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BIOGRAPHIES II
Iman
(1955)
Iman Mohamed Abdulmajid (en somalí: Iimaan Maxamed Cabdulmajiid, en árabe: إيمان محمد عبد ماجد; n. 25 de julio de 1955) es una modelo somalí, célebre durante los años 1970 y 80 por ser una de las primeras supermodelos africanas.
BIOGRAFÍA
Nacida en Mogadiscio, Somalia, Iman es la hija de Marian y Mohamed Abdulmajid, un exembajador somalí en Arabia Saudita. Es musulmana y tiene tres hermanos: Elyas, Feisal y Nadia. Iman acudió a la secundaria en Egipto y luego vivió en Kenia. Dominando cinco idiomas (árabe, inglés, francés, italiano y somalí), estudió ciencias políticas en la Universidad de Nairobi.
CARRERA
En 1975, Iman fue reclutada como modelo por el fotógrafo estadounidense Peter Beard y fue llevada a Estados Unidos. Su primer trabajo en el modelaje fue para la revista Vogue al año siguiente.
El diseñador de modas Yves Saint-Laurent dijo: «Mi mujer soñada es Iman... Perfección. Su rostro. Su cuerpo». Ella fue la modelo principal para su colección de alta costura inspirada en las reinas africanas, lo que recuerda como el momento más memorable de su carrera.
Como actriz ocasional, Iman ha interpretado a una cambiante llamada Martia en la película de 1991, Star Trek VI: Aquel país desconocido, y participó en el filme ganador del Óscar, Out of Africa, junto a Robert Redford y Meryl Streep. También hizo una aparición especial en el video musical «Remember the time» de Michael Jackson en 1992.
Iman fue invitada en un episodio del reality show Project Runway, donde lució un vestido del participante Daniel Vosovic en una sesión fotográfica publicitaria. En la quinta temporada de America's Next Top Model, participó como mentora y les enseñó a las concursantes algunos datos de belleza con productos caseros. Desde diciembre de 2007 es la presentadora de la versión canadiense de Project Runway.
En mayo de 2007, Iman lanzó su colección de accesorios IMAN Global Chic en el canal de televisión Home Shopping Network. Además es la directora ejecutiva de IMAN Cosmetics, Skincare & Fragrances, una línea de productos de belleza para la mujer de color.
Está contratada por la agencia de modelos 1/One Management en Nueva York, y por Independent Models en Londres. Además es la portavoz del programa Keep a Child Alive, el cual provee de medicamentos a niños y familias que sufren de sida en África y el resto de los países en desarrollo.
Iman y David Bowie |
VIDA PRIVADA
En 1977, Iman se casó con Spencer Haywood. Su hija, Zulekha Haywood, nació al año siguiente. La pareja se divorció en febrero de 1987.
El 24 de abril de 1992, se casó con el músico británico David Bowie, con quien se mantuvo hasta su muerte en enero de 2016. Tuvieron una hija, Alexandria «Lexi» Zahra Jones, nacida el 15 de agosto de 2000. Iman es además la madrastra del hijo que Bowie tuvo en su matrimonio anterior, Duncan Jones. Ambos niños llevan el apellido legal de Bowie. Iman y su familia residen principalmente en Manhattan y en Londres.
Iman y David Bowie |
Iman y David Bowie:
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01/08/2011XLSEMANAL
Fuera de las cámaras no son el rey del `glam´ y la modelo somalí que revolucionó las pasarelas. Son simplemente el señor y la señora Jones, el verdadero apellido de Bowie. Quizá ahí resida el secreto de que lleven 20 años juntos. «Y los que nos quedan», aseguran. Así es y así funciona una de las parejas más atractivas del mundo.
No estoy casada con David Bowie», dice Iman con vehemencia, negando con la cabeza y con el dedo índice enhiesto. «A ese señor ni lo conozco».
Imán bebe un sorbito de té y se me ocurre que, quizá esté hablando con una doble de la célebre supermodelo somalí. Pero entonces sonríe y está clarísimo que se trata de ella, la primera mujer negra protagonista de importantes campañas publicitarias, la antigua chica de Revlon y musa de Yves Saint Laurent, la que se negaba a trabajar si le pagaban menos dinero que a otras modelos. «Yo estoy casada con David Jones. Son dos personas diferentes por completo».
Jones, por supuesto, es el apellido de nacimiento de Bowie. Iman y Bowie llevan dos décadas juntos -«El nuestro es un amor de los que surgen una vez cada millón de años», le gusta subrayar a Bowie- y tienen una hija de 10 años, Alexandria, que también lleva el apellido Jones y a quien el propio Bowie cortó el cordón umbilical. «Veinte años y los que nos quedan...» -dice Iman con orgullo-. «El nuestro es un matrimonio de los de verdad». Y añade que su David no es el legendario rockero de la época del glam, sino «un caballero de pies a cabeza. Es divertido, entrañable... Un gran tímido en el fondo», insiste.
