jueves, 31 de mayo de 2012

Balthus o el erotismo sagrado

Balthus
Autorretrato, 1940

Balthus
(1908 - 2001)

Balthazar Klossowski de Rola, pintor francés de ascendencia polaca, nació en París, en 1908, y murió en Rossiniere, en 2001. Pintor figurativo de principio a fin, se mantuvo siempre al margen de los movimientos de su tiempo, como un auténtico independiente, aunque su obra se relaciona con el surrealismo, algo que desmintió uno de sus más insignes representantes, Antonin Artaud, y de lo que, a pesar de su amistad con Giacometti y con Miró, se defendió él mismo como si de un estigma se tratara.
   De familia noble, la casa paterna era visitada por los maestros de la pintura Pierre Bonnard y Maurice Denis, y por el poeta Rainer Maria Rilke, amigo de la madre y que en 1919 hizo publicar y prologó los dibujos hechos por el niño, entonces de once años, a su gato Mitsou. En 1921 se trasladó con su familia a Berlín y regresó a París en 1924, donde siguió clases de dibujo en la Grande Chaumière; enseña sus trabajos a Marquet, Bonnard y Denis, quienes le aconsejaron que hiciera copias de Poussin. En 1926 viaja a Italia y hace copias de los maestros del primer renacimiento; al año siguiente realiza las pinturas murales a la témpera para la iglesia protestante de Beatenberg.
   A finales de los años veinte comienza a retratar a sus amigos y hace su servicio militar de quince meses en Marruecos. En 1933 pinta La calle (La rue), donde inicia un estilo caracterizado por los contornos muy marcados y los colores planos; se relaciona con el grupo surrealista y entabla amistad con Giacometti; en 1934 hace su primera exposición individual en la galería Pierre con cinco cuadros cuyo contenido erótico y su ambigüedad causan un cierto escándalo, sobre todo La lección de guitarra, El arreglo de Cathy y Alice.
   En 1935 elaboró los decorados para la obra de Artaud, Les Cenci, y en 1936 pintó el retrato de André Derain. En 1938 realiza su primera exposición individual en Nueva York, en la galería Pierre Matisse. Son de estos años algunas de sus obras más conocidas, como el retrato de Joan Miró y su hija Dolores y Thérèse soñando. En los años cuarenta diseña los decorados de diversas producciones teatrales y sus mejores amigos son poetas (Malraux, Paul Eluard).
   En los años cincuenta realiza paisajes, vistas desde la ventana de su castillo del siglo XIV en Nièvre, y en 1956 el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedica una exposición. En 1961 es nombrado director de la Academia Francesa en Roma, y se trasladó por ello a la Villa Medici; en 1962 visita Japón, donde conoció a su mujer, la cual posa para varios cuadros de finales de los sesenta (Figura japonesa con espejo negro, 1967, o la Habitación turca, de 1963). En 1977 se retiró a Rossiniere (Suiza).

BIOGRAFÍAS Y VIDAS

La sortie du baigne, 1957
Balthus

Un cuadro de Balthus alcanza en Londres el precio más alto para la obra de un pintor vivo


SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ
Londres 29 MAR 1984

Un cuadro del pintor francés Balthus, cuya obra ha sido recientemente expuesta en Paris con un extraordinario éxito de público, alcanzó ayer en Londres uno de los precios más altos jamás pagados por la obra de un pintor vivo. El cuadro, titulado La sortie du baigne, fue subastado por Sotheby's por la cantidad de 847.000 libras esterlinas, es decir, algo mas e 186 millones de pesetas.La sortie du baigne fue pintado en 1957 y forma parte de la colección Helene Anavi de pintores superrealistas de posguerra. Anavi, de nacionalidad francesa, murió en 1981 y dejó estipulado que su colección, que consta de 59 obras, fuera subastada. Los fondos serán destinados a un centro para la investigación del cáncer, en París.
Los cuadros subastados ayer alcanzaron una cotización global de 4,5 millones de libras (cerca de 1.000 millones de pesetas). Además del ya mencionado, se subastaron otras dos obras del mismo pintor, que alcanzaron también cotizaciones muy altas. Un cuadro, titulado Jeune ffile a la fenetre, fue vendido por 594.000 libras, y el otro, La dormeuse, por 225.000 libras.
Balthus es el nombre por el que se conoce al artista francés de origen eslavo Balthasar Klossowski, que nació en París en 1908. El pintor vive actualmente en Suiza y está considerado como uno de los artistas más importantes de este siglo. El Metropolitan Museum de Nueva York mantiene una exposición permanente de sus obras.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de marzo de 1984






























Balthus con su hija Harumi
Rossinière, 2000
Fotografía de Bruno Barney.

