asimmetria e la vita, a cura di Marco Belpoliti, Einaudi, 2002.
Se questo è un uomo, Edizione commentata a cura di Alberto Cavaglion, Einaudi, 2012.
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Bibliografía en español
Si esto es un hombre, El Aleph, 1987 (Trad. Pilar Gómez Bedate).
La tregua, Alianza, 1988 (Trad. Carmen Martín Gaite).
Historias naturales, Alianza, 1988 (Trad. Carmen Martín Gaite).
Defecto de forma, Alianza, 1989 (Trad. Ángel Sánchez Gijón).
El sistema periódico, Alianza, 1988 (Trad. Carmen Martín Gaite).
La llave estrella, El Aleph, 1990 (Trad. Bernardo Moreno Carrillo).
Lilit y otros cuentos, Península, 1989 (Trad. Bernardo Moreno Carrillo).
La búsqueda de las raíces, Mucknik, 2004 (Miguel Izquierdo Ramón).
Si no ahora, ¿cuándo?, Alianza, 1989 (Trad. Ángel Sánchez Gijón).
A hora incierta, Limite, 2003 (Trad. Maria Antonia De la Iglesia, Jesús Pardo, José L. Reina Palazón).
Oficio Ajeno, El Aleph, 2011 (Trad. Antoni Vilalta)
Los hundidos y los salvados, El Aleph, 1989 (Trad. Pilar Gómez Bedate).
Entrevistas y conversaciones, Península, 1998 (Trad. Frances Miravitlles).
Ultima navidad de guerra, Muchnik, 2001 (Trad. Miguel Izquierdo).
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