miércoles, 6 de junio de 2012

Ernest Hemingway





Cuentos

Three Stories and Ten Poems (1923)

In Our Time (1924)

Men Without Women (1927)

Winner Take Nothing (1933)
Hemingway / Después de la tormenta
Hemingway / La luz del mundo
Hemingway / Felices pascuas
Hemingway / Algo que tú nunca serás
Hemingway / Una lectora escribe
Hemingway / Un vino de Wyoming
Hemingway / El jugador, la monja y la radia
Hemingway / Padres e hijos

MESTER DE BREVERÍA

DRAGON

Short Stories


Three Stories and Ten Poems (1923)

In Our Time (1924)

Men Without Women (1927)

Winner Take Nothing (1933)
After The Storm
The Light of the World
God Rest You Merry, Gentlemen
A Way You'll Never Be
The Mother of a Queen
One Reader Writes
A Natural History of the Dead
Wine of Wyoming
The Gambler, the Nun, and the Radio
Fathers and Sons

Ernest Hemingway
(1899 - 1961)

BIOGRAFÍA

Ernest Miller Hemingway nació en Oak Park, 1899, y murió en Ketchum, en 1961. Narrador estadounidense cuya obra, considerada ya clásica en la literatura del siglo XX, ha ejercido una notable influencia tanto por la sobriedad de su estilo como por los elementos trágicos y el retrato de una época que representa. Recibió el premio Nobel en 1954.


Ernest Hemingway


   Ya se había iniciado en el periodismo cuando se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial, como conductor de ambulancias, hasta que fue herido de gravedad. De vuelta a Estados Unidos retomó el periodismo hasta que se trasladó a París, donde alternó con las vanguardias y conoció a E. Pound, Pablo Picasso, J. Joyce y G. Stein, entre otros. Participó en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal, experiencias que luego incorporaría a sus relatos y novelas.
   Él mismo declaró que su labor como periodista lo había influido incluso estéticamente, pues lo obligó a escribir frases directas, cortas y duras, excluyendo todo lo que no fuera significativo. Su propio periodismo, por otra parte, también influyó en el reportaje y las crónicas de los corresponsales futuros.
Entre sus primeros libros se encuentran Tres relatos y diez poemas (1923), En nuestro tiempo (1924) yHombres sin mujeres (1927), que incluye el antológico cuento "Los asesinos". Ya en este cuento es visible el estilo de narrar que lo haría famoso y maestro de varias generaciones. El relato se sustenta en diálogos cortos que van creando un suspense invisible, como si lo que sucediera estuviera oculto o velado por la realidad. El autor explicaba su técnica con el modelo del témpano de hielo, que oculta la mayor parte de su materia bajo el agua, dejando visible sólo una pequeña parte a la luz del día.
   Otros cuentos de parecida factura también son antológicos, como "Un lugar limpio y bien iluminado", "La breve vida feliz de Francis Macomber", "Las nieves del Kilimanjaro", "Colinas como elefantes blancos", "Un gato bajo la lluvia" y muchos más. En algunas de sus mejores historias hay un vago elemento simbólico sobre el que gira el relato, como una metáfora que se desarrolla en el plano de la realidad.
   La mayor parte de su obra plantea a un héroe enfrentado a la muerte y que cumple una suerte de código de honor; de ahí que sean matones, toreros, boxeadores, soldados, cazadores y otros seres sometidos a presión. Tal vez su obra debe ser comprendida como una especie de romanticismo moderno, que aúna el sentido del honor, la acción, el amor, el escepticismo y la nostalgia como sus vectores principales. Sus relatos inauguran un nuevo tipo de "realismo" que, aunque tiene sus raíces en el cuento norteamericano del siglo XIX, lo transforma hacia una cotidianidad dura y a la vez poética, que influiría en grandes narradores posteriores como R. Carver.


   
Uno de los personajes de Hemingway expresa: "El hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Y uno de sus críticos corrobora: "Es un código que relaciona al hombre con la muerte, que le enseña cómo morir, ya que la vida es una tragedia. Pero sus héroes no aman mórbidamente la muerte, sino que constituyen una exaltación solitaria de la vida, y a veces sus muertes constituyen la salvaguarda de otras vidas". A este tipo de héroe suele contraponer Hemingway una especie de antihéroe, como su conocido personaje Nick Adams, basado en su propia juventud, y que hilvana buena parte de los relatos como una línea casi novelesca.

   Sus novelas tal vez sean más populares aunque menos perfectas estilísticamente que los cuentos. Sin embargo, Fiesta (1926) puede ser considerada una excepción; en ella se cuenta la historia de un grupo de norteamericanos y británicos, integrantes de la llamada "generación perdida", que vagan sin rumbo fijo por España y Francia. En 1929 publicó Adiós a las armas, historia sentimental y bélica que se desarrolla en Italia durante la guerra. En Tener y no tener(1937), condena las injusticias económicas y sociales. En 1940 publicó Por quién doblan las campanas, basada en la Guerra Civil española. Esta obra fue un éxito de ventas y se llevó a la pantalla.


   En 1952 dio a conocer El viejo y el mar, que tiene como protagonista a un modesto pescador de La Habana, donde vivió y escribió durante muchos años enfrentado a la naturaleza. Algunos críticos han visto en este texto la culminación de su obra, porque en él confluyen el humanismo y la economía artística; otros, sin embargo, opinan que éste no es el mejor Hemingway, por una cierta pretensión didáctica. Hacia el final de una vida aventurera, cansado y enfermo, se suicidó como lo haría alguno de sus personajes, disparándose con una escopeta de caza. Para muchos, es uno de los escasos autores míticos de la literatura contemporánea.