Balthus arremete contra la crítica durante la apertura de su antológica romana

El pintor, de 88 años, asiste en silla de ruedas a su exposición más completa

PERU EGURBIDE
Roma 24 OCT 1996

Clima reverencial, expectación y, para postre, polémica. Balthasar Klossowski de Rola, conocido como Balthus, recorre acompañado de Valentino las salas de la academia del modista en Roma, donde se exponen 38 óleos y más de 40 dibujos de este monstruo sagrado de la pintura contemporánea. Los periodistas van tras la silla de ruedas en que el maestro desplaza sus 88 años de vida, inquietos por descubrir el contenido de una muestra que se anuncia como irrepetible y la mejor de esta década. Luego se pasa al diálogo, y Stanislas Klossowski de Rola, hijo de Balthus, se irrita. "Los críticos de arte no saben nada" dice. El pintor delegó en su hijo como portavoz formal.

Balthus se limitó a pronunciar, con dicción cansina, una breve alocución en italiano: "Señoras y señores, estoy contento de encontrarme de nuevo en Roma por algunos días, y la primera cosa que quiero hacer es agradecer a mi hija, Harumi, que anoche estuvo trabajando aquí hasta las tres de la madrugada. También quiero felicitar a Valentino por esta bella sala.. No tengo nada que decir. Si tienen alguna pregunta, hágansela a mi hijo", dijo el pintor.Balthus se va en su silla, tocado con una chaqueta de lana de colores pastel que recuerdan la tonalidad de sus cuadros más recientes. Le acompaña un joven japonés, que le empuja, y la ya ,madura Setzuko, la mujer que tomó por esposa casi impúber, como las adolescentes que retrata con insistencia, poco antes de regresar de Japón, en 1962.

Stanislas Klossowski se muestra disponible a cualquier pregunta. Dice que un cuadro de Balthus puede costar "entre un millón y medio de dólares (mas de 180 millones de pesetas), si es pequeño, y cinco millones de dólares o más, si es grande". La muestra incluye varias obras del artista o de galerías.
Afirma también el portavoz, nacido en 1942 de la unión del pintor con una jovencísima aristrócrata suiza, que esta exposición es "mucho más importante que la vista recientemente en el Reina Sofía de Madrid"."No creo que desde la realizada en Nueva York en 1984 se haya visto otra muestra de Balthus tan importante como ésta, ni creo que habrá otra igual, porque- el trabajo es excesivo", añade. Uno de los organizadores indica que el coste de los seguros de las obras trasladadas a Roma supera los 13.000 millones de pesetas.
Stanislas Klossowski destaca así los principales méritos de la exposición de la Academia Valentino: "Ante todo, aquí hay cuadros que eran dificilísimos de juntar, como son las tres versiones del famoso Gato del espejo".
Una de ellas pertenece a una señora mexicana, y otra a Giancarlo Giammetti, socio de Valentino, mientras que la tercera, fe chada en 1994, que estuvo en el Reina Sofía, es todavía propiedad del artista. "Además", pro sigue el hijo de Balthus, "están dos cuadros como La cama turca, pintado en Roma, que fue reproducido en un sello francés, y Elpintor y su modelo, ambos per tenecientes al Centro Georges Pompidou, que han podido salir de Francia únicamente gracias a una gestión personal del presidente de la República".
El hijo de Balthus asegura que su padre "se levanta muy pronto y se encierra en su estudio hasta que cae la luz. Sobre las cinco de la tarde descansa un poco y toma el té con alguna comida ligera. Trabaja en lo que le mantiene vivo, con la ayuda de su esposa, la condesa Setzuko, que también es una magnífica pintora. Apenas puede tenerse en pie, Pero está haciendo cosas bellísimas".

