Hijo del abogado internacionalista Santiago Mutis Dávila y de Carolina Jaramillo, en 1925 su padre ingresó al servicio diplomático y la familia hubo de trasladarse a Bruselas, donde el jefe de familia había sido nombrado ministro consejero. En Bélgica nació, en 1928, su hermano Leopoldo, y en 1931 murió repentinamente su padre. La afligida madre retornó a Colombia y se instaló en la finca Coello (ubicada en la confluencia de los ríos Coello y Cocora, en el departamento del Tolima). La finca había pertenecido al abuelo materno, el pionero Jerónimo Jaramillo Uribe, uno de los fundadores de Armenia, y doña Carolina acababa de heredarla. Mutis permaneció en Bruselas estudiando en el colegio Saint Michel de los padres jesuitas, en el que se empapó de conocimientos históricos, muy especialmente sobre Bizancio.
La finca Coello, y en general Colombia, representaron en esos años para Mutis un sitio de vacaciones. Sin embargo, la experiencia del contacto físico con el trópico, con el clima de la tierra caliente, el aroma del café, el plátano y los árboles frutales marcarían su posterior producción literaria. Pese a que para Mutis el mundo era Europa, los reiterados viajes en barco a Colombia (en pequeños buques de carga y pasajeros, que llegaban a Buenaventura tres semanas después de zarpar, al cabo de las cuales había que desplazarse en automóvil, tren y caballo hasta el hogar materno) fueron otra experiencia fundamental en la formación del escritor. No es raro, entonces, encontrar que el personaje principal de las novelas de Álvaro Mutis, Maqroll el Gaviero, se debata entre ciertas contradicciones, viva entre Europa y América, en mundos totalmente contrastantes, considere el Viejo Continente como la cuna de la civilización y al Nuevo Mundo como la fuerza, y que, insatisfecho con uno y otro, intente crear en sus aventuras un universo acorde con sus ideales.
La nostalgia de Coello lo acompañará toda la vida y será el secreto alimento de su obra.
Álvaro Mutis no acabó el bachillerato. Por problemas financieros de su madre, hubo de abandonar el colegio en Bruselas y se matriculó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá. Pero no le interesaba estudiar el pensum regular; le gustaba leer libros de historia, de viajeros y de literatura, y no le preocupó aprender matemáticas y otras minucias. En 1941, con sólo dieciocho años, prefirió casarse con Mireya Durán, con quien tendría tres hijos.
Como muchos de los grandes escritores contemporáneos, cumplió un exigente periplo de lecturas formativas que se inició con Julio Verne y Emilio Salgari, pasó por Honoré de Balzac y Flaubert y por los maestros rusos (Dostoievski, Tolstoi, Chéjov) para terminar, en esa primera etapa, con Kafka, Werfel y Rilke. De los latinoamericanos también leyó mucho, pero quien más lo conmovió fue Pablo Neruda con su Residencia en la tierra. En el Colegio del Rosario tuvo como profesor de literatura a Eduardo Carranza, quien le enseñó la importancia de poetas como Juan Ramón Jiménez y los españoles de la generación del 27.
Se hizo también amigo de los críticos y escritores Hernando Téllez y Eduardo Zalamea; frecuentaba los tradicionales cafés El Molino, El Asturias y El Automático, donde se acercó a dos generaciones distintas de poetas: los Nuevos y los de Piedra y Cielo. Conoció además a los hermanos Otto y León de Greiff, el primero de ellos muy importante en su formación como melómano. En 1942 fue contratado por la Radiodifusora Nacional como locutor de noticias, actividad en la que permaneció hasta 1946, cuando la Compañía Colombiana de Seguros lo nombró jefe de redacción de su revista institucional Vida; allí aparecieron sus primeros escritos: pequeños retratos literarios de Joseph Conrad, Alexander Pushkin, Antoine de Saint-Exupéry o Joachim Murat. Y también su primer poema, titulado "La creciente".
Durante esa época tuvo un acercamiento importante a los surrealistas: Saint-John Perse, traducido por Jorge Zalamea, André Breton y su Poisson salubre. Este último fue determinante en sus primeros poemas, pues quiso ser surrealista, al punto que sus versos iniciales los iba a titular "La cebra perfumada". También recibió la influencia del poeta venezolano Juan Sánchez Peláez, agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Bogotá, quien lo llevó a un mundo mágico, a un vocabulario deslumbrante. En 1947 conoció al poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, que era el embajador de Guatemala en Colombia, y a los pintores Fernando Botero y Alejandro Obregón.
El año siguiente se hizo amigo de Ernesto Volkening, quien, al igual que Casimiro Eiger, cumplió un papel importantísimo en el periplo literario de Mutis. Eiger conoció fragmentos de la obra de Mutis y lo animó a publicar algunos textos en el suplemento del periódico La Razón, que dirigía Alberto Zalamea. Por ese entonces existía el grupo de los Cuadernícolas, el cual, aunque no era homogéneo, gustaba de publicar sus versos en cuadernos. Mutis siguió la moda y, junto con Carlos Patiño Roselli y alentado por Volkening, publicó el cuaderno de poesía La balanza, con ilustraciones de Hernando Tejada, que se agotó por incineración el 9 de abril de 1948. El cuadernito recibió algunas críticas y Mutis esperó cuatro años para publicar su segundo libro: Los elementos del desastre, que por su frescura y pureza conmovió el mundo de las letras colombianas.