Hemingway según David Levine




Hemingway, uno de los grandes "héroes" de la cultura actual

El pasado día 2 se cumplió el quince aniversario de su muerte


MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
6 JUL 1976

«Cuando me siento deprimido me gusta pensar en la muerte y en las diversas maneras de morir. Y pienso que el medio más efectivo sea, probablemente, saltar de un transatlántico en la noche, a menos que se pueda encontrar un modo de morir durante el sueño. No hay duda de que, así, la cosa resultaría y, en última instancia, no parece ser una muerte muy desagradable. Habría, apenas, el instante de dar el salto, y, para mí, es muy fácil dar cualquier tipo de salto. Además nunca terminarían de saber lo que pasó realmente; no habría autopsia ni nadie tendría que cargar con los gastos y siempre quedaría la posibilidad de que nos concedan que fue un lamentable accidente».Es posible que en aquel domingo, 2 de julio de 1961 en su casa de Ketchmun, Idaho, Ernest Miller Hemingway recordara esta nota escrita 35 años antes. Quizás cuando se dirigía al húmedo sótano en busca de la escopeta Boss, soñaba con un transatlántico en medio del océano. Subió las escaleras, atravesó el comedor y ya en el pequeño vestíbulo, apoyó la culata del arma en el suelo, inclinó la cabeza hacia adelante hasta que los dos caños tocaron la frente, un poco más arriba de las cejas, y mató a uno de los más grandes escritores norteamericanos de todos los tiempos, poniendo un final digno de la leyenda que había rodeado su vida. Diecisiete días después, el 19 de julio, habría cumplido 62 años.

Hemingway según David Levine
Para algunos este acto era la culminación de un asesinato que había comenzado a preparar en 1936. En septiembre de ese año publicó Las nieves del Kilimanjaro,relato sobre las mujeres, el dinero y la muerte, sobre la imposibilidad de escribir, que tiene la estructura misma del suicidio: no narra otra cosa que el fin de su escritura. Es su testamento y hasta aquí, en 15 años, había construido una de las narrativas más perfectas de este siglo, enfrentada -con la blancura de sus descripciones que aniquilaban toda anécdota- a la tradición psicologista de la novela burguesa, basada en el mito de la esencia del hombre. Es a partir de ese año cuando lo que escribe parece destinado a desmentir su obra primera.

Hemingway según David Levine

Instinto democrático

Explicar esta pérdida supone pensar en las relaciones entre literatura y éxito, producto y dinero, demanda y mercado, que una sociedad como la norteamericana impone. Esta problemática se puede encontrar en Las nieves del Kilimanjaro, tanto en el texto como en el hecho de que por ella su editorial le pagó 125.000 dólares. «Los escritores norteamericanos -decía Scott Fitzgerald- no tenemos segundo acto». ¿Cómo explicar si no ese pasaje que va desde Después de la tormenta hasta El viejo y el mar?Toda su vida estuvo escindida entre el escritor cuyo objetivo central era escribir cada vez mejor y el hombre que, poco a poco, fue reconociéndose como un presumido. El personaje al que le encantaba contar sus proezas, que se consideraba un amante irresistible y un campeón de todo lo que emprendía, terminó desplazando al verdadero Hemingway. Lo cierto es que era un compendio de tremendas contradicciones: aquel grandullón presumido fue, no pocas veces, un hombre tímido y retraído; un arrogante que estallaba en lágrimas con frecuencia. Sabemos que en sus últimos años el proceso de desmoronamiento de su personalidad ya estaba avanzado; sin embargo, estos ejemplos son anteriores. Es que los desencuentros de quien por un lado, trató de vencer el desafío que la vida supone y, por otro, persiguió -sin alcanzar- «la paz por separado», terminaron por sumergirlo en una amarga y dolorosa lucha.
Su posición política era la suma de todas las contradicciones de su personalidad. Tenía una especie de instinto democrático que lo impulsaba a defender los derechos humanos a través de su obra y de muchos actos generosos y colmados de coraje. Estimaba valores que temía ver perdidos en la humanidad: la honestidad y la verdad, sobre todo. Estuvo en cuatro guerras y, en tres de ellas -la de 1914, la civil española y la segunda mundial- intervino directamente. Fue en España donde intentó algunas definiciones políticas y fue aquí también donde trató tenazmente de sobreponerse a los horrores de la guerra mediante la búsqueda del coraje, la honestidad, el honor y la integridad del ser humano. Sin embargo, más de una vez, en la segunda guerra, su comportamiento rozó el ridículo.
Si bien en su novela Por quién doblan las campanas hizo una nueva defensa de los derechos humanos, en sus declaraciones, en cambio, no se molestó en disimular su desinterés por la causa española una vez que comprendió que la estrategia de la República era errónea. Y cuando la izquierda literaria norteamericana atacó su libro por el flanco ideológico, se limitó a reaccionar como lo hacía siempre: respondió que era capaz de escribir mejor que cualquiera de ellos, amenazó con pelear contra tres o más de sus críticos a la vez y emprendió una dura batalla verbal contra los que él llamaba, peyorativamente, escritores políticamente comprometidos.