A contracorriente

Todo va por el mejor camino hasta que alguien pide que algún historiador o crítico explique la importancia de Balthus. Es entonces cuando Stanislas salta: "Los historiadores del arte no saben nada de nada. Se han equivocado tantas veces... Balthus es autodidacta, se formó copiando clásicos en el Louvre y a Piero della Francesca en Italia. Jamás renunció a ser figurativo. Fue a contracorriente".Es sabido que Balthus fue durante mucho tiempo el hermano de Pierre Klossowski, famoso escritor, director de cine y artista. Pero la irritación de Stanislas Klossowski se explica mejor por unas recientes declaraciones de Federico Zeri, máxima autoridad de arte en Italia, quien, en una entrevista, liquidaba a Balthus como "un pintor de segunda categoría". El propio pintor respondió que "alguien que vive en una casa tan horrenda como la que tiene Zeri no puede apreciar los valores de la pintura".
Giovanni Carandente, el historiador del arte italiano que llevó por primera vez a Chillida a la Bienal de Venecia, no comparte el juicio duro de Zeri, pero tampoco parece apreciar excesivamente esta exposición. "El único placer que da es ver los bellos cuadros de Balthus, pero se echa de menos el rigor. No sigue un orden cronológico, ni estilístico, ni temático. Un grande como Balthus hoy sólo puede ser expuesto en un museo, no en los salones de un modista".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 24 de octubre de 1996
EL PAÍS

Federico Fellini y Balthus
Rossiniere, 1992
Foto de Barbara Marc

Artaud y Fellini le entendieron

Perú Egurbide

Roma, 24 de octubre de 1996

Balthus ha sido un incomprendido, según los relatos de su familia. "El mismo sufre ahora porque sus cuadros se hayan vuelto tan caros, pero hay que recordar que durante muchos años su obra no se cotizó nada", recuerda el hijo del pintor, que señala dos excepciones entre mucha mala prensa histórica: "Antonin Artaud y Federico Fellini han sido probablemente los que han tenido una visión más acertada de Balthus y su pintura".Fellini ha hablado en entrevistas de su amistad con este genio natural de la plástica, que según recuerda su hijo, se manifestó prematuramente, ya que a los 12 años hizo un dibujo que dejó extasiado a Rainer María Rilke.
La relación con Fellini prolonga la lista de amistades famosas del pintor, como Derain, Cezanne, Matisse, Picasso, Braque, Miró o Camus, entre otros., El cineasta italiano conoció a Balthus algún año después de que, en 1961, éste aceptara la invitación de André Malraux para dirigir la Academia de Francia en Roma. El artista francés permaneció en Italia durante 15 años, pero casi hasta hoy se ha seguido trasladando desde su residencia en Suiza hasta cerca de Viterbo, donde ha tenido casa, y por estas mismas fechas se exponen dibujos que Balthus regaló a habitantes de la zona.
Fellini contó antes de morir a Costanzo Costanini, en una entrevista reproducida en el catálogo de la muestra, cómo conoció a Balthus y qué apreciaba en su obra. "Yo podía invitarle a los estrenos de mis películas y a algún restaurante, pero a nada comparable a las veladas en la Villa Medicis", sede de la Academia francesa, recordó el cineasta.Cuando le llevó a su estudio, el pintor le mostró el cuadro en que se veía "una joven oriental sorprendida mientras se miraba al espejo (La cama turca), que había comenzado 12 años antes y que aún no había terminado". `Pintaba con una paciencia monacal", añadió Fellini, "con la precisión de un miniaturista, con la meticulosidad y el amor por los detalles de los artistas flamencos o de los artesanos italianos de los siglos XV y XVI. El tiempo para él no existía. Repasaba siempre hacia atrás, recorría la historia del arte buscando la pureza originaria".


* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 24 de octubre de 1996



Painter Balthus and his wife Setsuko in their wooden hut of Rossiniere, Switzerland in February, 1998.
Photo by Raphael Gaillarde

El "erotismo sagrado" del pintor Balthus se expone por primera, vez en España

El Museo Reina Sofia presénta el mundo "familiar, Cotidiano y mágico" del artista