El trabajo consta de catorce poemas que configuran una visión apocalíptica del hombre, en los que se muestran la duda, el miedo y la destrucción, elementos que aniquilan al ser humano. Este libro contó con la lectura crítica de Volkening y con él se configuró Mutis como el principal poeta joven colombiano. Mientras se consolidaba como escritor, inició una importante carrera como relacionista público y publicista pues, desde un comienzo, comprendió que con la literatura no iba a percibir mayores ingresos. Fue director de publicidad de la Compañía Colombiana de Seguros y de Bavaria, jefe de relaciones públicas de Lansa, y, tras la quiebra de esta última compañía, pasó a ser en 1954 jefe de relaciones públicas de la Esso. Tales empleos le obligaban a viajar, con lo que conoció todo el país y parte del mundo. Muchos de sus poemas de esa época los escribió en aviones, aeropuertos y cuartos de hotel.
Los dos años que permaneció en la Esso fueron de casi total receso literario; sin embargo, Maqroll el Gaviero nació de las experiencias de Mutis en los planchones petroleros que recorrían el río Magdalena, desde Barrancabermeja hasta Barranquilla. Cabe destacar que Gaviero es el marino que desde el sitio más alto del barco vigila por todos los demás; su símbolo para el oficio de la poesía. En la Esso, Mutis manejaba importantes cantidades de dinero que la compañía destinaba a diferentes actividades: un buen porcentaje era para obras de caridad, y muy especialmente para el Secretariado Nacional de Asistencia Social (SENDAS). Pero el poeta le dio un uso distinto: lo invirtió en quijotescas empresas culturales y la compañía lo demandó, pues estaban en juego sus relaciones con la dictadura. Mutis tuvo que viajar con urgencia a México en 1956.
No perdió los lazos con Colombia, pues esporádicamente colaboró en la revista Mito. En 1959, la prestigiosa revista publicó como separata el libro Reseña de los hospitales de ultramar, que significó la aparición en el mundo de las letras del romántico personaje de Maqroll el Gaviero, que viene a encarnar la conciencia del poeta. En 1959 se hicieron efectivas las demandas en su contra y fue recluido en la cárcel mexicana de Lecumberri durante un año y tres meses. Una nueva experiencia para su formación como escritor, pues, además de conocer la poco gratificante vida carcelaria, logró superar miedos y fantasmas. De ese período de su vida es necesario resaltar la disciplina que tuvo en devorar libros; leyó por segunda vez los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, de quien tenía un retrato en su celda. Dio forma a los relatos "Saraya", "El último rostro", "Antes que cante el gallo" y "La muerte del estratega", a algunos poemas de Los trabajos perdidos (1965), y escribió el Diario de Lecumberri (1960), resultado directo de su estadía en la cárcel, en el que narra, de manera conmovedora, la vida y muerte de "Palitos". El libro fue publicado por la Universidad Veracruzana.
Tras la cárcel, algunos años después, Mutis pasó a ser gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox y luego de la Columbia Pictures (en donde permaneció hasta jubilarse en 1988), empresas que le permitieron seguir viajando por el mundo. Entre 1960 y 1973 es relativamente poco lo que hizo en literatura: en 1962 publicó cuatro textos con el seudónimo de Álvar de Mattos (diplomático portugués) en la revista Snob, dirigida por Salvador Elizondo y Emilio García Riera: "Pequeña historia de un gran negocio", "Historia y ficción de un pequeño militar sarnoso", "El general Bonaparte en Nizza" y "El incidente de Maiquetía o Isaac salvado de las jaulas". En 1964, en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México, dictó una serie de conferencias dedicadas a sus devociones literarias: Valéry Larbaud, Joseph Conrad y Marcel Proust. Tales conferencias serían publicadas ese mismo año en la revista de la UNAM, dirigida por Jaime García Terrés.
Sólo en 1982 volvió a aparecer un nuevo libro de poemas de Álvaro Mutis: Caravansary, que publicó el Fondo de Cultura Económica; ese año su gran amigo Gabriel García Márquez, a quien había conocido en 1950, ganó el premio Nobel de Literatura. Mutis, junto con otros amigos mutuos como Guillermo Angulo, Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia de Castaño, Alfonso Fuenmayor, Gonzalo Mallarino, Alejandro Obregón, Hernán Vieco y Fernando Gómez Agudelo, fueron invitados especiales del autor de Cien años de soledad a la ceremonia de entrega del Nobel en Estocolmo. Al año siguiente se le concedió en Colombia el Premio Nacional de Poesía.
Tras el premio, la trayectoria literaria de Álvaro Mutis siguió en ascenso. En 1984 el Fondo de Cultura Económica publicó Los emisarios; al año siguiente Editorial Cátedra publicó Crónica vieja y alabanza del reino, y recibió en México el premio de crítica Los Abriles por su libro Los emisarios. En 1986 Mutis irrumpió en el mundo de las letras con su primera gran novela: La nieve del almirante, primer volumen de la serie Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero; en 1989 obtuvo por esa novela el premio Médicis al mejor libro traducido al francés. También en 1986, El Equilibrista de México publicó Un homenaje y siete nocturnos.