Hemingway según David Levine

Ideología vitalista

Hemingway, sostenido por una ideología vitalista, anti-intelectual, típica del pragmatismo norteamericano que le dio vida, se ha convertido en uno de los grandes héroes de nuestra cultura. Y ésta es hoy -probablemente- su mayor influencia y la mayor dificultad para abordar su obra, ya que esta especie de culto a la personalidad se interpone entre texto y lector. Pocos escritores han sufrido tanto esta distorsión. Así, toda esa elaboradísima construcción verbal que va desde En nuestro tiempo hasta Las nieves del Kilimanjaro, en la que no se escribe otra cosa que la imposibilidad de narrar la experiencia, es leída como una afirmación de la ideología literaria que estos textos -que constituyen su mejor obra- intentan destruir.Este hombre que dijo que no hay mejor gente que los españoles cuando están a favor ni peor cuando están en contra, que hoy escribía Quinta Columna en el Hotel Florida, de Madrid, y mañana llenaba cuartillas en el Ambos Mundos de La Habana, que, ya famoso -cuando cobraba 15.000 dólares por un simple artículo-, vivía en la isla como podría hacerlo el administrador norteamericano de alguna compañía azucarera; este escritor que muchos han creído primitivo, espontáneo, lo que en realidad hizo fue crear los procedimientos de un tipo de narración: predominio del diálogo, lenguaje directo, repeticiones, sintaxis antigramatical; es decir, un conjunto muy elaborado de técnicas que buscaban naturalizar el relato, ocultando sus reglas. En este sentido, existen pocos escritores tan literarios -tan conscientes de la técnica- como este supuesto anti-intelectual.
Nadie puede decir si los tiros de la mañana del 2 de julio fueron el resultado de la búsqueda de la paz por separado, la paz individual, la paz imposible. Sus sueños difícilmente habrían resistido una realidad que, cada día con más fuerza, proclama la utopía de mantenerse ajeno. Fue, sin duda, un hombre que amó mucho muchas cosas y que, por tanto, exigió también mucho. Resistió cuanto pudo; no es fácil cuando se está condenado a la paradoja.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de julio de 1976



