miércoles, 29 de junio de 2011

Álvaro Cepeda Samudio / Cuando todos estábamos a la espera


Álvaro Cepeda Samudio
CUANDO TODOS ESTÁBAMOS A LA ESPERA

Ciénaga, Magdalena, marzo 30 de 1926 - Nueva York, octubre 12 de 1972.
Periodista, cuentista y novelista colombiano, apodado El Nene y El Caballón, Alvaro Cepeda Samudio es el autor de los libros de cuentos "Todos estábamos a la espera" (1954) y "Los Cuentos de Juana" (1972), y de la novela "La casa grande" (1962). Hizo los estudios secundarios en el Colegio Americano de Barranquilla y en 1949 viajó a Estados Unidos a estudiar periodismo en la Universidad de Columbia, en Nueva York. En 1951 regresó a Barranquilla y trabajó como corresponsal de The Sporting News. En 1955 se casó con Teresita Manotas. Como periodista y gran apasionado de los deportes, cubrió eventos deportivos para el periódico El Nacional; en 1951 tuvo una columna en la página editorial de El Heraldo, "La brújula de la cultura"; y fue director del Diario del Caribe. Participó, como guionista y actor, en el cortometraje La langosta azul, al igual que en otras películas cortas y en un noticiero de cine, y organizó el Cine Club de Barranquilla. Perteneció al Grupo de Barranquilla, famosa tertulia intelectual en la que participaron Ramón Vinyes, Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas y Alejandro Obregón, entre otros. Murió de cáncer en el Memorial Hospital de Nueva York en 1972.
Hablar de Cepeda periodista equivale a hablar de él como intelectual y artista. Quería estar al tanto de todo y lo quería dar a conocer todo. Precozmente había visto la necesidad de buscar, acoger y aclimatar valores nuevos y universales, tanto en las formas como en los temas, y de ello da fe su narrativa de ficción de esa primera época. Para Cepeda, en materia de arte y cultura, lo primordial era que circulara la información libremente. En la producción de la primera etapa periodística de Cepeda, se advierte cómo va definiendo los rasgos de lo que sería su periodismo. Sus dos primeros textos conocidos son: "Una calle", descripción-relato y "El periodismo como función educacional", ensayo-polémica-manifiesto, aparecidos en El Nacional de Barranquilla. Su primera columna publicada en El Nacional fue la titulada "En el margen de la ruta". Es famoso en el periodismo colombiano su reportaje al futbolista Garrincha. Cepeda Samudio perteneció al Grupo de Barranquilla, tertulia de intelectuales de la que formaban parte Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Ramón Vinyes y José Félix Fuenmayor, entre otros; publicó varios cuentos en la revista del grupo, llamada Crónica. Su novela La casa grande, su obra narrativa más importante, fue el último libro publicado por Ediciones Mito.
Acerca de La casa grande, García Márquez dijo: "Es una novela basada en la matanza de los peones bananeros en huelga, realmente efectuada por un comando del ejército en 1928. La casa grande no exhibe muertos, y el único soldado que recuerda haber matado a alguien "no tiene el uniforme empapado de sangre sino de mierda [... ]". Esta manera de escribir la historia, por arbitraria que pueda parecer a los historiadores, es una espléndida lección de transmutación poética. Sin escamotear la realidad [...] nos ha entregado su esencia mítica, lo que quedó para siempre más allá de la moral y la justicia y la memoria efímera de los hombres". Sobre su cuento más conocido, "Todos estábamos a la espera" (Barranquilla, 1954), el crítico Eduardo Pachón Padilla dijo: "Posee recursos tomados de la imaginación, estilo pulcro, nítido y mesurado. Todos los asuntos son examinados por un único aspecto: el individuo sumergido en el vórtice de la multitud. En su afán renovador, Cepeda incorporó a la narrativa, técnicas periodísticas norteamericanas." [Ver tomo 4, Literatura, pp. 289-290; y tomo 5, Cultura, pp. 239240].
         Álvaro Cepeda Samudio bebió la vida a borbotones. Desordenado, inconstante, intenso, entre locuras y proyectos fantásticos, así fue su vida, y así quedó su obra, como una promesa. La casa grande es una lectura deliciosa, sin duda,  pero había en Cepeda Samudio talento para empresas más grandes. Parafraseando uno de sus títulos, nos quedamos a la espera de algo más.


Fuentes:
Álvaro Cepeda Samudio. Antología. Selección y prólogo de Daniel Samper Pizano. Bogotá, Colcultura, 1977.
Jacques Gilard. Prólogo. En: Alvaro Cepeda Samudio, En el margen de la ruta. Bogotá, Oveja Negra, 1985.
Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores.


viernes, 24 de junio de 2011

Sofocleto / La horca como instrumento de cuerda




La horca como instrumento de cuerda

También llamado Luis Felipe Angell de Lama, nació en Piura, el 12 de abril de 1926 y murió en Lima el 18 de marzo de 2004. Escritor prolífico,periodista, comentarista deportivo y político, humorista agudo y poeta. Escribió doce mil sonetos o  "sofonetos", 2.538 décimas y 50 mil sinlogismos. Al fallecer estaba reeditando 27 tomos de los 162 que comprenden sus obras completas. Manual del perfecto deportado, Hacia una filosofía universal del gato, El virus matrimonial, Diccionario loco, La sábana de arriba, La sábana de abajo, Al pie de la letra, algunos de sus títulos. Se dice que la producción literaria de Luis Felipe Angell de Lama es cien veces mayor que la obra en conjunto del Siglo de Oro español. Ha escrito  mucho más que Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Bécquer y todos sus contemporáneos.
Vivió en Piura hasta los cuatro años y luego se trasladó con su familia a Lima. Ya leía a la perfección. En su niñez recibió como herencia de sus tíos abuelos  dos bibliotecas que sumaban veinticinco mil libros. Escribió sus primeros versos a los siete años. A los ocho, sus primeras décimas, y a los diez, el primero de los doce mil sonetos. Fue de un colegio a otro (Hermanos Maristas, La Merced, La Inmaculada, San Agustín y el Colegio San Andrés) y de una universidad a otra (Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, La Sorbona. Leía y hablaba en inglés, portugués, italiano y francés. También conocía algo de latín y ruso.
Ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú en 1947 y al Servicio Diplomático en 1951. Solicitó el retiro el 31 de octubre de 1967 para dedicarse del todo a su vocación de escritor, periodista, comentarista deportivo y político, humorista y poeta
Sofocleto colaboró en innumerables publicaciones peruanas e internacionales. Empezó en el Dominical del diario El Comercio y con el correr de los años escribió sucesivamente en los diarios peruanos Correo, Ojo, Expreso, La República, La Mañana y en Selecciones del Readers Digest. En la segunda mitad de los años 70 y en pleno gobierno militar, Sofocleto escribió "Sofocleto a dos columnas" en el diario Expreso. En su primer artículo explicaba que era muy natural que él escribiese para Expreso, por ser él mismo un ex-preso, haciendo referencia a la detención y deportación de que fuera objeto durante la primera fase del gobierno militar (1968-1975). Como muchos de sus compatriotas, había pasado de la dictadura y censura de los curas en los colegios a la dictadura y censura de la sociedad por parte de los militares. Padeció cuatro deportaciones y tres años y medio de cárcel por razones políticas. Su biblioteca fue arrasada en siete oportunidades por las autoridades de varios gobiernos dictatoriales, debido a sus críticas agudas y a la creación de inolvidables apodos de los personajes políticos de turno así como por su apoyo a la revolución cubana.
Para Sofocleto la horca es un instrumento de cuerda y los domingos sin sol parecen lunes. Dios, aparte de que es ateo, está en todas partes y por eso no se le ve en ninguna. Lo bueno de la muerte es que no repite y el burro es una opinión en cuatro patas. Se pregunta por qué los siquiatras se empeñan en darle la razón al loco y si indignarse es dejar de ser digno. Considera que una mujer que no habla está muerta o es hombre. No sabe si el hombre desciende el mono pero lo merece. En su loco diccionario, los turistas son inspectores de ruinas y la calumnia es una verdad dicha por nuestros enemigo.
En la feroz definición de Sofocleto de la horca como instrumento musical,  la muerte toca su macabro instrumento de una sola cuerda y el ahorcado se despide en silencio. Se sacude durante unos  largos segundos, desde luego, pero en silencio absoluto, demostrando así su respeto por la más bella de las artes. Sofocleto nos recuerda que la música es parte esencial de los grandes  momentos  de "la vida" y tal vez nos pregunta si alguien se muere por oír esta melodía de una sola cuerda.
Los textos de Sofocleto eran comentados con regocijo. Sus lectores vivían profundamente agradecidos por su ingenio, su veneno y su humor. Corrección: sus lectores seguimos profundamente agradecidos.


martes, 21 de junio de 2011

Olga Malaver


Olga Malaver
Villavicencio, 2010
Fotografía de Triunfo Arciniegas
OLGA MALAVER
Nació en Armenia (Colombia). Doctora en Derecho de la Universidad Externado de Colombia.
Ha publicado el mismo poema (editorial Lucia Muelle, 1998), Esa sustancia tenue (Editorial Magisterio, colección de poesía Piedra de Sol, 2001), Mudanza a sentidos nuevos (Editorial Magisterio, colección de poesía Piedra de Sol 2003), He perseguido mis ojos (Editorial Entreletras, 2005), Entre dos luces, sobras y cristales (Tercer Mundo Editores, 2007) y Objetos que nos miran (Editorial Presencia).
Ha participado en el festival internacional de poesía en Medellín (2001), el festival internacional de escritores de Bogotá (2002 y 2003) y  el festival de la Casa de Poesía Silva “Alzados en almas”.

viernes, 10 de junio de 2011

Alvaro Mutis / La nostalgia de Coello



FICCIONES

DE OTROS MUNDOS


***



MESTER DE BREVERÍA

DRAGON

PESSOA
Álvaro Mutis
(1923 - 2013)
LA NOSTALGIA DE COELLO


Escritor y poeta colombiano. Autor destacado por la riqueza verbal de su producción y una característica combinación de lírica y narratividad, participó en sus inicios del movimiento de poetas agrupados en torno a la revista Mito. Influido por Pablo Neruda, Octavio Paz, Saint-John Perse y Walt Withman, empleó la poesía como vía de conocimiento para el acceso a universos desconocidos, a nuevos mundos donde fuese posible el amor y la buena muerte. Su álter ego es Maqroll, un aventurero sombrío y a la vez inocente, que canta a la frágil condición humana. Su obra ha sido reconocida con galardones tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias (1997) y el Premio Cervantes (2001).