En 1993, con motivo de sus setenta años, se organizó una semana de homenaje a Álvaro Mutis; entre los actos más conmovedores estuvo el recital que dio en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, al cual asistieron más de seis mil personas; además, la Universidad de Antioquia le concedió el grado de doctor honoris causa en literatura y el gobierno colombiano le otorgó la Cruz de Boyacá, en una cena de gala en la Casa de Nariño. El reconocimiento nacional se vio refrendado por una serie de premios internacionales de suma importancia. Así, en el año 1997 fue galardonado con el Premio Cavour, en Italia, y con el Príncipe de Asturias, en España, y en 2001 se hizo con el máximo galardón de las letras castellanas, el Premio Cervantes. A su serie de obras sobre Maqroll añadió una nueva publicación: Contextos para Maqroll (1997).
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mutis_alvaro.htm
"A mayor lucidez mayor desesperanza
y a mayor desesperanza
mayor posibilidad de ser lúcido"
Alvaro Mutis
"EL PLACER DE ESCRIBIR ESTÁ EN ENCONTRAR A ALGUIEN QUE RECUERDA UN PERSONAJE QUE HE CREADO" |
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por Marta Rivera de la Cruz
Universidad Complutense
Invitado por el Club de Debate de la Universidad Complutense, Álvaro Mutis visitó la Facultad de Ciencias de la Información para participar en un coloquio con los alumnos. La Facultad, que festeja sus veinticinco años de andadura académica, está un poco revuelta estos días: se celebran congresos, conferencias, seminarios. La reunión con Mutis coincide con la emisión en directo, desde el salón de actos, del programa de radio "Protagonistas", dirigido por Luis del Olmo. Sin embargo, son muchos los que han preferido escuchar a Mutis y el aula elegida para el coloquio se llena hasta la bandera.
Álvaro Mutis llega casi puntual, altísimo, sonriente, cómodo en su piel de escritor de moda y premiado reciente. Tiene la sonrisa constante, que a menudo quiebra en una carcajada sonora, inmensa. García Márquez lo definió una vez como "fabulosamente simpatico". Al ver a Álvaro Mutis uno tiene la impresión de estar ante un hombre dichoso, que disfruta enormemente con sus tareas de creador, con el contacto con la gente, con el cultivo de la amistad. Mutis es un colombiano que vive en Méjico "En dondequiera que se viva - dijo una vez en entrevista concedida a Lionel Giraldo- como se quiera que se viva, siempre se es un exiliado. Somos exiliados de nuestra infancia, de nuestra vida misma". Precisamente al exilio brindó un poema de "Los elementos del desastre":
"... y olvido así quien soy, de dónde vengo
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
gira hasta el alba su vocerío vegetal
su destronado poder, entre las ramas del sombrío
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre
Es entonces cuando peso mi exilio
y mido la irrescatable soledad de lo perdido
Exiliados de nuestra infancia. Si de ella somos, como decía Saint Exupery, Mutis pertenece al recuerdo vago de una Europa vista desde la óptica del hijo de un diplomático, allá en Bruselas, y luego de la del niño que regresa del continente para descubrir el trópico, la tierra caliente, las plantaciones inmensas, los cafetales, las quebradas, las tormentas apocalípticas, el universo particular de la finca "Coello", allá en Tolima, el paraíso irrecuperable. La vida de Mutis ha sido intensa, particular, a ratos extremadamente difícil, como el período tremendo que pasó en el penal de Lecumberri por causa de un error. Dieciocho meses privado de libertad, que le sirvieron, sin embargo, para enriquecer su experiencia personal. Así se lo reconocía en una entrevista concedida a Elena Poniatowska en la cárcel donde cumplía condena por un delito que no había cometido: "Estos meses de encierro los considero como una terrible pero fecunda experiencia humana, que me ha acercado a mi corazón y a mis asuntos. Yo antes era un "niño bien" , y de esta vida tan fácil viene naturalmente una insensibilización. Éste ha sido un trance importante, doloroso, pero se han abierto una cantidad de puertas a la sensibilidad y creo que por primera vez sé lo que es el contacto humano verdadero" .