FERNANDO SAMANIEGO
Madrid 30 ENE 1996

La primera retrospectiva en España de Balthasar Klossowski, de Rola, conocido como Balthus (París, 1908), se maugura hoy en el Museo Nacional Centro de ArteReina Sofía.(MNCARS) de Madrid, donde se han reunido un centenar de pinturas, dibujos y grabados. "Se han dicho muchos tópicos sobre la obra de mí padre, y no se ha visto la diferencia entre el erotismo sagrado y el vulgar" declaró ayer su hijo, el conde Stanislas Klossowski de Rola. El pintor no pudo viajar por enfermedad, desde un pequeño pueblo de Suiza donde reside desde 1977, aunque espera realizar una visita privada. La muestra se abre con esta frase: "Quiero que miren mi pintura.. Mi personalidad queda en la sombra".A partir de mañana se abre al público, hasta el 1 de abril, la retrospectiva de Balthus, y en ese momento el pintor se unirá a España. El crítico Jean Lemarle, comisario de la exposición junto con Cristina Carrill ) de Albornoz, declaró ayer que Balthus "ha vivido con intimidad la idea de España. Conoce España sólo a través de los pintores, y desea visitar en el Prado a Zurbarán, Velázquez y Goya, cuyas obras pudo ver en Ginebra en junio de 1939, cuando se trasladaron por la guerra.Para el director del museo, José Guirao, "uno de los grandes enigmas de la historia del arte del siglo XX, por su propia personalidad y por su posición en el arte", entra en contacto por primera con el público es-, pañol, que tiene en la colección Thyssen La partida de cartas, ahora en la muestra. "Su obra no está a favor de modas o tendencias, sino que refleja de manera profunda una forma de ver el mundo. Tiene múltiples lecturas y es una obra abierta al tiempo y a la riqueza de la interpretación".La admiración personal de Jean Leymarie a lo largo de 50 años por Balthus se concentró en la "inmensa comunión" que significa el sentido de lo sagrado en el arte del pintor. La otra comisaria, Cristina Carrillo de Albornoz, comentó que el propio artista estaba fascinado con su exposición en un antiguo hospital, y tenía sus dudas de si iban a gustar sus pinturas. "Es. un pintor de ningún siglo, ya que, como decía Fellini, hay que mirar capa por capa para encontrar la historia del arte y su amor a la pintura. Mirar la pintura de Balthus es encontrarse con la búsqueda de la belleza, en sus retratos y paisajes". Adolescentes
"A mi padre nunca le gustó hablar de su pintura". Su hija Harumi módelo ocasional de Galliano, que ayer se presentó con su prometido, el conde Iván de la Fressange, desveló una parte mínima de los secretos que rodean al artista. "Un día me contó que su verdadero maestro era Mozart y que, careciendo de su genio, esperaba llegar a realizar algo idéntico en pintura. Ha intentado crear un mundo familiar, cotidiano y mágico al mismo tiempo. Las adolescentes han sido para él personajes de Poussin a quienes podía vestir de todos los colores".
Una gran fotografia en color de Balthus y su mujer, Setsuko, vestidos con quimonos, es la primera imagen de la exposición, situada en la planta baja. El montaje es cronológico, con los primeros cuadros, hechos en París en los años veinte hasta él más reciente, Chat au miroir III, realizado entre 1989 y 1994. Los comisarios pensaban incorporar su último trabajo, una odalisca, pero el pintor borró con pintura todo lo hecho.
En la parte central de las salas se han situado los dibujos, material que no se suele exponer y que sirve al pintor para el proceso de las telas. Una gran parte de ellos está realizada en los años se sienta,durante su estancia en la Villa Médicis como director de la Academia de Francia en Roma. Ese interés por el dibujo se ha cambiado en los últimos años, por impedimientos físicos, por el uso de la polaroid en la preparación de los cuadros. En otro espacio se ha colocado la serie de grabados que hizo en 1933 para ilustrar Cumbres borrascosas.
Autodidacto, Balthus copia a Poussin, estudia a Giotto, Masaccio y Piero de la Francesca, y conoce en Japón el arte oriental. Con una corta producción de unos 300 cuadros, su obra ha entusiasmado a escritores y pintores como Rilke, Camus, Giacometti o Picasso. "No soy un pintor moderno, ni siquiera contemporáneo", ha declarado. Ayer, su hijo Stanislas decía que su obra refleja la dimensión espiritual que vive cada día".





















SU AMIGO DON PABLO


"Su relación con Picasso fue muy profunda; le llamaba don Pablo, y Picasso decía de mi padre, en palabras de Masson; 'Balthus y yo somos las dos caras de la misma moneda". Harumi Klossowski de Rola, hija del pintor, comentó ayer las relaciones entre los dos artistas. Picasso estuvo ayer en el Reina Sofía, en la misma exposición de Balthus con el cuadro que compró, Los niños, de 1937. También tuvo la amistad de Miró, a quien pintó junto a su hija Dolors en 1937-1938. Ayer se presentó la escultura La mujer en el jardín, realizada por Picasso en 1929-1930, que se incorpora a la colección permanente del museo gracias al mecenazgo del Banco Bilbao Vizcaya (BBV) que aportó los 691 millones de pesetas. Está situada frente al Guernica y cerca de las obras de Julio González. En las próximas semanas habrá más picassos si se completa la operación de reunir 4.000 millones de pesetas. Cultura y el museo han firmado 2.000 millones con el ICO y Caja Madrid, y negocia con otras dos firmas no bancarias.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de enero de 1996