Álvaro Mutis

              Hijo del abogado internacionalista Santiago Mutis Dávila y de Carolina Jaramillo, en 1925 su padre ingresó al servicio diplomático y la familia hubo de trasladarse a Bruselas, donde el jefe de familia había sido nombrado ministro consejero. En Bélgica nació, en 1928, su hermano Leopoldo, y en 1931 murió repentinamente su padre. La afligida madre retornó a Colombia y se instaló en la finca Coello (ubicada en la confluencia de los ríos Coello y Cocora, en el departamento del Tolima). La finca había pertenecido al abuelo materno, el pionero Jerónimo Jaramillo Uribe, uno de los fundadores de Armenia, y doña Carolina acababa de heredarla. Mutis permaneció en Bruselas estudiando en el colegio Saint Michel de los padres jesuitas, en el que se empapó de conocimientos históricos, muy especialmente sobre Bizancio.
               La finca Coello, y en general Colombia, representaron en esos años para Mutis un sitio de vacaciones. Sin embargo, la experiencia del contacto físico con el trópico, con el clima de la tierra caliente, el aroma del café, el plátano y los árboles frutales marcarían su posterior producción literaria. Pese a que para Mutis el mundo era Europa, los reiterados viajes en barco a Colombia (en pequeños buques de carga y pasajeros, que llegaban a Buenaventura tres semanas después de zarpar, al cabo de las cuales había que desplazarse en automóvil, tren y caballo hasta el hogar materno) fueron otra experiencia fundamental en la formación del escritor. No es raro, entonces, encontrar que el personaje principal de las novelas de Álvaro Mutis, Maqroll el Gaviero, se debata entre ciertas contradicciones, viva entre Europa y América, en mundos totalmente contrastantes, considere el Viejo Continente como la cuna de la civilización y al Nuevo Mundo como la fuerza, y que, insatisfecho con uno y otro, intente crear en sus aventuras un universo acorde con sus ideales.
                La nostalgia de Coello lo acompañará toda la vida y será el secreto alimento de su obra.
               Álvaro Mutis no acabó el bachillerato. Por problemas financieros de su madre, hubo de abandonar el colegio en Bruselas y se matriculó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá. Pero no le interesaba estudiar el pensum regular; le gustaba leer libros de historia, de viajeros y de literatura, y no le preocupó aprender matemáticas y otras minucias. En 1941, con sólo dieciocho años, prefirió casarse con Mireya Durán, con quien tendría tres hijos.
               Como muchos de los grandes escritores contemporáneos, cumplió un exigente periplo de lecturas formativas que se inició con Julio Verne y Emilio Salgari, pasó por Honoré de Balzac y Flaubert y por los maestros rusos (Dostoievski, Tolstoi, Chéjov) para terminar, en esa primera etapa, con Kafka, Werfel y Rilke. De los latinoamericanos también leyó mucho, pero quien más lo conmovió fue Pablo Neruda con su Residencia en la tierra. En el Colegio del Rosario tuvo como profesor de literatura a Eduardo Carranza, quien le enseñó la importancia de poetas como Juan Ramón Jiménez y los españoles de la generación del 27.
              Una vez casado, y para ganarse la vida, se vinculó a la radio. Inicialmente, en 1942, trabajó en la emisora Nuevo Mundo, que con los años se convirtió en la matriz de la Cadena Radial Colombiana, Caracol. Allí reemplazó a Jorge Zalamea en la dirección del programa "Actualidad literaria". Se relacionó con el mundo intelectual y bohemio de Bogotá y conoció al crítico Casimiro Eiger, a quien Mutis agradecería el facilitarle la entrada en el mundo de las letras. Este misterioso personaje escapado de las obras de Proust ejerció cierto papel tutelar en la joven intelectualidad de entonces, similar al que cumplió Ramón Vinyes en el Grupo de Barranquilla.
              Se hizo también amigo de los críticos y escritores Hernando Téllez y Eduardo Zalamea; frecuentaba los tradicionales cafés El Molino, El Asturias y El Automático, donde se acercó a dos generaciones distintas de poetas: los Nuevos y los de Piedra y Cielo. Conoció además a los hermanos Otto y León de Greiff, el primero de ellos muy importante en su formación como melómano. En 1942 fue contratado por la Radiodifusora Nacional como locutor de noticias, actividad en la que permaneció hasta 1946, cuando la Compañía Colombiana de Seguros lo nombró jefe de redacción de su revista institucional Vida; allí aparecieron sus primeros escritos: pequeños retratos literarios de Joseph Conrad, Alexander Pushkin, Antoine de Saint-Exupéry o Joachim Murat. Y también su primer poema, titulado "La creciente".
              Durante esa época tuvo un acercamiento importante a los surrealistas: Saint-John Perse, traducido por Jorge Zalamea, André Breton y su Poisson salubre. Este último fue determinante en sus primeros poemas, pues quiso ser surrealista, al punto que sus versos iniciales los iba a titular "La cebra perfumada". También recibió la influencia del poeta venezolano Juan Sánchez Peláez, agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Bogotá, quien lo llevó a un mundo mágico, a un vocabulario deslumbrante. En 1947 conoció al poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, que era el embajador de Guatemala en Colombia, y a los pintores Fernando Botero y Alejandro Obregón.
             El año siguiente se hizo amigo de Ernesto Volkening, quien, al igual que Casimiro Eiger, cumplió un papel importantísimo en el periplo literario de Mutis. Eiger conoció fragmentos de la obra de Mutis y lo animó a publicar algunos textos en el suplemento del periódico La Razón, que dirigía Alberto Zalamea. Por ese entonces existía el grupo de los Cuadernícolas, el cual, aunque no era homogéneo, gustaba de publicar sus versos en cuadernos. Mutis siguió la moda y, junto con Carlos Patiño Roselli y alentado por Volkening, publicó el cuaderno de poesía La balanza, con ilustraciones de Hernando Tejada, que se agotó por incineración el 9 de abril de 1948. El cuadernito recibió algunas críticas y Mutis esperó cuatro años para publicar su segundo libro: Los elementos del desastre, que por su frescura y pureza conmovió el mundo de las letras colombianas.
             El trabajo consta de catorce poemas que configuran una visión apocalíptica del hombre, en los que se muestran la duda, el miedo y la destrucción, elementos que aniquilan al ser humano. Este libro contó con la lectura crítica de Volkening y con él se configuró Mutis como el principal poeta joven colombiano. Mientras se consolidaba como escritor, inició una importante carrera como relacionista público y publicista pues, desde un comienzo, comprendió que con la literatura no iba a percibir mayores ingresos. Fue director de publicidad de la Compañía Colombiana de Seguros y de Bavaria, jefe de relaciones públicas de Lansa, y, tras la quiebra de esta última compañía, pasó a ser en 1954 jefe de relaciones públicas de la Esso. Tales empleos le obligaban a viajar, con lo que conoció todo el país y parte del mundo. Muchos de sus poemas de esa época los escribió en aviones, aeropuertos y cuartos de hotel.


Los dos años que permaneció en la Esso fueron de casi total receso literario; sin embargo, Maqroll el Gaviero nació de las experiencias de Mutis en los planchones petroleros que recorrían el río Magdalena, desde Barrancabermeja hasta Barranquilla. Cabe destacar que Gaviero es el marino que desde el sitio más alto del barco vigila por todos los demás; su símbolo para el oficio de la poesía. En la Esso, Mutis manejaba importantes cantidades de dinero que la compañía destinaba a diferentes actividades: un buen porcentaje era para obras de caridad, y muy especialmente para el Secretariado Nacional de Asistencia Social (SENDAS). Pero el poeta le dio un uso distinto: lo invirtió en quijotescas empresas culturales y la compañía lo demandó, pues estaban en juego sus relaciones con la dictadura. Mutis tuvo que viajar con urgencia a México en 1956.
Era la segunda ocasión que visitaba ese país (la primera había sido en 1952) y desde entonces se convirtió en su lugar de residencia. Entró en contacto con el gran cineasta español Luis Buñuel y el productor Luis de Llano. Buñuel siempre soñó con llevar al cine la novela de Mutis La mansión de Araucaíma (1973), "relato gótico de tierra caliente". Gracias a ambos, Mutis consiguió empleo en una agencia de publicidad para la televisión. Se vinculó de lleno a la vida cultural mexicana y se hizo amigo de los escritores Octavio Paz,  Juan José Arreola, Juan Rulgo, Carlos Fuentes y Elena Poniatowska.
             No perdió los lazos con Colombia, pues esporádicamente colaboró en la revista Mito. En 1959, la prestigiosa revista publicó como separata el libro Reseña de los hospitales de ultramar, que significó la aparición en el mundo de las letras del romántico personaje de Maqroll el Gaviero, que viene a encarnar la conciencia del poeta. En 1959 se hicieron efectivas las demandas en su contra y fue recluido en la cárcel mexicana de Lecumberri durante un año y tres meses. Una nueva experiencia para su formación como escritor, pues, además de conocer la poco gratificante vida carcelaria, logró superar miedos y fantasmas. De ese período de su vida es necesario resaltar la disciplina que tuvo en devorar libros; leyó por segunda vez los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, de quien tenía un retrato en su celda. Dio forma a los relatos "Saraya", "El último rostro", "Antes que cante el gallo" y "La muerte del estratega", a algunos poemas de Los trabajos perdidos (1965), y escribió el Diario de Lecumberri (1960), resultado directo de su estadía en la cárcel, en el que narra, de manera conmovedora, la vida y muerte de "Palitos". El libro fue publicado por la Universidad Veracruzana.
            Tras la cárcel, algunos años después, Mutis pasó a ser gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox y luego de la Columbia Pictures (en donde permaneció hasta jubilarse en 1988), empresas que le permitieron seguir viajando por el mundo. Entre 1960 y 1973 es relativamente poco lo que hizo en literatura: en 1962 publicó cuatro textos con el seudónimo de Álvar de Mattos (diplomático portugués) en la revista Snob, dirigida por Salvador Elizondo y Emilio García Riera: "Pequeña historia de un gran negocio", "Historia y ficción de un pequeño militar sarnoso", "El general Bonaparte en Nizza" y "El incidente de Maiquetía o Isaac salvado de las jaulas". En 1964, en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México, dictó una serie de conferencias dedicadas a sus devociones literarias: Valéry Larbaud, Joseph Conrad y Marcel Proust. Tales conferencias serían publicadas ese mismo año en la revista de la UNAM, dirigida por Jaime García Terrés.
            En 1965 se publicó su libro Los trabajos perdidos, con el que obtuvo el Premio Nacional del nadaísmo para poesía de ese año. Entonces ya era considerado el mejor poeta colombiano del momento, aunque, definitivamente, su visión de la literatura y del país era sumamente pesimista. Decía, por ejemplo, que "la literatura es para mí una servidumbre dolorosa, y no siento por ella la menor simpatía. Me abruma un poco, por ejemplo, la agobiante montaña de literatura que producimos los colombianos y que nos oculta en muchos casos la miserable realidad de nuestra situación ante el mundo". Su enfoque sobre la violencia fue descarnado y realista: "La violencia en Colombia es el resultado de las seculares represiones e inhibiciones a que se ha visto sometido el colombiano por razones históricas y sociales. Como fenómeno me parece sano y recomendable, es un despertar. Todas las civilizaciones se han basado en sacrificios humanos, en violencia, en humillación y en sangre. ¿Por qué los colombianos creímos estar libres de esta servidumbre? Tal vez por retóricos y artificiales nos creímos de veras que éramos la Suiza de América. No hay que olvidar que los suizos llenaron de sangre a Europa como soldados mercenarios antes de formar su idílica confederación".
              En 1973, se publicó en España Summa de Maqroll el Gaviero (1947-1970) que contenía las obras Primeros poemas, Los elementos del desastre, Los trabajos perdidos, Reseña de los hospitales de ultramar y Recuento de ciertas visiones. En 1977 inició la columna semanal "Rincón Reaccionario" en el periódico Uno más Uno, que después continuó en El Sol de México y en el diario Novedades. En 1978, se publicó una segunda edición de La mansión de Araucaíma, junto con los cuatro relatos escritos en la cárcel.
             Sólo en 1982 volvió a aparecer un nuevo libro de poemas de Álvaro Mutis: Caravansary, que publicó el Fondo de Cultura Económica; ese año su gran amigo Gabriel García Márquez, a quien había conocido en 1950, ganó el premio Nobel de Literatura. Mutis, junto con otros amigos mutuos como Guillermo Angulo, Álvaro Castaño Castillo y Gloria Valencia de Castaño, Alfonso Fuenmayor, Gonzalo Mallarino, Alejandro Obregón, Hernán Vieco y Fernando Gómez Agudelo, fueron invitados especiales del autor de Cien años de soledad a la ceremonia de entrega del Nobel en Estocolmo. Al año siguiente se le concedió en Colombia el Premio Nacional de Poesía.