Fue allí donde escribió su "Cuaderno del Palacio Negro", un testimonio inolvidable de su vida en la cárcel, y también cartas, muchas cartas: "Siempre he vivido para la relación humana. Pongo allí muchísimo. La segregación de mi mundo afectivo es terrible. Cómo quiero yo a mis amigos, caramba. He escrito muchas cartas, sí. Pero ni una sola ha quedado sin respuesta". Porque en la cárcel Mutis hizo muchas cosas. Exploró de forma exhaustiva la biblioteca de la penitenciaría. Y leyó, leyó.Y dirigió la puesta en escena de una obra teatral, "El cochambres", del también preso Rolando Rueda de León. Y siguió escribiendo. Y salió del penal con una experiencia tremenda a sus espaldas, y, sobre todo, sin rencores acumulados. Salió a la vida, a leer, a escribir, a publicar, a seguir dando forma a su Maqroll, que ya tenía vida propia. Leer, escribir, vivir. Y hablar, claro. Y cultivar a los amigos que quiere tanto y que le quieren tanto a él que García Márquez venció una vez más su miedo visceral a los aviones para estar a su lado en Oviedo cuando recogió el premio Príncipe de Asturias
Sin duda, este ha sido el "año español" de Álvaro Mutis: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Reina Sofía de poesía. Dos premios casi de golpe, y los dos muy merecidos y muy propios para un monárquico confeso, como Álvaro Mutis, que una vez contó a la periodista Gloria Castaño "Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad el Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del monarca. En un vasto palacio madrileño, destartalado e incómodo, complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice y gestor de la muerte del pálido infante don Carlos y formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del palido monarca (...) Hubiera querido morir en Coimbra, desterrado por el Conde Duque, alejado de la Corte y muertos ya mis viejos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora, me hubiese contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: "Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino"
Hace cuarenta años de eso. Ahora llegan los premios, que agradece profundamente: para mí el tener estos premios y el tener este contacto con ustedes es algo muy importante en la consolidación, en la afirmación de una serie de convicciones que he tenido desde niño.
Sin embargo, Álvaro Mutis reconoce que le aterra el lado público del éxito. Desde la concesión del Príncipe de Asturias "me han hecho unas trescientas entrevistas... ¡Y las que me quedan!"
Y a pesar de todo, ha aceptado la invitación de la Complutense para hablar con los estudiantes y la de la revista "Espéculo" para contestar algunas preguntas, que seguramente ya le habrán hecho o que es posible que le hagan. Es difícil encontrar a alguien que acepte con tanta bonhomía la esclavitud del triunfo. A lo mejor es que, por encima de todo, Mutis parece disfrutar intensamente con cada cosa que hace. Saluda a los estudiantes:Les quiero decir que estoy feliz de estar con ustedes, que estoy feliz de estar en este país porque tengo necesidad de España. A veces pienso que los españoles debieron haber hecho lo que los portugueses: instalar la corona en América y todo hubiera ido más suavemente. Pero, bueno, hay la idea del lugar común, de la madre patria, que no ha servido realmente para nada. ¿Por qué no decimos de una vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es una forma de distanciar en cierta forma, aunque parezca tan cariñoso? Mutis aboga por un proyecto común para España y Latinoamérica: creo que nosotros, los iberoamericanos, o sea, los españoles y los hispanoamericanos, tenemos todavía la posibilidad de escapar de la despersonalización y de este infierno llamado la globalización en donde nos quieren meter civilizaciones que bien poco tienen que ver con nosotros y con nuestra tradición.
Mutis habla del placer de leer, "soy un lector devorante", dice, y recuerda a los estudiantes que debe leerse únicamente por gusto: A lo que quiero llegar es que la lectura obligada es nefasta. A los jóvenes aquí presentes, nunca lean nada por obligación. Lean por placer, tengan una profunda sospecha -estoy hablando de Literatura, ¿eh?, no de química ni de trigonometría ni ninguno de esos horrores- si les aburre un libro, acuérdense de mí, por favor, ciérrenlo y no sigan leyendo, y si es posible tírenlo. Lean cuando sientan que el libro comienza a formar parte de ustedes, cuando sientan que se crea una compañía. Todo libro que no sea una compañía ya es sospechoso. A veces cuesta trabajo llegar a ese estatus, a esa situación... a mí me pasa con la poesía de Antonio Machado, que no me puedo mover de dónde vivo a ningún sitio sin llevar conmigo "Campos de Castilla". Claro que este es un caso extremo... Pero, repito, al comienzo es posible que haya... no sé, un proceso de conquista. Pero sepan que sin el placer de esa comunicación con el libro todo es inútil. Y a modo de anécdota cuenta cómo fue un profesor suyo del bachillerato "de cuyo nombre no quiero acordarme... vaya, creo que esta frase ya la dijo alguien..." quien durante años le arruinó la lectura de Galdós y de Cervantes a base de exámenes y resúmenes obligados de los textos, y tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Mutis se enfrentó por cuenta propia con las novelas de Galdós "nunca he disfrutado tanto con un libro como cuando me sumergí en los Episodios Nacionales". También recuerda las circunstancias de su acercamiento a Cervantes: "El primer ejemplar de "El Quijote" que me dieron a leer estaba expurgado, había que leerlo por obligación y escribir no sé cuántas planas sobre cada capítulo. Fue un suplicio espantoso lo tuve que hacer y no encontré ningún placer ni pude ver la maravilla que tenía delante. En una ocasión, cuando me quedé en la hacienda de mi abuelo que después fue de mi madre durante unas larguísmas vacaciones me encontré un Quijote y empecé a leerlo, y pensé: este es libro más divertido y más extraordinario que ha habido; y me ocurrió algo que me pasa cada vez que lo leo: me reconozco a mí mismo, esa mitad de Quijote y de Sancho que tenemos adentro está ahí, presentado con una profundidad, con una gracia, con una intensidad que hacen de la lectura una maravilla".
