Escritor mexicano. Nació en Zapotlán, ahora Ciudad Guzmán, el 21 de septiembre de 1918, y murió en Guadalajara, Jalisco, el 3 de diciembre de 2001. El cuarto hijo del matrimonio formado por Felipe Arreola y Victoria Zúñiga. Encuadernador, vendedor de tepache en Manzanillo, profesor de secundaria, mozo de cuerda, cobrador de banco, panadero, corrector de pruebas, autor de solapas, ajedrecista, actor, en fin, “autodicta cum laudem”. Participó en la creación de las revistas Eos, Pan y Mester, y dos editoriales, Los Presentes y Cuadernos del Unicornio. Se casó con Sara en 1944. Cuando dejó este mundo, a los 83, tenía tres hijos y seis nietos. Nos queda la imagen de un caballero de capa y bastón, con los largos y blancos cabellos al aire. Pasó por la vida como un huracán, disperso y contradictorio, excéntrico y contradictorio. Nadie se le parece y a nadie se parece.
Es autor de varios volúmenes de cuentos, Varia invención (1949), Confabulario (1952), La Feria (1963), Palindroma (1971), Bestiario (1972), Confabulario Total (1962), Confabulario Personal (1972), y de una farsa teatral titulada La hora de todos (1949). Dice de sí mismo: "Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje". "El guardagujas" es tal vez su cuento más famoso. Otros cuentos memorables y verdaderas joyas de la literatura son “Poderoso miligramo”, “Parturient montes” y “La migala”.
A propósito de este último, en la revista El Paseante, Arreola le confiesa a Antonio Fernández Ferrer una crisis vital: “Yo puedo decir que dejé de ser un hombre bueno, o con voluntad de ser un hombre bueno, en junio de 1949. A partir de ahí, doy acceso, con “La migala”, de una manera que ahora me duele mucho, al mal, al sentimiento del mal, a la aceptación del mal. En ese momento rompo con un pasado de tipo teológico. Hay un cambio en el orden de mi ética. No es que empezase a portarme mal deliberadamente ni mucho menos, sino que me hizo crisis algo que yo creía. Es decir, empecé a pensar que este mundo no es bueno. Entonces, la aceptación de la migala es la aceptación del infierno. Por eso alguien decía después que yo, sin darme cuenta, era muy sartreano desde el punto de vista de Huis clos: “el infierno son los otros”. El infierno son los demás, ahí concentrado en la araña, que la llevaba así en la caja, sintiendo el peso... “La migala” es la aceptación de estar en el mundo, la aceptación del horror, la aceptación del castigo, la renuncia a todo. La migala es el canje, la renuncia a la felicidad, la renuncia al amor y la aceptación de la soledad, pero soledad habitada por una especie no tangible y horrosa, que es, en cierto modo, una aceptación de la vida. El protagonista la compra precisamente para vacunarse contra el horror al asumir esa dosis tremenda; a él ya no puede hacerle nada ningún veneno, los venenos morales sentimentales. Como no hay compañía amorosa posible, el hombre adopta esa compañía. Es la renuncia a la felicidad: “No creo en la felicidad, descarto toda posibilidad de ser feliz y me pongo a vivir en el horror...”. Es un hombre que se compromete y que lleva una vida doble o secreta, y a los demás les puede poner otra cara, pero en cuanto entra en su casa... Ahora, también parte de una cosa tremenda que, curiosamente, parte de personas de mi familia. La gente piensa, desde afuera, que se trata de una pareja, de una convivencia, y no te imaginas a lo que llega dentro de la vida conyugal. Muchas veces hay matrimonios que llegan a vivir continuamente casi en el espanto”.
Jorge Luis Borges, en su Biblioteca personal, escribió: “Arreola no trabaja en función de ninguna causa y no se ha afiliado a ninguno de los pequeños “ismos” que parecen fascinar a las cátedras y a los historiadores de la literatura. Deja fluir su imaginación, para deleite suyo y para deleite de todos”.
LA VOZ DE JUAN JOSÉ ARREOLA
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