Balthus y su esposa Setsuko en Rossiniere, Suiza, 1998
Foto de Henri Cartier-Bresson

El pintor francés Balthus muere a los 92 años en Suiza



19 de febrero de 2001

El pintor francés Balthus falleció ayer, 10 días antes de cumplir 93 años, en su chalé de Rossinière, en el cantón suizo de Vaud, donde residía desde 1977. El sábado abandonó la clínica en la que llevaba hospitalizado varios meses. Aristócrata, el conde Balthazar Klossowski llevó a sus cuadros el surrealismo y el realismo mágico, en especial los retratos de adolescentes de un 'erotismo sagrado'. La primera antológica de Balthus en España (hay un cuadro en el Museo Thyssen) se celebró en 1996, en el Reina Sofía, con obras de su mundo 'familiar, cotidiano y mágico', según su hijo, el conde Stanislas.


En el ciclo de conversaciones que Françoise Jaunin mantuvo con el pintor, publicado en Lausanne en agosto del 99, Balthus tomaba la palabra para dar, desde el inicio, una inequívoca definición de lo que, para él, era el sentido esencial de la práctica a la que consagró su existencia y que hizo de él uno de los artistas más singulares, enigmáticos y en verdad excelentes del siglo que acabamos de concluir. 'La pintura', decía Balthus en esas páginas, 'es una encarnación. Da vida y cuerpo a la visión que la soporta'.
Nacido en París el 29 de febrero de 1908, en el seno de una familia polaca de ascendencia noble, de padre pintor e historiador del arte y madre asimismo pintora -y de la que surgirán otros dos hijos igualmente notables, su hermano mayor, el filósofo y pintor Pierre Klossowski, y el escritor y erudito Stanislas Klossowski de Rola-, Balthus no podría haber visto germinar su propia devoción pictórica en un crisol más propicio. Orientaron sus primeros pasos creativos los consejos de dos mentores de lujo, Bonnard y Maurice Denis, visitantes habituales de la casa paterna, y el arranque precoz de su trayectoria pública sería impulsado por otro patronazgo no menos excepcional, el del poeta Rainer Maria Rilke, íntimo amigo de su madre, quien prologó e hizo publicar en 1919 el ciclo de dibujos que, con 11 años, Balthus había realizado en memoria de su gato Mitsou.
Esa concepción de la pintura como 'encarnación de una visión', que reivindicaba además como una práctica de orden religioso, llevaría con frecuencia a Balthus a rechazar vivamente muchos de los tópicos que se han asociado a su trayectoria y a las lecturas recurrentes sobre su obra. Así, por ejemplo, desmentirá la insistente y común asociación de un equívoco erotismo perverso a las ninfas que pueblan, en lánguido abandono, muchas de sus más celebres y emblemáticas composiciones de figuras en un interior. Para él son, le dirá de nuevo a Françoise Jaunin, en sentido estricto ángeles, y nada tendría de procaz su abandono sino el inocente impudor inherente a la infancia. Como protestaría desde siempre su asimilación a la esfera de los surrealistas. Es cierto que entre ellos tuvo sus primeros valedores, cuando, ante la más temprana de sus telas mayores, la definitiva versión de La rue de 1933, saludarán en él la irrupción de un talento magistral, y que entre los nombres vinculados, en un grado u otro, al grupo capitaneado por André Breton, mantuvo no pocos lazos de amistad esenciales, como en los casos de Giacometti o Miró, protagonista este último, con su hija Dolores, de uno de los más hermosos retratos realizados por Balthus. Pero, a su decir, su obra se sitúa, y aún desde el inicio, en las antípodas de lo surreal.
Otra de las figuras mayores que suelen incluirse a su vez en la estela extensa del surrealismo, Antonin Artaud -con quien también mantuvo amistad entrañable, para quien dibujó los figurines del montaje teatral de Cenci y de quien nos legó otro memorable retrato- se ocuparía de desmentir, de forma bien temprana, ese equívoco de un Balthus surreal. 'La pintura de Balthus', escribía Artaud, 'es una revolución incontestablemente dirigida contra el surrealismo, mas también contra el academicismo en todas sus formas. Más allá de la revolución surrealista, más allá de las formas del academicismo clásico, la pintura revolucionaria de Balthus alcanza una especie de misteriosa tradición'.
Y es, una vez más, en el seno mismo de esa enigmática e inmutable tradición, vivificada de nuevo en el seno del presente, donde el gran historiador del arte polaco Jan Starobinski identificará el sentido de la aportación que la obra pictórica de Balthus enfrenta al erosionante vértigo del siglo de las vanguardias, no como una defensiva regresión sino, antes bien al contrario, como paciente e indesmayable fuga en pos de una raíz inmutable, en la vorágine de esa temporalidad sin fondo que cifra el destino de la modernidad.
Pintura, pues, como encarnación de esa suntuosa y esquiva visión aristocrática que, en La vista, el tacto, el poema que Octavio Paz dedicaría al hacer de Balthus, el poeta mexicano asocia a la luz que sostiene el alma de lo real, esa luz que '... se va por un pasaje de reflejos / y regresa a sí misma: / es una mano que se inventa / un ojo que se mira en sus inventos. / La luz es tiempo que se piensa'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de febrero de 2001