Y además de la lectura por placer, porque para Mutis no hay otro modo de acercarse al libro, habla el autor de la necesidad de releer: "El haber leído una vez, casi siempre -y lo digo en forma terminante- no basta. La relectura da sorpresas extraordinarias. Pueden pasar dos cosas: el libro que nos llamó la atención y que nos acompañó durante un tiempo, de pronto se vuelve a leer y se piensa, pero bueno, qué veía yo en esto... Porque uno está llevando a esa lectura una experiencia propia. Y cambiamos muchísimo. En la vida cambiamos mucho y de una forma muy radical. Así que puede suceder que un libro, en una segunda lectura, no nos diga nada. Pero puede suceder al contrario, y ese es el regalo más grande que puede hacer, es decir, pero cómo no vi yo esto, qué maravilla, pero yo me acordaba mal de este libro. A mí me acaba de ocurrir con "Lord Jim", de J. Conrad, que es un autor que quiero mucho. Pues releí "Lord Jim" hace seis meses y pensé: yo debí haber leído otro libro, porque este es radicalmente distinto al que yo recordaba. La vida te va cargando de experiencias a través de las cuales estás viendo cosas que en un momento dado el autor puso en el libro y tú no podías ver ni percibir, te pasaron por encima.
La última recomendación que hace Mutis a los lectores es la de la paciencia: :"cualquier relación, sobre todo al comienzo, está hecha de extrañezas. Con los libros pasa igual que con las mujeres y con los amigos: hay que tener paciencia para llegar a entenderlos y a quererlos. Ninguna relación es fácil al principio", y cuenta ante un divertido auditorio que hace días estuvo a punto de desistir de la lectura de un biografía sobre San Luis Rey de Francia: "entonces empezó a trabajarme adentro una especie de remordimiento. Y me dije: "bueno, pero un momento... este señor, el autor, ha dedicado toda su vida a este trabajo... «por qué no le doy yo un poco de mi tiempo?. Y volví. Y volví y tuve el premio magnífico de que las páginas que me faltaban de aquel trabajo árido entraban en el santo, en el hombre,y lo describían maravillosamente"
Y si leer es un gran placer para Mutis, confiesa a todo el mundo que escribir no lo es tanto : Cuando escritores, colegas míos cuya obra admiro, me dicen que sienten un placer infinito al escribir, no es que no les crea... es que me cuesta un trabajo horrible imaginar eso. Para mí escribir es una lucha con el idioma. El pintor tiene un lienzo en blanco, y lo va llenando de colores. Pero el lienzo está en blanco, entregado a él totalmente, a lo que él haga. El músico tiene una gama de sonidos, una manera de aprovechar esos sonidos. En cambio, los escritores nos las tenemos que ver con las palabras, con las que hablamos con el peluquero, peleamos con el taxista, discutimos con el amigo, hacemos una vida diaria que gasta y desgasta las palabras. Y esas mismas palabras son las que tenemos que sentarnos a usar para darles un brillo, para darles eficacia, para que nos ayuden a que Maqroll el Gaviero no haga más burradas de las que normalmente hace. Entonces esas palabras, cuando se unen unas con otras en una forma inesperada toman un brillo especial, saltan y se escapan de esa cosa usual, gris cotidiana... Ahí está el sufrimiento: en buscar la otra palabra, la manera de usar algo que está gastado y usarlo como nuevo. Y a mí eso me hace sufrir y me parece un infierno
Dice que no abre nunca un libro suyo una vez publicado "porque cada vez que lo hago digo, pero, ¡por Dios!, pero cómo no me di cuenta de ésto, pero, ¡por Dios!, cómo este hombre no acabo yo de hacer el trazo de su destino, pero por qué soy tan perezoso, qué torpeza es esto, pero cómo una mujer va a contestar esto cuando está abrazada a un hombre ... Y Maqroll a veces me ha regañado... Un día, cuando estaba escribiendo la penúltima obra mía, "Abdul Bassur, soñador de navíos", me quedé dormido y desperté y casi les puedo decir que oí a Maqroll diciendo: "así no hablo yo". Bajé a las ocho de la mañana, vi la frase y tuve que reconocer: tiene toda la razón, así no habla él. Eso no es ningún placer.
Sin embargo, la compensación del escritor viene después, "el saber que me leen personas en España, en América latina y en otros países, pero fundamentalmente en España, para mí es la justificación del trabajo siniestro de escribir".
Un trabajo siniestro, dice, y al que, sin embargo, se ha dedicado en cuerpo y alma y siempre a través de muchas otras ocupaciones, porque Mutis ha sido relaciones públicas de una petrolera, ejecutivo de la industria cinematográfica y hasta actor de radio. Pero el trabajo de escritor, tan doloroso, tan poco placentero, gana al final la partida a todo lo demás.