             Tras el premio, la trayectoria literaria de Álvaro Mutis siguió en ascenso. En 1984 el Fondo de Cultura Económica publicó Los emisarios; al año siguiente Editorial Cátedra publicó Crónica vieja y alabanza del reino, y recibió en México el premio de crítica Los Abriles por su libro Los emisarios. En 1986 Mutis irrumpió en el mundo de las letras con su primera gran novela: La nieve del almirante, primer volumen de la serie Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero; en 1989 obtuvo por esa novela el premio Médicis al mejor libro traducido al francés. También en 1986, El Equilibrista de México publicó Un homenaje y siete nocturnos.
              En 1987 apareció la segunda obra de la saga: Ilona llega con la lluvia, que le valió la Orden del Águila Azteca. En 1988 la Universidad del Valle le concedió el grado de doctor honoris causa en letras, y recibió el premio Xavier Villaurrutia. La revista literaria Gradiva, dirigida por su hijo Santiago Mutis Durán, editó el libro Tras las rutas de Maqroll el Gaviero, que reúne los más importantes estudios críticos sobre la obra de Álvaro Mutis, algunas entrevistas y una separata del relato La verdadera historia del flautista de Hamelin.
             La tercera obra de la serie de Maqroll, Un bel morir, apareció en 1989; publicó también La última escala del Tramp Steamer. El gobierno francés le otorgó la Orden de las Artes y las Letras en el grado de caballero. En 1990 se editó al mismo tiempo en Colombia y España la novela Amirbar; el gobierno italiano le concedió el premio Nonino al mejor libro extranjero publicado en Italia y dio a conocer otro volumen de Empresas y tribulaciones: Abdul Basuhr, soñador de navíos.
             En 1993, con motivo de sus setenta años, se organizó una semana de homenaje a Álvaro Mutis; entre los actos más conmovedores estuvo el recital que dio en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, al cual asistieron más de seis mil personas; además, la Universidad de Antioquia le concedió el grado de doctor honoris causa en literatura y el gobierno colombiano le otorgó la Cruz de Boyacá, en una cena de gala en la Casa de Nariño. El reconocimiento nacional se vio refrendado por una serie de premios internacionales de suma importancia. Así, en el año 1997 fue galardonado con el Premio Cavour, en Italia, y con el Príncipe de Asturias, en España, y en 2001 se hizo con el máximo galardón de las letras castellanas, el Premio Cervantes. A su serie de obras sobre Maqroll añadió una nueva publicación: Contextos para Maqroll (1997).

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mutis_alvaro.htm


"A mayor lucidez mayor desesperanza 
y a mayor desesperanza 
mayor posibilidad de ser lúcido" 

Alvaro Mutis



"EL PLACER DE ESCRIBIR ESTÁ EN ENCONTRAR A ALGUIEN QUE RECUERDA UN PERSONAJE QUE HE CREADO"

por Marta Rivera de la Cruz
Universidad Complutense

Invitado por el Club de Debate de la Universidad Complutense, Álvaro Mutis visitó la Facultad de Ciencias de la Información para participar en un coloquio con los alumnos. La Facultad, que festeja sus veinticinco años de andadura académica, está un poco revuelta estos días: se celebran congresos, conferencias, seminarios. La reunión con Mutis coincide con la emisión en directo, desde el salón de actos, del programa de radio "Protagonistas", dirigido por Luis del Olmo. Sin embargo, son muchos los que han preferido escuchar a Mutis y el aula elegida para el coloquio se llena hasta la bandera.
Álvaro Mutis llega casi puntual, altísimo, sonriente, cómodo en su piel de escritor de moda y premiado reciente. Tiene la sonrisa constante, que a menudo quiebra en una carcajada sonora, inmensa. García Márquez lo definió una vez como "fabulosamente simpatico". Al ver a Álvaro Mutis uno tiene la impresión de estar ante un hombre dichoso, que disfruta enormemente con sus tareas de creador, con el contacto con la gente, con el cultivo de la amistad. Mutis es un colombiano que vive en Méjico "En dondequiera que se viva - dijo una vez en entrevista concedida a Lionel Giraldo- como se quiera que se viva, siempre se es un exiliado. Somos exiliados de nuestra infancia, de nuestra vida misma". Precisamente al exilio brindó un poema de "Los elementos del desastre":
"... y olvido así quien soy, de dónde vengo
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
gira hasta el alba su vocerío vegetal
su destronado poder, entre las ramas del sombrío
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre
Es entonces cuando peso mi exilio
y mido la irrescatable soledad de lo perdido
Exiliados de nuestra infancia. Si de ella somos, como decía Saint Exupery, Mutis pertenece al recuerdo vago de una Europa vista desde la óptica del hijo de un diplomático, allá en Bruselas, y luego de la del niño que regresa del continente para descubrir el trópico, la tierra caliente, las plantaciones inmensas, los cafetales, las quebradas, las tormentas apocalípticas, el universo particular de la finca "Coello", allá en Tolima, el paraíso irrecuperable. La vida de Mutis ha sido intensa, particular, a ratos extremadamente difícil, como el período tremendo que pasó en el penal de Lecumberri por causa de un error. Dieciocho meses privado de libertad, que le sirvieron, sin embargo, para enriquecer su experiencia personal. Así se lo reconocía en una entrevista concedida a Elena Poniatowska en la cárcel donde cumplía condena por un delito que no había cometido: "Estos meses de encierro los considero como una terrible pero fecunda experiencia humana, que me ha acercado a mi corazón y a mis asuntos. Yo antes era un "niño bien" , y de esta vida tan fácil viene naturalmente una insensibilización. Éste ha sido un trance importante, doloroso, pero se han abierto una cantidad de puertas a la sensibilidad y creo que por primera vez sé lo que es el contacto humano verdadero" .
Fue allí donde escribió su "Cuaderno del Palacio Negro", un testimonio inolvidable de su vida en la cárcel, y también cartas, muchas cartas: "Siempre he vivido para la relación humana. Pongo allí muchísimo. La segregación de mi mundo afectivo es terrible. Cómo quiero yo a mis amigos, caramba. He escrito muchas cartas, sí. Pero ni una sola ha quedado sin respuesta". Porque en la cárcel Mutis hizo muchas cosas. Exploró de forma exhaustiva la biblioteca de la penitenciaría. Y leyó, leyó.Y dirigió la puesta en escena de una obra teatral, "El cochambres", del también preso Rolando Rueda de León. Y siguió escribiendo. Y salió del penal con una experiencia tremenda a sus espaldas, y, sobre todo, sin rencores acumulados. Salió a la vida, a leer, a escribir, a publicar, a seguir dando forma a su Maqroll, que ya tenía vida propia. Leer, escribir, vivir. Y hablar, claro. Y cultivar a los amigos que quiere tanto y que le quieren tanto a él que García Márquez venció una vez más su miedo visceral a los aviones para estar a su lado en Oviedo cuando recogió el premio Príncipe de Asturias
Sin duda, este ha sido el "año español" de Álvaro Mutis: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Reina Sofía de poesía. Dos premios casi de golpe, y los dos muy merecidos y muy propios para un monárquico confeso, como Álvaro Mutis, que una vez contó a la periodista Gloria Castaño "Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad el Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del monarca. En un vasto palacio madrileño, destartalado e incómodo, complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice y gestor de la muerte del pálido infante don Carlos y formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del palido monarca (...) Hubiera querido morir en Coimbra, desterrado por el Conde Duque, alejado de la Corte y muertos ya mis viejos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora, me hubiese contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: "Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino"
Hace cuarenta años de eso. Ahora llegan los premios, que agradece profundamente: para mí el tener estos premios y el tener este contacto con ustedes es algo muy importante en la consolidación, en la afirmación de una serie de convicciones que he tenido desde niño.
Sin embargo, Álvaro Mutis reconoce que le aterra el lado público del éxito. Desde la concesión del Príncipe de Asturias "me han hecho unas trescientas entrevistas... ¡Y las que me quedan!"
Y a pesar de todo, ha aceptado la invitación de la Complutense para hablar con los estudiantes y la de la revista "Espéculo" para contestar algunas preguntas, que seguramente ya le habrán hecho o que es posible que le hagan. Es difícil encontrar a alguien que acepte con tanta bonhomía la esclavitud del triunfo. A lo mejor es que, por encima de todo, Mutis parece disfrutar intensamente con cada cosa que hace. Saluda a los estudiantes:Les quiero decir que estoy feliz de estar con ustedes, que estoy feliz de estar en este país porque tengo necesidad de España. A veces pienso que los españoles debieron haber hecho lo que los portugueses: instalar la corona en América y todo hubiera ido más suavemente. Pero, bueno, hay la idea del lugar común, de la madre patria, que no ha servido realmente para nada. ¿Por qué no decimos de una vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es una forma de distanciar en cierta forma, aunque parezca tan cariñoso? Mutis aboga por un proyecto común para España y Latinoamérica: creo que nosotros, los iberoamericanos, o sea, los españoles y los hispanoamericanos, tenemos todavía la posibilidad de escapar de la despersonalización y de este infierno llamado la globalización en donde nos quieren meter civilizaciones que bien poco tienen que ver con nosotros y con nuestra tradición.