Iman Mohamed Abdulmajid nació en Somalia en 1955. Hija del embajador en Arabia Saudí, hablaba 5 idiomas cuando el fotógrafo Peter Beard la descubrió a los 19 años en Nairobi -donde Iman, ya casada, estaba estudiando Ciencias Políticas- y la convenció de que se fuera con él a EE.UU. En América, Beard aseguraba que había sido pastora de cabras y que no hablaba una sola palabra de inglés.
Iman, la top model con una vida de película
La antigua supermodelo –y esposa de David Bowie– se moja ahora contra el racismo en el mundo de la moda con su asociación Diversity Coalition.
Foto: Max Abadian
La cita tiene lugar en un diáfano despacho de su agencia, unas cuantas calles más arriba de la neoyorquina Houston Street. Desde este lado de la pared de cristal, Iman Abdulmajid observa el hervidero formado por un grupo de modelos adolescentes que aguardan su turno para pasar un casting. «No me despiertan ninguna nostalgia. No me apetecería nada volver a esos días», asegura la exmodelo de 58 años. «Siempre que veo a una de estas chicas, me gustaría cogerla de la mano y decirle que todo irá bien. Pero también que se busque un plan B, por si eso no ocurre», añade con sorna. La antigua supermodelo siempre tuvo uno: Iman Cosmetics, su empresa de productos de belleza para mujeres afroamericanas, asiáticas y latinas, que fundó hace 20 años y que sigue generando beneficios millonarios. Pocos minutos antes de su llegada, su agente ha entrado en la sala para advertir que Iman no aceptará preguntas sobre su marido, David Bowie, con quien se casó en 1992. Tal vez porque esta mujer de carácter arrollador ha venido a hablar de sus propios proyectos. El principal es la plataforma contra el racismo en la moda, Diversity Coalition, que lidera junto a Naomi Campbell y la activista y exmodelo Bethann Hardison.
¿Qué la ha impulsado a denunciar este problema?
Bethann es una de mis mejores amigas. Durante 30 años, he comido con ella cada semana en la misma mesa del mismo restaurante de Manhattan. Un día llegó y me dijo que las jóvenes modelos negras se estaban quejando porque los directores de casting no les daban trabajo. Yo no tenía ni idea de lo que sucedía porque no he ido a un solo desfile desde que me retiré en 1989, pero decidí investigar un poco. Al observar las cifras, descubrí que la situación no solo era peor que en los años 80, sino la peor en términos históricos. Nunca ha habido tan pocas chicas de color en la pasarela como hoy.
Mandaron una larga lista de diseñadores que no contratan a modelos negras a los sindicatos de la moda de París, Londres, Milán y Nueva York para que tomaran medidas. ¿Cuál fue su reacción?
Algunos se sintieron repudiados. Dijeron que los tratábamos de racistas. Yo no digo que lo sean. He trabajado con la mayoría y sé que no lo son. Lo que es racista es el resultado de su acción. No queremos apuntar contra nadie en concreto, pero sí denunciar un problema general. No es normal que una marca como Céline no haya empleado ni a una sola modelo negra en toda su historia.
De las 1.000 mujeres que desfilaron en las semanas de la moda de la pasada primavera, el 87,6% eran blancas. En Nueva York, la última fashion weeksolo empleó a un 8% de negras. ¿Cuál sería, para usted, el porcentaje adecuado?
Me niego a entrar en el juego de las cifras. Eso sería una regresión a lo que sucedía a principios de los 70, cuando se nos daba trabajo solo para cumplir con una cuota. No se trata de alcanzar un porcentaje, sino una diversidad constante. Yo no tenía ninguna necesidad de meterme en esto. Lo he hecho por las jóvenes de hoy, como Joan Smalls. Esas chicas no pueden opinar porque se quedarían sin trabajo. En cambio, yo ya no debo nada a los diseñadores, así que puedo decir lo que me parezca. Sé que Naomi también piensa lo mismo.
Es decir, lo contrario a su imagen pública. La gente las ve como divas enemistadas entre sí.
Es solo porque somos mujeres y esas historias siempre venden. En los 80 todo el mundo creía que odiaba a Beverly Johnson, la primera mujer negra que apareció en la portada de Vogue, pero en realidad era una muy buena amiga. Si le soy sincera, también lo he hecho por mi hija Lexi, quien tiene 13 años. No quiero que sienta que no es suficientemente guapa porque esta industria ha decidido que ella no entra en el canon.
Lleva dos décadas trabajando en proyectos humanitarios. ¿En qué momento nace su compromiso contra la injusticia?
Procedo de una familia muy comprometida. Mi padre fue embajador y mi tío estuvo muy metido en política, así que siempre ha sido cosa de familia. Tras la revolución de 1969 en Somalia, pasé de ser una hija de diplomático que iba a la escuela con chófer a encontrarme en un campo de refugiados. Cuando has vivido las dos cosas, tu perspectiva sobre la vida cambia.
¿Fue en ese campo de refugiados donde apareció la activista?