Antes de empezar lo que será la entrevista con Espéculo me recuerda las palabras de Pavese, "laborare stanca, trabajar cansa", dice, pero, a pesar de eso, Mutis ha trabajado y ha escrito mucho desde que Zalamea Borda publicó sus primeros textos en el suplemento literario de "El Espectador", de Bogotá. Obra en prosa, obra en verso, ambas de igual hondura. Gravitando sobre toda la obra, el personaje de Maqroll el Gaviero, seguramente el último héroe de la literatura contemporánea, "una esencia individual que sobrevive en un mundo épico", en palabras de Guillermo Sheridan. Un aventurero y protagonista de novelas que nació, sin embargo, en un poema de "Los elementos del desastre". Álvaro Mutis, que escribe sus poesías como si fuesen relatos y sus narraciones como si fueran poemas, se escandaliza cuando alguien le habla de la muerte de la poesía: "La poesía no puede morirse nunca; se acabará el mundo, morirá el último hombre y seguirá existiendo". Porque Mutis, parafraseando a Cardoza y Aragón, sigue defendiendo a ultranza que la poesía es la única prueba completa de la existencia del hombre, el principio y el final de todas las palabras". Decía Álvaro Mutis, en entrevista con Gabriela Rábago, "la inmensa recompensa está en el poema". Como escribía en "Los elementos del desastre": "Cada poema invadiendo y desgarrando / la inmensa telaraña del hastío"
—Queda claro que la poesía está viva y goza de buena salud. Pero, ¿y el realismo mágico? ¿Ha muerto?
— Lo que yo realmente dudo es que algún día haya existido. Ese tipo de fórmulas convencionales inventadas en Europa para explicar el fenómeno de Latinoamérica. Cuando se creó esta fórmula, esta idea del Realismo Mágico, ya creyeron arreglar todo. Todo es realismo mágico. Y encaja. Piensan en García Márquez, por ejemplo, piensan en "Cien años de soledad" y ya relacionan al autor con el realismo mágico, y se les olvida que ese mismo autor escribió "El coronel no tiene quien le escriba", que es la realidad misma, es un libro desnudo, maravilloso, despojado, donde no aparece nada que no sea cotidiano y terrible. Bueno, y en Francia esto ha llegado a convertirse en una manía: todo es Realismo Mágico si viene de Sudamérica. Yo quisiera que se sentaran y me dijeran cuál es el Realismo Mágico. El paisaje es así. Y el referirse al paisaje con cierta exaltación no tiene nada que ver, porque los escritores latinoamericanos están describiendo su verdad. Ni lo están magnificando ni les parece mágico; es que es así.
—¿Cree usted, entonces, que el problema es que los europeos desonocemos la realidad latinoamericana y cada vez que algo nos sorprende lo relacionamos con la magia?
—Exactamente eso. Esa es la sordera, la tremenda ceguera
—Dicen que fueron su obra y la de García Márquez las primeras en las que el paisaje sudamericano no fue un mero adorno
—Bueno, eso no es exactamente así. Por ejemplo, José Eustasio Rivera en "La Vorágine" tiene momentos maravillosos de descripción del paisaje. Y un escritor muy olvidado, Tomás Carrasquilla, ha descrito de un modo muy eficaz las minas de oro y el paisaje de la cordillera. Lo que sí sucede es que quizá los que escribimos más adelante incorporamos el paisaje como un personaje con alma, que actúa sobre los personajes y determina su destino. Pero eso no tiene nada que ver con el realismo mágico. Es que es así.
Es así. Cuando Mutis retrata la selva lo hace de un modo descarnado, hablando de un paisaje hostil al hombre, de una realidad atroz que corrompe al ser humano. En "La nieve del Almirante" leemos: "La selva tiene un poder incontrolable sobre la conducta de quienes no han nacido en ella", y esas palabras recuerdan a las que escribió Conrad sobre el Congo en "El corazón de las tinieblas":
—Yo no conozco el Congo; sí "El corazón de las Tinieblas". Conrad es un escritor a quien yo admiro mucho. Yo creo que a veces comparan con ella "La nieve del almirante" porque las dos describen el remontar de un río. Tal vez si yo hubiese descrito el descenso de un río... Mire, la selva amazónica no tiene nada que ver con ningún otro paisaje del mundo, para mí es horrible, algo infernal. La primera condición del paisaje amazónico es su monotonía implacable. Lo que ves el primer día lo vas a seguir viendo durante todo el recorrido, pero con detalles que se pueden volver alucinantes, la misma boa con la boca abierta a la orilla del río, los mismos pájaros dando alaridos en los árboles, la misma inundación, porque no hay tierra, todo son charcos, y agua, y agua y humedad, y humedad, y muy poco color. Es alucinante. Y entonces uno se encuentra ya a esos suecos, noruegos, franceses, que han enloquecido, que están allí y han olvidado su idioma. Yo conocí a un señor que supe que era noruego porque me lo dijo gente del ejército que tenía los papeles de él. Pero aquel hombre había olvidado su propia lengua, y hablaba en una mezcla de español y del idioma de los indios. El poder destructor de la selva es terrible. Además, yo viví mucho la selva, porque cuando trabajé en la ESSO, la compañía petrolera colombiana, acompañé a dos ingenieros que iban a determinar las zonas donde había petróleo —por cierto, que no hacen una sola prospección, nada más que marcan en el mapa—. Yo los acompañe durante varias semanas por la selva, y descubrí todo ese horror.