Mutis habla del placer de leer, "soy un lector devorante", dice, y recuerda a los estudiantes que debe leerse únicamente por gusto: A lo que quiero llegar es que la lectura obligada es nefasta. A los jóvenes aquí presentes, nunca lean nada por obligación. Lean por placer, tengan una profunda sospecha -estoy hablando de Literatura, ¿eh?, no de química ni de trigonometría ni ninguno de esos horrores- si les aburre un libro, acuérdense de mí, por favor, ciérrenlo y no sigan leyendo, y si es posible tírenlo. Lean cuando sientan que el libro comienza a formar parte de ustedes, cuando sientan que se crea una compañía. Todo libro que no sea una compañía ya es sospechoso. A veces cuesta trabajo llegar a ese estatus, a esa situación... a mí me pasa con la poesía de Antonio Machado, que no me puedo mover de dónde vivo a ningún sitio sin llevar conmigo "Campos de Castilla". Claro que este es un caso extremo... Pero, repito, al comienzo es posible que haya... no sé, un proceso de conquista. Pero sepan que sin el placer de esa comunicación con el libro todo es inútil. Y a modo de anécdota cuenta cómo fue un profesor suyo del bachillerato "de cuyo nombre no quiero acordarme... vaya, creo que esta frase ya la dijo alguien..." quien durante años le arruinó la lectura de Galdós y de Cervantes a base de exámenes y resúmenes obligados de los textos, y tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Mutis se enfrentó por cuenta propia con las novelas de Galdós "nunca he disfrutado tanto con un libro como cuando me sumergí en los Episodios Nacionales". También recuerda las circunstancias de su acercamiento a Cervantes: "El primer ejemplar de "El Quijote" que me dieron a leer estaba expurgado, había que leerlo por obligación y escribir no sé cuántas planas sobre cada capítulo. Fue un suplicio espantoso lo tuve que hacer y no encontré ningún placer ni pude ver la maravilla que tenía delante. En una ocasión, cuando me quedé en la hacienda de mi abuelo que después fue de mi madre durante unas larguísmas vacaciones me encontré un Quijote y empecé a leerlo, y pensé: este es libro más divertido y más extraordinario que ha habido; y me ocurrió algo que me pasa cada vez que lo leo: me reconozco a mí mismo, esa mitad de Quijote y de Sancho que tenemos adentro está ahí, presentado con una profundidad, con una gracia, con una intensidad que hacen de la lectura una maravilla".
Y además de la lectura por placer, porque para Mutis no hay otro modo de acercarse al libro, habla el autor de la necesidad de releer: "El haber leído una vez, casi siempre -y lo digo en forma terminante- no basta. La relectura da sorpresas extraordinarias. Pueden pasar dos cosas: el libro que nos llamó la atención y que nos acompañó durante un tiempo, de pronto se vuelve a leer y se piensa, pero bueno, qué veía yo en esto... Porque uno está llevando a esa lectura una experiencia propia. Y cambiamos muchísimo. En la vida cambiamos mucho y de una forma muy radical. Así que puede suceder que un libro, en una segunda lectura, no nos diga nada. Pero puede suceder al contrario, y ese es el regalo más grande que puede hacer, es decir, pero cómo no vi yo esto, qué maravilla, pero yo me acordaba mal de este libro. A mí me acaba de ocurrir con "Lord Jim", de J. Conrad, que es un autor que quiero mucho. Pues releí "Lord Jim" hace seis meses y pensé: yo debí haber leído otro libro, porque este es radicalmente distinto al que yo recordaba. La vida te va cargando de experiencias a través de las cuales estás viendo cosas que en un momento dado el autor puso en el libro y tú no podías ver ni percibir, te pasaron por encima.
La última recomendación que hace Mutis a los lectores es la de la paciencia: :"cualquier relación, sobre todo al comienzo, está hecha de extrañezas. Con los libros pasa igual que con las mujeres y con los amigos: hay que tener paciencia para llegar a entenderlos y a quererlos. Ninguna relación es fácil al principio", y cuenta ante un divertido auditorio que hace días estuvo a punto de desistir de la lectura de un biografía sobre San Luis Rey de Francia: "entonces empezó a trabajarme adentro una especie de remordimiento. Y me dije: "bueno, pero un momento... este señor, el autor, ha dedicado toda su vida a este trabajo... «por qué no le doy yo un poco de mi tiempo?. Y volví. Y volví y tuve el premio magnífico de que las páginas que me faltaban de aquel trabajo árido entraban en el santo, en el hombre,y lo describían maravillosamente"
Y si leer es un gran placer para Mutis, confiesa a todo el mundo que escribir no lo es tanto : Cuando escritores, colegas míos cuya obra admiro, me dicen que sienten un placer infinito al escribir, no es que no les crea... es que me cuesta un trabajo horrible imaginar eso. Para mí escribir es una lucha con el idioma. El pintor tiene un lienzo en blanco, y lo va llenando de colores. Pero el lienzo está en blanco, entregado a él totalmente, a lo que él haga. El músico tiene una gama de sonidos, una manera de aprovechar esos sonidos. En cambio, los escritores nos las tenemos que ver con las palabras, con las que hablamos con el peluquero, peleamos con el taxista, discutimos con el amigo, hacemos una vida diaria que gasta y desgasta las palabras. Y esas mismas palabras son las que tenemos que sentarnos a usar para darles un brillo, para darles eficacia, para que nos ayuden a que Maqroll el Gaviero no haga más burradas de las que normalmente hace. Entonces esas palabras, cuando se unen unas con otras en una forma inesperada toman un brillo especial, saltan y se escapan de esa cosa usual, gris cotidiana... Ahí está el sufrimiento: en buscar la otra palabra, la manera de usar algo que está gastado y usarlo como nuevo. Y a mí eso me hace sufrir y me parece un infierno
Dice que no abre nunca un libro suyo una vez publicado "porque cada vez que lo hago digo, pero, ¡por Dios!, pero cómo no me di cuenta de ésto, pero, ¡por Dios!, cómo este hombre no acabo yo de hacer el trazo de su destino, pero por qué soy tan perezoso, qué torpeza es esto, pero cómo una mujer va a contestar esto cuando está abrazada a un hombre ... Y Maqroll a veces me ha regañado... Un día, cuando estaba escribiendo la penúltima obra mía, "Abdul Bassur, soñador de navíos", me quedé dormido y desperté y casi les puedo decir que oí a Maqroll diciendo: "así no hablo yo". Bajé a las ocho de la mañana, vi la frase y tuve que reconocer: tiene toda la razón, así no habla él. Eso no es ningún placer.
Sin embargo, la compensación del escritor viene después, "el saber que me leen personas en España, en América latina y en otros países, pero fundamentalmente en España, para mí es la justificación del trabajo siniestro de escribir".
Un trabajo siniestro, dice, y al que, sin embargo, se ha dedicado en cuerpo y alma y siempre a través de muchas otras ocupaciones, porque Mutis ha sido relaciones públicas de una petrolera, ejecutivo de la industria cinematográfica y hasta actor de radio. Pero el trabajo de escritor, tan doloroso, tan poco placentero, gana al final la partida a todo lo demás.
Antes de empezar lo que será la entrevista con Espéculo me recuerda las palabras de Pavese, "laborare stanca, trabajar cansa", dice, pero, a pesar de eso, Mutis ha trabajado y ha escrito mucho desde que Zalamea Borda publicó sus primeros textos en el suplemento literario de "El Espectador", de Bogotá. Obra en prosa, obra en verso, ambas de igual hondura. Gravitando sobre toda la obra, el personaje de Maqroll el Gaviero, seguramente el último héroe de la literatura contemporánea, "una esencia individual que sobrevive en un mundo épico", en palabras de Guillermo Sheridan. Un aventurero y protagonista de novelas que nació, sin embargo, en un poema de "Los elementos del desastre". Álvaro Mutis, que escribe sus poesías como si fuesen relatos y sus narraciones como si fueran poemas, se escandaliza cuando alguien le habla de la muerte de la poesía: "La poesía no puede morirse nunca; se acabará el mundo, morirá el último hombre y seguirá existiendo". Porque Mutis, parafraseando a Cardoza y Aragón, sigue defendiendo a ultranza que la poesía es la única prueba completa de la existencia del hombre, el principio y el final de todas las palabras". Decía Álvaro Mutis, en entrevista con Gabriela Rábago, "la inmensa recompensa está en el poema". Como escribía en "Los elementos del desastre": "Cada poema invadiendo y desgarrando / la inmensa telaraña del hastío"

