sábado, 26 de febrero de 2011

Jorge Cadavid / Agua fresca de la montaña

Jorge Cadavid
Bogotá, 2007
Fotografía de Triunfo Arciniegas
DE OTROS MUNDOS
TRES POEMAS
Nació en Pamplona, Colombia, en 1962. Estudió Lingüística en la Universidad de Pamplona, se especializó en Literatura en la Universidad Javeriana y se doctoró en Filosofía en la Universidad de Sevilla (España). Es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Javeriana y autor de los volúmenes de poesía La nada (Universidad de Antioquia, 2000), Un leve mandamiento (Trilce Editores, 2002), Diario del entomólgo (Fondo Editorial Eafit, 2003), El derviche y otros poemas (Común Presencia Editores, 2006), Herbarium (Edición de autor, 2007), Música callada (Universidad Externado de Colombia, 2009) y Heráclito inasible (Pontificia Universidad Javeriana, 2010). En 2003 publicó una exquisita antología del poema breve bajo el título de Ultrantología (Cástor y Pólux). Colabora habitualmente con el Boletín cultural y bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Revista Universidad de Antioquia. Obtuvo en 2003 el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus con El vuelo inmóvil (Universidad de Antioquia, 2004) y el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia con Tratado de cielo para jóvenes poetas (Universidad de Antioquia, 2006).
     Elkin Restrepo se refiere al verso de Jorge Cadavid como “simple, certero y luminoso que tienta incluso al silencio, ya que aspira a la mayor de las plenitudes”. Cadavid mismo lo confirma: “El deber del poema es callar”.  ¿Qué sucederá cuando el poeta alcance la perfección del silencio? Supongo que escribirá en los espejos del agua o en la geografía de los remolinos. Todavía queda el viento en la arena. Todavía queda el susurro de las hojas y todavía aguardan las misteriosas presencias que cuelgan de las ramas.
     La bibliografía de Cadavid es constante. Me sorprende cada título suyo. Se refina con el tiempo, se adentra cada vez más en su mundo vegetal y primigenio, y desde allí nos envía su canto, agua fresca de montaña, porque la sed acosa, porque la belleza nos salva en la incertidumbre y nos permite el ejercicio de seguir con vida.  

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 29 de enero de 2011



sábado, 19 de febrero de 2011

Gustavo Adolfo Garcés / El reino de la exactitud


Gustavo Adolfo Garcés

Gustavo Adolfo Garcés nació en Medellín en 1957. Abogado de la Universidad de Antioquia y Magister en Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana. Se ha desempeñado como profesor de Literatura y Ciencias Políticas en varias universidades y como asesor de la Procuraduría Delegada para la Prevención en Materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos. Ha publicado: Libro de poemas (Medellín, Editorial Lealón, 1987), Breves días (Premio Nacional de Poesía Colcultura, Bogotá, 1992), Pequeño reino (Bogotá, Editorial Magisterio, 1998), Espacios en blanco (Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2000) y Libreta de apuntes (Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006).
Dice Edgar O’Hara, profesor en Washington University: “… Garcés, abogado de profesión, podría ser en su escritura un pico de oro más de los que Latinoamérica produce en cantidad, como el maní dulce. Sin embargo, sigue en poesía la línea de conducta verbal de otro abogado y grandísimo poeta: don Fernando Charry Lara. Enseñanza mayor: alejamiento del palabreo conocido, entrada en el reino de la exactitud. Dentro de esta ética verbal, Charry Lara pertenece a una poética distinta: su diálogo es con Gorostiza, Chumacero, Anguita y otros enamorados de la palabra hermosa y sugeridora. Por su parte, Garcés también continúa en la línea de oposición a la verborrea y se nos muestra devoto de lo minucioso. Y tiene otras cercanías: William Carlos Williams y los objetivistas estadounidenses, José Manuel Arango, Pacheco, Ungaretti, la poesía japonesa y china…”
Dice el poeta Jorge Cadavid: “Ni fácil moralismo, ni decoración, ni sentimentalismo. Visión pura, visión verbal, música del sentido. Estos breves versos apelan al canto interno, no a la música que conocemos, sino a una música que se descubre en el sentido mismo de las cosas que nombra. No se trata de una interiorización de aquello que llamamos “lirismo”. Es una búsqueda de una música detrás de la música: poema pulverizado. Por eso el gusto por los fragmentos, las partículas de la frase, los trozos léxicos, las astillas lingüísticas.”
         Y finalmente, dice el crítico colombiano Luis Germán Sierra: “Los temas van y vienen sin preocuparse de la unidad. Los une el aire de la risa, del humor, de la amistad. Los une el abrazo de una hermosa desnudez. Qué lejos está todo esto de la literatura, qué cerca de la poesía.”
         De expresión delicada, precisa y exquisita, y certero ojo de águila, los poemas de Garcés nacen con marca de fábrica, con un sello de agua que puede leerse con la yema de los dedos. Esplendor del lenguaje y festejo de la vida ejercen como sustento y guía, como hierba y savia. De uno de los grandes poetas de Colombia, José Manuel Arango, aprendió no sólo lecciones de poesía sino la dignidad del oficio. Ciertamente, y sabrá sustentarlo quien haya seguido de cerca los pasos de Gustavo Adolfo Garcés, vida y poesía conviven con acierto en su humanidad.