Ernest Hemingway
Mathieu Laca

Mario Vargas Llosa

La prehistoria de Hemingway

7 de abril de 1986

Cuando Borges escribió que los novelistas norteamericanos habían hecho de la brutalidad una virtud literaria, pensaba seguramente en Hemingwwy. No sólo porque en sus novelas campea la violencia, sino porque tal vez en ningún otro escritor moderno la proeza física, el coraje, la fuerza bruta y el espíritu de destrucción alcanzan una dignidad parecida. Padecer o inflingir sufrimiento no es, en Hemingway, una desgraciada fatalidad de la condición humana; es la prueba a través de la cual el hombre trasciende su miserable circunstancia y se reviste de grandeza moral.Que era un gran escritor, no hay duda alguna. Lo prueba el hecho de que esté todavía tan vivo como novelista, a pesar de que su tabla de valores se halla hoy totalmente desacreditada. Hay en esto una instructiva paradoja, ¿Cómo se explica el fervor de los lectores de nuestros días, que son los de la revolución ecológica, la idolatría. conservacionista, el espiritualismo de los estupefacientes, el pacifismo y el desarme, por el aeda de la caza, el toreo, el boxeo y todas las manifestaciones del machismo? Se explica, simplemente, porque el cultor de esos anacronismos era un gran escritor, es decir, un artista dueño de unos medios de expresión y una fuerza comunicativa capaces de imponer su mundo ficticio a un público aun en contra de los valores dominantes de la época. No son las ideas de Hemingway las que pueden hoy día convencernos; su concepción del hombre y de la vida nos parecen superficiales y esquemáticas, además de ingenuas. Pese a ello, el hechizo de sus imágenes, la magia estoica de sus; frases, la perfecta elegancia con que en sus historias se ejecutan los ritos del combate, el amor o la matanza siguen seduciendo a los benignos jóvenes de hoy día ni más ni menos que a los iracundos de hace 30 años.
Y por eso los editores no se dan abasto para publicar libros inéditos, reediciones, biografías o testimonios sobre el autor de Eviejo y el mar. He leído que en el año que termina ningún otro escritor, vivo o muerto, fue materia de tantos libros de interpretación o tesis doctorales como Hemingway. Y a juzgar por los tres últimos que acabo de leer (*), a esta abundancia numérica corresponde, también, un equivalente esfuerzo intelectual. Porque los tres, no importa cuáles sean las reservas o discrepancias que nos merezcan desde el punto de vista crítico, son el resultado de investigaciones rigurosas.
El más ambicioso es el de Jeffrey Meyers. Abarca toda la vida de Hemingway y añade un buen número de informaciones y precisiones a la biografía de Carlos Baker (1969), hasta. ahora la obra canónica del género. El profesor Meyers ha correspondido copiosamente con conocidos y familiares de Hemingway, entrevistado a varios de ellos, y, entre las novedades que ofrece, figura, por ejemplo, un intento del FBI de desprestigiar al escritor (lo consideraba comunista), del que nada se sabía. De otro lado, Meyers se mueve con soltura en la obra de Hemingway, a la que continuamente relaciona con episodios de su vida, aunque en su empeño de filiar a los modelos de los personajes literarios su método no sea siempre persuasivo. Pero su obra es acaso la biografía más completa que haya merecido hasta ahora el escritor al que él (olvidando la existencia de Faulkner) llama "el más importante novelista norteamericano del siglo XX" (página 570).
Pese a este hipérbole y al macizo trabajo que le ha dedicado, no puedo dejar de preguntarme, luego de leer su libro, si el laborioso biógrafo alienta de veras alguna simpatía por su héroe. La imagen de Hemingway que traza es lastimosa. La de un hombre que, en contraste con su imagen pública -de gigante aventurero y bonachón, heroico hasta en sus propias flaquezas-, fue toda su vida un fanfarrón, borrachín, abusivo de su fuerza, poseído de una obsesión homicida contra el reino animal, al que devastó en sus más variadas especies y con toda clase de armas, desleal con sus amigos, despótico con sus mujeres y que cultivó su imagen pública con tanta habilidad como impostura.
No acuso al profesor Meyers de calumniar a Hemingway. Estoy dispuesto a creer que las minuciosas estadísticas que atestan su libro -los accidentes, las enfermedades, los desplazamientos y, casi, casi, las eyaculaciones y los fiascos del protagonista- son ciertas. ¿Por qué, entonces, su biografía tiene el aire de no dar en el blanco, de ser una caricatura?
Se trata, quizá, de un problema de punto de vista. Una lupa de aumento, en vez de revelar los detalles de un hermoso cuerpo, puede dar una visión monstruosa, al aislar, agigantándolo, un miembro que sólo en el conjunto, como parte del todo, tiene armonía y gracia. La biografía de Meyers es una autopsia en la que el sujeto ha quedado desmenuzado en tantos fragmentos -casi todos horribles- que no hay ya manera de saber cómo lucía el cuerpo cuando era una totalidad viviente.
Lo que da unidad y vida a un escritor después de muerto, cuando la chismografía periodística, los mitos y malicias que lo acosaron ya no tienen en qué ce barse, son los poemas o las historias que escribió, ese mundo de palabras que lo sobrevive y que debería ser la única razón del interés por su peripecia biográfica.
Esta relación aparece tenuamente en la biografía de Jeffrey Meyers y, lo que es más grave, cuando el biógrafo la subraya lo hace de manera discutible. La arqueología literaria parece consistir, a su juicio, en una pesquisa policial en la que a las ficciones corresponden ciertos modelos vivos -personas o sucesos- que el crítico debe identificar. Una vez capturada esta presa, quedaría explicada la labor creativa. El profesor Meyers asegura, de manera rotunda, que fulano es el personaje tal y que tal episodio o anécdota, enmendada en esto o aquello, es el tema del cuento aquel o la novela aquella. Ésta es la razón, tal vez, de que el lector de Hemingway, al leer su biografía, se lleve la impresión de un escamoteo. Porque ninguna obra literaria, y menos la de un gran creador, reproduce la realidad vivida, es una mera suma de observaciones y experiencias traducidas en palabras a las que, como condimento, el autor les hubiera espolvoreado una pizca de fantasía.
Una ficción es siempre una recomposición fraudulenta de la realidad; una mentira que, si el creador tiene genio, ha sido dotada de un poder de persuasión capaz de imponerla como cierta en el instante mágico de la lectura. Una ficción no expresa el mundo: lo cambia, lo rehace, en función de ambiciones, apetitos o frustraciones poderosamente sentidos por el creador y a partir de los cuales opera su fantasía. Esa trasmutación de la experiencia personal en literatura -es decir, en experiencia universal, en un mito en el que otros hombres pueden reconocerse- es siempre misteriosa y las biografías literarias logradas son las que consiguen hacerla inteligible.
No es el caso del libro de Meyers. Es posible que el Hemingway de carne y hueso fuera ese ser caprichoso, desconsiderado, de impulsos siniestros, capaz de pulverizar con ensañamiento al incauto amigo que aceptaba boxear con él, un engreído con un enfermizo sentido de la emulación. Tengo la sospecha de que en el mundo hay buen número de especímenes parecidos; abundan sobre todo en los países subdesarrollados, donde la borrachera y el puñetazo merecen un culto religioso. Pero sólo uno de esos energúmenos ebrios escribió The sun also rises y A farewell to arms, y un puñado sobresaliente de historias en las que la vida del hombre aparece -mentirosamente- como una conquista heroica de la dignidad, una prueba en la que la proeza física -en el deporte, la guerra o el sexo- se vuelve metafísica, una vía hacia la plenitud y el absoluto.
Todo hombre es, también, una suma de debilidades, mezquindades y miserias, y Jeffrey Meyers ha levantado un muestrario penoso de las que afearon a Hemingway. Pero su libro no llega a mostrarnos cómo se las arregló éste para metamorfosear ese arsenal de desvalores en un espléndido fresco de la aventura humana, en la era de las guerras mundiales y las revoluciones, del colapso de las instituciones y certidumbres tradicionales, y del gran vacío espiritual. En su biografia, la literatura aparece como la actividad marginal, el accidente de una vida en la que más importante que ella fueron la pesca, la caza, el alcohol, el boxeo, los toros, las mujeres y los viajes.
Aquella simpatía de que adolece el libro de Meyers prelifera, en cambio, en el de Peter Griffin, Along with youth, primer torno de una biografía tan ferviente que linda con la hagiografía. Los defectos del personaje no han desaparecido, pero están como diluidos por sus virtudes -energía vital, espontaneidad, encanto personal y una íntima inocencia que ningún fracaso o desilusión parecía capaz de destruir- que el biógrafo documenta con contagiosa devoción. El señor Griffin tiene una prosa clara y amena y sabe contar con sutileza, de modo que el lector de su libro se forma una imagen muy vívida de los primeros años de Hemingway, transcurridos en Oak Park, suburbio republicano y virtuoso de Chicago, entre una madre voluntariosa, música y mística, y un padre médico, con desarreglos nerviosos y una existencia taciturna que terminaría en suicidio.
El cuidado y la pulcritud con que el libro sigue los movimientos del joven Hemingway son notables y dan por momentos la sensación de la omnisciencia. Aunque la parte más original del volumen se refiere al noviazgo de Hemingway con la que sería su primera mujer -Hadle, Richardson-, que Peter Griffin reconstruye día a día gracias a una profusa correspondencia perteneciente a Hadley -que Jack Hemingway, hijo del primer matrimonio de Ernest, puso a su disposición-, para mí las mejores páginas son las que describen el romance anterior de Hemingway, mientras convalecía en Milán, con la enfermera Agnes von Kurowski, quien luego lo plantaría por un duque napolítano (el que, a su vez -justicia inrnanente-, la plantó a ella más tarde). El fugaz romance está admirablemente resucitado hasta en minucias como los restaurantes que frecuentaron y los platos que pidieron. El señor Griffin se ha dado maña para zanjar definitivamente la duda que desasosegaba a biógrafos y comentaristas -¿se consumó el romance o fue...
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Nota: texto incompleto en EL PAÍS