—Queda claro que la poesía está viva y goza de buena salud. Pero, ¿y el realismo mágico? ¿Ha muerto?
— Lo que yo realmente dudo es que algún día haya existido. Ese tipo de fórmulas convencionales inventadas en Europa para explicar el fenómeno de Latinoamérica. Cuando se creó esta fórmula, esta idea del Realismo Mágico, ya creyeron arreglar todo. Todo es realismo mágico. Y encaja. Piensan en García Márquez, por ejemplo, piensan en "Cien años de soledad" y ya relacionan al autor con el realismo mágico, y se les olvida que ese mismo autor escribió "El coronel no tiene quien le escriba", que es la realidad misma, es un libro desnudo, maravilloso, despojado, donde no aparece nada que no sea cotidiano y terrible. Bueno, y en Francia esto ha llegado a convertirse en una manía: todo es Realismo Mágico si viene de Sudamérica. Yo quisiera que se sentaran y me dijeran cuál es el Realismo Mágico. El paisaje es así. Y el referirse al paisaje con cierta exaltación no tiene nada que ver, porque los escritores latinoamericanos están describiendo su verdad. Ni lo están magnificando ni les parece mágico; es que es así.
Mutis firmando ejemplares de sus obras al término de la conferencia—¿Cree usted, entonces, que el problema es que los europeos desonocemos la realidad latinoamericana y cada vez que algo nos sorprende lo relacionamos con la magia?
—Exactamente eso. Esa es la sordera, la tremenda ceguera
—Dicen que fueron su obra y la de García Márquez las primeras en las que el paisaje sudamericano no fue un mero adorno
—Bueno, eso no es exactamente así. Por ejemplo, José Eustasio Rivera en "La Vorágine" tiene momentos maravillosos de descripción del paisaje. Y un escritor muy olvidado, Tomás Carrasquilla, ha descrito de un modo muy eficaz las minas de oro y el paisaje de la cordillera. Lo que sí sucede es que quizá los que escribimos más adelante incorporamos el paisaje como un personaje con alma, que actúa sobre los personajes y determina su destino. Pero eso no tiene nada que ver con el realismo mágico. Es que es así.
Es así. Cuando Mutis retrata la selva lo hace de un modo descarnado, hablando de un paisaje hostil al hombre, de una realidad atroz que corrompe al ser humano. En "La nieve del Almirante" leemos: "La selva tiene un poder incontrolable sobre la conducta de quienes no han nacido en ella", y esas palabras recuerdan a las que escribió Conrad sobre el Congo en "El corazón de las tinieblas":
Yo no conozco el Congo; sí "El corazón de las Tinieblas". Conrad es un escritor a quien yo admiro mucho. Yo creo que a veces comparan con ella "La nieve del almirante" porque las dos describen el remontar de un río. Tal vez si yo hubiese descrito el descenso de un río... Mire, la selva amazónica no tiene nada que ver con ningún otro paisaje del mundo, para mí es horrible, algo infernal. La primera condición del paisaje amazónico es su monotonía implacable. Lo que ves el primer día lo vas a seguir viendo durante todo el recorrido, pero con detalles que se pueden volver alucinantes, la misma boa con la boca abierta a la orilla del río, los mismos pájaros dando alaridos en los árboles, la misma inundación, porque no hay tierra, todo son charcos, y agua, y agua y humedad, y humedad, y muy poco color. Es alucinante. Y entonces uno se encuentra ya a esos suecos, noruegos, franceses, que han enloquecido, que están allí y han olvidado su idioma. Yo conocí a un señor que supe que era noruego porque me lo dijo gente del ejército que tenía los papeles de él. Pero aquel hombre había olvidado su propia lengua, y hablaba en una mezcla de español y del idioma de los indios. El poder destructor de la selva es terrible. Además, yo viví mucho la selva, porque cuando trabajé en la ESSO, la compañía petrolera colombiana, acompañé a dos ingenieros que iban a determinar las zonas donde había petróleo —por cierto, que no hacen una sola prospección, nada más que marcan en el mapa—. Yo los acompañe durante varias semanas por la selva, y descubrí todo ese horror.
En el recuento de las visiones de Maqroll podemos leer: "Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira, volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva". Siempre Maqroll, el referente eterno. Y, sin embargo, Mutis ha creado otros personajes inolvidables, en especial ciertos caracteres femeninos. Es imposible no recordar, a Flor, a Amparo, a Ilona, que llegó con la lluvia y se fue de repente después de una trampa del azar. Y Susana "Wita", la mujer del capitán: un personaje casi imperceptible, que aparece de una forma fugaz y que el autor hace morir, quizá para volverla eterna. Muerta ya Susana, dice de ella Maqroll:
"tenía esa rara condición de transmitir la felicidad, de hacerla brotar en cada instante, así, gratuitamente, sin razón alguna, porque sí, porque venía con ella, con sus gestos, con su risa, con su amor por la gente, por los animales, por los atardeceres en el trópico... cuando perdemos a alguien así, sabemos que una ración más de la escasa dicha que nos es concedida se ha ido para siempre"
Es el lamento más hermoso, la mejor elegía, las palabras que provocan una inmensa piedad, pero más por el vivo que por Susana muerte, más por el que sufre la pérdida que por la mujer eternizada para siempre en un recuerdo tan grande, en un recuerdo tan hermoso, y Álvaro Mutis sonríe con una ternura intensa y entorna los ojos cuando se le habla de Susana, la esposa de Wito:
"Ese es un personaje que yo quiero mucho. No quise desarrollarlo más y que estuviera más presente porque, como tenía que entrar después Ilona, sentía que me descompensaba un poco, que iba como a tomarle terreno a Ilona, a la que quería yo darle toda la novela que pudiera. Pero la esposa de Wito es un tipo de mujer que yo quiero muchísimo, y me alegra enormemente que después de tanto tiempo de terminar yo el libro alguien se acuerde de ella. Ése es el placer de escribir: encontrar a alguien que le recuerda a uno un personaje transitorio, pero al que yo doy mucha importancia y la quiero mucho. Gracias por hablarme de ella".
Es una palabra que escucharemos muchas veces de la boca de Mutis, que tiene una admirable tendencia a la gratitud, hija quizá de su vocación por disfrutar de todas las cosas de la vida. Mutis es generoso. Habla con los estudiantes sin prisa, con cariño, firma libros, hace preguntas a su vez, inquiere lugares de procedencia y ríe cuando un muchacho colombiano le dice que nació en Aracataca, "¡caramba, sólo eso faltaba!", y hay en su voz un matiz de afecto al recordar al señor de Macondo, su amigo eterno Gabriel García Márquez, Gabo, a quien. cedió el proyecto de componer "El general en su laberinto". El libro está dedicado a él: " Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro". Un reconocimiento justo que Mutis dice no merecer:
"Nunca regalé a Gabo..., eso es generosidad de él. Yo escribí esa novela, completa, una novela que tenía casi trescientas páginas. La leí y la quemé. Saqué un fragmento, que se llama "El último rostro", donde pensé que estaba concretado lo que yo quería decir de Bolívar. El resto no me gustó. Hubiera podido publicarse, pero no soy yo, es alguien tratando de demostrar una tesis. Y un día, pasado un tiempo, fue a mi casa Gabriel y me dijo, oiga, yo no puedo creer que usted haya quemado esa novela, dígame la verdad, y yo, pues sí la quemé, pregúntele a mi mujer, la quemé aquí, en la chimenea de la casa, y él, qué loco tan increíble, pero ¿por qué la quemó?, y yo, porque no me gustó. Y entonces él me dijo, pues yo la voy a escribir, y yo le contesté, me parece muy bien, nadie lo hará mejor. Aquí está toda la documentación, y le di los libros que yo había leído, la correspondencia de Bolívar, en fin, una serie de documentos históricos esenciales, y se lo llevó todo, y se marchó de mi casa diciendo "Ya sabrás de mí". Cuando terminó la novela me la dio, porque siempre me muestra sus originales antes que a nadie y me dijo, a ver, ¿va a quemar esta también? Y allí estaba el Bolívar que debía haber escrito yo. Pero lo escribió él. Perfecto.
Y así fue. García Márquez concibió un Bolívar distinto al retratado por Mutis en "El último rostro". Fue el propio Mutis, en declaraciones a Jean Luis Ezine, del "Nouvel Observateur", quien marcó la diferencia entre su personaje y el de García Márquez: "Él ve en el libertador a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era; a un hombre capaz de cálculos políticos cuando se comportó sobre todo como un niño consentido: en fin, a un conductor de hombres dotado de una madurez que jamás poseyó, en un continente donde la madurez ha brillado siempre por su ausencia". Mutis entendió a Bolívar como un héroe romántico; García Márquez presentó a un hombre de carne y hueso, al borde del abismo, cercano al final. También se sabe cercano a ese final el Bolívar de "El último rostro", y así lo resume en una frase: "Ya hay pocas cosas que puedan herirme".
Pero Mutis hizo al Gabo un regalo más: el adjetivo "homérico", que García Márquez emplea por primera vez en "El amor en los tiempos del cólera", en 1985. Veintitrés años antes, en 1962, Mutis empleaba el término "homérico" para calificar una carcajada en el cuento "Isaac salvado de las jaulas".
—Acabo de descubrir esa circunstancia —se ríe—, eso de que Gabo empleara el adjetivo... Yo soy un gran lector de Homero, y es que además Homero es un ejemplo elocuente de lo que debe ser el éxito literario. Yo siempre pienso que el más grande poeta y escritor del occidente, Homero, no sabemos si se llamaba Homero, ni si existió, ni cuándo existió. "La Ilíada" y "La Odisea" no sabemos realmente quien las escribió. Y el caso es que no importa. Para mí ese anonimato es la mayor forma del éxito. Los libros son los que tienen que vivir, no uno. Es como los premios. ¿Usted cree que alguien serio que ha vivido una vida plena, intensa, llena de trabajos, de sinsabores, de maravillas, puede creer que le están dando un premio a él? Claro que no. El premio es para los libros, que salen como huerfanitos a las vitrinas de las librerías. Ellos son los que necesitan el premio. Y ellos son los que van a disfrutar el premio porque el lector va a entrar en la librería pidiendo el último premio Príncipe de Asturias. Ese es el libro, no soy yo, de veras no soy yo.
La literatura trascendiendo al hombre. Mutis ya lo ha escrito más veces, y recuerdo ahora el último poema de "Los elementos del desastre": "De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra solitaria y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance".
Es quizá porque piensa así que Álvaro Mutis reniega de la función social del escritor, del compromiso político. Lo ha hecho siempre, y siempre ha confesado que no le interesa la política —"el último hecho político que me preocupa es la caída de Bizancio en manos de los infieles en 1453"— ni las luchas por el poder, y no cree que el escritor tenga por qué convertirse en ideólogo ni en abanderado de ninguna causa. Así lo afirmaba en 1952, en una entrevista en el programa de radio "Noticias literarias", dirigido por Felipe Lleras Camargo y J. M. Álvarez D'Orsonville, en Bogotá,: "La tan llevada y traída función social del escritor es una patraña en la cual se escudan los segundones de la literatura. Hablar de función social en la obra de arte es igual a que se hablara de función fisiológica cuando la prosa de determinados escritores nos conduce diligentemente a los caminos del más profundo sueño".
Más adelante, lo ratificaba ante García Márquez: "la única función que debe tener una obra de arte es crear valores estéticos permanentes. Si de casualidad o de carambola estos valores estéticos coinciden con una visión determinada de la situación del mundo o del país, eso no significa que las masas deban exigírsela al intelectual, para la solución de los problemas de las masas".
Han pasado muchos años y muchas cosas, pero Mutis sigue pensando lo mismo. El escritor debe dedicarse a la literatrua y huir del canto de sirenas del poder: El poder político es una maldición. Y todo compromiso que el escritor tenga con el poder político es una prostitución lamentable, un error brutal que va a pagar caro. Porque el político no perdona. Para el político el escritor es un escalón para subir, que rechaza una vez que llegó arriba. Si quiere saber alguien lo que es el horror de vivir en la política que lea las "Memorias de Ultratumba", de Chateaubriand, en donde está todo el viacrucis siniestro de alguien que de veras creyó que existía eso.
Literatura y sólo literatura. Leer y escribir. Es difícil precisar qué ha leído Mutis. Al hablar de sus referentes da los nombres de Tomás Rueda Vargas, Alfonso López, Aurelio Arturo, Conrad, Neruda, Dostoievski, Dickens, Joyce... cita a Cervantes, a Machado, a Gracián, a Borges, de quien dijo una vez en una conversación con José Miguel Oviedo: "Borges es un escritor para escritores". En 1976 confesaba a Guillermo Sheridan en una entrevista publicada en la Revista de la UNAM: "Creo que no hay una sola palabra, un solo tono de Borges en todo lo que escribo". Leído esto, el comentario que sigue es una insensatez, pero Álvaro Mutis parece invitar constantemente a ir más allá. Así que se lo digo, la vida de Maqroll es un aleph, y Mutis abre un poco más los ojos y se acaricia la barbilla antes de contestar
- No lo había pensado nunca. Pero es posible, me gusta. Un aleph.
Todo lo admite Álvaro Mutis. Lo admite y lo incorpora, inmediatamente, como motivo de reflexión. No rechaza nada. Lo escribió en una ocasión: "que vengan todas las influencias. Con ellas haremos la obra de arte". Y Maqroll, el héroe inmenso, puede colocarse en el epicentro del aleph. Dijo una vez el propio Mutis: "Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confesado. Lo que es Maqroll él, por su cuenta. Y lo que pienso ser, algún día, en otra reencarnación". Esta es la oración de Maqroll el Gaviero, y posiblemente también la de Álvaro Mutis: "¡Oh, señor! ¡Recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento! Recuerda, señor, que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro".
Maqroll el Gaviero, Maqroll el amigo, el amante y el lector, Maqroll el protagonista de una inmensa novela cuyo único escenario es el viaje. Maqroll es el ciudadano de un universo eterno, inabarcable, inacabable; es el hombre que trasciende a la muerte porque sabe que será inmortal en tanto siga vivo. Que sean las palabras de Mutis, que es como decir las palabras de Maqroll, las que pongan término a esta conversación infinita:
"Es preciso tener las más bellas palabras listas en la boca para que nos acompañen en el viaje por el mundo de las tinieblas.
Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas ciudades. Generosas razas nos esperan.
Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien poco, es cierto. Pero es menester aprovecharlo"
© Marta Rivera de la Cruz 1997
ESPÉCULO No. 7