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2011

jueves, 10 de febrero de 2011

Harold Kremer / Un escritor secreto



(1955)

Harold Kremer nació en Buga, Colombia, en 1955, y vive en Cali desde siempre y para siempre. Profesor de la Universidad del Valle y cofundador en 1980 de Ekuóreo, la primera revista hispanoamericana de minicuento, se ha dedicado con asombroso empeño a la investigación del cuento como género. Ha publicado con Guillermo Bustamente Zamudio Los minicuentos de Ekuóreo y Colección de cuentos colombianos. 
La lista de premios confirma su dominio del oficio: Concurso Nacional de Cuento de la Casa de la Cultura de San Andrés (1983), Concurso de Libro de Cuentos de la Universidad de Medellín (1984, con La noche más larga), Guión Cinematográfico Colcultura para mediometraje (1985, con “El amor de Milena”), Concurso Nacional de Cuento "Jorge Zalamea" (Medellín,1989), Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Barrancabermeja (1996), Concurso Nacional de Cuento Breve Municipio de Samaná (1999). Además, finalista del Concurso Latinoamericano de Cuento del Instituto Nacional de Bellas Artes (México 1989).
         Ya son tantos sus títulos memorables, premiados o no en diversos concursos, e incluidos en libros que no han tenido la circulación que se merecen: La noche más larga (Medellín, Universidad de Medellín, 1984), Rumor de mar (Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1989), El enano más fuerte del mundo (Cali, Deriva Ediciones, 2004), El combate (Cali, Deriva Ediciones, 2004), El prisionero de papá (Cali, Deriva Ediciones, 2005), La cajita cuadrada (Cali, Deriva Ediciones, 2007). Desde hace años trabaja en una novela que sus lectores esperamos con ansia.
         En “El prisionero de papá” y “Gelatina” evidencian la frase corta y el estilo directo, sin adornos ni hojarasca, que caracterizan la obra de Harold Kremer, sin duda alguna uno de los grandes cuentistas colombianos. Aunque el estilo es la herramienta, afilada a su manera por cada escritor y fruto de una larga paciencia, sello de marca de Kremer, “El prisionero de papá” resulta un texto memorable por sus personajes y, sobre todo, por el narrador, que nos cuenta de manera simple y sin dramatismos una historia aterradora. Si no, sería otra noticia del periódico, un texto más sobre el secuestro, azote de la Colombia de estos días, reino de guerrilleros, paramilitares políticos corruptos y otros hampones. “Gelatina” es una película sin pausa sobre un hombre que se desmorona y cae al fondo del abismo, cometiendo atrocidades casi sin parpadear. La narración despojada y directa, sin titubeos, sigue con acierto los pasos de este hombre elemental, certero y malvado. Fondo y forma se conjugan en una historia eficaz y memorable.
         Del primer libro de Kremer, La noche más larga, se consideran memorables “El amor de Milena” y, sobre todo, “Sueño de amor”, el relato de una mujer, pobre pero digna y recta como ninguna, ante el juez que la juzga. Un solo párrafo, un chorro de palabras e imágenes, una historia bien contada, con el dolor y el humor propios de la vida cotidiana, una historia que nació, según confesión del autor, de esa primera frase luminosa y limpia: “Yo, señor, soy pobre, pero digna y recta como ninguna”.
         Tanto en La noche más larga como en Rumor de mar, libros reunidos bajo el segundo título por Carlos Valencia Editores en  1989, se intercalan textos largos y breves. Esta brevedad es una de las virtudes de Kremer, una pasión cultivada con precisión de relojero. En 2004, el autor reunió con otros todos estos textos para redondear un libro que es una absoluta delicia, El combate. Bastaría con señalar casi al azar tres títulos: “La cierva y la leona”, una noche de farra con una hambrienta leona que prueba una ensalada y la infeliz cierva que saborea otro vaso de whisky,  “El anuncio”, el espantoso trabajo de Sísifo de un recién casado, y “Papaíto”, el dulce relato de la vida amarga de una niña engañada por las astucias de un padre.
         La lectura es una pasión que se refina con los años. Hay autores que definitivamente no volveré a leer, hay libros que se caen en la primera página, hay escritores cuya escritura echa a perder el más preciado tema, pero Kremer se mantiene sorpresivo y fresco, digno de numerosas lecturas. Y en una casa repleta de libros, los suyos permanecen al alcance de la mano en la mesa de noche.
         En el prólogo de La noche más larga (1984), el novelista Fernando Cruz Kronfly escribe sobre el mármol unas preciosas y precisas palabras de absoluta vigencia: “Harold Kremer, el autor, es una de esas personas que parecen no interesarse por saber en qué consiste o dónde queda exactamente la línea divisoria entre la literatura y la vida. Desde la sombra de una marginalidad iluminada que él mismo ha elegido como parte de su propio proyecto de vida, el autor de estos relatos se perfila como  un narrador serio, sin afanes ni aspavientos. Se trata de un trabajador solitario y hasta entristecido, que sabe perfectamente bien en qué consiste el inmenso valor de lo imaginario y de la ficción, no sólo para el pensamiento sino fundamentalmente para los sentimientos del hombre de nuestro tiempo. Y que conoce, igualmente bien, la regla de oro de la literatura según la cual el único compromiso del escritor consiste en hacerlo bien, con originalidad pero sin ignorar lo mejor de los avances culturales universales”.
         Serio y dedicado, Kremer es, ante todo, un lector exquisito e infatigable. Cualquier tarde, mientras la brisa del valle entra por la puerta con su aroma de caña dulce, es un privilegio sentarse frente a él a conversar de los viejos y los nuevos autores, y de los afanes de la vida, de los afanes que uno tras otro son la vida, como podría decir Aurelio Arturo.
         A pesar de los premios, de los periódicos y las revistas que han destacado sus cuentos, de las traducciones al alemán, el inglés, el hebreo y el portugués, Harold Kremer todavía es un escritor secreto. Un secreto que no debemos mantener, para dicha de todos. Ya es hora de que una gran editorial remedie el asunto.