Balthus

Vestigios de la felicidad



RAFAEL ARGULLOL
23 FEB 2003

En los momentos de gran convulsión es cuando parece más conveniente preservar la capacidad de goce. De este modo lo constata, por ejemplo, Balthus cuando describe las circunstancias en las que pintó su famoso cuadro El cerezo, en 1940 justo después de ser herido en la guerra y, posteriormente, desmovilizado. "Así, decía no a todo lo que se estaba tramando de siniestro y mortal. Pintar El cerezo era pintar un vestigio de la felicidad, dar todavía una idea de la felicidad que se escabullía".


De un modo más general, las Memorias de Balthasar Klossowski, Balthus (Barcelona, 2002), reflejan una militancia en la búsqueda de la serenidad que resulta reconfortante. Dictadas poco antes de morir, en 2001, son un meditado testimonio de la pintura del siglo XX y simultáneamente una guía sutil para llegar a una sabiduría del detenimiento que, como pintor, le acerca a las filosofías consoladoras de Séneca o Montaigne. Como estos últimos, Balthus logra en su texto transmitir al lector la fuerza del equilibrio entre experiencia y reflexión, la belleza de los segmentos de la vida que quedan iluminados por un anhelo de armonía. En tiempos de comida rápida para el cuerpo y para el espíritu, la lentitud elogiada por Balthus es una constante invitación a saborear los frutos ocultos tras el vértigo y la polvareda.












Frente a un arte vencido por la velocidad productivista, Balthus, amante del detenimiento, se exige la restauración del 'oficio' de pintor