LA PREHISTORIA DE HEMINGWAY



Hemingway, a biography, New York, Harper & Row, Publishers, 1985. 646 páginas. 

Peter Griffin, Along with youth Hemingway. The early years, New York, Oxford University Press, 1985. 258 páginas.

Michael Reynolds, The young Hemingway, New York, Basil Blackwell, 1985. 281 páginas.





Ernest Hemingway y Mary en Venecia

La viuda de Hemingway murió el miércoles en Nueva York

AGENCIAS
Nueva York 29 NOV 1986


Mary Hemingway, viuda del escritor norteamericano Ernest Hemingway, falleció el pasado miércoles en Nueva York, a los 78 años de edad, tras una larga enfermedad. Escritora y corresponsal en Europa de las revistas Time y Lifedurante la II Guerra Mundial, Mary Welsh (de soltera) había contraído matrimonio en dos ocasiones hasta que conoció en Europa al escritor, ocho años mayor que ella, con quien se casó en 1944.Tras la muerte de Hemingway, en 196 1, continuó escribiendo reportajes y terminó, en 1976, su autobiografía, How it was. En los últimos años estaba inválida y no salía de su apartamento de Nueva York. En su autobiografía, Mary Welsh, nacida en Minnesotta (Estados Unidos), narra las intimidades de su matrimonio y cómo encontró en París a Ernest Hemingway en el verano de 1944 y éste le declaró casi inmediatamente su amor diciendo: "Eres hermosa como una brisa de primavera".

Vino en la cara

También cuenta la otra cara del matrimonio: cómo su marido le echó vino en la cara en presencia de amigos y extraños, y en otra ocasión le destrozó su máquina de escribir. La pareja vivió más tarde en La Vigía, la casa que el escritor tenía en San Francisco de Paula, en los alrededores de La Habana (Cuba), donde ella pasaba a máquina lo que el autor de Eviejo y el mar iba escribiendo, y despachaba su correspondencia. Al mismo tiempo, Mary iba con él a pescar y le acompañaba a las corridas de toros en España y a los safaris en Kenia. Ambos sobrevivieron juntos a un alud de nieve en Italia y a un accidente de aviación en África.Durante su matrimonio, ella encontró tiempo para continuar con su vocación literaria. Sus artículos sobre la guerra publicados en la revista Life fueron publicados posteriormente en dos antologías. En sus últimos años, contribuyó a dar a conocer a jóvenes escritores, aportando dinero a la fundación que lleva el nombre de su marido y creando un premio literario para la primera obra de narradores norteamericanos. La pareja no tuvo descendencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de noviembre de 1986



Unas cartas halladas en EEUU ofrecen una nueva visión de Hemingway y de su método de trabajo

Un juez de Sacramento adquiere un lote de material literario que permaneció 50 años en un armario