Triunfo Arciniegas
Pamplona, 2011


miércoles, 2 de febrero de 2011

Gustavo Tatis Guerra / Poeta santo y pintor lujurioso

Gustavo Tatis
Cartagena de Indias, 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas


Escritor colombiano, nacido en Sahagún, Córdoba. Ha publicado cuatro poemarios: Conjuros del navegante (1988), El edén encendido (1994), Con el perdón de los pájaros (1996) y He venido a ver las nubes (2008). Hizo una antología de la obra poética de Ibarra Merlano y un ensayo denominado Un humanista frente al mar. También es autor de La ciudad amurallada (crónicas de Cartagena de Indias, 2002), Alejandro vino a salvar los peces (Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, 2002), del ensayo sobre Virginia Wolf Bailaré sobre las piedras incendiadas (2004). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y al alemán. Es Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, 1992; y nominado en tres oportunidades: 1993, 1995 y 1997. Ganó en 2003 el Premio de Periodismo “Álvaro Cepeda Samudio”. Es editor cultural del diario El Universal, de Cartagena.
He venido a ver las nubes, su última obra poética hasta el momento, es un libro profundamente religioso, un conjunto de oraciones para abrir la mañana, para entrar descalzos en la luz o sumergirnos desnudos en las bendiciones del agua. No se trata sólo un libro de poemas sino de las invocaciones de un hombre que conoce bien el uso de las palabras y responde por sus consecuencias. De un hombre a quien se acude no para consultar las razones del más allá sino para confirmar los prodigiosos de esta vida.
     Un manual de paisajes, además de un atado de resplandores. Si hay una sola palabra para definir estas páginas de Gustavo Tatis Guerra, sería “resplandor”, y más que un hombre de carne y hueso, su autor sería el alma, el mismo espíritu de los textos sagrados. La edición es bella, además, con pinturas de Heriberto Cogollo, nacidas de la luz y el temblor de los poetas y consagradas a la exuberancia y la voluptuosidad de las mujeres de Cartagena de Indias, el mar, los caballos y otros misterios. Bella y pulcra edición, por supuesto, una prueba palpable del exquisito gusto de Común Presencia Editores.
     Libro espiritual y, a la vez, vegetal. De hojas verdes y plátanos maduros, de animales, de aguas invisibles y alfabetos para iniciados, de corazones sembrados en los patios del arco iris, de hombres efímeros y bosques eternos. Un libro de su tierra y sus antepasados, de asuntos concretos: el padre del poeta y su pueblo, Sahagún, el palenque y el abuelo wayúu, hombres a caballo y perros de presa. Tal vez el libro debe su hechizo a esta sabia amalgama de metafísica y asuntos cotidianos.
     La magia está ahí, invisible, y el poeta la señala con el dedo. La luz está ahí y el poeta unta en ella la yema de sus dedos y la reparte como bálsamo, con la venia de los dioses.
     Un libro para beber más que para leer. Poeta y lector se confunden en este hombre breve, efímero y agradecido, un hombre que se ha regodeado con el aroma del jardín, la caída de las hojas, el brillo de las aguas, la lección de las nubes, un hombre que exclama con fervor:

     “¿Qué otro paraíso tengo
     si no esta breve
     temporada
     en la tierra?”

Como poeta, Tatis es un santo, pero como pintor es un absoluto lujurioso. Los extremos no sólo se tocan sino se alimentan. Creo que precisamente la santidad del poeta alimenta la lujuria del pintor, esta desbordada voracidad por el color y la luz.
La pintura era el as bajo la manga de Tatis. En mi último viaje a Cartagena de Indias tuve la suerte y el regocijo de contemplar la obra pictórica de Gustavo Tatis  en su propia casa. Su mujer, Mary Serrano, es una maravilla en la cocina. Gustavo trata de igualarla en el resto de la casa. Según se sabe, ha pintado hasta la tapa del inodoro. Ya no es la casa de paredes desnudas donde nació su primogénito, Leonardo, que ahora es un músico que se abre paso en Nueva York.
Tatis cuenta la historia muerto de risa. Cuando nació Leonardo, en 1986, la familia vivía en la calle de La Factoría, en el casco histórico de Cartagena, y no había una sola pintura en la casa. Tatis le envió una carta a Alejandro Obregón para  solicitarle una de sus preciosas obras. Obregón no contestó. Pero no importaba porque Tatis había decidido hacerse pintor, clandestino pero pintor al fin y al cabo. En todas partes y a cualquier hora, en secreto, pintaba. El reverso de las tarjetas de invitación que llegaron al periódico durante este último cuarto de siglo fueron sus lienzos. También y el cartón y la madera, en pequeño y mediano formato.  Ahora su casa es tan bonita que debería cobrar la entrada.
Peces, cangrejos, monstruos del agua y de la tierra, bestias sin nombre, se han hecho ciudadanos de este universo recién inaugurado, concretando en Tatis el profundo y antiguo deseo de pintar. Confiesa en una entrevista reciente: “He visto muchas veces pintar a algunos de los artistas que he entrevistado. Además, pintar es una experiencia familiar porque en mi casa los fines de semana comprábamos cartones y todos nos poníamos a pintar en el suelo”.
Ahora pinta de madrugada, cuando todo mundo duerme, y lo hace con el sigilo de un amante, hasta cuando la casa se despierta. Entonces todo está impecable, no hay una sola mancha en el piso ni rastros de la magia en los pinceles, y el pintor se va en el cuerpo del escritor al periódico a enfrentar los afanes cotidianos y ese asunto de ganarse la vida.  
El 23 de marzo de 2011, en el Hotel Hilton, de Cartagena de Indias, Tatis inauguró “Ofrenda”, una muestra de 40 acrílicos en diverso formato, y esa misma noche vendió la mitad. El éxito ha sorprendido al mismo pintor. Sobre esta exposición dice el poeta John Jairo Junieles: “Parece que Gustavo Tatis Guerra pintara a escondidas de Dios. En sus pinturas, uno siente el latido de figuras encarnándose, vemos germinar un universo repentino. El mar no es el mismo mar, los árboles son otra cosa, las camisas en los alambres alcanzan su cielo profundo. Lo que vemos está vivo como nuestros pensamientos: un ciego puede paladear el bullicio de estos peces, olfatear las crines que lleva el viento. Se advierten palpitaciones, gracias a extraños sentidos. La aguja de nuestra brújula se mueve, opera esa magia que guía las aves en sus largas migraciones. La poesía que antes representaba en palabras, este fogueado escritor y periodista, resucita, tiene un nuevo pulso en esos colores estremecidos. Nuestra sed llega a estas orillas, limpia el polvo de sus alas, se arrodilla, y vislumbra el temblor de las estrellas allá arriba".
         La pintura de Tatis ha sido una sorpresa para todo el mundo. Si en mi próximo viaje a Cartagena, Tatis me confiesa que asalta bancos, y con todo éxito, no lo dudaré por un segundo.

Triunfo Arciniegas
Pamplona, 20 de abril de 2011