En el recuento de las visiones de Maqroll podemos leer: "Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira, volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva". Siempre Maqroll, el referente eterno. Y, sin embargo, Mutis ha creado otros personajes inolvidables, en especial ciertos caracteres femeninos. Es imposible no recordar, a Flor, a Amparo, a Ilona, que llegó con la lluvia y se fue de repente después de una trampa del azar. Y Susana "Wita", la mujer del capitán: un personaje casi imperceptible, que aparece de una forma fugaz y que el autor hace morir, quizá para volverla eterna. Muerta ya Susana, dice de ella Maqroll:
"tenía esa rara condición de transmitir la felicidad, de hacerla brotar en cada instante, así, gratuitamente, sin razón alguna, porque sí, porque venía con ella, con sus gestos, con su risa, con su amor por la gente, por los animales, por los atardeceres en el trópico... cuando perdemos a alguien así, sabemos que una ración más de la escasa dicha que nos es concedida se ha ido para siempre"
Es el lamento más hermoso, la mejor elegía, las palabras que provocan una inmensa piedad, pero más por el vivo que por Susana muerte, más por el que sufre la pérdida que por la mujer eternizada para siempre en un recuerdo tan grande, en un recuerdo tan hermoso, y Álvaro Mutis sonríe con una ternura intensa y entorna los ojos cuando se le habla de Susana, la esposa de Wito:
—"Ese es un personaje que yo quiero mucho. No quise desarrollarlo más y que estuviera más presente porque, como tenía que entrar después Ilona, sentía que me descompensaba un poco, que iba como a tomarle terreno a Ilona, a la que quería yo darle toda la novela que pudiera. Pero la esposa de Wito es un tipo de mujer que yo quiero muchísimo, y me alegra enormemente que después de tanto tiempo de terminar yo el libro alguien se acuerde de ella. Ése es el placer de escribir: encontrar a alguien que le recuerda a uno un personaje transitorio, pero al que yo doy mucha importancia y la quiero mucho. Gracias por hablarme de ella".
Es una palabra que escucharemos muchas veces de la boca de Mutis, que tiene una admirable tendencia a la gratitud, hija quizá de su vocación por disfrutar de todas las cosas de la vida. Mutis es generoso. Habla con los estudiantes sin prisa, con cariño, firma libros, hace preguntas a su vez, inquiere lugares de procedencia y ríe cuando un muchacho colombiano le dice que nació en Aracataca, "¡caramba, sólo eso faltaba!", y hay en su voz un matiz de afecto al recordar al señor de Macondo, su amigo eterno Gabriel García Márquez, Gabo, a quien. cedió el proyecto de componer "El general en su laberinto". El libro está dedicado a él: " Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro". Un reconocimiento justo que Mutis dice no merecer:
"Nunca regalé a Gabo..., eso es generosidad de él. Yo escribí esa novela, completa, una novela que tenía casi trescientas páginas. La leí y la quemé. Saqué un fragmento, que se llama "El último rostro", donde pensé que estaba concretado lo que yo quería decir de Bolívar. El resto no me gustó. Hubiera podido publicarse, pero no soy yo, es alguien tratando de demostrar una tesis. Y un día, pasado un tiempo, fue a mi casa Gabriel y me dijo, oiga, yo no puedo creer que usted haya quemado esa novela, dígame la verdad, y yo, pues sí la quemé, pregúntele a mi mujer, la quemé aquí, en la chimenea de la casa, y él, qué loco tan increíble, pero ¿por qué la quemó?, y yo, porque no me gustó. Y entonces él me dijo, pues yo la voy a escribir, y yo le contesté, me parece muy bien, nadie lo hará mejor. Aquí está toda la documentación, y le di los libros que yo había leído, la correspondencia de Bolívar, en fin, una serie de documentos históricos esenciales, y se lo llevó todo, y se marchó de mi casa diciendo "Ya sabrás de mí". Cuando terminó la novela me la dio, porque siempre me muestra sus originales antes que a nadie y me dijo, a ver, ¿va a quemar esta también? Y allí estaba el Bolívar que debía haber escrito yo. Pero lo escribió él. Perfecto.
Y así fue. García Márquez concibió un Bolívar distinto al retratado por Mutis en "El último rostro". Fue el propio Mutis, en declaraciones a Jean Luis Ezine, del "Nouvel Observateur", quien marcó la diferencia entre su personaje y el de García Márquez: "Él ve en el libertador a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era; a un hombre capaz de cálculos políticos cuando se comportó sobre todo como un niño consentido: en fin, a un conductor de hombres dotado de una madurez que jamás poseyó, en un continente donde la madurez ha brillado siempre por su ausencia". Mutis entendió a Bolívar como un héroe romántico; García Márquez presentó a un hombre de carne y hueso, al borde del abismo, cercano al final. También se sabe cercano a ese final el Bolívar de "El último rostro", y así lo resume en una frase: "Ya hay pocas cosas que puedan herirme".
Pero Mutis hizo al Gabo un regalo más: el adjetivo "homérico", que García Márquez emplea por primera vez en "El amor en los tiempos del cólera", en 1985. Veintitrés años antes, en 1962, Mutis empleaba el término "homérico" para calificar una carcajada en el cuento "Isaac salvado de las jaulas".