Leopoldo Mutis, Botero y García Márquez

Las vidas de Mutis

La escritura no rige la vida del creador de Maqroll, es un fenómeno natural. 

El autor colombiano recibe mañana un homenaje en la Feria de Guadalajara.



Un homenaje, cuando funciona, invoca lecturas y produce lectores. Un homenaje refrenda, en efecto, pero sobre todo invita al encuentro con nuevas generaciones. Álvaro Mutis (Bogotá, 1923), autor de poesía y prosa, y de formas colindantes entre una y la otra, se niega a formar parte del mundo electrónico y mecánico por donde ahora sigue transitando, sin embargo, Maqroll el Gaviero -ese personaje que, como dijera Gabriel García Márquez, no es Mutis, somos todos-. ¿Cómo bordeará el siglo XXI ese gaviero crepuscular y reflexivo acostumbrado a largas travesías -ya por mar, ya por tierra- en zonas extremas de la condición humana? Las respuestas les corresponden a esos lectores que, no por estar adiestrados en la navegación por el ciberespacio y curtidos por la luz de las pantallas de sus ordenadores, no albergan acaso las mismas grandes interrogantes acerca de los misterios de la vida, los avatares del cuerpo, el encuentro con el otro, el dominio de la naturaleza, la fragilidad de toda creación. Los premios que ha recibido la obra de Álvaro Mutis son muchos y son conocidos: el Nacional de Letras de Colombia en 1974; el Xavier Villaurrutia, en México, en 1988; el Médicis, en Francia, en 1989; el Príncipe de Asturias en 1997; el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997, y el Premio Cervantes en 2001. Sus entrevistas abundan. Los análisis sobre su obra han dado pie a la publicación de innumerables ensayos -en los que se analizan influencias y genealogías varias- en más de un continente.

"A mis libros los vivo de la misma manera en que he vivido a mis hijos: ahí están, afuera. Que vivan, les digo"

"Los personajes traen la vida que han vivido consigo. Traen lo que son. No hay lección. No hay mensaje"

"La poesía es una prueba más intensa que la narrativa, es un continuo testimonio del mundo, de la vida y de la muerte"