Naturalmente donde Balthus concentra con mayor decisión sus ideas es en el terreno del arte y, aun más decididamente, de la pintura puesto que, beligerante contra muchas de las tendencias del siglo pasado, se muestra convencido de la vigencia de la silueta tradicional del pintor. Para Balthus, en síntesis, la mayor modernidad implica, en cierto modo, un retorno a la tradición.
Frente a un arte vencido por la velocidad productivista, Balthus, amante absoluto del detenimiento, se exige la restauración del oficio de pintor. No concede importancia, por tanto, a las discusiones y bandidajes acerca de los contenidos, los estilos o las técnicas, y aún menos a la agotadora oposición entre figuración y abstracción, que ha cuarteado falsamente el arte occidental de los últimos 50 años, sino, de un modo completamente decisivo, a la actitud: a la relación íntima entre el pintor y la obra, entre el artista y el mundo.
Balthus propone dos imágenes, ambas pertinentes para ilustrar su reivindicación del oficio. En una de las páginas más hermosas de las Memorias el pintor es asimilado al labrador, y el lienzo a la tierra que debe ser cuidadosamente cultivada para poder recoger, luego, la cosecha. No es sólo una metáfora puesto que en muchas de sus afirmaciones Balthus parece querer adentrarse en la piel del labrador con su apología del esfuerzo, con su reclamo radical de la paciencia. Cuando, día tras día, contempla el lento crecimiento de sus cuadros -uno de sus mayores placeres, según confiesa- lo hace con los ojos del campesino: el espacio trabajado línea a línea, la tranquila captura de la luz, la roturación del tiempo.
El pintor labrador concentra la mirada para descubrir, tras esta roturación, los secretos del tiempo. Ellos guardan las joyas de la existencia. Balthus rinde homenaje a Rainer Maria Rilke, al que le unieron lazos estrechos, al evocar el silencio que rodea los grandes descubrimientos de las pequeñas cosas. Lo que para los profanos puede ser rutina o repetición a los ojos del escrutador se convierte en rincón sagrado. Desde esta perspectiva se siente cercano a Bonnard y, por encima de todo, a Cézanne. Balthus se deleita con la extrema felicidad que debió sentir Cézanne al pintar una y otra vez la montaña Sainte-Victoire.
La otra imagen es la del artista como monje. A Balthus le parece que éste es un buen antídoto contra la neurosis egolátrica que ha servido tan a menudo de alimento del artista moderno. Quizá simplemente constata que se ha agotado un ciclo en la cultura occidental y que la figura del artista como creador absoluto -y con frecuencia todavía más enfáticamente, como genio- tras ofrecer productos prodigiosos ha acabado desvaneciéndose en su propia fantasmagoría. Frente a la grandilocuencia de un gesto que fue trágico en sus mejores momentos y patético en los peores, para Balthus el arte debe volver a la minuciosidad modesta y profunda del artista monje. Al pintor del futuro Balthus le pide recuperar el talante de los grandes meditadores de la pintura: la precisión de Poussin, la composición de Piero della Francesca, la exactitud de Masaccio, el amor de Giotto. Ninguna escuela le parece más importante que la de los fresquistas italianos del primer Renacimiento. Ellos poseen el don más apreciado o la sabiduría de la luz.
Una sabiduría a la que también se dirige decididamente Joan Hernández Pijuan, como lo prueba la gran exposición que le dedica el Macba de Barcelona bajo el título, significativo, de Volviendo a un lugar conocido. Volver al lugar conocido: una región de la pintura en la que las reflexiones de Balthus encajan admirablemente. Como éste también Hernández Pijuan entiende la pintura como una forma de conocimiento, un vuelco de la memoria hacia la sensación, una captura del vacío elegantemente obligado a llenar el tiempo.
Visto el balance de tres decenios -la exposición abarca de 1972 a 2002- puede constatarse el rigor con que Hernández Pijuan ha llevado su propuesta a su mayor perfección. Su arte del detenimiento, el que tanto reclamaba Balthus, le ha conducido a una cristalina travesía del espacio en la que no es difícil encontrar esos vestigios de felicidad adheridos, siempre, a la gran pintura: como esos campos de rebeldes al límite, como ese ciprés que resguarda el mundo del horror.
Uno y otro nos insinúan que la pintura puede reconocer. Pero para ello se necesitan pinturas más humildes. Es decir, espiritualmente más ambiciosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de febrero de 2003

Púberes angelicales desnudas de Balthus

Picasso le dijo: “Eres el único pintor de tu generación que me interesa”


La pintura 'Thérèse dreaming' de Balthus.
En la Rossinière, una casona de cincuenta habitaciones y más de cien ventanas, situada en el cantón suizo de Vaud, donde vivió Balthus los últimos años de su vida, se habían hospedado también Víctor Hugo, Goethe y Voltaire cuando era el hotel Grand Chalet. El pintor la había adquirido a cambio de unos cuadros después de casarse en 1967 con Setsuko, una estudiante japonesa que conservaba todos los ritos de la nobleza de su antigua familia de samuráis. La mansión se parecía a un templo taoísta, envuelta en el aire trasparente de los altos valles y en su interior se hallaba extasiado un silencio neumático que se acrecentaba con el crujido de los pasos sobre el viejo entarimado, con el maullido de alguno de los treinta gatos que reinaban sobre los almohadones y a veces con el sonido de Mozart. Esta quietud religiosa permitía oír el roce del pincel de Balthus sobre el lienzo y el leve batido en el mortero con que Setsuko mezclaba los pigmentos delicadamente como una geisha.
Basculando siempre entre la pobreza y los delirios de grandeza Balthus había habitado también el château de Chassy, de cuatro torres, destartalado, casi en ruinas, lleno de goteras, en compañía de su sobrina adolescente Frédérique, a la que había convertido en su modelo y amante. El pintor presumía del título nobiliario de conde de Rola, tal vez falso, extraído de un pasado oscuro aristocrático heredado en Polonia de su padre Erich, crítico de arte, pintor e investigador, amigo de los famosos artistas del momento.
Balthasar Klossowski de Rola había nacido el 29 de febrero del año bisiesto de 1908, en París. Tuvo una infancia feliz, rodeado de seres singulares, en un ambiente culto y refinado. Su madre, Elisabeth Dorothea Spiro, llamada Baladine, era una judía de clase media, de la que el hijo se avergonzaba, pero fue amante de Rilke, quien se constituyó en el protector del muchacho y le prologó una historieta sobre su gato Mitsou, que el niño había dibujado a los diez años. A Balthus siempre le subyugó la gracia esquiva de estos felinos. En uno de sus más famosos cuadros aparece una adolescente morbosamente sentada con las piernas abiertas enseñando las bragas y a sus pies un gato, que no es sino un trasunto del propio Balthus, da lengüetazos a un plato de leche.
Este pintor gatuno y esquivo había conseguido enamorar a una aristócrata de verdad, Antoinette de Wateville, de rancia nobleza suiza. Se casó con ella, tuvo dos hijos, pero la mujer lo abandonó escandalizada al verse desnuda en los cuadros en casa de los amigos. Este falso aristócrata con aires de vampiro solitario, elegante, orgulloso y lunático estaba obsesionado en pintar la angélica inocencia de las niñas desnudas, que parecían soñar con los ojos abiertos y captarlas en el punto culminante anterior a la masturbación. Balthus trataba de imitar a Lewis Carroll, que había sabido extraer el secreto profundo y primitivo, inocente y desconocido, la esencia del ángel, del alma de las niñas. Contra los ataques que le acusaban de saciarse con el erotismo de esas adolescentes desnudas afirmaba que pretendía justamente lo contrario, rodearlas de un aura de silencio y de profundidad, creando un vértigo a su alrededor. Por eso las consideraba ángeles, seres llegados de fuera, del cielo, de un ideal, de un lugar que se entreabría de repente, atravesaba el tiempo y dejaba su huella imantada en el aire.