ALBERT MONTAGUT
Washington 21 AGO 1989

Una serie de cartas personales inéditas y una copia en papel carbón de la obra original del escritor norteamericano Ernest Hemingway (1.899-1961) Las verdes colinas de África han aparecido en Estados Unidos, al tiempo que han sido adquiridas por un coleccionista de Sacramento (California). El material, cuya existencia ha trascendido ahora, fue hallado hace dos años en el interior de un armario de una casa de Carolina del Norte, propiedad de la familia de la mujer que pasó a máquina los apuntes originales de aquella obra maestra de Hemingway. El material ofrece una nueva visión del Hemingway real y, según su propietario, "abre nuevas vías de investigación sobre su compleja personalidad y sistema de trabajo".
El coleccionista que se ha hecho con la copia de Las verdes colinas de África y lascartas del esritor es David Meeker, un juez especializado en administrativo de Sacramento, capital del Estado de California. En declaraciones a EL PAIS, el propio Meeker ha explicado que la correspondencia a la que ha tenido acceso "es un conjunto de cartas que el propio escritor envió a Richard Armstrong".Armstrong era un periodista amigo personal de Hemingway, al que conoció en Cuba mientras trabajaba para el International News Service (INS). Su esposa Jane, entonces una empleada del Departamento de Estado, fue la persona que pasó en limpio y a máquina la obra de Hemingway y quien conservó durante 50 años la copia de carbón que ha aparecido ahora. Según Meeker, las otras copias transcritas de Las verdes colinas de África se hallan en la Biblioteca John F. Kennedy de Boston (Massachusetts) y en los archivos de la univesidad de Delaware.
Los Armstrong abandonaron Cuba y se instalaron en Washington, desde donde mantuvieron una larga correspondencia con el escritor. Posteriormente el matrimonio se trasladó a Carolina del Norte. Una hija del matrimonio Armstrong, Phyllis Gardner, fue quien rnecanografió posteriormente Por quién doblan las campanas, y su hijo, Alan Danielson, quien encontró el material en un armario de su casa, 50 años después de que éste fuera almacenado allí por sus abuelos.
La pieza más antigua de este lote que ahora obra en poder de David Meeker es un telegrama de 1934 enviado por el escritora su segunda esposa, Pauline, y la más reciente, una carta recibida por los Armstrong en 1945. La mayor parte del material adquirido por este juez californiano cubre el período 1941-1942.
La colección incluye también el original de la primera copia de una corta historia -La capital del mundo-, 25 cartas escritas por Martha Gellhorn, la tercera esposa de Hemingway, y otras varias del escritor en las que hace referencia a Por quién doblan las campanas, su obra sobre la guerra civil española, Las verdes colinas de Africa y Tener o no tener. También aparecen fotografias, recortes de periódicos, una invitación a laboda entre el escritor y Martha Gellhorn y una cartas de Arnold Gingrich, entonces editor de Esquire, y otra de Katie Dos Passos, la esposa del escritor John Dos Passos.

Abierto y cariñoso

"En las cartas, sobre todo, aparece un Hemingway distinto al hombre cerrado que todos creíamos que era; en la correspondencia con los Armstrong aparece un hombre abierto y cariñoso en el que cuenta con claridad sus problemas y todo cuanto le pasaba, y en especial sus problemas a la hora de afrontar sus trabajos", explica Meeker.En una de las cartas a Armstrong, Hemingway le explica su proyecto de Tener o no tener, publicada en. 1937. En la carta, fechada en Cayo Oeste el 25 de julio de 1936), Hemingway solicita a su amigo información acerca de diferentes sucesos acontecidos en Cuba, "para este puñetero libro en el que estoy trabajando [Tener o no tener]". En la carta Hemingway confesaba a Armstrong que el material que le solicitaba iba a ser la base de aquel libro.
El periodista le envió diverso material a Florida y Hemingway lo utilizó en su obra, según ha trascendido ahora. Meeker opina que "éste es un ejemplo de la importancia de sus cartas; todas se refieren a específicos problemas de creación en los que [Hemingway] se hallaba inmerso".
En opinión de Robert Gajdusek, un profesor de inglés de la universidad de San Francisco, y la única persona que ha podido ver y comprobar el material de Meeker, "es incomprensible cómo la familia Armstrong no se había dado cuenta del gran valor histórico de este material".
Gajdusek, un estudioso sobre la vida del escritor y autor de Hemingway en París y El Cayo Oeste y la Cuba de Hemingway, cree "el material que se ha encontrado tiene un gran interés para los investigadores".
Hemingway obtuvo el Premio Pulitzer en 1953 por su obra El viejo y el mar y elPremio Nobel de Literatura en 1954. Escribió también las novelas El verano peligroso, Hombres sin mujeres, Adiós a las armas y Las nieves del Kilimanjaro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 21 de agosto de 1989