"No hay que pasarse de listo con el mundo. El que es listo es el mundo, eso nunca hay que olvidarlo"
Todo eso es cierto. Pero algo sucede, como el mismo Mutis lo aclara en esta conversación, cuando se entra en contacto directo con la voz de un escritor: una especie de confirmación que es una forma palpitante de continuidad de la obra. Más de un desencantado del presente, más de una suspicaz habitante del nuevo siglo, más de un errante, creo yo, encontrará un eco propio en la voz cadenciosa y escéptica, en la actitud de bienvenida y alerta, de este escritor colombiano afincado en México desde 1956, un país que, en el contexto de la 21ª Feria Internacional del libro de Guadalajara, le organiza ahora un homenaje no sólo en tanto escritor colombiano sino también, acaso sobre todo, como a uno de casa.
1 Un hecho natural
Uno no sabe lo que busca sino hasta que lo encuentra: es una ley de la vida. Uno se despierta una mañana de noviembre, por ejemplo, murmurando "hace tanto tiempo que no salía el sol así", y luego, sin más, sin sospechar que ese día de magnífica luz otoñal alguien le dirá, horas más tarde, escribir es un hecho natural, uno se levanta, estornudando, con tos. Uno vive y ve pasar las cosas y camina. Uno cavila. El día pasa. Uno lo piensa constantemente, eso: el acto de escribir. Es una obsesión. Uno se pregunta (sin saber que se lo pregunta porque de otra manera no sería una obsesión) si lo que vive y lo que ve pasar y lo que camina sólo puede existir a partir de la escritura. Dentro de ella. Uno se irrita. Se acongoja. Se rebela. Un vampiro triste: la escritura. Una dama feroz. Un grillete. Las definiciones abundan. Pero luego, apenas un par de horas más tarde, frente a un hombre que nació en un lugar de Tierras Altas en 1923, justo en el centro de una salita rodeada de libros y bañada, también, por esa luz otoñal que de ahora en adelante deletrearé, y de eso estoy segura, con el ritmo del verbo estar, las vocales de la palabra placer, la definitividad del locativo aquí, uno las escucha. Es el momento ése escandaloso en que uno sabe que ha encontrado lo que no sabía que buscaba. Pocas veces en la vida. Estas palabras: "La escritura es un hecho natural. No es un deber. No es una profesión. No es, ni siquiera, un destino. Tengo cinco años sin escribir y no me ha pasado nada. Ocurre y luego, un día, deja de ocurrir. Hay notas por ahí. Pedazos de cosas, poemas.
A veces los quemo. Los leo y los tiro. Pero cinco años sin eso. Es que es un ritmo como el de la vida. Exactamente como el de la vida. Es que es parte del cuerpo. Uno lo acepta y sigue respirando. No es para tanto escribir. Uno le sigue cambiando el agua al canario. Y se puede ser feliz sin eso, sin escribir. No hay que ponerle a la escritura nimbo alguno. ¡No, por dios! Es lo mismo nuestro de todos los días. Escribir es".
La luz otoñal. La paz alrededor. El fin de una lucha.
Supongo que tengo el rostro del alucinado cuando le agradezco a Álvaro Mutis esas palabras. "Son un regalo", le digo en voz baja, con esa lentitud en que se enuncian a veces las cosas sagradas: "No sabe lo que acaba de darme". Tengo la sensación, incluso, de que en ese momento bajo la mirada. Le digo, además: "Esto es para mí. Esto me lo llevo yo. Esto no es para el periódico". Y él, que ha ido a tomar algo a escondidas en el rellano de la biblioteca, regresa como si viniera del mar, hay ese tipo de aire alrededor de su cabeza. "Ahora sí vamos a platicar", asegura, sonriendo. "Y, por cierto, yo tampoco leo los periódicos".
Asumo, pues, que no leerá los artículos ni las entrevistas que saldrán en la prensa con motivo del homenaje que le rinde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) este año. En lugar de reconocer en los diarios los muchos títulos de sus novelas, reunidas algunas en los dos volúmenes de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, o de identificar los versos que han pasado de sus libros a las páginas de los periódicos, se volverá a ver el rostro del hijo o del nieto o del amigo con quien conversará sobre los trasuntos del aire o las tribulaciones de Cervantes o la calidad de la pimienta. Se repetirán en todos lados la larga lista de premios recibidos y Álvaro Mutis, de espaldas a las computadoras, continuará sonriendo frente a los suyos sin prisa alguna, con la actitud de quien tiene todo el tiempo por delante y curiosidad por conocer. Tampoco constatará ese gesto en las fotografías para las que ha posado de buen humor: se trata de la mirada ésa, abierta y en paz, de quien está donde está, por completo. Implicado. Respondiendo a.
"No hay que ponerle nimbo alguno a la escritura", recuerdo que ha dicho. "Escribir es".
2 El cuerpo es lo que escribe
Cuando empezamos a platicar, después de ese rato extraño que hemos pasado en el terreno más bien pantanoso de la entrevista, vamos directo al tema de los hijos. Interesantes las maneras, pienso, en que uno siempre regresa al cuerpo. Lo que el cuerpo da. Lo que quita. La naturaleza abarcadora, imperial. Álvaro Mutis coloca a los de carne y hueso y a los de papel en el mismo rubro: todos son sus hijos. "A mis libros", confiesa, "los vivo de la misma manera en que he vivido a mis hijos: ahí están, afuera, en la vida, en su ámbito propio. Que vivan, les digo". A todos ellos los ha dado a luz. Salen de aquí, asegura, señalándose el vientre. No iba a decirlo pero, como estamos platicando y estoy tomando café 100% colombiano y la tos amaina, le digo: "Es una visión bastante femenina del proceso creativo, ¿no le parece?".
Un guiño apenas.
"Aunque no lo parezca", asegura mientras se inclina, aproximándose, "yo soy feminista".
En ese momento no sé quién le hace el guiño a quién.
"Las mujeres lo saben todo ya. Lo que creo sinceramente es que la mujer es la que sabe conducir el destino de los hombres y la que sabe mucho más que los hombres del mundo y de la naturaleza del mundo. La mujer al ser la que prolonga la especie tiene una vinculación con la naturaleza que los hombres no tenemos: nosotros moriremos siendo unos eternos adolescentes. Mucho cuidado con eso. Cuando una mujer me dice: esa persona no me gusta, inmediatamente le hago caso. No le pregunto por qué, no la cuestiono, pero siempre me doy cuenta, a menudo apenas unas horas después, de que tenía razón. Ella vio más que yo porque es mujer. El destino terrible de todas las mujeres es tener que aguantar a los hombres".
Tengo la impresión de que Mutis podría hablar largo rato con Hélène Cixious, y que yo podría escucharlos de cerca, también por mucho rato, descreída. Y me acuerdo, justo entonces, de las palabras que usaba Margaret Atwood para asegurar, en contra del feminismo de la diferencia, que en realidad hombres y mujeres no somos tan distintos. Ni naturalmente virtuosas, ni esencialmente malditas: históricas y culturales como todos, las mujeres. El feminismo de la igualdad. Su política. Supongo que algo en el rostro me delata porque, después de carraspear un poco, Álvaro Mutis continúa: "Además ustedes, ustedes las de ustedes que producen libros, ya lo saben todo y con ventaja. Nos llevan, definitivamente, una gran ventaja".
Guardo silencio. Pienso: acaso. Pienso: ajá. El asunto es, por supuesto, el cuerpo. Eso a lo que uno regresa siempre cuando en realidad empieza a platicar; eso de lo que uno nunca se va. Eso de lo que no se puede escapar. El cuerpo y su relación con la naturaleza y la relación de esa relación, a la vez, con la cultura. "Cuando estoy escribiendo estoy muy consciente de mis manos", dice, enumera, "estoy muy consciente de mis codos, de la posición de mi cuerpo, del estado de mi cuerpo. Estoy ahí, completo, oyendo el ruido de la Smith Corona, tarareando incluso. Se nota en la escritura lo que el cuerpo pasa. Y lo que le pasa. Lo que yo le exijo a lo que escribo es que sea como lo que he hecho antes en términos de ritmo, de verdad, de interioridad. No pienso en rigor ni sabiduría ni en genialidad: pienso en términos de verdad. La verdad mía es ésta: este testimonio, esta confesión".
Se trata de la verdad del cuerpo, no me cabe la menor duda. Se trata de esa sustancia que va de la naturaleza hacia la página a través del pasadizo del músculo y de la cicatriz, del esqueleto y de la memoria. Se trata, en resumidas cuentas, de la vida.
"Los personajes traen la vida que han vivido consigo y me la van pasando de acuerdo con su edad y sus impresiones y su visión del mundo en ese momento. Traen lo que son. No hay lección. No hay mensaje. No hay teoría. Respecto a la poesía, ahí todo es distinto. Yo escribí poesía, únicamente poesía, por 40 años. Las novelas las he escrito a partir de los 45. La poesía, por cierto, es una prueba más intensa que la narrativa porque la poesía es la confesión de nuestro más profundo ser y un continuo testimonio del mundo, de la vida y también de la muerte puesto que en el instante de nacer, empezamos a morir. La muerte nos acompaña siempre y por eso no hay que autocompadecerse ni crear ninguna clase de fantasmas ni tragedias".
Maqroll lo decía igual pero de otra manera. Decía: "La caravana agota su significado en su mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la componen, lo ignoran los caravaneros. Siempre será así".
"No, un momento, Álvaro, no te hagas", esto se lo dice él a él mismo. Recapitulando: "Uno ya lo sabe dentro: en la parte más secreta, en la más profunda. Al convertirlo en palabra escrita, adquiere de pronto una verdad, una presencia que a veces lo sorprende a uno. Ah, claro, qué tonto soy, me digo a veces. ¿Cómo es que no me di cuenta? Entonces queda uno satisfecho y continúa. Esto tiene su ritmo que es el mismo ritmo de la vida. Uno va escribiendo como una parte de su vida, y va pasando su vida tal cual a las páginas. De pronto hay lagos, hay ausencias, hay cosas que hubiera podido elaborar mucho más, pero bueno, no tiene remedio. Está bien. Uno continúa y ya".
3 la más íntima palpitación
Transcribo ahora lo que le oigo decir a Álvaro Mutis sobre el proceso de la escritura: "Escribir y crear es estar en medio del mundo que se está creando, en medio de los personajes, siendo más nosotros que nadie y más nosotros que nunca. La escritura es el máximo testimonio que tenemos de nosotros mismos, de nuestro ser. Es la comprobación de que somos humanos. No le doy a eso, sin embargo, ningún destino de fatalidad: está bien. Yo nunca escribo ni en prosa ni en poesía para dejar una especie de teoría o visión del mundo y del hombre: yo paso lo mío, mi interior, mi más íntima palpitación con la vida y ahí queda. No le doy ninguna trascendencia más. Ninguna significación ni ningún mensaje ni ninguna doctrina. Nunca jamás. Cuando escribo, fluyo. Cuando escribo, estoy ahí".
Transcribo ahora lo que le oigo decir a Álvaro Mutis sobre el proceso de la reescritura: "Pero corregir, ése es un infierno. La novela Amirbar, por ejemplo, la tuve que escribir completa cuatro veces. La misma novela, por supuesto, pero con distintos rumbos, momentos de los personajes. Y en la poesía: ¡la cantidad de poemas que he quemado! Reescribir es una tortura como todo lo que hay en la vida y que tiene que ver con la existencia y el paso del tiempo en nosotros. ¿Quiere que le diga algo? Es pura mecánica de la narrativa: que no quede rueda sin usar en el aparato de la narrativa, de eso se trata reescribir".
"Mirado desde dentro", le digo entre un par de estornudos, "no hay nada glamouroso en el oficio, ¿verdad?". Y él dice, a carcajada batiente, que suscribe eso. "Puede decirlo exactamente así: que lo suscribo todo: sí, en efecto, no hay nada de glamour en el oficio". Le advierto que lo trascribiré tal cual y ahora lo cumplo. "Estás dando la esencia misma de tu ser. Ahí no se puede hacer trampas porque el lector lo nota. Algunas características impostadas del personaje o ciertas insistencias que no son auténticas sino más bien pasajeras. Todo eso se nota".
Y ahí, justo detrás de mí, está la Smith Corona 2200 Cronomatic para atestiguar lo dicho. Lo acompaña desde hace 40 años y no tiene ningún deseo ni interés de cambiarla, mucho menos por computadora. "Ni viviré ese mundo para nada", asegura, vehemente. "En lo más mínimo. Lo rechazo por completo. A ese mundo electrónico y mecánico, por lo demás, nos lo estamos acabando. ¿Sabía que está desapareciendo el libro?".
No escribe a mano. Nunca lo ha hecho. Cuenta que la primera vez que Gabo vio su letra exclamó "¡pero si escribe usted como Drácula!". Algunas frases, sí, algunos momentos de los poemas, sí, pero tiene, dice, muy mala letra. Observo el temblor de las manos y él me observa, observándolo: es, en efecto, un temblor en las manos, algo de familia, explica. Por eso le queda la letra así.
4 El niño que todavía mira el mar
"Lo que hay que hacer es tratar de rescatar esos momentos de la niñez, integrándolos a este presente, a esta otra persona que ha perdido cierta ligereza, cierta rapidez, cierto automatismo para pescar al mundo y a las llamadas de ese mundo", eso es lo que me dice Álvaro Mutis cuando le pregunto por su presente y sus vínculos con el pasado. Cuando le pregunto, con verdadera curiosidad, "¿en realidad se aprende algo?". En las palabras que le son dirigidas al lector de Ilona llega con la lluviaantes de que propiamente inicie el relato es posible leer esto: "No paraba en mientes lo que pudiera depararle el futuro por trasgresiones que olvidaba con facilidad; ni las que hubiese cometido en el pasado gravitaban para nada en su conciencia. Pasado y futuro no eran, dicho sea de paso, nociones que pesaran mucho en el ánimo de nuestro hombre. Siempre daba la impresión de que su exclusivo y absorbente propósito era enriquecer el presente con todo lo que se le iba presentando en el camino". Mutis no va a la infancia, pero la trae, toda entera, con sus palabras. Sus ecos. "Yo no considero que estoy yendo hacia atrás o hacia delante", asegura. "Soy yo. Ésa es mi vida. Mi vida es un bloque. No hay antes ni después. Todo está presente en todo momento". Otra manera de decir lo mismo a la manera de Gertrude Stein sería decir que de lo que se trata, tanto en la vida como en la escritura, es de volverlo a todo contemporáneo. De traer, como se dice, todo a casa. "Sumar esas experiencias fundamentales de la niñez, ahí es donde se hacen las visiones del mundo y de la gente que son de una verdad enorme". Se trata, lo entiendo así, de rescatar las visiones fundamentales de la infancia, y todo en la infancia lo es, y de sumarlo a las visiones actuales, al ritmo de nuestra vida. No es una superación o una añadidura, sino una verdadera incorporación.
Le pido, por supuesto, ejemplos. "En la niñez entendí que jamás iba a tener ningún interés o fe en la política, en la mecánica de la política. Todo eso es una gran mentira del hombre en donde están escondidas sólo ambiciones. Desde el comienzo había algo ahí que me molestaba, sin definirlo exactamente, pero sintiéndolo igual. Por eso la política no existe para mí. Existe, bien, como historia: en la Revolución Francesa, en la Edad Media". Pero lo que yo quiero son escenas, le digo eso. La necesidad de la narradora. Un contexto. Algo que pasa ahí.
"Me acuerdo una vez que iba con mi padre y mi madre en barco desde Bruselas a Colombia -de ahí mi afición al mar y a los barcos-, estaba viendo el agua y me quedé literalmente lelo. Se me acercó mi padre y me preguntó: '¿Qué ves en el mar?'. Sólo atiné a contestarle: 'Que es muy grande. Eso veo'. Fue entonces que él me dijo: 'El mar es infinito'. Esa palabra se me quedó. Infinito. En ese momento. Poco a poco me fue trabajando. La palabra. Y claro, esa extensión del mar que termina allá en el cielo, donde se cruza con el cielo. ¡Ésa es una definición del infinito maravillosa! Esa frase de mi padre me entregó el mar. Me lo regaló. Por eso lo menciono tanto en mis libros".
5 No pasarse de listo con el mundo
Le cuento, con absoluta sinceridad, que no sé lo que busca la gente cuando va a oír a un escritor, cuando lee sus entrevistas. No hay nada, en sentido estricto, que no esté en los libros. No hay nada, y esto también lo creo, que el escritor pueda aclarar o añadir a esos libros. Pero también le cuento, mi afán por la contradicción es legendario, que, hace apenas un par de días, justo unas horas antes de caer enferma, asistí a un gran recinto lleno de gente sólo para tener la oportunidad de escuchar a uno de mis escritores favoritos. "No sé lo que buscaba ahí", le confieso. "Pero estar ahí, escuchar las palabras que he leído, me provocó algo que todavía no puedo nombrar pero que me cimbra".
Álvaro Mutis suelta una carcajada que atraviesa el tiempo: podríamos estar en la corte de Felipe II o en ese futuro que él avizora sin libro alguno. Podría, en una de ésas, tratarse de ahora mismo. Dice: "En el momento en que se entra en contacto físico, verbal, directo, con un escritor, todo lo que viene de sus libros empieza a tener una firmeza y una continuidad. Recuerdo, por ejemplo, una conversación que tuve con Saramago. Terminamos hablándonos a gritos, no con violencia, sino al contrario, con gran pasión. Y, de pronto, pensaba, estoy discutiendo con José Saramago. ¡Estoy dándome de gritos con José Saramago! Eso es una continuación de la vida, una confirmación de la continuación de la vida en el sentido, Cristina, en que todo continúa".
Tengo la impresión de que Álvaro Mutis siempre ha sido así. Y de que ese "siempre haber sido así" es a lo que se refería García Márquez cuando lo describió como "fabulosamente simpático". En el presente por entero, en franca actitud de bienvenida, es fácil imaginárselo con los brazos abiertos. Mutis muta en Álvaro. Hay, en todo caso, una aceptación del mundo tal cual es, tal como se presenta, con sus ritmos y sus quiebres, con sus desgracias y sus sombras, con sus amabilidades, sus honduras, con sus Lecumberris, que me parece francamente escandalosa. Algo radical. Álvaro no hace mutis.
"No hay que pasarse de listo con el mundo", advierte. "El que es listo es el mundo, eso nunca hay que olvidarlo". Asiento y recuerdo lo que le oí decir a la poeta María Negroni hace tiempo, un verano: "La escritura es siempre más inteligente que nosotros".
Entonces, ¿hay que aceptarlo todo?, le pregunto, insistente, deseosa de creer.
"Acéptelo o no, el mundo ya es una lección. No hay que aceptarla o rechazarla. Hay que irla asimilando, integrando a tu ser, conociendo mejor para que forme parte de tu pensamiento".
Se ha vuelto a ver algo por la ventana y, cuando me ve otra vez, sé que viene de regreso de la selva. "Esto", me dice con una alegría que parece tan infinita como el mar que nunca ha dejado de observar, lelo, "esto te va a quitar la gripe".
"Los días pasan como han pasado todos los días de la vida. La escritura no rige la vida. La escritura es un fenómeno natural. Cumple con funciones naturales: si tienes que ir al baño, vas. Y ya. Le das agua al canario. Hace cinco años que no. Da la sensación de que quedan unos años en vacío, pero no es así. Estás conociendo gente, viendo crecer a tus nietos. Tengo un hijo que es escritor (bastante mejor que yo, por cierto). Ahí está la vida de todos los días. El escribir no es ser. El ser, el otro ser, es estar con y en el mundo. Entonces no te preocupes nunca del tiempo que uno le dedica a la escritura y del tiempo que, sin escribir, uno se dedica a vivir: las dos cosas son lo mismo. Escribes, vives, no escribes, escribes después, vives igual. Recuerda: no es un deber. Cuando lees a los grandes clásicos te das cuenta de que escribieron cuando pudieron y, sobre todo, cuando se les dio la gana. La historia de Cervantes es un gran ejemplo. ¡Pobre hombre! Con tantos problemas de orden práctico y también de orden espiritual uno se pregunta ¿y a qué horas escribió el Quijote? Él lo escribió y escribió algo que no admiro más pero que sí disfruto más que el Quijote: hablo, por supuesto, de las Novelas ejemplares, que son perfectas. Ah, este pobre escribiendo esto, esta maravilla, mientras espera si llega un dinero para poder comer".
Escribo esto un par de días después, sin tos ni fiebre ni estornudos, frente a un iBookG4 y frente al mundo. Escribo como quien ha encontrado lo que no sabía que buscaba: es una ley de la vida. Hay cosas que ocurren; hay cosas que dejan de ocurrir. Escribo con un regalo sobre el regazo. No es un deber. No es una profesión. No es un destino. Es la vida de todos los días. Escribir es.
Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis

La risa del excéntrico

Era, entre los escritores y los hombres de su tiempo, un contradictorio

Un amigo conmovedor, no pedía nada a cambio



El escritor Álvaro Mutis, en una imagen de 2003. / JORGE UZON (AFP)
De este escritor formal y excéntrico a la vez, de Álvaro Mutis, sorprendían la risa y el desdén; se reía de sí mismo, desdeñaba la importancia que le concedían.
Era, entre los escritores y los hombres de su tiempo, un contradictorio, en el sentido que rescató Guillermo Cabrera Infante: en un tiempo de republicanos, y sobre todo de republicanos latinoamericanos, se declaró monárquico, y defendió esa forma de mando más desde la estética de los salones que desde la ética de las plazas. Su vestimenta recurría a veces a chalecos que recordaban los de los almirantes e iba siempre con una gorra azul marina como si estuviera al frente de un navío.
Era ya un hombre mayor (y era grande, de músculos largos, de grandes facciones, de voz poderoso, casi de caramelo, la voz de Los intocables)y llevaba pantalones vaqueros como un chiquillo. En la época en que muchos de sus compañeros iban haciendo libros grandes y recopilando sus obras completas o sus memorias como si así fueran a parar el tiempo que les caía encima, escribió cada vez más menudo, como había hecho su admirado Juan Rulfo, y siguió haciendo poesía para hablar menos y más bajito.
Se situó lejos del foco que cayó sobre Gabriel García Márquez, por ejemplo, y fue de los que dijo que aquel Nobel había acabado con sus propias ansiedades, si ya lo tiene Gabo para que lo esperamos otros. Cuando este amigo suyo recibió ese galardón fue de los que participó en la alegre fanfarria colombiana que se destapó en Estocolmo, pero no era un hombre de jarana. Tampoco era exactamente un patriota; el exilio le dio otras patrias, y no llenaba las conversaciones de la nostalgia de su país, ni mucho menos. Él inventó un país para sí solo, y de ese país fue portavoz único, como un solitario de alta mar que miraba atentamente pero hacia adentro, aunque se estuviera riendo. Su risa esperaba la risa de otros, no se hacía grande hasta que los demás hacían eco. Sus ojos los recuerdo como los de un muchacho soñoliento, y sus manos, mientras fueron firmes, eran las de un nadador, grandes y fuertes, te apretujaban la mano como si dentro llevara las ganas de verte.
Lo dijo más de una vez: era grandullón e ingenuo, su cuerpo había crecido más que su deseo de ser mayor, pues pensaba, y esto lo dijo en Madrid en 2002, que “esa fiesta que fue nuestra vida de niños es lo que nos hace eternos”. La eternidad empieza un lunes, escribió su amigo Eliseo Alberto, pues ese día justamente dejó esta fiesta en la que solo se es eterno si uno sigue siendo el niño que fue.
Un apunte final: esa anécdota según la cual él le llevó a Gabo el Pedro Páramo de Rulfo “para que aprenda, carajo”, tiene una contrapartida que a lo mejor también es verdad: cuando Gabo escribió El coronel no tiene quien le escriba, el propio Mutis se la llevó a Rulfo y le dijo esta jaculatoria: “Para que aprenda, carajo”. Era un amigo conmovedor, no pedía nada a cambio.


Bibliografía

Poesía

  • La Balanza, Talleres Prag, Bogotá,  1948 (en colaboración con Carlos Patiño Roselli)
  • Los elementos del desastre, Losada, Buenos Aires, 1953.
  • Reseñas de los hospitales de Ultramar, Separata revista "Mito", Bogotá, 1955.
  • Los trabajos perdidos, Era, Ciudad de México, 1965.
  • Summa de Maqroll el Gaviero, Barral Editores, Barcelona, 1973.
  • Caravansary, FCE, Ciudad de México, 1981.
  • Los emisarios, FCE, Ciudad de México, 1984.
  • Crónica regia y alabanza del reino, Cátedra, Madrid, 1985.
  • Un homenaje y siete nocturnos, El Equilibrista, Ciudad de México, 1986.

Narrativa

  • Diario de Lecumberri, Universidad Veracruzana, 1960.
  • La mansión de Aracaíma, Sudamericana, 1973.
  • La verdadera historia del flautista de Hammelin, Ediciones Penélope, 1982.
  • La nieve del Almirante, 1986.
  • Ilona llega con la lluvia, Oveja Negra, 1988.
  • Un bel morir, Oveja Negra; Mondadori, 1989.
  • La última escala del Tramp Steamer, El Equilibrista, Ciudad de México, 1989.
  • La muerte del estratega, FCE, Ciudad de México, 1990.
  • Amirbar, Norma; Siruela, 1990.
  • Abdul Bashur, soñador de navíos, Norma; Siruela, 1991.
  • Tríptico de mar y tierra, Norma, 1993.

Antología

  • Poesía y prosa, Instituto colombiano de Cultura, 1982.
  • Antología poética, selección y notas de José Balza, Monte Avíla
  • Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1988, Visor, 1992.
  • Poesía completa, Editorial Arango, 1993.
  • Summa de Maqroll el Gaviero. Poesía 1948-1997, Ediciones Universidad de Salamanca-Patrimonio Nacional, 1997.
  • Antología, selección de Enrique Turpin, Plaza y Janés, 2000.
  • Empresas y tribulacions de Maqroll el Gavierno,, Siruela, 1993 (2 volúmenes); Alfaguera, 1996 y 2001 (1 volumen). Incluye las siete novelas: La nieve del almirante (1986); Ilona llega con la lluvia (1988); Un bel morir (1989); La última escala del Tramp Steamer (1989); Amirbar (1990); Abdul Bashur, soñador de navíos (1991); Tríptico de mar y tierra (1993).
  • La voz de Álvaro Mutis, edición de Diego Valverde Villena, Poesía en la Residencia, Residencia de Estudiantes, Madrid, 2001

Reconocimientos


  • Premio Nacional de Letras de Colombia, 1974.
  • Premio Nacional de Poesía de Colombia, 1983.
  • Premio de la Crítica Los Abriles, 1985.
  • Comendador de la Orden del Águila Azteca México, 1988.
  • Premio Xavier Villaurrutia México, 1988 por Ilona llega con la lluvia.
  • Docotor Honoris Causa por la Universidad del Valle en Colombia, 1988.
  • Premio Juchimán de Plata en México, 1988.
  • Orden de las Artes y las Letras, del Gobierno de Francia, en el grado de Caballero, 1989.
  • Premio Médicis Étranger de Francia, 1989.
  • Premio Nonino de Italia, 1990.
  • X Premio del Instituto Italo-Latinoamericano de Roma, 1992.
  • Orden al Mérito de Francia, 1993.
  • Premio Roger Caillois de Francia, 1993.
  • Gran Cruz de la Orden de Boyacá de Colombia, 1993.
  • Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio de España, 1996.
  • Premio Grinzane-Cavour de Italia, 1997.
  • Premio Príncipe de Asturias de las Letras de España, 1997.
  • Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de España, 1997.
  • Premio Rossone d'Oro de Italia, 1997.
  • Premio Ciudad de Trieste de Poesía de Italia, 2000.
  • Premio Cervanges de España, 2001.
  • Desde 2005 la biblioteca del Instituto Cervantes de Estambul lleva su nombre.