Breve biografía

Nace en París el 29 de febrero de 1908, hijo de un historiador de arte,Erich Klossowski, y Elisabeth Dorothea Spiro.
Además de sus cuadros, pintó para teatro: Albert Camus le pidió que diseñara los decorados y el vestuario para su obra L’État de siège.
En 1964 se mudó a Roma, en donde presidió la Academia francesa y se hizo amigo de Federico Fellini.
Ha sido el único artista con vida que teníaobras en el Louvre.
Falleció el 18 de febrero de 2001 en Rossinière(Suiza).
“Solo una vez pinté un cuadro a modo de provocación. En 1934 expuse en la galería Pierre Loeb, entre bastidores, La lección de guitarra, que se consideró demasiado atrevida en una época de provocaciones cubistas y surrealistas”. Se trata de una escena lésbica muy tórrida entre dos adolescentes en la que ambas se percuten el sexo como si se tratara de las cuerdas de un instrumento musical. Por mucho que Balthus afirmara que solo buscaba extraerles la dulzura del alma, el cuadro causó un gran escándalo en un tiempo en que lo elegante era no sorprenderse de nada. Aun hoy está vetado en muchas exposiciones.
André Malraux le encargó la restauración y dirección de Villa Médicis, la casa de la cultura de Francia en Roma. Balthus abandonó el castillo destartalado de Chassy, se llevó consigo a Frédérique y se paseó con ella por toda Italia. Encontró otra residencia fastuosa cerca de Viterbo llamada Castello di Monte Savello, vivieron allí un tiempo hasta que Frédérique lo abandonó al quedar embarazada por uno de los becarios residentes de Villa Médicis.
Picasso le dijo un día: “Eres el único pintor de tu generación que me interesa. Los demás quieren ser como Picasso. Tú no”. Balthus solo estaba interesado en descubrir el secreto de la pintura en Poussin, en Masaccio, en Piero della Francesca, en Courbet. Aunque era amigo de Giacometti, de Bonnard y de Dora Maar, había rodeado su vida de un misterio enclaustrado.
Llegó a la vejez alto y flaco. Y al final mientras la condesa Setsuko, vestida con kimono, ejercía la ceremonia del té a madia tarde frente a la alta montaña como una geisha en la mansión de la Rossinière, las adolescentes que habían pasado por sus cuadros, Michelina, Katia, Natalie de Noailles, Anna, Sabine y Frédérique puede que le perturbaran la memoria, tal vez de forma diabólica. La profundidad de su obra está fuera de dudas, pero se trata de saber si Balthus era en realidad un místico o un pedófilo, un Príncipe de las Tinieblas o un pintor religioso, un conde Drácula que bebía en los cuellos de las niñas angelicales o un artista que pintaba aquellos cuerpos púberes desnudos a modo de una oración que le llevaba a Dios a través de su belleza.