Hemingway

JOAN DE SAGARRA
27 JUN 1999
El sábado 1 de julio de 1961 moría en su casa de Meudon, en las afueras de París, Louis-Ferdinand Céline, víctima de una embolia. Al día siguiente, Ernest Hemingway se suicidaba en su casa de Ketchum, en el Estado de Idaho, con una escopeta de repetición Richardson. El jueves, 6 de julio, llegaba a la Rambla barcelonesa el Paris-Match con tres páginas sobre el suicidio de Hemingway y apenas media página sobre la muerte de Céline. No podía ser, y más tratándose del semanario del magnate Jean Prouvost, de otro modo. En 1961 reinaba en Francia el general De Gaulle, Céline era un colaboracionista que apestaba, que malvivía de los dineros de Gaston Gallimard, y Hemingway era un tipo que probablemente no le debería hacer demasiada gracia al general -aunque es probable que habría acabado tomando el té con él, invitado por Malraux; del mismo modo que De Gaulle acabó tomando el té con Franco en España con gran disgusto de Malraux-, pero en el que Francia -y De Gaulle era Francia- y su capital, París, veían en el célebre escritor norteamericano, premio Nobel de literatura, algo suyo. Efectivamente, Ernest Hemingway había liberado París. En agosto de 1944, con la ayuda de un tanque y un par de jeeps, Hem liberó la librería de su amiga Sylvia Beach, en el número 7 -¿o era el 12?- de la Rue de l"Odéon. Luego liberó Chez Lipp y, después de rellenar el depósito de su tanque de gasolina y la propia tripa de coñac, Hem se encaminó a liberar la cava del Ritz. Las crónicas no nos dicen nada sobre si también liberó el One Two Two, pero yo estaría dispuesto a jurar que así fue, incluido un convento de ursulinas. Al morir Hemingway, en 1961, poco antes de finalizar la guerra de Argelia -ahora ya podemos llamarla así-, su figura no hubiese desentonado en una imagen de Épinal, en la terraza de Fouquet"s, compartiendo un magnum de Mumm con Jean Gabin y el mariscal Juin. Ahora es distinto. Céline ya no apesta, y si todavía apesta para algunos irreconciliables, nadie le discute ser el mayor novelista francés de este siglo después de Proust. En cambio, Hemingway sigue en la terraza de Fouquet"s, más imagen de Épinal que nunca, y lo que es peor, amén de machista, asesino de los animales, aficionado a las corridas de toros y a las peleas de gallos, boxeador y borracho, se le acusa de ser un mal escritor. Y, para mayor inri, su hijo Patrick, en un homenaje a su padre celebrado en Boston el pasado mes de abril, nos deparó la exclusiva de que Hem tenía almorranas. No siento ninguna debilidad por el Hem que liberó París ni por el Hem de Épinal, el Hem de Fouquet"s, o el Hem que da nombre a uno de los tres bares del Ritz de la plaza Vendôme. Pero sí la siento por aquel chico de 22 años que en el mes de diciembre de 1921 llegaba a París. Siento una debilidad por aquel chico que escuchó a Gertrude Stein -escuchó, aprendió mucho- en su saloncito de la Rue de Fleurs; que se sentaba en la terraza de La Closerie des Lilas para compartir un vaso de vino blanco, o un jerez seco, o un whisky -según quien pagase la nota- con Ford Maddox Ford o con Blaise Cendrars. Siento una debilidad por el joven Hemingway de París es una fiesta, que yo me llevé a París en 1979, en la traducción de Gabriel Ferrater (Seix Barral). A la sazón, vivía yo en el bulevar Montparnasse -en el mismo edificio en que vivía Jean Eustache (La maman et la putain)-, esquina a la avenida del Observatoire, enfrente de La Closerie. Y, al caer la tarde, a eso de las seis y media, cruzaba el bulevar y me metía en La Closerie. Le daba 50 francos -100 cuando los tenía- al pianista, Yvan Mayer, para que me tocase algo de Cole Porter o del maestro Padilla, y me sentaba en una mesita, al lado de la cajera, para leer París es una fiesta. Me tomaba un whisky y me acordaba de lady Brett (The sun also rises), aquella chica que vivía en el paseo de la Bonanova, muerta en un accidente de coche, en Ibiza, ocho, nueve años antes, y a la que yo le había dedicado mis Rumbas. El París de Hemingway, en 1921, fue una fiesta. Como lo fue el mío, en 1979, en parte gracias a él, a Hem, en su, en nuestra Closerie des Lilas. Para colmo, la carta de los cócteles iba ilustrada con un dibujo de Grau Sala. No sé si París sigue siendo hoy una fiesta. Confío en que sí, a pesar de Hermès, de La Maison de la Catalogne, de los japoneses y del Inserso de Mollerussa. Confío y deseo que en alguna mesa de La Closerie haya hoy un chico de Tucson, de Palermo, de Bergen o del Raval que descubra París es una fiesta, que París es una fiesta, cuando vea a Ava Gardner (lady Brett) sonreírle en su copa. 
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de junio de 1999


La obsesión de Ernest Hemingway

La Biblioteca Presidencial John Fitzgerald Kennedy de Boston ha digitalizado 2.500 documentos del Nobel que no tiraba nada


Carolina García
Washington, 11 de febrero de 2014







Pasaporte del Erns Hemingway.
Pasaporte de Hemingway.


Ernest Hemingway (1899 –1961) tenía la costumbre de acumular todo en su casa de La Habana: fotos, periódicos, telegramas, cartas. Todo. De acuerdo con su cuarta mujer, Mary, “era incapaz de tirar nada”, informa The New York Times. Gracias a esta obsesión del escritor, ganador del premio Nobel de Literatura en 1954, ha sido posible recopilar 2.500 documentos que descansaban en su Finca Vigía, una granja a las afueras de La Habana (Cuba), y que han sido digitalizados para poder disfrutarlos en la Colección Hemingway, que será la exposición permanente en la Biblioteca Presidencial John Fitzgerald Kennedy de Boston.


“¿Que era una rata recolectora? Por supuesto”, explicó la encargada de la colección, Susan Wrynn. “Solo podemos estar agradecidos. Pero si tuvieras que vivir así, te volverías loco”, añadió. “Estamos encantados de contar con este material, que ofrece una nueva visión del día a día de Hemingway”, ha añadido el director del museo, Tom Putman, en un comunicado. “De la figura literaria, a darnos cuenta de la humanidad del hombre y así entender al escritor”, ha explicado.

Las copias digitales, que según las mismas fuentes llegaron el año pasado y que han sido recopiladas por Fundación Finca Vigía -encargados del material-, son el segundo cargamento que llega para la colección del escritor. El anterior fue en 2008, y en él se incluyó un final alternativo a Por quién doblan las campanas. Según los expertos, en esta ocasión no hay una pieza de igual valor, pero “sí muestra cómo Hemingway tuvo que abandonar Cuba. Sus zapatos, que estaban allí todavía. Aunque no hay ninguna bomba real en el nuevo material”, explicó al Times Sandra Spanier, la editora general del Proyecto Hemingway Letters. "El valor está en la textura de la cotidianidad, la forma en que completa nuestra foto de Hemingway”, concluye.