Supongo que sí. No me encontraría aquí hablando con usted sin la ayuda de los cooperantes que se dejaron la piel para que pudiera seguir yendo a la escuela. Los trabajadores de las ONG son personas que lo sacrifican todo, que obran sin remuneración alguna y que arriesgan sus vidas para trabajar en zonas de conflicto. Fueron mis ángeles. Cuando alguien ha hecho todo eso por ti, te das cuenta de que puede que tú también debas hacer algo por otra persona.
¿Cuál fue su primer contacto con la moda? ¿Fue cuando estudiaba en Egipto? ¿O en sus viajes universitarios al Beirut de los 70?
Nada de eso. Estudiaba Ciencias Políticas. Estaba muy comprometida con eso y la moda no existía para mí. No significaba nada. Ni siquiera me consideraba guapa. La mayoría de las chicas somalíes, que son muy bellas, me daban mil vueltas. Nunca llevaba maquillaje, porque entre mis amigos estaba mal visto.
¿Consideraba que la moda era algo superficial?
Desde luego. No sabe la decepción que se llevaron mis padres cuando se enteraron de que me iba a ganar la vida con esto. Les costó 15 años superarlo. Para ellos, la moda era la mayor pérdida de tiempo.
¿Le sigue interesando la política?
Creía que era mi vocación, pero me equivoqué. Ahora sería lo último que me apetecería hacer. En los partidos no se acepta la menor disidencia, y ya ve que a mí me cuesta callarme. Además, la mayoría de los políticos son ladrones. Suerte que no tomé ese camino.
¿Cuándo se dio cuenta de que existía una auténtica industria detrás de la moda?
Va a sonar estúpido, pero jamás se me pasó por la cabeza hasta que llegué a Nueva York. Nunca había visto una revista de moda en mi vida y nunca había calzado tacón. Estaba aterrada. Recuerdo que el primer fotógrafo con el que trabajé me preguntó: «¿Sabes caminar, darling?». Ni siquiera entendí de qué me hablaba. Con Richard Avedon fue todavía peor. Me pidieron que no la fastidiara porque era un tipo importante. Cuando llegué a su estudio, vi que todo el mundo lo llamaba Dick o Mr. Avedon. Intenté actuar con mucha naturalidad, pero me hice un lío: «¿Quiere que sonría para usted, Mr. Dick?». Paró la sesión, me llevó a un rincón y me dijo que no volviera a llamarlo así [risas].
Ya entonces exigió que le pagaran el mismo caché que a sus compañeras blancas.
La gente me trató de loca, pero lo conseguí. A veces, si las cosas no cambian, es porque nadie se atreve a decir en voz alta que tienen que cambiar. Piense que yo venía de África, así que no entendía la diferencia racial en este país. Hasta que llegué a los Estados Unidos, nunca me vi a mí misma como una «mujer negra».
¿Por qué la obligaron a desprenderse de su nombre completo, Iman Mohamed Abdulmajid? ¿Sonaba poco estadounidense?
Que la gente aprendiera a decir Iman ya fue lo suficientemente complicado. No les podía pedir que también aprendieran a pronunciar Abdulmajid [risas]. Era demasiado largo, o eso dijeron mis agentes.
Fue una especie de branding de su persona, una forma fácil de recordar su nombre.
Supongo que sí. En el fondo esto es un negocio.
Y usted siempre fue, desde el principio, una especie de empresaria de sí misma.
Es verdad que siempre he sido un poco empresaria. Siempre me lo tomé como un negocio, también porque tenía una familia de la que cuidar; hermanas y hermanos que debían terminar sus estudios.
A los 13 años, escapó a un matrimonio de conveniencia con un hombre de 60 años. Tiempo después, salió del campo de refugiados. ¿Toda su vida ha sido una especie de escapatoria de espacios donde estaba atrapada?
En circunstancias normales, hoy estaría muerta. ¿Por qué logré salir de ese campo y miles de personas no? No tengo la menor idea. ¿Por qué mis amigos murieron por consumir drogas y yo no? Durante mucho tiempo me puse a mí misma en situaciones muy peligrosas porque era joven y alocada. Y, sin embargo, aquí estoy. He sobrevivido. Es como si el universo hubiera conspirado siempre a mi favor. Cuando miro atrás, me digo que tal vez existe una fuerza superior que me ha ido señalando el buen camino.
¿Es religiosa?
En realidad, no. Pero cada vez que digo que no existe nada ahí afuera, sucede algo que me demuestra que me equivoco. No sé si es Dios. Ahora es cuando la gente se dirá: «¡Oh, cielos! ¡No es musulmana!» [risas]. Pues no, ¿y qué pasa? Siempre me fascina esa gente que me dice: «Vas a ir al infierno por no ser una buena musulmana». ¿Y a ellos qué les importa? ¡Es mi problema y no el suyo! Soy yo quien irá al infierno, y no ellos. De verdad, dejen de preocuparse por mí. El infierno no me supone ningún problema.
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