—Acabo de descubrir esa circunstancia —se ríe—, eso de que Gabo empleara el adjetivo... Yo soy un gran lector de Homero, y es que además Homero es un ejemplo elocuente de lo que debe ser el éxito literario. Yo siempre pienso que el más grande poeta y escritor del occidente, Homero, no sabemos si se llamaba Homero, ni si existió, ni cuándo existió. "La Ilíada" y "La Odisea" no sabemos realmente quien las escribió. Y el caso es que no importa. Para mí ese anonimato es la mayor forma del éxito. Los libros son los que tienen que vivir, no uno. Es como los premios. ¿Usted cree que alguien serio que ha vivido una vida plena, intensa, llena de trabajos, de sinsabores, de maravillas, puede creer que le están dando un premio a él? Claro que no. El premio es para los libros, que salen como huerfanitos a las vitrinas de las librerías. Ellos son los que necesitan el premio. Y ellos son los que van a disfrutar el premio porque el lector va a entrar en la librería pidiendo el último premio Príncipe de Asturias. Ese es el libro, no soy yo, de veras no soy yo.
La literatura trascendiendo al hombre. Mutis ya lo ha escrito más veces, y recuerdo ahora el último poema de "Los elementos del desastre": "De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra solitaria y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance".
Es quizá porque piensa así que Álvaro Mutis reniega de la función social del escritor, del compromiso político. Lo ha hecho siempre, y siempre ha confesado que no le interesa la política —"el último hecho político que me preocupa es la caída de Bizancio en manos de los infieles en 1453"— ni las luchas por el poder, y no cree que el escritor tenga por qué convertirse en ideólogo ni en abanderado de ninguna causa. Así lo afirmaba en 1952, en una entrevista en el programa de radio "Noticias literarias", dirigido por Felipe Lleras Camargo y J. M. Álvarez D'Orsonville, en Bogotá,: "La tan llevada y traída función social del escritor es una patraña en la cual se escudan los segundones de la literatura. Hablar de función social en la obra de arte es igual a que se hablara de función fisiológica cuando la prosa de determinados escritores nos conduce diligentemente a los caminos del más profundo sueño".
Más adelante, lo ratificaba ante García Márquez: "la única función que debe tener una obra de arte es crear valores estéticos permanentes. Si de casualidad o de carambola estos valores estéticos coinciden con una visión determinada de la situación del mundo o del país, eso no significa que las masas deban exigírsela al intelectual, para la solución de los problemas de las masas".
Han pasado muchos años y muchas cosas, pero Mutis sigue pensando lo mismo. El escritor debe dedicarse a la literatrua y huir del canto de sirenas del poder: El poder político es una maldición. Y todo compromiso que el escritor tenga con el poder político es una prostitución lamentable, un error brutal que va a pagar caro. Porque el político no perdona. Para el político el escritor es un escalón para subir, que rechaza una vez que llegó arriba. Si quiere saber alguien lo que es el horror de vivir en la política que lea las "Memorias de Ultratumba", de Chateaubriand, en donde está todo el viacrucis siniestro de alguien que de veras creyó que existía eso.
Literatura y sólo literatura. Leer y escribir. Es difícil precisar qué ha leído Mutis. Al hablar de sus referentes da los nombres de Tomás Rueda Vargas, Alfonso López, Aurelio Arturo, Conrad, Neruda, Dostoievski, Dickens, Joyce... cita a Cervantes, a Machado, a Gracián, a Borges, de quien dijo una vez en una conversación con José Miguel Oviedo: "Borges es un escritor para escritores". En 1976 confesaba a Guillermo Sheridan en una entrevista publicada en la Revista de la UNAM: "Creo que no hay una sola palabra, un solo tono de Borges en todo lo que escribo". Leído esto, el comentario que sigue es una insensatez, pero Álvaro Mutis parece invitar constantemente a ir más allá. Así que se lo digo, la vida de Maqroll es un aleph, y Mutis abre un poco más los ojos y se acaricia la barbilla antes de contestar
- No lo había pensado nunca. Pero es posible, me gusta. Un aleph.
Todo lo admite Álvaro Mutis. Lo admite y lo incorpora, inmediatamente, como motivo de reflexión. No rechaza nada. Lo escribió en una ocasión: "que vengan todas las influencias. Con ellas haremos la obra de arte". Y Maqroll, el héroe inmenso, puede colocarse en el epicentro del aleph. Dijo una vez el propio Mutis: "Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confesado. Lo que es Maqroll él, por su cuenta. Y lo que pienso ser, algún día, en otra reencarnación". Esta es la oración de Maqroll el Gaviero, y posiblemente también la de Álvaro Mutis: "¡Oh, señor! ¡Recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento! Recuerda, señor, que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro".
Maqroll el Gaviero, Maqroll el amigo, el amante y el lector, Maqroll el protagonista de una inmensa novela cuyo único escenario es el viaje. Maqroll es el ciudadano de un universo eterno, inabarcable, inacabable; es el hombre que trasciende a la muerte porque sabe que será inmortal en tanto siga vivo. Que sean las palabras de Mutis, que es como decir las palabras de Maqroll, las que pongan término a esta conversación infinita:
"Es preciso tener las más bellas palabras listas en la boca para que nos acompañen en el viaje por el mundo de las tinieblas.
Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas ciudades. Generosas razas nos esperan.
Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien poco, es cierto. Pero es menester aprovecharlo"
©
Marta Rivera de la Cruz 1997
ESPÉCULO No. 7
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Leopoldo Mutis, Botero y García Márquez |