En su sesión de hoy, la academia sueca ha decidido darle el premio Nobel de literatura. Por favor, notifíquenos si acepta el premio y si acudirá a Estocolmo el día 10 de diciembre a recogerlo

Además, se puede disfrutar por primera vez de un telegrama que comunicaba muy buenas noticias para Hemingway: “En su sesión de hoy, la academia sueca ha decidido darle el premio Nobel de literatura. Por favor, notifíquenos si acepta el premio y si acudirá a Estocolmo el día 10 de diciembre a recogerlo”. También la colección incluye 44 borradores para el final de Adiós a las armas; un registro de Pilar, su barco de pesca, y libros que pertenecían a su biblioteca privada, muchos con inscripciones en los márgenes, entre otros.

Hasta ahora, los documentos nunca habían abandonado Cuba. El escritor vivió en la Finca Vigía de 1939 a 1960, lugar en el que permaneció más tiempo que en ningún otro. De ahí viajó a España. Por su mal estado de salud tuvo que regresar a EE UU, hasta que enfermo de alcoholismo y depresivo se quitó la vida en 1961. Tras su muerte, justo cuando más deterioradas estaban las relaciones entre EE UU y Cuba, el expresidente asesinado, John Fitzgerald Kennedy consiguió que Mary viajará a la isla y tuviera una reunión con Fidel Castro. La mujer del escritor pudo sacar varias cosas, pero a cambio tuvo que dar la Finca y sus contenidos a los cubanos, explica el mismo diario.









John Hemingway junto al barco con el que su abuelo navegaba a Cuba.
John Hemingway junto al barco con el que su abuelo navegaba a Cuba.




Hemingway, Cuba y el mar


John, nieto del escritor, apoya la colaboración entre científicos cubanos y estadounidenses


Juan Morenilla
Madrid, 11 de diciembre de 2014


El viaje en barco hasta Cojimar, a unos siete kilómetros de La Habana, tuvo para John Hemingway mucho de regreso a las raíces. Cuando puso pie en tierra fue como desembarcar en el pasado. Era la primera vez que veía la pequeña localidad pesquera de unos 20.000 habitantes que inspiró a su abuelo, Ernest Hemingway, para escribir en 1951 El viejo y el mar. El tiempo se había detenido en algunos lugares. La cafetería La Terraza frente al mar; Finca Vigía, la casa del escritor hoy convertida en museo; aquel barco llamado Pilar que Hemingway compró en 1934 y con el que navegó desde Florida a Cuba, interiorizando así el alma de la gente de mar…

John y Patrick, hijos de Grégory, el menor de los tres descendientes del Nobel de Literatura, celebraron el pasado septiembre en Cojimar el 60º aniversario del galardón de su abuelo. Dejaron flores en un busto de Ernest que mira al mar, acariciaron la medalla de la academia sueca y conocieron a pescadores que les hablaron de su abuelo. De su amor por Cuba y de esa mirada hacia el vecino estadounidense. John también es escritor, autor del libro Los Hemingway, una familia singular —su hermano es fotógrafo—, y defiende que los dos países utilicen las aguas del estrecho de Florida no para separar sus fronteras, sino para unir sus pueblos. “Creo que deben normalizar sus relaciones. El embargo [de EE UU a Cuba] dura más de 50 años [desde octubre de 1960] y solo ha servido para empobrecer a la gente de Cuba, no para debilitar a su Gobierno”, explica a EL PAÍS.

“La ciencia y el mar pueden lograr lo que la política y la economía no han conseguido”

Cuba y Estados Unidos dan pequeños pasos para encontrarse, y John Hemingway cree que “la ciencia y el mar pueden lograr lo que la política y la economía no han conseguido”. Por eso pide una colaboración de los científicos del Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad de La Habana con los expertos estadounidenses. Para encontrar bajo el mar un universo común. “La ciencia puede ser un vehículo para el acercamiento entre los dos países. El estrecho de Florida y sus zonas pesqueras pertenecen tanto a Cuba como a Estados Unidos, y para preservar este lugar único los científicos de ambos países deben trabajar juntos. Es obvio. Los cubanos tienen estudios que pueden ser muy útiles para los estadounidenses. Y estos tienen la tecnología y la financiación que puede ayudar a la investigación de Cuba”, comenta John. Él nació en Miami hace 54 años, ha vivido además en Italia, Francia y España (en Málaga en 2006 y 2007), y ahora reside en Montreal. Tenía nueve meses cuando murió su abuelo.
“La relación entre los dos países es disfuncional y surrealista. La gente que dice que Cuba tiene que mostrar progresos en los derechos humanos y la democracia ignora que Estados Unidos tiene relaciones diplomáticas plenas con China y Vietnam, países que no tienen una democracia real”, continúa el nieto del escritor. “La gente de Cuba quiere una relación normal con EE UU. La ciencia puede ser un camino para comenzar este acercamiento, pero sería solo un principio. Ayudaría a los dos países a ver que se necesitan uno al otro”, concluye John, el último de los Hemingway enamorado de Cuba y del mar.




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